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Arakarina (02: La búsqueda de un pintor)

en Grandes Series

ARAKARINA II

La búsqueda de un pintor

 

VII

- Se trata de lo siguiente- Le dijo muy solemne Julio - Tengo pensado traer a la ciudad a un pintor que aquí es desconocido, su nombre es Virgilio-

- ¿Conozco obra de él?

- No creo, es decir, no estoy seguro de sí la obra que dicen que es de él lo sea. Toma ese número de código postal, escribe cuanto antes, establece comunicación, investiga quién es. La única pintura que he vendido de él la compró tu señora madre, es la que colocó al fondo de su micro museo que tiene en el sótano de tu casa.

VIII

Helena se trasladó de Monterrey a la Ciudad de México, donde seguramente encontraría mayor información. Fue el primer viaje que realizaba sola. Nunca sintió libertad mayor, ahí se vistió y se condujo como realmente le placía. En sólo dos días, tres hombres le propusieron matrimonio en serio. Se rió como tantas veces. Pensó seriamente en llegar dándole un beso a Julio, pues seguro que conseguir ese permiso no había sido cosa fácil.

Redactó la carta:

"ESTIMADO VIRGILIO.-

Hemos tenido contacto con obra suya y nos ha resultado de gran atractivo e interés, por lo cual quisiéramos concertar una cita en la cual tratar la posibilidad de que se muestre una retrospectiva de su obra en la ciudad de Monterrey, México. Tenemos pocas noticias de su identidad, y la única referencia que conservamos de usted y de su trabajo es un óleo titulado "MI VERDADERO ROSTRO", el cual forma parte de la colección particular de una servidora, por lo que la referencia es buena. Espero atienda esta invitación y se comunique por vía telefónica o fax al número 324 32 45, con atención al Lic. Julio M. o su servidora Srta. Helena M.

GALERÍA DE ARTE ATENAS

Valladolid 123, Barrio Antiguo

Monterrey, N.L., México."

Por otra parte, las investigaciones trajeron pocas pistas de su personaje, y las pocas encontradas hablaban de una persona excéntrica, extravagante, iconoclasta nata, pervertida. En total fueron tres los datos encontrados.

El primero era una nota de un diario que mencionaba que un hombre de mediana edad, 35 o 40 años había sido arrestado por practicarse una masturbación frente a una obra titulada "Objetivo del deseo No. III" a cinco minutos de cerrar las puertas del Centro Cultural Maya, el pobre fue sorprendido con las manos en la masa, o mejor dicho sus genitales, y el problema fue que una mujer pecó de beata al salir corriendo y gritando del lugar, exclamando "Un loco, un mañoso". El pobre hombre no tuvo manera de escapar, pues por más que juró su inocencia, el lugar estaba poblado de cámaras de vídeo.

El caso fue muy discutido por que el hombre ofreció como prueba dentro del juicio una muestra fotográfica de la retrospectiva que ahí se presentaba, en la cual abundaban las escenas sexuales, fetichistas, casi afrodisíacas, por lo que, después de una acalorada discusión, se le dio la razón al hombre, ninguna mujer "Casta y Honesta, de conducta proba" según refiere el propio código penal, iría a ver semejante exposición, además que el hombre alegó estar en un estado de inconsciente pasión cuando lo hizo.

Una vez absuelto vino el detalle chistoso. El hombre decía que, en vista de la inexistencia del delito, le fueran entregadas las cintas de vídeo "Quiero enviarlas a los concursos de T.V." dijo con cinismo.

Aún así la opinión pública consideraba que era prudente anunciar a la entrada del Museo que la obra podría resultar ofensiva a la moral y buenas costumbres. La foto que había originado todo el incidente no pudo ser publicada entera en el diario, pues era de una mujer que pendía colgada con sogas de sus brazos, mirando hacia arriba, con una esperanza suprema, pero a su vez miraba hacia abajo con infinito deseo, y sus ojos no sabían si dirigirse al creador o a las sogas que cortaba con unas breves navajas de afeitar que llevaba en cada mano. Por la posición de las piernas se veía dispuesta con toda franqueza a caer en lo que fuera a caer, pues estaba tachado con una franja negra el área que ocuparía su sexo y aquello en que fuera a caer, evidentemente un falo. Nuevamente veía esos rostros característicos, esa mueca en la boca que parecía decir todas esas cosas que hacen a los hombres eyacular, la mirada perdida pero firme en su deseo, los pechos estaban sujetos con un corpiño de cuero, los pezones se alzaban parados como picahielos.

La segunda pista fue el testimonio de la directora del Centro Cultural Maya, que al ver que Helena era una mujer tan guapa, y sobre todo tan joven, preguntando por el pintor, se mostró necia y subjetiva, es decir celosa. Helena pensó que lógicamente la directora había tenido tratos más allá de lo profesional con Virgilio.

Conforme charlaban fueron ampliando su confianza, la cual surgió casi automática al momento en que la directora se percató que poco o nada sabía Helena del artista, era una de esas confianzas convenencieras en la cual una se hace la suavecita para obtener información y la otra se hace la simpática para darla en el sentido que se le antoja. En este último caso se percibió cierto toque de venganza en la opinión de la directora.

Hay que aclarar que la directora tenía unos veintisiete años, de tez morena, con una cadera estrecha que contrastaba con unos inmensos pechos, los cuales portaba con plena conciencia del alboroto que podrían causar, centrando su coqueteo en ellos, su cara era más bien grande y tosca, de amplia nariz y boca, con una mandíbula enorme. Sin duda lo aparatoso de sus senos había sido la indemnización que Dios le había dado por esa cara tan amplia y carente de exquisitez. Ella sabía todo eso, que su cara era grande, pero que nadie le vería la cara. Había aprendido a usar aquello en vez de dárselas de íntegra e intentar ocultarlas para ser valorada por su real persona, por sus ideas, por sus actos. Era inteligente, y sus pechos eran un señuelo que bien podrían distraer al enemigo lo suficiente para que ella pudiese atacar si lo deseaba, aunque esta ventaja disminuía si el enemigo de turno era mujer.

- Mira, él es un tipo realmente hermoso, pero peligroso. Está enfermo. Te mira siempre como si fueras la primera mujer que ha visto en su vida. Eso puede halagar en un momento dado, pero así mira a todas, y siempre anda en sus propios asuntos. Se cree poeta, pero no lo es. Tiene talento para pintar, eso no lo discute nadie, pero los temas siempre son enfermizos, malsanos. - Decía la directora con un aire de experiencia - Otra cosa, te va a pedir algunos caprichos. Si de repente te llega un telegrama que te dice que compres una casa para él, da por hecho tu exposición... -

- ¿Una casa?- preguntó Helena extrañada

- No te preocupes, en eso es inocente, te envía en el telegrama un giro por el importe de cualquier casa-

- ¿Para qué quiere una casa?-

- Detesta los hoteles, gusta de tener su propio espacio, así puede meter a su alcoba a quien le dé la gana, y desde luego, hacer lo que se le antoje con quien entre. No me sorprendería que encontraran cadáveres en alguno de los patios de sus casas, de hecho tiene una casita en cada sitio donde expone. Es de dinero. La moraleja es que nunca vayas a su casa. Podría atarte, o darte una paliza.

- ¿A ti te dio una paliza?-

- Podría decirse que sí, la tercera vez que le vi. Toma nota de lo que te digo, nunca le sigas, no le hagas caso de lo que dice, él maneja ideas que tal vez son prácticas para su manera de vivir, pero no para la nuestra, es muy persuasivo, es alevoso, te puede estafar, no le dejes hablar, que vaya a lo suyo, a pintar, cuidado con lo que te da de beber o fumar, ten a la mano una tumba, un bongo grande, créeme lo que digo, te ahorrarás muchos disgustos si sigues mis indicaciones.

- ¿Dónde queda la casa que compró aquí?-

- No te sugiero que vayas, de hecho no ha de habitar nadie allí, pero si insistes, está en Calle Revueltas 302, está cerrada, tal vez el exterior te diga algo.

- ¿Te pregunto una cosa?- ella asintió - ¿Porqué no seguiste tú ninguna de las indicaciones que me dices?

- Supongo que nadie me las dijo a tiempo-

- Te veo.

La tercera y última pista fue la casa.

Estaba el pasto del jardín muy elevado, lo que indicaba que estaba abandonada. Helena se preguntó si, al volver a esta ciudad, el pintor Virgilio se daría a la tarea de cortar toda esa yerba. La casa tenía un portal al frente, oxidado, en uno de sus extremos estaba un montículo de arena que hacía que el barandal llegara a una altura de un metro, lo que hacía muy fácil ir al otro lado y husmear más de cerca la casa, fisgonear por las ventanas, etc., el montículo de arena tenía unas emparejadas en zigzag, tal cual si alguien hubiese subido a la pequeña montaña para luego borrar las huellas con una rama seca de árbol que estaba ahí, junto al montículo.

Eran las seis de la tarde y Helena miró a ambos lados de la acera y encontró que no venía nadie. Se alzó por la arena y dio un salto al otro lado. Había un caminito por entre la yerba, lo que podía indicar que alguien entraba de vez en cuando a la casa, se cercioró que estuviera en su cinturón el aplicador de gas lacrimógeno que cargó por consejo de Julio, "Es una ciudad peligrosa" le había advertido. Las plantas despedían un olor muy vivo. Se acercó a los cristales y alcanzaba a ver en el interior una guarida decorada un tanto rara pero agradable. Tenía sus sillones, su cama, su mesa, no tenía focos ni ningún aparato eléctrico, se observaba relativamente limpio para el tiempo en que supuestamente estaba abandonada. Nada que aportara mayor información.

Entonces vio algo que no creía: en lo que sería la puerta del patio de atrás, a la salida de la cocina, había una entrada para mascotas, lo suficientemente grande para poder entrar. Se agachó y como una serpiente se deslizó hacia adentro. Su sorpresa fue muy grande, pues no sólo no estaba tan sucio, sino que el suelo llegaba a limites muy altos de impecabilidad, brillaba tanto el piso de madera como el de mosaico, lo único realmente sucio eran las ventanas, las cuales estaban terregosas por demás, lo cual viéndolas bien, se daba uno cuenta que habían sido manchadas a propósito con arena y pegamento, la intención era sin duda que apareciera como abandonada pero en realidad fuera visitada por alguien como mansión de descanso de vez en cuando.

Se dio cuenta que los muros estaban llenos de trazo a lápiz, animales, campos, figuras extrañas, y una gran cantidad de desnudos que viéndolos bien no eran obscenos, parecían mas bien habitar con una armonía insospechada objetos y figuras, de las cuales algunas se miraban con una dulzura extrema, había una en especial en la que una mujer cargaba su hijo, la ternura se sentía escapar de ese muro, pues visto desde donde fuera la cara de la mujer parecía mirar desde arriba, así como lo ve uno cuando apenas ha abierto los ojos y ve a su madre como la efigie más linda y cercana a la perfección, y del bebé casi podía olerse el aroma de su cabecita, daban ganas de tomarle su pequeña mano. más allá estaban dibujados una jauría de perros a los cuales sólo les faltaba ladrar, un par de ellos copulaban y esto se veía normal.

Había dentro de esa casa cascadas, ríos, y en el techo, pintado de azul, el firmamento, a manera que Helena creyó que había anochecido y hubieran volado con una bomba la capa de concreto de arriba, abajo de esa noche artificial estaba una cama redonda, casi tan amplia como la de ella, había estado todo el día vagando, por lo que se lleno de alegría y se aventó sobre la cama tendida de rojo, era suave y dura a la vez, rebotó varias veces, retozó un rato sobre la camota como un pescado luchando por volver al cauce del río, como un hipopótamo en una charca de lodo, como una mosca suicida cayendo en una telaraña.

Se paró de un salto y pensó "Parecen haber respetado el orden de Virgilio, quienquiera que sea, quien viene aquí reconoce que no puede hacer mucho por mejorar el estilo de esta casa". Levantó el colchón a ver si encontraba algo prohibido, pero no había nada debajo. Se volvió a recostar y extendió su brazo derecho y abrió un cajón del buró. Sacó una carpeta de papel grueso, era un portafolio y álbum de fotos a la vez, y contenía bocetos de pinturas, estaban un par de flores que emergían en una tierra árida, y sin embargo eran hermosas, y en sus raíces se entrelazaban y consumían mutuamente, las raíces eran un par de tubérculos con formas humanas, y el trance era sexual.

Había una nota en una hoja arrancada de una agenda que decía "Sábado 27 de agosto de 1993. He leído la definición. De haber sabido que eso significa ser sadista. El diccionario dice: Que practica cualquiera de los actos referidos en las obras de Gillaume Apollinare (Marqués de Sade), no es eso lo que me preocupa, me altera el hecho de que lo definan así, cualquiera de los actos referidos en sus obras, y queda bien claro cuales, que son casi todos en los que el sufrimiento y la vejación se vuelven intensidad sexual para una de las partes o ambas. ¿Yo en cambio que expectativas tengo?. Me imagino: Virgilismo: Afición por practicar la esencialidad de las obras referidas por dicho autor. Lo malo es que siento no haber sido comprendido del todo. Mi sexo va más allá del cuerpo, ¿cómo explicarles a ciencia cierta?. Veo que las relaciones de las personas no se borran, se te olvidan los sabores, los olores, se te olvida lo que has dicho o pensado, pero las experiencias con la gente, esas quedan en tu cuerpo inscritas, imborrables, tan claras y nítidas que no había porqué existir gente sola, basta mirarse al espejo, ahí están todos, ahí está la vida palpitando, la eterna presencia, la compañía constante, y yo como figura mítica, haciendo fábula en la mente de los demás, con hambre terrible de ser más sorprendido de lo que sorprendo, ¿hasta donde alcanza mi visión, donde cruza el umbral de lo que ya definitivamente se debe ignorar?, Mi conclusión es que vivo, y que el Virgilismo nunca se sucederá, pues para ello se tendría que ser yo mismo, e imponer mi ser en todos es una tiranía, sin embargo, compartirme con todo mundo es la muestra de humildad más grande que me puedo permitir, la que me causa más gozo, la insana cacería de vivencias, carne, nexo."

Helena se quedó meditando en ello, no sonaba mal, pero había algo que no concordaba. ¿Todos esos teoremas no serían pretextos para justificar un libertinaje? Y si así lo fuera, ¿Acaso los ideales no son eso, justificantes del actuar?, Y hubiera continuado pensando a no ser por que se le resbalaron unas fotos instantáneas. Las vio de cabeza al suelo, eran polaroid instantáneas.

En su cabeza proceso los datos e hizo una mueca, seguramente eran sexuales, después de todo las cámaras instantáneas permiten eso, tomar fotos de lo que sea sin tener que rendirle cuentas al tipo del estudio de revelado e impresión, además con la ventaja de que serían capturas del tiempo en el acto. Se inclinó y las tomo en su mano, jugó a levantarlas con los ojos cerrados, girarlas y abrir los ojos una vez que estuvieran frente a su cara. Sus pupilas se abrieron como las lentes de la propia cámara, se le dibujó una sonrisa y balbuceó "Pero que puta". Era la directora del centro cultural, completamente desnuda y atada a esa cama en la que ahora estaba ella recostada, no parecía que las ataduras le incomodaran tanto, de hecho no tenía mordazas ni cubre ojos, sin embargo no se veía que pidiera auxilio, más bien tenía rostro de cordero suicida que anhela la muerte en vísperas de un cielo. La única tortura aparente en esa foto era el aplazamiento de la ejecución.

Tenía sus enormes tetas sujetas con un cinto y sus pezones estaban pintados con marcas de labial carmesí, y terriblemente parados. En medio de esas montañas estaba atrapada una rosa de Castilla, la cual estaba aprisionada entre carne y carne, sujeta a su vez con la presión ejercida por el cinto. Helena recapacitó que había subestimado el tamaño de aquellos senos que, vestidos, se veían minúsculos en comparación con lo que ahora presenciaba. Fácilmente se disparaban a veinticinco centímetros sobre el nivel del tórax, que ya es decir algo. Definitivamente el cinto estaba hecho para eso, pues tendría un ancho de unos trece centímetros. La rosa emergía de un tallo de diez centímetros sobre el dulce terreno en el que estaba sembrada, lo que contando con los veinticinco de las tetas, hablamos de un tallo de treinta y cinco centímetros. A esa distancia las rosas tienen espinas, si es que no se les han arrancado. Un hilo de sangre muy pequeño en el fondo del cañón formado por los dos pechos sugería que habían sido arrancadas algunas de las espinas, pero no todas. El sexo de la directora, que también aparecía en la toma, estaba en un estado de desastrosa excitación, casi podía olerse. Lo hinchado de éste dejaba al descubierto que le habían sucedido ya muchas cosas antes de la foto.

La siguiente foto era ya un acercamiento. Sobre la rosa estaba posada la cabeza de un miembro viril tieso, uniforme, de unos dieciséis centímetros de cilindraje, con sus respectivas venas y una pelambrera cerrada y oscura, el cual aun desde la foto irradiaba tal energía que podía escucharse el silbido como de un címbalo en plena vibración. La mirada de la directora era un espectáculo aparte, pues miraba el falo como si fuera el inicio y fin de su vida, y ahora si parecía que pedía ayuda, pero para tener aquel instrumento en su poder.

Helena se encontró de repente envuelta en un atractivo bochorno. Lo que sabía de sexo lo había adquirido de dos o tres películas pornográficas que había visto en su cuarto. Sin embargo, le quedaba claro que en tales filmes los participantes eran actores, y no es que los actores no cojan de verdad, pues es obvio que se penetran en la realidad, sino que la sensación de ver en trance sexual a gente digamos más asequible despierta un morbo mayor, es como ver haciendo el sexo a la vecina, la proximidad abruma. Pasaba lo mismo, por una causa las fotos hicieron un efecto constrictor en su plexo, y se sabía mala por verlas, pero era incapaz de dejar de hacerlo. Pero si la mujer que estaba ahí atada había hablado con ella apenas hace una hora. El sexo le parecía más extravagante de lo que ya le resultaba, su virginidad en definitiva se sentaba en un banquillo de cara a la pared.

La tercera y última foto era la captura del falo por aquella boca de directora ansiosa. Helena las vio con algo de pena, y pensó "Vaya cosas que aprende uno, basta con salir un poco a la calle".

En el portafolio de papel se encontraba una última nota que decía. "Nada extraño se avecina en nuestras vidas. Siempre surge aquello que uno desea. La Lámpara Maravillosa que concede los deseos es la noche, basta con que camines un poco por ella, no surgirá lo que te hace daño, sino lo que te hace feliz. Uno nunca se da cuenta de cosas que no quiere, lo desagradable y sorpresivo es el deseo oculto hecho de barro. Desde que soy un intimista me he visto rodeado de perversos. ¿Hay quien se asusta con lo que ve o escucha?, Si fuera demasiado para él nunca lo hubiera visto u oído. Es el secreto de la diversidad. Quedan todos invitados al placer y virtud por igual. Tan amor es el beso donde quiera que se da." Y al reverso de la hoja estaba una especie de autorretrato, compuesto del dibujo de una cabellera amplia y salvaje, y el dibujo de una mirada que parecía viva, clavándose en quien la viera, sonriendo, proponiendo, perdonando de antemano cualquier juicio. No había más trazos, no hacían falta.

Hurgó en más cajones y no encontró casi nada, botes de aceite, espejos, peines con cabellos pelirrojos y largos enredados en los dientes, cuadernos sin anotaciones, lápices, sogas, varios perfumes de hombre y mujer, etc. "Quienquiera que entre aquí no tiene la más mínima intención de llevarse nada" supuso. Ella en cambio agarró el portafolio de papel, guardo las cosas que había encontrado en él y se lo echó bajo el brazo. Miró a la ventana y el sol comenzaba a decir adiós. Ella estimó apropiado irse de una vez.

Se arrastró por la portezuela de la mascota, torciéndose un poco para caber con todo y portafolio. Se desempolvó un poco la falda y se encaminó al pasillo para dar a la calle. Se detuvo de súbito, una chica estaba brincándose en ese preciso momento el barandal. Helena retrocedió tumbando con ello una botella que estaba en el suelo. La chica, que iba en pleno salto cuando la botella sonó, cayo revirando su vista al fondo del pasillo. Helena aterrorizada se deslizó de nuevo por la entrada de mascotas, con una rapidez igualada únicamente por un verdadero perro. Con el corazón palpitando al máximo. Pensaba en que seguramente había sido vista, la chica saltó tan rápido y alzó su mirada tan inmediatamente que seguramente la había atrapado. El problema de todo aquello era que llevaba el portafolio. Si tan sólo no lo hubiera tomado explicaría que husmeaba nada más, pero con él en las manos era poco más que una raterilla enfermiza y cachonda, además no podía devolverlo, pues con tantas arrastradas el papel blanco de la portada ya tenía perfectamente dibujadas sus terregosas huellas.

Corrió de puntillas hasta la recámara principal y se metió en el guardarropa, el cual tenía puertas de rejilla, y la prisa no le había dado para cerciorarse que una de las rejillas estaba caída, lo que daba un agujero de 2.5 centímetros de posibilidad de ser descubierta. Cerró de todas formas la portezuela y se acurrucó a un lado, para evitar ser vista de inmediato. Calmó su respiración a tal grado que podría presumirse que era estudiante de yoga avanzado.

Afortunadamente el sol hizo sus despedidas con mucha prisa y la casa estaba prácticamente en penumbras. La chica entró, llevaba una falda muy larga y separada del cuerpo, aun así sus caderas dibujaban un poco el calzoncito que llevaba, pues sus nalgas eran un tanto inusuales para una mujer de tez tan blanca, mas bien eran las nalgas de una negra, paradas en extremo, voluminosas, su blusa era de manga larga, sus pechos eran pequeños. La cara era un tanto infantil, de labios muy delgados la boca y la nariz chiquita y respingada, sus ojazos contrastaban enormemente con la simpleza del resto de su rostro, eran grandes, expresivos, soñadores, con unas pestañas largas y oscuras, sus cejas eran un par de cimitarras viradas al revés. Seguramente tenía ascendencia árabe, aunque mestiza. Caminaba lentamente. Se sacó de dos patadas sus zapatos de tacón y se estiró. Miró su reloj. El cabello rojo era, a decir de algunas pecas, natural.

Helena estaba asustada y encerrada, meditando en que, si la chica se había quitado los zapatos, seguramente se quedaría un rato más allí, quizá toda la noche, ella no podría salir hasta que ella se fuera. Se podía deducir que esa casa le era familiar, pues al igual que ella, la chica había entrado por la portezuela de la mascota, con esa falda, esa blusa y tacones, mínimo se hubiera empolvado un poco, sin embargo no llevaba una sola partícula de polvo. Mas se acurrucó Helena en su rincón, sin perder huella de los movimientos de la mujer.

La pelirroja tendría acaso dieciocho años, era casi tan joven como ella que tenía diecinueve. ¿Y si le explicara? Tal vez entendería y le perdonara su atrevimiento, después de todo tampoco era su casa, al igual era una intrusa. Pero el portafolio. Seguro los cabellos en los peines eran de ella, seguro lo demás también era de ella, inclusive las notas y los bocetos, y las fotos, la diferencia de intrusa a intrusa es que ella no sabía respetar y robaba, mientras que la mujer había aprendido a valorar la casa como era, sin hacer daño. Tal vez ese año de edad que parecía separarles sí hacía una gran diferencia. Helena se sintió como una niña mala, pero luego pensó que se trataba de una lección. Sin embargo, Julio llamaría al Hotel en la noche, no la encontraría, insistiría durante toda la noche, se percataría de su ausencia, ¿Qué mentira le diría?. Que se enfadó con los del hotel y se cambió de lugar.

Lo bueno de que la chica estuviera relacionada con la casa es que sabría que en ese closet no había nada, lo que aseguraba que su escondite era seguro. Sin embargo sus movimientos eran tan estudiados, seguramente se sabía observada. En una mesita había velas pequeñas y mientras la mujer encendía dos de ellas, reviraba en dirección del closet.

La pelirroja comenzó a caminar con solemnidad casi sacerdotal en dirección del closet, con una seguridad lenta e inusitada. Se puso las manos a su espalda y comenzó a caminar como un policía, tomó un paraguas que estaba debajo de una mesilla y lo sujeto de la correa, luego lo comenzó a girar como si fuese una macana. Siguió avanzando. Se oyó un golpe seco, como si alguien estuviera brincando la cerca, se oyó otro golpe más. La mujer se detuvo, tomó en su mano el paraguas y lo golpeó sobre la palma de su mano, esbozó una sonrisa. Se escucharon pasos por el pasillo.

La chica se abalanzó sobre una flor que traía en una pequeña bolsa, una margarita, y se puso de rodillas en una de las esquinas de la recámara. Sacudió su cabeza y el cabello se alborotó silvestre, la escena era total, una adolescente con cara de pícara indecisa en el amor, cortando pétalos a su margarita, esperando por su príncipe azul, o sus príncipes azules.

Dos jóvenes se metieron por la entrada de las mascotas. Uno era de corte mas bien latino, cabello negro y cejas pobladas, ojos negros, nariz larga y labios abultados, en su cuello se dibujaba una gran manzana. Sus brazos estaban cubiertos de vello, era mas bien delgaducho, y un poco bajito. El otro era enteramente ario, de cabello rubio y ondulado, el chico parecía uno de esos surfers que abundan en California, blancos, bronceados, altos, de mirada pequeña y nariz y boca afiladas. Su cuello era fuerte, y debió tener problemas para introducir semejante espalda por la entrada de mascotas. No se sabía cuál, pero uno de ellos olía fuertemente a perfume barato.

- Pero qué hermosura- Dijo el latino - ¿Llevas mucho tiempo aquí?-

- Claro que no-

- ¿Y el amigo?- volvió a intervenir el de cabello negro, el otro parecía mas bien expectante.

- Sumido en sus cosas, ya sabes. Siempre está atareadísimo.-

- Es un pendejo-

- ¿Que te hace pensar que te voy a dejar que te expreses así de él? Es en muchos aspectos superior a ti. Cierto que es un poco tonto por creer que me puede formar a su imagen y semejanza, que me puede controlar en todo, pero es agudo en los negocios, tiene un sentido del humor refinado, está destinado a ser grande, tú siempre serás el mismo, y yo haré de él una eminencia en todo y cuanto incursione.

- No te comprendo. ¿Por qué casarse con él?, desiste ahora que hay tiempo. No te comprendo.

- ¿Estas queriendo decir que me quieres comprender? No te creo. Quizá él sea mucho más listo que tú, él en tu lugar se callaría la boca y aprovecharía esta mujer que tiene enfrente.

- Tienes razón. No me importa ser más listo que él. Me basta y sobra con saber que tu verga preferida es ésta- Se comenzó en el acto a desabrochar los botones del pantalón, dejando salir un pene ancho y largo, perfectamente parado, regordete en su parte inferior como el vientre de un lagarto, con su dorso curvo como el de un yogui, de una cabeza fina y cortante. Ella no movió un sólo dedo para alcanzarla, como dejando entre duda si realmente deseaba esa cosa. Al contrario se puso a deshojar la margarita. Llegó el momento en que él quedó totalmente desnudo.

Por la rendija, Helena podía apreciar que de todos los músculos del latino, el mejor era ese robusto y extraño pene. Nunca en su vida había visto un falo real. Los conocía por las charlas de las compañeras del colegio, que lo narraban como un ser mítico, quimérico. Le había visto una vez en alguna película pornográfica que había rentado, y por última vez lo había presenciado en las fotos de Virgilio, pero de verdad nunca lo había visto. Le pareció tan imponente, pensó en los gorilas, pensó en las miradas de la directora del centro cultural, en todo aquello. No podía dejar de verlo, ese cuerpo desnudo, flaco, lleno de vello, con semejante instrumento que le resultaba casi hipnótico. Su mente que había hablado sin cesar durante todo aquel rato, guardó un silencio absoluto al ver el falo brillante, en un mutis nirvánico.

Tanto se absorbió en tal imagen que no notó que el otro individuo se había desnudado también. El californiano era un músculo viviente, con cada uno de sus rebordes perfectamente dibujados, tan así que bien había podido posar para clases de anatomía, y decir "este es el esternocleidomastoideo" y ponerlo a tintinear a voluntad. Lampiño o quizá depilado se erigía como una estatua viva de mármol. Rodin hubiera delirado viendo ese cuerpo. Como no todo podía ser perfecto, el miembro del hombre de mármol era pequeño en tamaño, mas no así en grosor. Eso sí, el menudo pene no se amilanaba ante nada, de roca al fin y al cabo.

La chica entró en un trance automático. Los tipos comenzaron a caminar alrededor de la cama como si fueran lobos. Ninguno de los dos necesitaba friccionarse de ninguna manera su falo para que estos estuvieran en pie de guerra. Ella comenzó a embriagarse ante semejante danza, y se comenzó a quitar la ropa, quedando de a rato completamente desnuda, con sus pechitos puntiagudos al frente, como dos pequeños y brillantes trompos. Sus caderas estaban en perfecto desarrollo, amplias, flamantes, y su sexo yacía pequeño bajo un reducido montículo de vello. Las piernas eran dos columnas fuertes y vigorosas. En cada tobillo portaba unas cadenillas de oro. Sobre la cintura había otra cadena. Se recostó a lo largo de la cama y los tipos dejaron de girar como satélites, abrieron un cajón y sacaron de ahí un par de cirios, los encendieron y los pusieron en unos agujeros que estaban dispuestos para ese efecto en la pared. Helena entendió entonces la rareza de aquellos hoyos de los muros, pues se había extrañado de verlos ahí y debajo encontrar una breve montaña de cera.

Para ese momento Helena ya se había "resignado" a que tendría que esperar a que todo aquello terminara. Estaba asustada, pero segura de que lo último que traían ganas aquel trío era de buscar intrusos, parecían bastante enfocados a otras cosas. Visto de otra manera estaba divertida, pues lo furtivo le parecía excitante, de otra manera no le hubieran permitido espiar desde tan buen punto, hubieran querido que entregara algo a cambio. Ahí todo era tranquilo, estaba sentada en un banquillo que yacía ahí arrumbado, en una posición cómoda, con la cabeza a la altura justa de una rendija, bajo la iluminación perfecta para ocultarla, dado que provenía del fondo y de lo alto, por lo que las fisuras de las tablillas serían camufladas por la sombra misma de la luz. Era un espectáculo brutal al cual no tenía ningún derecho de entrar. Y ahí estaba fisgoneando, conteniendo la respiración y su propio ruido. Afortunadamente la hierba elevada servía de nido a infinidad de grillos, los cuales hacían una música tan ensordecedora como para que su exhalar e inhalar no fueran detectados.

Volviendo a nuestros amigos. La pelirroja abrió su compás a todo lo que daban sus piernas, dejando al descubierto una flor de sonrojados labios que a la luz de las velas aparecía naranja. El hombre de mármol se inclino sobre sus piernas y casi ceremonialmente bajó su boca a la vulva de la chica y comenzó a restregar su lengua larga por cada pétalo de aquella flor, ahora lento ahora con violencia, lo que hacía que la mujer se retorciera de placer, moviendo sus caderas como una odalisca, para repentinamente levitar en un violento estertor que iba seguido de lamentos que no hablaban de dolor, sino de flaqueza, de imposibilidad de resistirse a estar siendo devorada viva, el drama del botón que se convierte en flor se representaba maravillosamente ahí, entre sus piernas.

Apenas si acabaron los sismos de la chica, el californiano se aplicó de nuevo a chuparle con fruición el sexo húmedo y exhausto, y claro se veía que el californiano bebía los jugos del placer de la dama, jugando su lengua con ellos, extendiéndolos hasta el cerrado ano que husmeaba curioso por ahí cerca y decidió ver qué pasaba, de rato, la chica estaba diciendo toda sarta de descripciones que resumían todas las vergas que había recibido en su vida. El hombre de roca, que tenía volando la cadera a razón de levantar desde las rodillas el cuerpo de la chica, y concentrado únicamente en demoler con la lengua las murallas de aquel ano, alzó la cabeza para dejar escuchar por vez primera su voz - !Cállala!- fue lo que dijo.

Helena, que no había perdido detalle de aquel banquete, había puesto ya muy mojada su pantaleta, y con discreción se rozaba muy vagamente el sexo, pues sus genitales en una hábil mentira le decían a su cerebro que sentían dolor, a lo que ella atendía a mitigarlo con poner la mano encima de su calzón, no frotándose ni metiéndose los dedos, sino sólo colocando la mano encima, amainando el dolor que en forma camaleónica se transformaba en gozo. Abrió en extremo la boca cuando vio en que consistía "callar a alguien". El latino que había estado meneando su trasero cerca de la cara de la pelirroja y dejándose tocar las nalgas y dejándose jalar los cabellos de donde quiera que ella desease, se agacho más aún, como si fuera a defecar sobre la chica, acto seguido con la mano derecha, y en especial con sus dedos centrales, hizo una horquilla, para voltear el tronco de su falo y ponerlo en dirección vertical al suelo. Como es de esperarse el suelo no era tal, sino la infinita boca de la pelirroja que recibía la enorme verga entre su paladar y su lengua, la que se movía como una flama juguetona, tiñendo de mojado toda aquella carne dura. A Helena le parecía tener ante sus ojos la representación mímica de una máquina de coser, en la cual la pelirroja era la máquina y el latino la aguja que se adentraba una y otra vez en el delicioso mecanismo.

Helena no dejó de sorprenderse, pues honestamente creía que las felaciones eran actos reservados a las actrices pornográficas, las cuales lo hacían sólo por el dinero que ganarían al hacerlo. En lo personal encontraba repugnante aquella práctica, no la imaginaba excitante, y el verlo en vivo la ubicaba en un punto de incertidumbre sin paralelo, pues no dejaba de cuestionarse la interminable lista de actos que no cabían en su catálogo de placeres y que sin embargo están ahí, en el mundo, en el deseo de seres humanos como en los de cualquiera.

La pelirroja no soltaba las nalgas del latino y las alejaba y acercaba según sus deseos. Desde el lugar en que Helena veía aquella escena se podía apreciar el estiramiento de las comisuras de aquella boca, y ese subir y bajar que emulaban el pica y saca de la máquina de coser en perfecto estado. Efectivamente la chica se calló la boca, pues la lengua se ocupaba en remojar lo suficiente aquel miembro. Sin embargo era como si las palabras que profería fueran trasladadas a la boca del italiano, quien al callar la chica comenzó a hablar y recitar un himno a la saciedad de su amiga, haciéndolo con la dicción y finura de un poeta, usando su pecho al hablar, hablaba el corazón desde su pene e inspirado por la mamada más voraz que él hubiera recibido. Helena pensó que la pornografía era mucho más inferior a la realidad, pues en la película que ella había visto los actores no gozaban ni la mitad de lo que este trío estaba disfrutando, incluso ninguna de las piezas que salieron ahí se comparaban con la reata de aquel latino.

La chica cayó en un nuevo sismo. El güero se alzó con su salchicha tan roja que parecía que estaba sin pellejo. El latino sacó su pene de donde lo había depositado. La pelirroja se incorporó y se empinó en cuatro patas, el rubio se colocó en su cara y ella se metió en la boca el ancho pene, lo mojó y lo frotaba con su mano, el tipo comenzó a temblar y ella se repegó el falo en el cuello, frotando con una mano y haciendo un receptáculo transversal con la otra, a manera que cuando de la fuente rubia comenzó a brotar el cálido chorro de semen ella lo alcanzó a diseminar por su cuello y pecho, mientras el mármol daba la apariencia de morirse, su fuente aún mojaba abundantemente. Cuando cesó, éste cayó desfallecido y el pene se esfumó. Ella reía y se frotaba el cuello con la lánguida textura del esperma, - Me imagino que mi cuello ha de parecer el dorso de una verga descomunal, por eso lo froto, por eso lo prefiero en el cuello y no en la boca- decía completamente ebria.

- Voy a penetrarte-

- Ya conoces nuestro trato-

- Por favor, déjame amarte como Dios manda.-

Ella alzó el rostro como cuestionándole al latino la forma en que un Dios quisiera que penetraran a una mujer que no es la esposa. Él se calló la boca, ella concluyó.

- Sabes que no, en eso soy firme, mi sexo será desflorado en mi noche de bodas, por mi esposo-

- ¿A eso le llamas virginidad?-

- ¿Tú que sabes de virginidad imbécil?.

- Yo intenté, no me juzgues por eso.

- Espera. Quiero que me lo hagas y sujetarme del barrote del closet.

- Como tú digas.

Avanzaron hacia el closet. Helena se petrificó de miedo y accionó rápidamente los seguros interiores de las puertas, ¿Para qué diablos tenía seguros interiores un closet, arriba y abajo?, No se lo explicaba, sin embargo lo agradecía. Se quedó quieta, casi no se movía, no quería llamar la atención. La chica se empinó junto a la puerta del closet y se sujetó de las manivelas de las puertas, sonreía con malicia y su rostro quedó justo frente a la rendija de 2.5 centímetros, justo frente a la cabeza de Helena que por pavor no podía ni moverse. Toda esa humedad del coño pareció evaporarse en una sequía misteriosa y su dedo pasó de su entrepierna a taparle los labios.

El latino se enfiló y procedió a adentrarse por el ano de la pelirroja. Abriéndose paso soberanamente, abriéndole las caderas con las manos, encallándola a voluntad, partiendo en dos el placer de la chica, la cual gemía presa de un placer agresivo, mientras describía como en una oración la sensación que le producía cada embiste, tal como si desease que alguien más, que alguien oculto, fuera testigo de aquello que desde su posición, suponiendo que ese alguien estuviese encerrado en el closet, no pudiera ver.

- ¿Me verás ya que estés casada?- preguntaba el latino envuelto entre jadeos.

- Dalo por hecho-

- ¿Entonces me dejarás probar de ese coñito?

- Será tuyo. Ay si vieras qué rico se siente, te pondrías en mi lugar.

- No gracias- dijo el latino, pero la pelirroja no lo decía para él. Sino que escudriñaba por el interior de la rendija y se encontraba mirada a mirada con Helena, la cual muda le decía que no, que no, y ella danzaba sus pestañas y sus quejidos, moviendo su cadera con furia, sosteniendo la mirada, provocando- Es que te sientes como un animal indefenso, lléname, hasta el fondo, deberías probar- Mirando a Helena, quien estaba asustadísima, encogiendo su ano sólo de imaginar la verga del italiano metiéndosele.

La pelirroja seguía con su juego de provocaciones, causando el pavor de Helena. Sus miradas seguían separadas por escasos cincuenta centímetros, entre ellas mediaban las indiscretas rejillas de la puerta del closet.

- ¿Quieres un poco de coño?- Preguntó la chica al latino.

- Desde luego.- dijo éste, pensando que su amiga rompería aquello que ella llamaba "nuestro trato"

- No lo tendrás. La única opción sería que en esta casa estuviera otra mujer, entonces si te darías gusto penetrando un coño mojado y sabroso. ¿Qué harías si otra mujer estuviera en esta casa?-

- Me la cojería en todas las formas posibles si eso te agrada, le haría lo que me pidieras.

- Platícame cómo, tal vez y te consiga una algún día de estos.

Helena había hecho de su cara una mueca que terminaba en unos labios en círculos pronunciando una o de no, con una mirada suplicando piedad. Sólo escuchaba lo que el latino decía, de cómo se cojería a "esa chica que algún día le conseguirían", y pese a que el muchacho tenía talento para hacer oratoria mientras follaba, todo le parecía horrendo y precipitado, ella también creía en la virginidad, pero no estaba dispuesta a recibir en su sexo o en su ano semejante bestia.

- Ya, llévame a la cama- Dijo la pelirroja- quiero ser tu leona.

La llevó a la cama y ella alzó el culo como lo hacen las leonas, y se acomodó de tal manera que absolutamente toda la acción se viera desde el closet, bajó, como quien no quiere la cosa, una de las velas y la puso cerca de la intersección so pretexto de recibir el calorcillo del fuego en el coño mientras era penetrada por el ano. Lo único que era cierto es que el closet, que estaba a escasos tres metros de la cama, tenía una vista privilegiada, y con la iluminación adecuada, podía servir de muestra de anatomía en caso de que unos extraterrestres sintieran curiosidad acerca de qué es una penetración anal. El latino comenzó a embestir con toda la furia que le daban sus piernas y luego se impulsó como si fuera un barco que encalla en la arena y éste estuviera cargado de leche hirviente, la cual al encallar comenzó a regarse por toda la costa, haciéndola temblar de calor, sacudiéndose en una muerte figurada, bajo los bramidos del mar que resonaban como aullidos de una fiera extraña. Y en ese exhalar el latino dijo - Esto va por el amigo- Y siguió encallando y derramando y sonando a tempestad.

Ya que se hubieron separado, la pelirroja le dijo al latino. - Tú debes saber una cosa. No seré tuya nunca. No sabes ser dueño de nadie, tu papel es de ladrón, como ahora, pero no más conmigo. Intuirías que me despido.

- No te comprendo-

- Se te olvida que no vienes aquí a comprenderme, vienes a follarme-

Se fueron juntos el latino y la pelirroja. Dejaron tirado en la cama al rubio. Todo cayó en silencio, a excepción de los ronquidos del ario. Helena salió de puntillas, sin hacer ruido, el rubio esbozó una sonrisa y elevó su voz - Ingrid, bésame ahora tú a mí- Pero por respuesta obtuvo el ruido de la portezuela de la mascota.

 

IX

Ya en el aeropuerto se comunicaba con Julio.

- ¿Que encontraste?-

- Casi nada, uno que otro comentario, en realidad casi nada, me dijeron que hay que ir buscándole una casa si es que queremos que exponga en Monterrey, ah, y conseguir una tumba-

- ¿Una tumba?

- Si, es como un bongo gigantesco.

- Sé lo que es una tumba, lo que quiero decir es ¿Para qué quiere un instrumento si es pintor, no músico?

- No lo sé.

- ¿No encontraste nada más?-

- No. Te noto inquieto, ¿Has averiguado algo por tu cuenta?

- Tal vez sí. Un cliente de la galería me dijo que a donde sea que va Virgilio pasan cosas.

- ¿Que cosas?

- No me dijo.

- A mí me dijeron que tiene talento.

- ¿Enviaste la carta?

- Sí.

- Ni hablar, esa exposición se hace.

- Bueno, el crédito de esta llamada se está terminando-

- Te espero-

Dejó el auricular en su sitio y se fue a la sala 7 a esperar su turno de abordaje. De las bocinas se escuchaba la voz omnipresente, tal cual si Dios fuese una gigantesca sobrecargo, "Pasajeros con destino a Buenos Aires favor de abordar el vuelo 232 de AeroMéxico", cruzó las piernas y pensó lo fácil que sería tomar un avión así nada mas, y en unas cuantas horas estar en una situación distinta, rodeada de otra gente, viendo panoramas nuevos. Los pasajeros que iban a Buenos Aires se enfilaban rumbo a su avión. Una pareja llamó la atención de Helena.

Era un hombre de unos treinta y cinco años, guapo en verdad, con el cabello entrecano y mirada de águila experta, de porte refinado, llevaba un cigarro que le daba un estilo muy propio. No vestía traje, mas bien iba a la moda sport de Hugo Boss, saco y pantalón cómodo, una playera sin cuello, lentes trasparentes, acaso con poco aumento. De risa sincera y voz varonil.

Un joven de veintitantos años se le acercó como se le acerca uno a un ídolo y le extendió un libro "BAJO LA OSCURIDAD, TUS ARBORESCENCIAS", por la portada se distinguía que era un libro de suspenso, de esos Best Sellers potenciales. El hombre lo tomó en sus manos fuertes y firmes y con una pluma Mont Blanc estampó un autógrafo sobre la página interior del libro.

Colgada de su espalda venía una dama pelirroja, de pechos pequeños, de unas caderas impropias para una mujer tan blanca, de pómulos gráciles, nariz pequeña, boca afilada, mirada soñadora. Se colgaba del hombre verdaderamente enamorada, con ilusión, mirándole como algo inalcanzable pero suyo. Ronroneaba a su lado, feliz como una gata preñada.

Se miraron, ella tranquila y ondulante, Helena tiesa, suspendida. Quedaron frente a frente detenidas, tal cual si fueran amigas.

- Hola, ¿A donde partes?- le preguntó la pelirroja con una voz dulcísima, aunque su entrecejo no dejaba de cortar el viento con todo su filo, pues sus ojos se posaban en un portafolio raspado de papel que Helena tenía en sus manos.

- A Monterrey. – Contestó Helena.

El hombre no interfirió, pero miraba con duda. Por fin el señor se integró con ambas, y antes de que él preguntara, la pelirroja presentó a Helena como alguien familiar.

- Oh, perdón amor, ella es Natalia. Natalia, él es Armando, mi prometido.

- Mucho gusto- Dijo Armando estrechando con su mano sabia la frágil mano de Helena.

- Ella es una buena mujer, aprendimos algunas cosas una noche. Pero bueno, nos tenemos que marchar. ¿Intuirías que me despido?

- Supongo que si Ingrid-

- Por eso te quiero, supuse que no sabrías mi nombre, y lo recuerdas perfectamente. Y ya sabes. El día que quieras conocer el mundo latino, no dejes de avisarme.-

Helena se quedó un rato meditando. Ella era feliz.

"Pasajeros con destino a la ciudad de Monterrey y Houston, Texas, favor de abordar el vuelo"

El vuelo. El vuelo se llevó a cabo en la mente de Helena. Meditó en el placer, en la caricia, en la frontera que divide el gozar uno y el hacer gozar a los demás, en el celo. Es curioso que partió hacía dos días de Monterrey a México con tan sólo diecinueve años de edad, y ahora regresara mucho más grande.

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