Stag Life: Expensive Tastes (1978)
La serie "Stag Life" es complemento de un trabajo por encargo consistente en reseñar el contenido de Memento (una memoria USB con 150 gigas que concentra aquello que considero lo mejor del porno del siglo XX). La historia libre de su construcción se detalla en la serie "Vintage", mientras que el texto que resume la historia del porno se llama "La Vie in Porn".
Dirige: Joanna Williams
(En los créditos aparece como Jennifer Ray)
Título Región 4: "Gustos costosos".
Performancers:
Phae Burd / La Puta. (en los créditos aparece como Phaery Burd)
Daniel Egan / Policía.
Fanie Essex / Landlady.
John Leslie / Enmascarado.
Ken Scudder / Enmascarado.
John Seeman / John, el cliente de la puta.
Joey Silvera / El novio gandalla. (en los créditos aparece como Joseph Nassi)
Mary Ann Evans / Enmascarada.
Elaine Wells / La primera víctima.
Empleado del mes:
Elaine Welles. Por su
forcejeante papel.
Reseña:
Sólo Dios sabe qué fantasmas habitan en la mente de Joanna Williams.
Dos son las películas hechas por esta realizadora que me parecen inquietantes. Una de ellas es la onírica Little Girls Blue (1978), que tuve la fortuna de ver en la pantalla cinematográfica del ahora camp Cine Chaplin de Monterrey; la segunda es ésta, Expensive Tastes (1978), que de haberla visto en cine me hubiera estallado la cabeza.
Hay cintas que hacen que uno se pregunte qué coño está pasando, y ésta es una de ellas. El filme comienza de una manera muy tierna, con un lente que va dando un repaso de una habitación que hace suponer que pertenece a una chica que vive en un capullo de inocencia. A lo largo de los años el cine mainstream nos ha maleducado para que cuando veamos muñecas inertes pensemos que algo diabólico se teje ahí; sin embargo, Expensive Tastes es de 1978, y para esa fecha no se había explotado tanto ese mito urbano de la muñeca diabólica, aunque de cierto, para ese entonces ya había salido Profundo Rosso (1975) de Dario Argento y ya se podía desconfiar un poco de las muñecas. El caso es que una muñeca no aparece en una cinta nada más por que sí, pues si sale en una película de terror seguro se trata de una muñeca diabólica, y si es en una porno, sin duda, habrá inocencias rotas.
Aparece entonces Elaine Welles (que es mejor conocida como Chris Petersen, pero aquí la llamaré por su alias), que es una actriz que no me gusta mucho, aunque en esta cinta está magnífica. Se está arreglando para una cita que tendrá con un chico muy apuesto que apenas conoce. Una señora, probablemente su madre, tía o abuela, observa con qué cuidado se está ella arreglando, y pone especial atención en los calzones de cincuenta dólares que su hija, sobrina o nieta se va a poner. La escena es muy dulce y retrata la ilusión de una chica que tiene esperanzas de que la cita futura pueda desembocar en un noviazgo lindo.
La cita se desarrolla en la casa de un jovencísimo Joey Silvera (que en los créditos aparece como Joseph Nassi). Él luce educado, buen mozo. Todo está en calma y uno supone que, siendo ésta una cinta porno, el siguiente paso sería que él comenzara a magrearla, que ella se resistiría un poquillo pero al final cediera. Esa es la expectativa, la barata. Sin embargo, llaman a la puerta. Joey Silvera va a preguntar quién es, y recibe un portazo en la cara seguido de un chingadazo que lo manda al suelo. Ya en el piso, uno de los tres enmascarados que entra le da una patada marranera. Elaine Welles grita.
Los enmascarados amarran a Joey Silvera a una mesa que han colocado de lado, y lo comienzan a encuerar. A Elaine Welles la empiezan a amagar con una navaja. No sé cómo sea para el resto del mundo, pero a mí las navajas cerca del ombligo me ponen muy nervioso, y si se acercan al sexo de quien sea me llevan al síncope. La navajilla recorre el vientre de Welles, quien esta muy convincente en su papel de chica aterrada.
Los detractores de la pornografía recomiendan que uno no vea este tipo de películas porque las escenas se alojarán en la mente como parte de la realidad del espectador, enquistándose como demonios subconscientes que pueden atacar en cualquier momento, por ejemplo, cuando uno inocentemente se está enjabonando el sexo al bañarse. Si esto es así para las estampas visuales, Expensive Tastes es doblemente contraindicada porque además incluye elementos sonoros verdaderamente dantescos que se asocian con la sexualidad violenta que se está mostrando. Así, mientras atacan, los encapuchados sueltan unas risillas macabras, parecidas a las de Beavis and Butthead, que seguro de recordarse durante el acto sexual causarían frigidez o impotencia a más de uno.
Es inminente la violación de Elaine Welles por parte de dos de los enmascarados. Sin embargo, surge la primera vuelta de tuerca que nos regala la directora: El tercer enmascarado le baja los pantalones a Joey Silvera y se la comienza a mamar. Con esta estampa, Williams pone sobre la mesa el tema de la animalidad y el porcentaje homosexual que, se dice, todos tenemos. El espectador se cuestiona qué sucedería en una situación así: Ver como violan a tu chica ¿Te causaría una humillación incapacitante o te excitaría hasta la locura?. Estás amarrado en una mesa, y un tipo te baja el pantalón y te comienza a dar una mamada, ¿Tu verga se pondrá solidaria con tus convicciones y se negará a pararse, o se ofrecerá alegremente en un anatema gay?
Bueno, la verga de Joey Silvera se apega al principio aquél de que, si la violación es inminente, mejor disfruta. Welles está extraordinaria en su papel porque no cae en el cliché de la típica violada del cine porno que se resiste dos segundos y luego disfruta como una recién casada con sus atacantes, no, ella no termina de estar de acuerdo con el ultraje. Las máscaras puestas, los ruiditos, y el aplastamiento de la voluntad, hacen que uno no pueda sentir simpatía por los atacantes.
Concluido el ataque se quedan aturdidos Welles y Silvera, y platican acerca de qué harán luego de esa experiencia. Welles está segura de no querer verle más porque le traería recuerdos traumáticos, y así, civilizadamente, acuerdan que no irán a la policía porque no tiene caso.
Eilene Welles se marcha. Al tiempo, regresan los enmascarados. Saludan a Silvera y aplauden lo bien que les salió la pantomima del ataque sorpresivo. ¡Son amiguetes! El enmascarado que le mamó la verga a Silvera resulta que era mujer, y uno, que ya se había preocupado porque la escena de la mamada a Joey Silvera no había resultado chocante sino interesante, exhala con alivio. Se ponen a platicar como si hubiesen terminado de jugar un partido de algo. Los enmascarados son John Leslie, Ken Scudder y Mary Ann Evans. Mary se va a su habitación, mientras que los hombres platican.
La plática es cretina a tope, y juega con estereotipos que resulta peligroso imaginar que alguien se los llegara a creer y los adoptase como filosofía de vida. Es Leslie quien escupe una joya sexista: "Toda mujer debería ser violada al menos una vez en la vida". Desde luego Joanna Williams no es ninguna simpatizante de ninguna causa feminista, incluso no da mensaje aleccionador ni nada, sólo expone la maldad o cretinidad que tan comúnmente hay en el mundo.
El espectador debe ahí confrontar su más básica animalidad, pues la plática es una apología de que este tipo de montaje es ingenioso y posible para joderte de una buena vez por todas a la chica que siempre quisiste cojerte pero nunca quiso aceptarte, o que te da largas. Por eso el porno es tan contracultural, porque trasgredí ciertos límites, porque inquieta. En lo personal encuentro que la violación es algo desagradable, pero tampoco caigo en el juego de juzgar que alguien irá por ahí violando por ver Expensive Tastes, al igual que no pienso que alguien vaya matando por ahí porque vio Viernes 13, o que se vuelva ermitaño porque vio Naufrago, o se convierta un idiota porque vio cualquiera de Adam Sandler.
Silvera se va al cuarto de Mary y le da un palo sensacional, filmado con suma creatividad. Y así, llegamos a la mitad del filme.
Hay películas como The Clockwork Orange (1971) de Stanley Kubrick, que tienen una estructura de reloj de arena donde todo se invierte justo a la mitad; así, en la segunda mitad los malos comienzan a pasarla mal en manos de los buenos que lo habían pasado mal durante la primera mitad. En este caso, un policía recluta a una prostituta (Phae Burd) para que haga de infiltrada y desenmascare a la banda de atracadores.
Para demostrar que la puta era apta para el trabajo policíaco, aparece al detalle cómo ejecuta una misión con John Seeman. Aclarado el punto de que tiene capacidad, es reclutada.
Como en un Deja Vu, la prostituta se deja ligar por Joey Silvera, le acepta la invitación a su casa, y espera a que toquen a la puerta sabiendo lo que pasará después. Si Elaine Welles está sensacional en su papel de chica ultrajada, Phae Burd está igualmente excepcional en su papel de chica que no puede violarse porque es ella la que quiere el ataque y porque, si éste sucede, entonces ella estará teniendo éxito en su misión. Si con Welles uno se ofuscó, con Burd pasa todo lo contrario. Ella es una puta sedienta que les está tendiendo una trampa a los supuestos trampistas, si Welles no tenía el control, Burd lo tiene completamente. Eso hace que su escena sea voraz y trepidante, y reivindica a la directora con las de su género por el mal rato que les hizo pasar durante la primera mitad del film.
Al final, la trampa funciona y Silvera va a la cárcel. En el pasillo que lo lleva al cadalso están paradas para verle pasar Welles y Burd.
Memorabilia:
La película entera es muy sólida pero, ya con ganas de llevarse algo a casa, la escena de Joey Silvera y Mary Ann Evans está rodada con mucho oficio. El gag de que Mary esté chupándosela a Silvera y su mejilla sirva de pantalla cinematográfica para la proyección de una sub mamada es genial.
Si a ello agregamos que la filmación de la penetración anal es excelsa, pues tenemos una escena para coleccionar. Otra secuencia que es muy ponedora es la supuesta violación de Phae Burd, en especial el tramo en que tiene los ojos vendados y se la chupa a Leslie y a Scudder. A Must!
Calificación:
5 Chiles.