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Paños mojados

en Lésbicos

No sé ni como pude bajar los 62 escalones que había entre la fiesta y la piscina, había un desnivel enorme y yo me detuve a contar uno a uno todos los escalones, iba demasiado borracha como para mirar el cielo, el mar o sentir el aire fresco susurrando a las palmeras que rodean la casita de Joan. Iba descalza, me había quitado los tacones nada más entrar por la puerta, no llevaba ni un solo complemento, sólo mi vestido negro de La Perla, una copa de vino en la mano y al menos dos botellas por todo mi cuerpo, me lo estaba pasando genial pero en el momento de mayor auge, me doy cuenta de que soy una masoquista de primera y de que no puedo vivir un segundo sin querer flagelarme, me aparte de la fiesta y me dirigí a la piscina, vacía como si allí se hubiera cometido un crimen, me senté en una tumbona, metí mi cabeza entre las piernas y todo me daba vueltas, sólo podía pensar en nada, me daba todo igual pero sabía perfectamente que había algo que me atormentaba desde largo.

Deje mi copa en el suelo y me lance a la piscina sin ni siquiera pensarlo. Nade hasta el fondo, necesitaba el silencio que proporcionaba, nade por el fondo y de un empujón ascendí rápidamente. Me quede en el centro de la piscina, con mi pelo hacía atrás, mis manos sobre mi cara y más tarde sobre mi cuerpo, recorriéndome sin cesar, intentando ver en 360 grados y no queriendo ver nada que no existiera entre las sombras.

Salí del agua y me quede en el suelo, con los pies todavía metidos en el agua.

-Tú me dejas, yo me quedo, tú me dejas, yo me espero, tú me dejas, yo te quiero, tú me dejas, yo me muero, tú no lloras, yo me empeño, tú no sufres, tengo miedo, tú no sientes, yo lo veo, tú no entiendes mi deseo. Y lloré por ti, y lloré para ti, y lloré sin ti. Y lloré, las tardes de café, y lloré, las mous de prélane y lloré esas risas al sol, y lloré noches en el balcón –jugaba con el agua suavemente, se colaba por entre mis dedos, me hacía cosquillas, era muy gracioso pero no tenía ganas de reír, no tenía ganas de jugar aunque jugaba, subí todo mi cuerpo a las losas que rodeaban a la piscina, por el césped llegue a la tumbona, allí me eche completamente, sentía cada uno de los pliegues de mi vestido arrugándose, marcándose por mi cuerpo, mis pezones, mis caricias se pegaban a mi y todo quedaba en mi, una señal dulce.

Pensé que mi pelo acabaría matándome, el frío era insoportable. Mi garganta estaba seca, me dolía al tragar mi propia saliva, mis labios desiertos, mi lengua áspera, mi boca era un cenicero al que alguien le había tirado un par de vasos de alcohol, con mis olores, con mil sabores, mis dientes de diamante no brillaban, la luna era in eclipsable.

Me sentía mal, en ese momento en el que juras no volver a probar con tal de curar este malestar, cuando te retuerces maldiciendo la dulzura del martini, me levante para subir a la fiesta y meterme en una cama, no podía más. Enfrente mío, allí estaba Malena, con una botella de vino en la mano, su cuerpo era todo una curva praxíteliana y su muslo izquierdo se veía de arriba abajo, su vestido tenía dos cortes y si abría las piernas se metía por medio, que imagen tan bella, la de la asesina cruel de la botella, medio llena, medio vacía. Se quito sus tacones, adelante un pie y con cuidado fui andando hasta llegar a ella, metí mis brazos en el hueco entre su cuerpo y sus brazos, la abrace y sentí el aroma de su pelo, no era vino, no era cualquier otra cosa sino Chanel. Sus dedos tocaron mi piel mojada, acaricio mi pelo enrollado y nos acercamos mientras olíamos nuestro aliento, un horror que no echaba atrás, algo que no importaba. ¿Por qué siempre cerramos los ojos al besarnos? Para que sepa a más, para que haya magia, para sentir mucho más.

Por bestia que resulte el sexo, los ojos cerrados siempre permanecen y las manos se mueven como locas, inducidas por el diablo, llenando recovecos y utilizándose para bajar o subir cremalleras, cosa que no se hizo, ni una prenda toco el suelo, fuimos al agua directas, cada una por un lado, como mirando cual de las de las dos sería la presa y cual la cazadora, en el centro nos encontramos y nos besamos como locas perras, como sirenas, como Afroditas surgiendo del mar, dos niñas enrolladas, girando y unidas, la naturaleza parecía que florecía en un instante todo nuevo, las hojas no caían, más verdes que nunca. Me aleje de ella para mirarla y vi como su vestido se pegaba a su cuerpo, como nadaba incomoda, movía sus piernas sin parar, se acercaba a mi y jugaba a no sé que de cogerme y tirar de mi ropa, tocar donde más se trasparentaba, alucinar con sus manos, chocar su cuerpo con el mío, sus piernas entre las mías, echar la cabeza hacía atrás mientras te comen el cuello como vampirella sedienta.

Bebió directamente de la botella mientras yo lo hacía de su cuerpo por donde pequeñas gotas de néctar circulaban sin sentido, yo las hacía acabar en mi boca mientras lamía su brazo, su codo, su muñeca, sus pechos, su estómago, su figurita desnuda. Había deslizado sus tirantes y los dos bajaron como si fueran mantequilla sobre una superficie caliente, muy caliente, tanto, que se derretían sobre sus pechos, tanto, que su sexo desnudo no estaba lubricado, todo se había esfumado, se había evaporado. Sus tetas, más o menos caídas, sus enormes pezones, tan rosas, tan carne, yo los comía, los saboreaba, su carne temblaba bajo mis labios palpitantes, su piel de gallina se extendía por cada centímetro que yo acariciaba, sentí su cuello hinchado, la noche le estaba pasando factura, por la mañana tendría anginas, pero no me importaba y lamía su cuello de cisne, su mentón, su barbilla, sus orejas sin pendientes.

La acosté en el suelo, le abrí las piernas poco a poco, hundí mi lengua en su entrepierna mientras acariciaba sus muslos empapados, fríos, con la carne de gallina, temblábamos las dos, no sé si de miedo o de frío, miedo no sé a que, el frío pelaba los árboles. Mi lenguas se restregaba por su clítoris como si fuera una perrita bebiendo agua, la suavidad de su cuerpo contrastaba con la aspereza de mi lengua, esta noche ya casi ni la sentía, con los dientes roce la parte más superficial, introduje mis labios y estos vibraron dentro de ella, a eso en mi tierra lo llaman abejorro, como si tocarás una trompeta, un trombón, así vibra todo el cuerpo, se siente un gran placer, un vibrador más barato, sin pilas y de carne, si se hace bien puede sacarse un sonido espléndido, agudo y silencioso, como si se intentará callar. Los saque después de un rato y estaban más calientes que nunca, los saboree y con uno de mis dedos cosquillee de arriba a bajo por última vez el cuerpo de Malena, cogí mi copa y le di un sorbo, ella seguía allí tirada, yo ya no aguantaba más, subí lentamente las escaleras mientras me recreaba la vista con su cuerpo desnudo, esto sólo había sido un instante.

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D.A.