Un hombre demonio me persigue. Si ve mis pechos quiere mi piel a tiras colgando de su cuello, si siente mis palabras las ahoga a voluntad. Desea todos mis fluidos, mis lágrimas corriendo por sus venas y un tono blanquecino recorriendo mis labios.
Quiero intentar que me salgan alas en la espalda, tan grandes y floridas que llamen la atención de todos y pueda yo escapar, saltar desde el acantilado y no caer, elevarme como un diente de león y no movida solamente por el viento delirante.
El hombre demonio tiene armas desalmadas, me las lanza y yo sin esquivarlas permito que me alcance en el costado. Sangro y la negrura aflora, mi hombre demonio aún más me desea. Se abalanza sobre mí y su saliva me devora, me atrofia y me paraliza.
Le clavó la mirada, mis uñas desgastadas resbalan en su piel. El poder de mis iris le rompe el pecho, en ausencia de su alma me alimento de todo su interior y así mi hombre demonio huye de mí y yo corro para perseguirle.