El otro día tuve un sueño que cuanto menos me parece muy curioso.
Resulta que en este sueño yo me encontraba con unas amigas en la terraza de un hotel, la mesa y las sillas eran de hierro y moverlas era increíblemente difícil, el mantel era blanco inmaculado, no era lino ni algodón y resultaba muy placentero al tacto. Si no recuerdo mal yo llevaba un vestido bastante ajustado en tono pastel con una enorme pamela y unas gafas de sol descomunales, mis amigas iban más o menos igual, en realidad todo el mundo en la terraza, el pijerio se notaba ya de buena mañana, desayunábamos pasteles, trozos de tarta y helado todo regado con alcohol, mucho, mucho alcohol. Hablábamos de hombres y de mujeres, de sexo y de ropa, nos lanzábamos miradas lascivas y reíamos como tontas mientras algún camarero que había estado con el oído atento intentaba ocultar su risa y eso nos provocaba aún más carcajadas.
El sol se elevaba majestuoso sobre nosotras y para nada quemaba, en plena ciudad ni un ruido más alto que otro, el viento ni se atrevía a susurrar y el no notar mi boca reseca o cargada mientras bebía, fumaba y comía me hizo sospechar que no era más que un sueño, eso y el echo de que me veía a mi misma con un rubio demasiado...
Mmm... un chico con pantalones blancos ajustados y camiseta aún más pequeña que le hacía bailar sus pezones, toda su musculatura se marcaba y yo en mi silla de hierro me derretía, lo que no hacía el helado de melón que ni siquiera mojaba el plato mientras yo encharcaba el suelo y convertía en una piscina el cojín sobre el que estaba sentada. Un bronceado más que perfecto, unas piernas sublimes y unas manos como a mi me gustan, grandes, grandes, grandes en las que llevaba una pila de toallas, cruzo la terraza pasando casi a mi lado para penetrar una pequeña puerta que ni siquiera había visto antes, franqueada por dos arbustos en grandes maceteros.
-Ahora vuelvo les dije a mis amigas que se me quedaron mirando y con amplías sonrisas en sus caras.
Como una gatita cachonda fui de puntillas hasta la puerta por donde el moreno había desaparecido y después de entreabrirla y mirar por el diminuto hueco entre sin saber que había al otro lado. Entre y tras cerrar la puerta una vaporosa nube me cubrió por completo y tanto mi vestido como mi pamela, las gafas y los caros tacones se esfumaron para dejarme desnuda, con una toalla rodeando mi cuerpo. Allí, en lo que era una sauna descubrí otras que como yo se paseaban con toalla en ristre, busque al morenito de las toallas que tendría las manos libres ya que estaban todas repartidas.
Recorrí aquel lugar mientras me empapaba con los vapores que viciaban el aire, sudaba y no podía pararlo, me cansaba y en el suelo me tuve que recostar, allí me estire y pegue mi cuerpo al suelo que templado estaba. Daba vueltas para intentar seguir en movimiento y no dormirme aunque aquello me resultaba tremendamente difícil de imaginar ya que la excitación abordaba todo mi cuerpo y deseaba saciarla ya que el calor me mataba por dentro y por fuera, como un alto horno mi cuerpo hervía en constante ebullición, allí, rodeada por otras mujeres que poco a poco se desprendían de sus toallas al igual que yo, con sus cuerpos tan calientes, tan hermosos y deseosas de placer y satisfacción igual que yo.
A cuatro patas me movía buscando donde refrescarme y saciarme, mejor con el moreno a cualquier otra cosa aunque ya se vería.
Como leona en mitad de la jungla, como cazadora ansiosa por su presa, insaciable y casi desesperada, hasta los párpados me costaba ya mover cuando imaginaba.
Llegue a no sé donde, una habitación blanca, blanquísima como las acolchadas en los psiquiátricos sólo que sin camisa de fuerza y con un potro en el centro, junto a ese espectacular objeto de madera mi moreno que me sonreía y me miraba de arriba a abajo o mejor dicho de adelante a atrás. Yo me erguí y le mire con lujuria mientras con el sonrisa batida retiraba un pañuelo blanco sobre una elevación en el potro dejando al descubierto un elemento de fetiche que a partir de ese instante se convertiría en casi una obsesión, un símbolo y un icono de verdadero placer. ¡Oh diosas! ¡Virgen santa! Una polla de hielo, una enorme figura que goteaba poco a poco y que podría partirme en dos si no fuera por el hecho de que el contacto con mi caliente coño empezaría ya a derretirlo y a acabar con él.
Sin ayuda, con experiencia domadora y la agilidad de quien acostumbra a cabalgar me subí al potro y me dispuse a clavarme tal objeto de mi admiración. Abrí las piernas a más no poder y ahí que me lo hinque.
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! exclame con fuerza mientras aquella polla de hielo se abría paso. Dios mío, nadie puede imaginarse la sensación que sentí en aquel momento, tan sólo pueden saber de que hablo, y que conste que la comparación se encuentra a años luz, todas aquellas y aquellos que se hayan penetrado con un cubito de hielo, los que hayan dejado que se derrita en su interior o los que metieron cualquier otro juguete en el congelador.
En un primer momento, moría. El contraste fue supremo y mil agujas se clavaron en mi zona más secreta, en el placer escondido, en lo más protegido.
Después, cuando ya tenia parte de aquel miembro en mí, me cerré por completo al igual que lo hace una almeja o una ostra, esperando trasformar las gotas que de la punta emanaban en perlas cuando lo que hacía era darme uno de los mayores placeres de mi vida. Para mi sorpresa, mientras yo disfrutaba dilatándome más y más, el moreno le dio a una palanca que había en un frontal del potro y empezó a subir la polla de hielo, no podía resistirme y tuve que abrirme para que me penetrara por completo, para que se fuera haciendo hueco en todas las partes de mi anatomía y para que me llenará con el agua fresca.
Bajando y subiendo estuvimos lo indecible, lo inimaginable y yo gemía y gemía, no podía evitarlo, seguía y me gustaba, me abría sin quererlo. Hubiera estado muy bien que el hielo no se derritiera y sentir así una verga terriblemente endurecida entre mis piernas, dentro de mi por siempre, pero el hielo se derrite y más si tu coño arde deseoso de más, y tal vez era eso mismo lo que me daba más placer, el saber que yo lo derretía con el mero contacto de mi piel.
Mi moreno sólo movía la palanca, le daba vueltas a la manivela y subía y bajaba, le costaba pues tenía que luchar contra peso pero yo estaba por la labor. Me dolían las rodillas, me dolían las piernas y yo sólo sabía disfrutar y gemir en el momento, no existía después solamente ahora y yo. La polla caliente del moreno se erguía como un mástil y su diminuto pantalón se elevaba como una tienda de campaña mientras disfrutaba con la visión de mi cuerpo desnudo sobre la barra de hielo, sobre aquel cipote, aquel rabo que bien podría haber sido de un hombre de nieve o un gigante de hielo.
Duro, gordo y resistente pero como todo efímero. El hielo se consumió y dejo un enorme hueco entre mis piernas, un grandioso boquete que tardaría en cerrarse de nuevo, mi moreno se acerco y comenzó a lamer el poco hielo que aún quedaba intacto para poco a poco ir adentrándose en mi vagina, en mi coño ahora helado, frío como la nieve o el hielo que tanto tiempo había estado dentro de mí.
Un coño tan frío que haría palidecer al invierno más crudo y cubriría de agua el verano más seco.
Su lengua ahora era poco para mi, yo sólo pensaba en el hielo, en el frío, en el escalofrío que todo mi cuerpo recorrería en cuanto contemplará otro miembro igual, en cuanto deseará volver a penetrarme con semejante instrumento.
Nunca me he comido un coño helado, todos estaban siempre ardiendo y quiero probarlo...