Al caminar a tu lado me sentía protegida y lo agradecía, pues me veía demasiado enclenque ante el viento helado que asolaba la ciudad en mitad de la noche. Caminábamos entre un batiburrillo de andamios, símbolos de otro tiempo de prosperidad y sin poder soportarlo más, pare mis pasos y pegué mi cuerpo al tuyo. Tu mano se deslizo por mi cadera y me estremecí al sentir como acariciaba sutilmente mi trasero. Puedo asegurarte que no fue el frío lo que heló mis huesos ni lo que calentó mis labios.