Era yo más joven e inexperta cuando descubrí el amor. Por primera vez sentí palpitaciones en mi pecho y mariposas en mi estómago, no sabía como actuar y ni sabía que pensar. Él era mayor que yo, tan sólo dos años, pero para mi era tan exótico, tan irresistible, tan magnético y poderoso, que me daba miedo incluso estar cerca de él y no podía evitar sonreír aunque sólo estuviera pensando en él, si lo veía cerca me ponía roja y si estaba junto a mí, mis piernas temblaban y yo no reaccionaba.
Tenía un porte tan agresivo, tan aguerrido y yo me veía tan niña que eso me daba más alas para la fantasía. Y digo fantasía por que jamás fui correspondida, él nunca se fijo en mí aunque yo no pudiera dejar de pensar en él. Estaba todos los días sentado delante de mí en clases y yo no podía evitar ver su cuello, deseaba ¡oh como lo deseaba! Morderle el cuello y dejarle mi señal. Desgraciadamente él se fue del instituto dejándome desolada.
Una mañana cualquiera, iba a clases como siempre, con la salvedad de que extrañamente para mí iba con tiempo de sobra, me había despertado a las siete y media de la mañana o algo así y para las ocho ya estaba muy cerca de la escuela, lo normal hubiera sido que hasta las ocho y cuarto no me hubiera levantado o que incluso hubiera pasado de las clases, madrugar no era para mí. Pero a lo que voy, iba a clases tan tranquila como podía yo ir cuando de repente, en la carretera, lo vi, era él en el coche, no conducía y por eso pude verlo mejor pues iba sentado en el asiento del copiloto.
Para mí fue como si el mundo se detuviera en ese instante aunque en realidad al verlo de lejos me quede helada a la vez que me iba girando poco a poco para poder verlo mejor, para poder verlo marchar. Era tal mi inocencia que con aquella simple casualidad ya me sentí feliz todo el día.
Decidí jugar con la suerte y casi sin dormir, a la mañana siguiente fui corriendo al mismo sitio y a la misma hora para ver al chico que quería alejarse en el coche. Aquello ocurrió durante algunos meses, meses en los que me torturaba madrugando para sentir una nimia felicidad durante unos escasos segundos. Que inocente era todo, cuanto aprendí de ello.