Su primer beso no fue tierno ni dulce, no fue por azar, no fue provocado por un destino romántico, quedaba lejos el instituto y sus protagonistas ni se conocían. Fue uno de esos besos que es mejor olvidar, en mitad de una mamada la cogieron de la cabeza y estamparon sus labios lubricados con otros resecos, no sabía ni lo que hacía, sólo se movía por miedo a la quietud. Podría haber sido su padre, tenía toda la pinta y si sus labios no fueran lo único de procedencia natural en su anatomía, se los arrancaría con gusto.