A cuatro patas sobre la cama dejaba mis labios marcados en la almohada, mi cara no dejar de gesticular, el vello de mi cuerpo se encontraba erizado y me temblaban las piernas y los brazos. Con mis tacones estaba pisoteando el cielo. Él me hurgaba con sus dedos, los metía hasta el fondo, cuando uno entraba intentaba que otro le siguiera, me penetraba por detrás y no dejaba de hacerme gemir.
Ese olor como a alcohol me volvía loca, impregnaba a mi semental e influía en mí. Quizás funcionara de afrodisíaco, no lo sé pero me llenaba el pecho y la entrepierna de un fuego desconocido.
No podía hablar así que tan sólo me quedaba pensar. Con cariño, hazlo con cariño pero dame más, más, ¡sigue!
Con sus dedos iba haciendo espacio para su polla que se endurecía simplemente al ver mis pechos colgando, mi cara en éxtasis y mi culo en pompa, tenía las piernas cerradas y mi coñito se asoma a saludar. Me masturbaba analmente con sus largos y vastos dedos mientras lamía frenéticamente mi clítoris.
Me corrí con fuerza, me corrí mucho, lo manche todo.
(Un rato antes)
-¿Qué es eso? me pregunto él.
-Esmalte rosado.
-¿Rosado?
-Rosa 56, no quieras saber a que nombre cateto de rosa pertenece ese número.
-¿Es bueno?
-Buenísimo, resistente a todo.
-A todo. ¿Quiere probarlo?
-¡Yo!
-Si, por que no, te lo pongo, metes los dedos en algún sitio y compruebas que tan bueno es
(Bastante después)
-¿Convencido?
-Pues si, a resistido incluso tu corrida.