Antonia iba sentada como una reina mientras un guapísimo enfermero salido de alguna serie estadounidense empujaba suavemente la silla de ruedas en la que iba sentada, su amigo Mario iba en plan maricón fatale llevándole el bolso con sus cosas. Al salir del hospital el aire parecía distinto, el universo entero parecía haber cambiado en un suspiro. Antonia se puso sus enormes gafas de sol y se levanto de la silla a la vez que despedía al enfermero buenorro.
-¿Dónde tienes la chatarra de coche? le pregunto Antonia.
-En el aparcamiento, puedes andar tu sola o quieres que venga el de la silla.
-Esta muy bueno pero me apetece estirar las piernas, estar tanto tiempo en la cama ha sido horrible.
-¿Y estas bien? ¿Todo ha salido bien? ¿No te arrepientes?
-¿De quitarme la polla? ¡Jamás! Quitármela ha sido lo mejor que he hecho en mi vida.
-Yo no podría, la quiero demasiado.
-No es cuestión de quererla o no, es cuestión de si tiene que estar en su sitio o no.
-Ja, ja, ja, no te voy a decir yo cual es el sitio de una buena polla.
-Ja, ja, me lo imagino.
-¿Y que hacen luego con ellas?
-No lo sé, no trabajo en un hospital.
-¿Cómo era la tuya? Nunca me la quisiste enseñar.
-Grande, no quieras saber más.
-Me imagino que el enfermero de antes también la tendría grande.
-Supongo.
-No has intimado mientras has estado en el hospital ¿o qué?
-¡Hijo mío! Como iba intimar después de una operación tan delicada.
-No sé, pero hubiera estado bien ¿no? Tener dos o tres pollas por ahí para servirte bien ja, ja.
-Tres cosas te voy a decir: estamos hablando de una operación médica y ahí no te consiento las gilipolleces, por que hablamos de mi reasignación de género ¡Eh!, segunda, tú necesitas un polvazo pero de urgencia y con tanta tontería me ha entrado hambre ¿nos comemos algo?
-¿El qué?
-Tú que crees