El aroma dulce del melocotón inundaba salvajemente mi nariz y yo no impedía que me envolviese por completo. La quietud imperaba en la habitación, pero fuera, al menos por lo que podía captar a través de los pequeños huecos que se habrían en la persiana, el sol lucía fuerte y altivo mientras la ciudad mantenía su ritmo vivo. La mano de él, grande y suave, se aferró a mi pierna, esa era la señal que yo esperaba para abrir mis labios de par en par, retirarlos hacía atrás y dejar soltar toda la saliva que había estado almacenando en mi boca. Deje caer la saliva sin presión, lentamente y acercándome más a él, retire mis cabellos y uniendo mi nariz a la suya, cayó mi saliva sobre su boca. Me alejé presta y segura para así poder admirar su cuello, columna y monolito que albergaba ahora la esencia misma de mi cruel naturaleza.