Mis ojos cerrados se abrieron lentamente como si despertará de un dulce sueño aunque en realidad me adentraba en uno. Un sueño sucio y húmedo. Me encontraba desnuda y atada por cuerdas a mi cama, apenas podía moverme nada, no podía separar mi boca del colchón, tenía las caderas levantadas y mis piernas bien abiertas.
No me hacía ninguna pregunta por que ya conocía todas las respuestas. Mis mayores temores se confirmaban.
Un par de dedos acariciando suavemente, como plumas, mis muslos me hicieron sobresaltar, mi piel era de gallina y tocaban recovecos que me hacían morir y resucitar de dolor y placer, me tocaban y me elevaban allí donde las nubes son algodón y la luz ciega tan intensamente que aún cerrando los ojos te duelen, mordía mis labios y mi lengua, hubiera mordido mis dientes y mi laringe por no aullar como una perra. Nerviosa como estaba, dejaba llevarme intentando relajas mis músculos hasta el imposible y disfrutando todo lo que pudiera.
Sus dedos fueron posándose cada vez con más fuerza y en mayor número sobre mis muslos, los sentía ya no como plumas si no como acero. Rodeaban mi culo, rodeaban mi coñito, se adentraron el valle fértil y continuaron ascendiendo hasta posarse sobre mi pechos, rodeaban mis pezones como una espiral que se cierra sobre sí misma, cada vez más cerca, cada vez con tacto más pronunciado, mis senos eran ultrajados pero mis pezones eran puros diamantes cortantes en el momento en que fueron apretados, supongo que si hubiera tenido, yo misma habría expulsado leche de ellos. Él estaba encima, notaba su peso sobre mí, su carne y su piel se posaban sobre la mía, nuestras respiraciones se repetían al unísono mientras seguía magreando mi cuerpo.
¿A dónde vas chico malo?
Dejo de rodear todas mis partes y entro a saco. Introducía sus dedos en mi coño mientras lo lamía, de arriba abajo y muy deprisa al igual que sus dedos se introducían en mí, abriéndome cada vez más, estaba muy mojada y desconocía cual era mi límite. Por entre mis piernas iban descendiendo mis jugos y los sorbeteos y ruidos que mi amante producía me taladraban el cerebro, no podía estar más incomoda aunque quisiera, no hubiera podido estar más a gusto.
Guau, guau. Movía mi cadera como si cabalgase y lo cierto es que era lo único que podía hacer. Quería tenerlo todo más dentro de mí, quería que fuera más fuerte, sentirlo todo todavía más, un poco más, siempre un poco más. Él que con las indirectas se hace un lío lo pillo, y continuo más rápido, más fuerte, siempre un poco más.
Con su misma mano me frotaba por dentro en dos sitios a la vez, su lengua quedaba para los rincones huecos, para los sitios que todavía no estaban llenos. Me deshacía de placer, no podía callar ya, gemía, gemía y no podía parar, casi como si hiciera juegos malabares la mano que antes había subido al cielo a mis pechos alcanzó mi boca y la tapo, absorbí sus dedos como si yo misma fuera una aspiradora, quería chupar, quería saciar mi hambre, saciar mi sed. Y él seguía dándome placer.
De pronto, sin previo aviso, saco todos sus dedos de mi cuerpo y poniendo su polla a la altura de mi culo me penetro, el muy animal me hacía daño y lo hice saber con un grito que me desgarro mucho más que mi amante, erguí mi cuerpo y las cuerdas se apretaron mucho más a mi cuerpo, aprisionándolo un poco más. Se me saltaban las lagrimas pero seguía empeñada en erguirme mientras era penetrada de forma anal, mis cuerdas se iban apretando pero a la vez se iban estirando y así conseguí levantar mi cuerpo lo suficiente como para que aquel animal pudiera cogerme, sostener mi cuerpo y aliviar mi carga, me cogía por debajo de los pechos y allí se apoyaba para seguir penetrándome.
Llego un momento en que sentí evaporizarse mi cuerpo, un hormigueo constante me inundaba, sentía como mis labios se amorataban, notaba mi propia sangre en mi cuerpo, una punzada de sensaciones entremezcladas, dolor y placer, todo a mi alrededor se desmoronaba, comenzaba a perder la visión pues un sinfín de puntos negros convertían a mis ojos en un cuadro pop, un increíble zumbido se apoderaba de mí, no podía respirar, me ahogaba con la cuerda de mi cuello y me gustaba. Volvían a saltárseme las lágrimas y él se corrió en mi interior, era lo único que captaba, la explosión de su leche en mi interior, como su rápida ráfaga era disparada, se sentía tan bien, tan placentero el calor más suave entrando directamente a mis entrañas, a mí. No había sentido nada más salvo eso.
Caí sobre el colchón extasiada y fue en ese preciso momento en el que me di cuenta de los chorros de sudor frío que me empapaban, que mis piernas me temblaban como nunca, mi respiración era quejicosa y que estaba muy cansada. Necesitaba dormir.