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Como fui sodomizado por Sergio

en Confesiones

De cómo fui sodomizado por Sergio

Tercera y última entrega de: ¿Me estaré volviendo Gay?

Aquellos besos de Sergio en la salita para parejas del Club Acuarela, sala de ambiente gay, dejaron tal huella en mis sentimientos, y una terrible confusión. ¿Cómo era posible, que yo, un don Juan, harto de besar labios de mujer, sintiera tanta emoción al recordar los besos de un hombre? Misterios de la naturaleza humana. Nunca se sabe a donde te puede conducir la vida; y parecía claro que a mi, me conducía irremediablemente a los brazos de otro hombre.

Intentaba quitar de mi mente la imagen de Sergio, y por más que la superponía con imágenes de mujeres y sus atributos femeninos; su pecho, su culo, sus piernas, su polla...y sobre todo, sus labios, emergían en mi mente, como el corcho surge en la superficie del agua.

Todavía sentía su polla en mi mano, ¡La sentía y me quemaba! Seguía latente entre mis cinco dedos; y lo que más me embriagaba era cuando me acercó mi cabeza a entre sus piernas para que se la mamara. Aquel aroma a polla me embriagó, perfume natural de polla limpia, y me trasladó a mil nirvanas desconocidas para mi. El aroma de coño, siempre ha cautivado mis fosas nasales; pero el olor de la polla de Sergio, traspasó todas mis barreras olfativas, y se incrustó en mi cerebro de tal forma, que no había manera de desincrustarlo.

Deje un momento de mamar su polla, para decirle:

-Sergio, quiero que me la metas.

-Aquí no. Prefiero que tu primera vez sea entre colchas y sábanas de seda.

Quedé encantando ante tanta sensibilidad. Además mi ano estaba virgen, por lo tanto habría que hacerlo con un tacto y delicadeza supremos, y Acuarela no era el marco indicado para perder mi virginidad.

Quedamos para el siguiente viernes en su apartamento. Allí me iba a convertir en "doncella" ; la idea me subyugaba. Yo, uno de "los machos, más macho" de Madrid, la idea de ser "damisela" me dominaba. ¡Qué bonito debe ser mujer! Entonces comprendí, porque el mundo femenino es tan fascinante; y hubiera dado parte de mi vida por ser mujer. Y sentí cierto asco por aquellos mis casi 20 centímetros de pene. ¡Ojalá tuviera un coñito entre mis piernas!

Llegó el día ansiado. Sergio me recibió en bata, una bata de seda de color de fondo granate y floreada. Olía a Loewe, aroma que sabía que me subyugaba.

-Vienes dispuesto "al sacrificio" –Me dijo a la vez que plasmaba sus labios sobre los míos.

Me había pedido, que me pusiera unas bragas rojas, prenda que compre en una lencería de lujo, con la excusa de regalar a una amiga. No me atreví a coger unas de mi mujer, ya que ella es tan cuidadosa que las hubiera echado de menos, y se hubiera mosqueado, ya que en casa no hay más mujer que ella.

El apartamento de Sergio era pequeño, de unos cincuenta metros cuadrados, ¡Para que más si vivía solo! Pero decorado con un gusto exquisito. Y lo que me llevó al paroxismo de la emoción, fue la alcoba en donde iba a convertirme en mujer. ¡Dios mío! Que gusto y sensibilidad. El cobertor de su cama de matrimonio era del color del mismo cielo, cubierto de rosetones de color azul marino, que asemejaban la parte interior del cimborrio de una catedral. A ambos lados, dos mesillas de noche de caoba, estilo Isabelino, con dos lámparas de tulipas malvas opacas, que sólo dejaban pasar la claridad ideal para hacer el amor. Una coqueta enfrente de la cama, del mismo estilo que las mesillas de noche. Un espejo de marco del tono que los muebles, y una descalzadora tapizada en tela de lino de color malva con flecos de oro.

Sin más preámbulos me llevó al tálamo del amor. Su brazo derecho rodeaba mi cintura, y así entramos en la alcoba.

-Si te parece bien, nos tomamos unas copas en la cama, ¿más romántico, verdad?

-Me parece maravilloso, Sergio, en la cama se pueden hacer muchas cosas, además de...

Sergio rió.

Iba yo vestido con un pantalón azul marino y una camisa azul claro. Una de mis combinaciones de colores preferidas. Zapatos de cuero tipo mocasín, y calcetines de hilo color azul claro.

Sergio empezó a desabrocharme los botones de la camisa, tan cerca de mi, que sentía el aliento de su boca. Cuando mi torso estaba totalmente desnudo, él se quitó la bata y quedó totalmente desnudo.

Recordé cuando le veía en las duchas del club, y mi impotencia de no poder abalanzarme a sus brazos. Ahora le tenía al alcance de ellos, y no me pude resistir, me abracé a su cuerpo de tal manera que quería incrustarme en su pecho. Su polla. ¡Su hermosa polla! repicaba contra mi vientre, y sentía como gotas de su líquido prostático inundaban mi ombligo. Me bajó los pantalones, me tomó en volandas, como se toma a las novias en las noche de bodas, y me posó dulce y delicadamente en el lecho, boca abajo. Bajó mis bragas rojas con delicadeza angelical, y mi culo, quedo a su merced. Totalmente identificado con mi nuevo rol, espera ansioso ser penetrado hasta el fondo de mis entrañas.

-Antes tomaremos unas copas, -me dijo a la vez que me daba un beso en los labios.

Vi todo su cuerpo por la parte posterior cuando cruzaba la estancia en busca de esas copas, y quedé totalmente petrificado. Las media luz de la alcoba, dibujaba de tal manera sus piernas, su espalda y su trasero, que parecían salidas de un cuadro. La mezcla de luz y sombra, resaltaban su anatomía de forma tan armoniosa, que creí ver a un ángel, no a un hombre.

Al regreso, con las dos copas en la mano, vi su parte anterior de su cuerpo, y si la posterior era de apoteosis, ésta era de arrebato. Ya no me cabía ninguna duda. Me sentía el más maricón del mundo, y sentí lo mismo que una mujer puede sentir ante la contemplación del cuerpo del hombre que ama. ¡Jamás sentí en mi vida tanta emoción como sentía en ese momento!

Lo que pasó después fue un arrebato de campanario. Permitan que lo relate en verso, pues lo que hicimos Sergio y yo en aquella cama, fue digno de cantarlo en un poema.

Sus manos recorrieron mi piel

con sus índices de terciopelo.

Sus besos, sabor como la miel,

eran como dulces caramelos

dados por un hermoso doncel.

No quedó un lugar de mi

que sus labios no llegaran

con inusitado y oculto frenesí;

su boca en mi alma bordaran

racimos de capullos de alelí.

Al sentir su carne en mis entrañas,

creí estar en vergeles extraños;

de mi alma huyeron las musarañas,

y de mi hombría todos sus redaños.

Con agua de rosas, mi mente se baña.

¡Bendito amor de hombre a hombre!

Amor que niega la Naturaleza;

que a muchos quizás les asombre,

y que otros, por orgullo y altiveza,

su verdadera gloria esconden.

Miembros de hombre erguidos,

en busca de razones desconocidas.

Labios en otras marañas escondidos

sin hallar la verdad de sus vidas,

corren por otros valles... perdidos.

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