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Mis cuentos inmorales Cap. 7

en Grandes Relatos

Capítulo 7

 

Mi vuelta a Madrid. (Mayo de 1961)

 

Volví a mi Madrid del alma, con cierto sabor agridulce de aquella localidad burgalesa en donde fui destinado; y que en tan sólo cinco meses viví dos aventuras tan intensas que me hizo ver el mundo femenino tal como es, no cómo yo creía que era. Tenía la creencia que para la mujer el sexo era consustancial con el amor; es decir, que la mujer sólo ama, hace el amor.

Pero ¡Sí, sí! Estíbaliz sabía muy bien antes de entrar en mi alcoba que me marchaba para siempre de allí. ¿Qué es lo que la motivó a que un joven diez años más joven que ella la desvirgara?

Estaba muy claro, que fue la llamada del sexo lo que le motivó, ¿O quizás las desesperación? Evidentemente unido a la elección del hombre que tuviera ese honor; no creo que se hubiera ido con cualquiera. Pero con 30 años una mujer que no ha sido desvirgada todavía, debe ver su futuro con cierta hipocondría, y le llegará el momento que rompa con sus conceptos morales y haga lo que hizo Estíbaliz conmigo.

  Lo de Sara si que fue algo insólito. ¿Cómo una mujer con seis años de novia de un alto ejecutivo, pudo perder la cabeza por un chiquillo de 20 años por muy guapo que fuera?

Esas dos experiencias sexuales me habían hecho reflexionar sobre la conducta femenina; pero la de Estíbaliz mucho más. No sentí ningún deseo sexual por ella durante todos los días que me servía la comida y la cena en la fonda de su padre; sin embargo le amé, Sí, hice el amor con ella la última noche. ¿O quizás fue un simulacro del amor? No lo sé, la verdad.

Allá donde estés, te mando un cariñoso beso, y ¡ojalá! hayas encontrado el amor verdadero.  Lo mismo te deseo a ti, Sara.

Aquellas chachas de la calle Amador de los Ríos

 

Vine destinado al destacamento del Ministerio de la Gobernación, ubicado a la sazón en esta calle, estando don Camilo Alonso Vega de ministro.

Justamente frente de la puerta principal se hallaba (y se sigue hallando) uno de los restaurantes más famosos de Madrid, y en los pisos superiores viviendas de lujo.

Cada vez que me tocaba hacer el servicio en mencionada puerta, observaba como desde las ventanas de enfrente de diferentes pisos, las chicas del servicio (chachas) me hacían señas y se reían.

Pero mi mentalidad con respecto a la mujer estaba por encima de aquellas chicas, no les hacía caso, ya que en mis días libres, me dedicaba a ligar las chicas de mi agrado. Pero resulta, que, con ninguna conseguía pasar más allá del beso y algún toqueteo indirecto. Como me dijo el cura que me confesó, (ver página 12) y como mi colita ya había conocido las delicias que concede lo que tienen las mujeres entre las piernas, eso de meneármela ya no me satisfacía, por lo que empecé a tomar en serio a aquellas chachas.

Tenía tres o cuatro servicios de guardia a la semana de la puerta principal del Ministerio de dos horas de duración; por lo que me propuse "estar al loro" . Pero seguro que ellas estaban más al loro que yo. ¡Efectivamente! Nada más hacer el relevo al compañero, y plantar mi metro ochenta y mis setenta y cinco kilos de peso en la esquina derecha, ya estaban dos de las tres que me observaban haciéndome las señitas con las manos y las caras.

Obvio que yo tenía que mantener una postura circunspecta y estar pendiente del personal que entraba y salía, por lo que no debía abandonarla y mantenerme firme; así que opté por mirarlas directamente, y levemente movía el cuello de izquierda a derecha y viceversa para decir que si; y de arriba abajo y viceversa para decir no.  Ellas entendieron a la primera mis gestos.

Me dijo una de ellas por señas, que a las doce de la noche me esperaba en el portal de su casa; le dije que sí, con la cabeza.

El portal estaba justamente frente al Ministerio, por lo que sólo bastaba cruzar la calle. A la sazón existía en Madrid la figura del sereno; una especie de vigilante nocturno que se encargaba de cerrar los portales de la fincas a las diez de la noche; y naturalmente de atender a los vecinos que llegaban después del cierre de los mismos, con la consiguiente propina preceptiva. Y también de mantener el orden en su distrito durante toda la noche.

Hacía una noche fresquita, por lo que me puse la capa y me dirigí al lugar del encuentro; allí estaba la que dijo llamarse Celia, detrás de la verja con cristales, en la penumbra y con la luz apagada.

Me abrió la puerta y me llevó a un cuarto trastero que se hallaba en los bajos del edificio.

-Aquí nadie puede vernos a estas horas, porque este cuarto solamente lo utilizamos la cocinera y yo. Disculpa, me llamo Celia.

-Encantado Celia. Me llamo Félix.

-Encantada Félix, ¿Sabes que eres más guapo de cerca que desde mi ventana?

-Yo sólo te veía medio cuerpo, pero ahora al verte entera, maldigo la hora en que no te conocí antes.

-Pues las veces que me insinuaba desde la ventana, y tú ni caso.

-¡Bueno! Comprende que mi situación es delicada, estando de guardia no podemos hacer estas cosas. Le dije para salir del paso.

Estaba maciza la tía, de unos treinta y cinco años aproximadamente, sobre todo de tetas, eran descomunales, por lo menos, un contorno de 120 centímetros de pecho.

En el trastero, de unos doce metro cuadrado había un sillón que estaba pendiente de que se lo llevara el chatarrero, pero que en ese momento me vino de perlas ya que follar de pie es incomodísimo.

Me quite la capa que dejé encima de unas cajas. Los ojos de Celia estaban encendidos y me miraba con unos deseos reprimidos. Mis ojos no se apartaban de sus pechos.

-¿Te gustan? Me dijo al darse cuenta lo que mis ojos contemplaban atónitos.

-Toma mi amor, son tuyos. Me dijo a la vez que se abría la blusa y se desabrochaba el sujetador.

Emergieron dos enormes tetas, que al verse liberadas del opresor sostén, parecían que querían dominar aquella pequeña estancia con sus exultante tamaño. ¡Joder que dos tetas! por poco me mandan contra la pared. Pero lo que me dejó estupefacto fueron los pedúnculos ¡Madre mía, que par de pezones! Parecían dos cerezas del Valle del Jerte * 

-¡Mama mi amor, mama!

Y Félix mamaba de aquellos botones  con la misma ansia que un choto mama de la ubre de su mamá vaca.

Se sentó en aquel sillón, y adoptó una postura parecida a la que ponen las mujeres cuando las ausculta el ginecólogo: el culo en el borde, y las piernas cada una bordeando los brazos del mismo.

-Uffff. ¿Se imagina el lect@r donde quedaba el coño?

Me bajé hacia aquel manantial con el ansia del sediento ante la fuente de agua cristalina.

Quizás sea mi sentido del olfato el más desarrollado a la hora de hacer el amor. ¡Desde luego que la vista y el tacto se subliman ante la contemplación de un cuerpo femenino! ¡Pero el olfato...! El olor natural que desprende una hembra caliente, me enajena, me transfiere a otro mundo, me traslada al Valle de los Aromas Divinos.         No sé como todavía no se ha comercializado el "aroma de coño". Y lo que ya sería el summun del olfato, que las famosas actrices, igual que prestan sus rostros y cuerpos para la publicidad, prestaran sus exudados naturales para venderlos en frasquitos pequeños, Por ejemplo: "aroma del coño Ava Gadner" o: "Perfume del coño de Marilyn Monroe". Yo hoy compraría la "fragancia del coño de Sharon Stone", o el de Angelina Jolie. Las evocaciones que transportarían a la mente serían sublimes. Hacerse un pajote oliendo el aroma del chumino  de tu actriz preferida, sería una pasada.

-Pues como iba relatando, al ver a Celia de la guisa que se pueden imaginar debido a la postura en que se hallaba, me causó una escalofriante impresión debido a que como las mujeres de aquellos años sesenta no se afeitaban el pubis y aledaños, "aquello"  parecía un bosque; no se veía por ningún lado la raja.

Se dio cuenta de mi incertidumbre, y con los dedos medio e índice de ambas manos, se separó los pelitos y se lo abrió.

-¡Joder... joder... joder..! que pedazo de chocho. Rojo cómo el carmesí y el fuego.

-Por aquí la puedes meter, cariño, para que no te pierdas.

-Gracias Celia, porque la verdad... encontrar el camino entre esa espesura, no era nada fácil.

Me arrodille hasta situar mi miembro viril a la altura adecuada, perpendicular a la entrada de su vagina; me la apuntó con su mano derecha, y yo sólo tuve que empujar para que entrara hasta los mismísimos testículos, que se balanceaban como un péndulo de reloj de pared debido a la posición, ya que quedaban colgando debido a la postura adquirida.

Me estaba resultando un polvo desagradable, ya que el follar para mí, es un rito en el que hay que rodearse del marco adecuado; no necesariamente entre sábanas de satén y alfombras persas ¡Pero coño! si al menos en una habitación limpia y con una cama de sábanas blancas.

El caso es, que al sentirme ridículo en aquel cuarto trastero; con una bombilla colgando de un cable desde el techo, unido a que me dolían los riñones por aquella posturita tan atípica, se me bajó.

-¿Qué te pasa cariño? ¿Es que me vas a dejar a medias?

-Lo siento Celia, pero no puedo.

-¿Es que de repente te he dejado de gustar?

-No cariño, es que me supera el ambiente. ¿No podíamos subir a tu habitación?

-Es que duermo con Josefa, la cocinera... y no sé si ella...

-Seguro que si le propones hacer un trío, acepta.

-Eso es lo malo, que la muy puta también anda detrás de ti.

-¿Eres celosa, Celia?

-No, no, pero lo que jode es que no me jodas ahora.

-Comprende cariño, que tú te mereces una noche de amor mejor que esta Le dije para conformarla, y añadí. -Mira mi amor, el día que libremos los dos, te llevo al mejor hotel de Madrid, (mentira y gorda) y lo pasamos de lujuria.

-¿De veras mi amor, que no se te ha bajado porque no te gusto?

-Al contrario cariño, se me ha bajado porque tu te mereces que te folle como a una princesa. Me gustas con locura.

Parece que se conformó. Se subió las bragas y yo los calzoncillos y quedamos para otro día follar como Dios manda.

* Valle del Jerte, Valle de la provincia de Cáceres, cerca de Plasencia, famoso por sus cerezas.

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