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Recuerdos imborrables de mi primer amor

en Grandes Relatos

Tu silencio me consuela (Soneto)

Mejor no me hables, ni me escribas;

quiero ir por mis quimeras caminando,

y aunque mil poemas de amor recibas,

deja que continúe con tu amor soñando.

El silencio da sosiego a mis emociones.

Te siento hasta lo más profundo del alma,

y aunque tu amor sean mis alucinaciones,

tu recuerdo me da paz y mis ansias calma.

Siento como tu pecho por mí suspira;

tu corazón con ansiedad se estremece,

y que mi imagen con exaltación miras.

Yo te regalaré mis versos más contritos;

tú, vive este amor imposible en silencio.

Será como el más sagrado de los ritos.

 

 

Primera parte

 

Año 1963

Aunque han pasado más de 44 años, siguen vigentes en mi mente los momentos tan maravillosos que viví con mi primer amor; y sin embargo algunos fueron tan procelosos que me  hicieron muy infeliz; pero no han sido capaces de hacer olvidar aquellos que vivimos en nuestra alocada juventud, y que nos hicieron tan dichosos.

Como te conocí

 

Fue una tarde de domingo del mes de Julio. Estaba solo en aquella terraza - baile sita en la calle de Arturo Soria y de cuyo nombre lamento no acordarme; con mi "cubata" en la mano cuando te vi. Me pareciste una princesa: esa cabellera rubia como la cerveza en cascada hasta los hombros, y esa carita de rosa me cautivaron y no lo pensé un segundo; te saqué a bailar y me dijiste que sí. Y en ese instante me enamoré de ti.

Nuestro primer beso

 

Todavía conservo en mis labios las mixturas de tus labios, y a pesar de haber besado otros labios, jamás se borrarán de los míos tus aromas, pues quedaron tan impregnados en mi alma, que en ella siguen viviendo para sufrimiento y deleite de mis sentidos, pues cada vez que los recuerdos, se me erizan los cabellos, la piel se me pone de gallina y me estremezco.

 

En aquellos club de la calle de Leganitos

 

¿Recuerdas aquel club? El Chispero se llamaba. Aquella sala obscura donde los enamorados saciaban su sed de amar en aquella España negra y profunda donde amarse era pecado. Yo por ti me condené al fuego eterno, porque el fuego que sentía por ti era tan candente que me quemaba las entrañas. Mi infierno era el no poder besarte y acariciarte. Ya estaba condenado irremisiblemente a quemarme con tu amor.

Tus piernas

 

Te recuerdo sentada a mi derecha, con tu falda por encima de las rodillas. ¡Qué emoción siento al recordar! Mis manos todavía no habían explorado los secretos que guardaban aquellas dos columnas de tu sagrado templo.

Ver tus rodillas juntas, era un espectáculo que me sobrecogía, y mis neuronas se estremecían. Parecían talladas por el mejor escultor; y tus muslos que se marcaban a través de aquella falda, trasladaban mis pensamientos a nirvanas desconocidas para mí.

Mi querido primer amor, no puedes ni imaginar la de emociones que me trasladaban la contemplación de tus piernas; y todavía hoy, a mis setenta años, las sigo contemplando exactamente igual que antaño; y me emociono y  me excito, pues al igual que tus besos, tus piernas también siguen viviendo en mis ensoñaciones.

 

La primera vez que mis manos invadieron sus muslos

Aquí he tenido que hacer un alto en la narración, ya que me ha invadido la melancolía y la añoranza. Es que fue la escena más emotiva que he vivido en mi vida. Fue la culminación de todas las expectativas que concede el amor.

Cuando posé mi mano derecha en tus rodillas, punto de partida de aquel descubrimiento, sentí algo tan sublime que jamás he vuelto a sentir a pesar de haber transitado después por "múltiples de esos caminos". Fue algo tan excelso que paralizaba mis manos. Pero una mirada tuya, aquella mirada tan dulce en la que vi tanto amor, me indicaran que partiera hacia "el paraíso de tus placeres". Y para ese vergel partieron mis manos, a la vez que mi boca buscaba la tuya para dar fe con un beso, que el amor es lo más maravilloso del mundo.

Cómo llegué a la "cortina" que guarda al Dios del Amor

 

Cuando mi mano después de acariciar tus muslos de seda sin dejar ni un solo centímetro sin explorar, gracias a la abertura de los mismos que con delicadeza extrema, tú los abriste para que mi mano pudiera transitar por ellos sin dificultades, llegué al fondo de ellos. ¡Dios mío, que emoción! Todavía siento en las yemas de mis dedos la tersura de tu piel. Aquel contacto me enajenaba, sobre todo al acariciar las parte interior de ellos. ¡Qué suavidad! Parecía que estaba acariciando las nubes que rodean el pórtico del Cielo.

Recuerdo y me estremezco cuando abriste las piernas casi al máximo que dan su ángulo, y diste aquel suspiro. Fue la señal para que rasgara aquella cortina celestial.

 

Sufriendo por una amor

¡Muchos años ya! sufriendo...

por dama que me vetó su amor.

Cartas sin sentido escribiendo,

para disipar de mi alma el dolor.

Si no supiste ganar su cariño,

no  lloriquees ni te laceres,

y no te portes como un niño.

Así es como aman las mujeres.

Corre el velo que te hace ver tan mal,

pues otros matices tiene el amor,

baja a esa mujer de su pedestal

y busca a la dama que te de otro calor.

 

 

Segunda parte

 

Como descorrí "aquella cortina"

 

Era la primera vez, a pesar de mis 23 años, que mis manos descubrían lo que a la sazón las mujeres decentes guardaban con tan celosamente entre sus piernas. Para un joven tan soñador como yo, aquel momento estaba tan cargado de emociones, que no sé como lo pude soportar sin desmayarme.

Seguro que un joven de hoy, no siente la maravillosa sensación de llegar con sus manos a lo más profundo de la mujer que le depara su amor puro y verdadero. Pero para aquellos adolescentes de los años cincuenta y sesenta, llegar a ese punto era la culminación de todos los deseos que destina el corazón y el alma.

Hay que tener en cuenta, que a la sazón las novias no hacían el amor con los novios. Sólo follaban las prostitutas y las "mujeres malas". Las novias decentes guardaban "sus rosas" para entregarla al marido en la noche de bodas. ¡Qué ridículo! ¿Verdad? Pero juro, que, era algo tan sublime y excelso que te trasladaba a unos estados desconocidos. Era... como tocar la Gloria con la punta de los dedos. ¡De los dedos! No me piensen mal.

Cuando las yemas de mis pulgares temblorosos tocaron aquel telón, y se impregnaron de sus humedales, quedó impresa en mi mente la sensación más placentera y emocionante que había vivido hasta entonces. Fue tan maravillosa, que, todavía perdura en mis meollos; pues sempiterna fue y será esa emoción.

Y cuando con mi dedo medio, aparté el lienzo hacia un lado para poder entrar en aquel habitáculo poblado de hilos de sedas dorados, y rozar aquella fresa que excitada sobresalía de su manto que la cubría; fue cuando se produjo la mayor explosión de los sentidos.

Sus gemidos me parecían cánticos de sirenas...

Los brotes de mis dedos frotaban con delectación aquella flor...

  Te juro mi primer amor, que hoy, al escribir aquello, siento la misma emoción, pues mi mente se ha trasladado a aquel tiempo tan maravilloso.

 

El perfume de su rosa en mis dedos

 

El aroma de su "cálida y húmeda rosa", crearon en mí tal cúmulo de sensaciones hasta ese momento desconocidas, y marcaron mi sentido del olfato de tal manera, que sin duda a partir de aquel momento es por donde se canalizan y fluyen mis deseos en el amor. Más poderoso que la vista, el tacto y el gusto. El aroma de una hembra en celo me perturba y me enajena. Y aquel aroma de mi primer amor lo llevaré impregnado en mi cerebro mientras viva. Y si existe otra vida, seguro que renacerá conmigo.

¡Cómo lo recuerdo..! Ese aroma penetrante de los exudados de tus pasiones, quedó en mí cómo quedó tu recuerdo, imborrable por el paso del tiempo; y aunque otros perfumes de mujer también invadieron mis fosas nasales; cómo el tuyo ninguno.

 

Todavía llevo en mi piel tu aroma

¡Mil años que yo existiera..!

Mil años que mi piel llevara

"el aroma de tus quimeras";

aroma que mi alma acibara,

y mis ojos de celos se maceran,

por haberte llevado otro al Ara.

Otros mil años que yo viviera,

no sería el espacio suficiente

para borrar de la caricia primera

los vapores que dejaron "tu simiente";

no aspirar tu esencia por donde fuera,

y no beber "el agua de tus fuentes".

Sé que existe la eternidad...

Pues mi amor es sempiterno;

porque lo celos no tienen edad,

y porque vivo en este infierno,

a donde me llevo tu crueldad,

y a este desconsuelo eterno.

¡Bendito este perdurable sufrimiento!

Pues ni el fuego evaporó aquel aroma

que se empapó de ti en aquel momento

como cual sensible y cándida paloma

que dejo en el tálamo aquel portento,

y que se infiltró en todas mis neuronas.

Llevo sabor a ti: paladar de finas texturas.

Vivo saboreando las mieles de tus recuerdos;

soñando día y noche con tal celestial criatura.

Imaginando en un estado más loco que cuerdo;

que vivo en el "Valle de la Luz y la Blancura".

Y nunca despierto. Porque de ellos soy su siervo.

 

Sus pechos de mis sueños infantiles

 

Si todavía recuerdo hasta lo más oculto e insondable de tu cuerpo, como no recordar tus pechos. Me sentía como un tierno infante mamando de tus pezoncitos; y más que pasión, lo que sentía era una paz interior y una seguridad que me trasladaba al paraíso de los ángeles infantiles.

¿Recuerdas como succionaba de "tus tallos" con el ansia de un sediento?

Y tú, mientras yo lactaba, acariciabas mis cabellos rizados del color del azabache.

Hago un alto, e intento verte a través de la pantalla de mi ordenador. ¡Oh milagro de la cibernética! Te veo... te veo... te veo...

Tus cabellos rubios cayendo en cascada en tus hombros...

Tus ojos de miel entornados mirando con infinito amor mi boca inmersa en tu pecho...

¡Dios mío! daría lo que me queda de vida por vivir otra vez ese momento.

Después de paladear de "tus prominentes"

calladamente  imaginaba en tu pecho;

tú, acariciabas dulcemente en mi frente,

susurrando en la paz de aquel blando lecho

canciones llenas de amor de adolescentes.

Me imaginaba en un mundo incandescente

un lugar lleno de fragancias celestiales,

lejos del ruido y del eco de otras gentes.

Beber con pasión las fuentes  de tus manantiales

aguas cálidas, pero puras y transparentes.

Desperté, y me hallé allí desamparado,

no encontraba la luminaria de tus ojos.

¡Dios mío! ¿Pero es que me ha abandonado?

A mi alrededor solo vi cardos y abrojos.

Y me sentí tristemente desconsolado.

¡Dónde existes amor mío que no atino!

Todo se volvió desagradable y tenebroso.

¡Dónde estás! ¡Dónde se encuentra mi destino!

Y me ahogo en este profundo pozo;

y allí se quedó mi corazón masculino.

Sin ti, sueño imposible, me llama la muerte,

pues la expiración quiero un millón de veces

a la idea de no poder volver a tener la suerte

de sentir los aromas de tu cuerpo con creces.

Y aquí me tienes, desvaído  e inerte.

Tercera parte

Al año de novios, fue ella la que me propuso que hiciéramos el amor. Un servidor que se creía conocedor del alma femenina ¡Sí... sí! dejaba para después del altar el hacer el amor. Debo decir aunque hoy no se comprenda, que para un joven de aquellos años el desflorar a la novia en la noche de bodas, era un rito sacro santo. Y aunque la hubieras desvirgado un día antes de la boda, ya no era lo mismo. ¡Pero que candorosos éramos! ¿Verdad?

Anduve varios días buscando una habitación porque en un hotel era imposible, exigían el libro de familia, y en un hostal o pensión asquerosa no me apetecía. El marco es tan importante que el cuadro, que hacer el amor con mi excelsa novia en una pensión dedicada a recibir parejas no me seducía.

Pero un buen día surgió la solución. Un cliente con el que tenía cierta confianza al comentarle mi problema, me dio el teléfono de una señora viuda que vivía en el Barrio de la Concepción de Madrid, y que por motivos económicos cedía sólo por las tardes una de sus habitaciones a personas recomendadas o de mucha confianza.

Llamó a la señora, porque a mi me temblaba la voz y los nervios no me dejaban articular palabra. Me concertó la habitación a las seis de la tarde de un día laborable, y podía disponer de su uso hasta las nueve de la noche. ¡Tres horas, madre mía! ¡Tres horas con mi amada en la cama..! No me lo podía creer.

Recuerdo que era un tercer piso y el ascensor no funcionaba. Era la primera vez que me iba al tálamo del amor con la mujer que amaba intensamente, y la emoción era tan enorme, que hoy al evocarlo me sigo emocionando.

Nos dijo la señora que no entráramos juntos para no despertar sospechas en los vecinos, pero mi novia me pidió que no subiera muy apartado de ella, que le daba vergüenza y mido subir sola.

Subía a unos tres o cuatro pasos detrás por aquellas escaleras. Y aunque nos conocíamos desde hace más de un año, me parecía que le había conocido esa misma tarde. Nunca había reparado en su tafanario de esta forma tan intensa como estaba reparando en ese momento. Llevaba una falda, creo que se llamaban de tubo, y una blusa; era un mes de Junio. La redondez de sus nalgas me impresionaron como nunca. ¡Bueno! La verdad es que no había reparado en aquellas caderas tan rebosantes, porque mis ojos siempre se posaban en los suyos o en sus labios.

Con mi amor, de la que estaba tan enamorado, la emoción me embargaban tanto el corazón y el alma que llenaban todas mis neuronas de sensaciones desconocidas pero excelsas.

Sus nalgas marcadas a través de su falda, y acentuadas por los movimientos ascendentes de sus piernas, me impresionaron tanto, que sólo pensar que dentro de unos minutos podría repicar en ellas "mi badajo" cómo el de la torre de una Iglesia en la campana, el corazón me hacía... ¡Pom...pom...pom...!

Las piernas si que las conocía muy bien, sobre todo sus rodillas; ya que sentada con las dos juntas, se semejaban a dos columnas del Olimpo, y de pie, a una autopista llena de curvas; eran (y seguirán siendo) piernas de locura.

Cada peldaño que subía, una de sus caderas se elevaba sobre la otra, dando a su precioso trasero, una dimensión para mi desconocida.

El momento más emocionante. Tres horas con ella

 

Como digo, cada escalón de la escalera que conducía al receptáculo del amor, magnificaba sus nalgas a fases por mí desconocidas.

-¡Joder! Pero que  "popa" más perfecta tiene mi novia, y yo sin enterarme hasta hoy.

Recordaba cuando hablamos de la posibilidad de hacer el amor como Dios manda, en una cama, no el la oscuridad de una calle o en el banco de un jardín, era ella la que me animaba. Me decía:

-Qué ganas tengo cariño de que me rodees con tus brazos desnudos, y sentir tu pecho desnudo junto al mío. Sentirme penetrada por "el macho", es algo que me lleva a límites extra sensoriales.

  -También a mí, cariño, pero ya sabes que no podemos ir a un hotel, nos pedirían el libro de familia; pero pronto vamos a solucionar el asunto; un cliente me ha hablado de una señora que alquila habitaciones a las parejas de mucha confianza, y me va a recomendar.

-Qué ganas tengo... Qué ganas tengo de sentirte dentro de mí.

También recuerdo el salón de aquella cafetería de la calle de Alcalá casi esquina a la calle de Conde de Peñalver; allí pasábamos muchas tardes tocándonos las partes íntimas.

La emoción aumentaba en mis entrañas en tal cantidad, que temía que colapsara en el momento de la verdad todas mis funciones viriles. Esa duda me asaltó, ya que la contemplación de sus nalgas tenía que ser motivo suficiente para "ensamblarme" a tope. ¡Pero no! No me la sentía entre las piernas.

-¡Pero leche! Qué me pasa. –Será la emoción del momento lo que paraliza mi sangre.

Llegamos al piso, y juro que los segundos que tardamos en subir fueron tan emocionantes que hoy, al cabo de más de cuarenta años no recuerdo haber sentido tan intensa conmoción. Echar un "polvete" a la mujer de tus sueños en aquel entonces, era una emoción que jamás sentirán los jóvenes de hoy. ¡Eso que se pierden!

Llamó ella a la puerta, mientras yo estaba fuera del rellano, tal como nos indicó la señora. Entró ella, y esperé como un minuto (que me pareció una eternidad)  entré yo.

La puerta había quedado entre abierta para no tener que volver llamar al timbre otra vez.

Era un piso muy acogedor, amueblado con sencillez, pero con mucho gusto.

-Su novia le espera. Es la habitación del final del pasillo. –Me dijo la señora, una dama, parecía una gran señora. Ese detalle tanto me satisfizo, el creer que  estábamos en buenas manos.

-Le importa caballero. ¡Me llamó caballero! Abonarme ahora, son cien pesetas –Me dijo con mucho tacto y delicadeza.

-¡Cómo no señora! Le di ciento veinticinco pesetas, para que viera que aunque pobre, era un hombre rumboso.

-Gracias y que disfrutéis. Ya saben que a las nueve debe quedar libre la habitación.

-Seguro señora. A esa hora nos marcharemos.

Recorrí aquellos diez metros de pasillo que terminaban en el receptáculo donde me esperaba mi amor, y abrí la puerta con mucha delicadeza, pero con tanta emoción que me sentía más que en la Tierra en el Cielo. Daría parte de mi vida por volver a sentir aquellas emociones que embargaron mi alma.

Allí estaba mi diosa,

sentada en el lecho.

¡Qué hermosa rosa!

¡Dios! que he hecho

para merecer tal cosa.

 

Me miró con carita asustada, temblaba, como si se diera cuenta en ese momento que estaba cometiendo un pecado terrible.

-Tranquila mi amor. – Le dije acariciando sus cabellos rubios. Es tan grande nuestro amor, que hoy será confirmado por Dios. No se de donde me salieron aquellas palabras, ya que un servidor nunca ha sido un hombre de fe.

-Lo que vamos a hacer no es pecado, cariño. Mira como nos sonríe el Cristo de la cabecera. -Sabe muy bien que lo nuestro no es lujuria ni bajas pasiones; es la confirmación de un amor puro y casto.

Quedó convencida, ya no temblaba. Tomé la iniciativa armándome de valor; ya que aunque era la tercera vez que compartía lecho con hembra, era la primera vez que me hallaba en tal excepcionales circunstancias.

La besé en los labios a la vez que delicadamente la tumbaba boca arriba en el lecho. Ella rodeo mi nunca con sus manos, y me ofreció su lengua para que la succionara. Cosa que hice con delicada pasión, y al límite del paroxismo.

Fue la tarde más emocionante que había vivido hasta ese día; emoción que no creo que un chico o una chica de hoy puedan sentir, ya que el sexo para la juventud actual es algo cotidiano, y aunque evidentemente sigue reportando al cuerpo mucho placer, al alma no le concede esa catarata de emociones que por razones de la educación sexual de la época los jóvenes si percibíamos con inusitado candor.

Hoy me causa hilaridad mi actitud; pero entonces procuré ser para ella, ese caballero andante, o ese príncipe enamorado que se ha sublimado ante su amada, y que postrado a sus pies desea ser su amante perfecto.

Pero con veinte años y primerizo en las artes del amor, por mucho que te quieras esforzar no puedes ser ese amante que deja a la hembra al borde del éxtasis de la locura.

¡Joder! Si te hubiera pillado hoy, te juro que te hubiera postrado a mis pies suspirando mi amor para toda la vida; aunque también me doy cuenta que para ti pudo más el egoísmo que el amor, ya a los pocos días de creer que nuestro amor había quedado allí encriptado para la eternidad, me despidió para siempre con aquellas cuatro palabras.

He dejado de quererte.

No creo que ella lea esta relato, han pasado 45 años, pero si por un casual, llegara a tus ojos, eres parte y testigo, de la realidad de lo que digo.

Que te vaya muy bien, te lo deseo de verdad.

 Fin del relato

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