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La historia de un maricón. Capítulo segundo

en Gays

La década de los sesenta y mi cobardía

 

La relación con Damián duró cuatro años, hasta que hice el preuniversitario. Llevamos tan en secreto nuestra relación, que, fuera de aquellas cuatro paredes donde me sentía tan "realizada como mujer" en los brazos de "mi hombre", nadie advirtió ni la más leve sospecha. Es más, a veces por la calle cuando nos veíamos nos hacíamos los despistados, y no nos saludábamos, hasta el punto, que un día que iba con mi madre me crucé con él y me hice el despistado.

-Hijo, que ha pasado don Damián, tu profesor de "mates" que no le has saludado.

-Es un cretino mamá, y si le aguanto es porque es un gran profesor, pero me tiene harto con sus intransigencias.

-Pero hijo, desde que te da clases particulares, "las mates" las apruebas todos los cursos y con nota.

-Por eso le aguanto mamá, y porque sé que a papá le cuesta un pequeño sacrificio pagarme las clases... ¡Qué si no!

Damián y yo teníamos muy claro lo que nos jugábamos en esa relación; él, posiblemente hasta la cárcel por corruptor de menores, y yo la vergüenza y el exilio de mi casa. Un día hablando del peligro de la misma me decía:

-Sabes José Luis, que esta relación me puede costar muy cara si algún día sale a la luz.

-¿Y quién la va a sacar a la luz? ¿Tú? Si estuvieras casado podría haber algún peligro, pero vives sólo.

-Ya, ya, pero he tomado una decisión.

Quedé paralizado, pues estaba "tan enamorada" de mi "profe" que pensar que esa decisión era acabar la relación, me sentí hundirme, pero sacando fuerza en al voz le dije:

-¿Qué decisión has tomado? Si puede saberse.

-Que en vez de darte la clase solo a ti, la voy a dar con dos alumnos más. Eso acallará malos pensamientos.

-Entonces lo nuestro... ¿Cómo lo vamos a llevar?

-No te preocupes cariño, que nuestro amor seguirá ardiendo, pero hay que tener mucho cuidado. Les diré a los otros alumnos que a ti te doy una hora más de clase.

Y así estuvimos casi un año más. Los tres días a la semana que me daba las clases, una hora y a veces más la dedicábamos a dar "clase de cama".

Jamás podré olvidarte Damián. Me supiste hacer mujer, y muy mujer me sentí en tus brazos.

Tus labios, tu lengua... ¡Cómo me besabas..! Me sentía en tus brazos cómo una paloma... Cómo una princesa... Fue sin duda la etapa más feliz de mi niñez y mi pubertad.

A los 21 años y tener aprobado dos cursos de los estudios de Filosofía, hice el Servicio Militar en las Milicias Universitarias. Aparqué durante ese periodo (tres años) mis ansias de ser mujer, y me porté como un hombre. Era a comienzos de los años sesenta, y la homofobia en España a la sazón era un hecho tan real, que a los que llamaban maricones en plan despectivo, eran considerados como apestados, y si eras de ideas contrarias al Régimen, mejor exiliarte.

Me refugié en los estudios, y les decía a mis compañeros para acallar sus sospechas de que no salía con chicas.

-Reíros lo que queráis de mí, pero cuando sea ministro y vosotros unos simples universitarios, tendré mil mujeres a mis pies.

Fui el ejemplo de mis profesores, ya que lo normal era que sacara sobresaliente o matrículas de honor, y salí distinguido como alumno de honor en mi graduación en el curso 1965-1966..

Año 1966 - Madrid

A mis veintiséis años ya cumplidos, con este C.V. académico tan brillante, y con plena conciencia de mi terrible problema de identidad sexual, a pesar de mi formación universitaria y mi carácter sereno y tranquilo; me entró verdadero pánico. Pavor que me hizo ser un cobarde,  y hacer infeliz a una de la personas más buenas que se han cruzado en mi vida. Mi esposa. (Ya hablaré de ella en su momento)

Llegó la hora de afrontar mi verdadera identidad, pero me fue imposible afrontarla. Sí, fui un cobarde por no enfrentarme a ella; pero para los que sepan como era la España de aquellos años, me comprenderán.  ¡Cómo uno de los filósofos con más futuro iba a ser maricón!

Hice esfuerzos sobrehumanos para expulsar de mi mente a "esa mujer" tan dentro de mí, y llegué hasta creerme lo que era: un hombre. ¡Joder! Pero que paradojas tiene la vida.

Tenía a la sazón un vecino llamado también José Luis, unos diez años mayor que yo. Desde muy joven afrontó con "un par de cojones" su identidad sexual, y la hizo pública; tuvo los "cojones" que a  mí me faltaron.

A las vejaciones y palizas que le sometían eran terribles; se me ponía la carne de gallina. Aquellas somantas y desprecios que recibía por parte de su padre, me "acojonaron" tanto, que estaba seguro, que el mío, me hubiera matado en caso de haber hecho pública mi homosexualidad.

Aquello me marco de tal manera, que renuncié a lo que años más tarde di la vida por ello: ser mujer de cuerpo (de alma ya lo era) Pero no adelantemos acontecimientos.

Cierto es, que era un joven muy atractivo; superior a la media del joven de la época. Un metro ochenta de altura; setenta kilos; una frondosa cabellara negra como el azabache y ligeramente ondulada me situaban en el objeto del deseo de aquellas mujeres de mi entorno, tanto profesional como vecinal.

Mentalizado de que no podía hacer pública mi homosexualidad, sólo pensarlo me aterraba, me dispuse a representar la comedia más absurda de mi vida, ser lo que la Naturaleza me había designado: o sea, ser yo mismo.

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