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Reflexiones de un viejo sobre el sexo y el amor

en Confesiones

Carta dirigida a mi ex novia:

 Ayer cuando me dijiste que no fuera grosero por desearte un "buen sábado sabadete", se me encendió la luz de la realidad, y se me encendió porque me recordaste a mi mujer en esta etapa de la vejez, pues cuando le digo algo con contenido sexual; ella me dice: "no seas guarro", que viene a ser algo parecido o lo mismo que tú me llamaste.

La mujer que ha hecho miles de  "esas guarradas" conmigo durante más de cuarenta años; y que hemos llegado hasta el paroxismo del sexo, y que nos hemos devorado en la cama  el uno a la otra y viceversa hasta las entrañas, ahora me llama guarro porque le insinúo alguna cosa con picardía, o "verde" como vosotras soléis llamar a las intenciones o dichos sobre el sexo emitidas por un viejo.

Aunque parezca una paradoja, es una realidad que asumo como natural en el pensamiento de la mujer que ha llegado al climaterio. ¡Joder! que tu mujer te llame guarro por pretender echar (o medio echar) un kiki con ella en la senectud, tiene por lo menos guasa, cuando no delito.

Se dice que hay mucho "viejo verde" por el mundo, y es verdad, ya que el hombre aunque pierda su potencia sexual con los años, nunca pierde los deseos de fornicar.

Es lo que se llama en poesía antítesis: la contradicción entre la realidad y el deseo. Y esa contrariedad es la que le hace al viejo "ser verde", ya que intenta suplir su carencia de fuerza sexual con otros aditamentos antinaturales para seguir siendo aquel joven de veinte años que arrasaba sexualmente. Situación que le pone en ridículo ante aquellos que entienden que el hombre viejo ya no debe hacer las "guarradas" que hacen los jóvenes.

Desgraciadamente al hombre le cuesta mucho asumir su impotencia física, ¿Sabes por qué? Porque esa impotencia nunca le llega a la mente; de ahí que busque esos aditamentos para poder seguir manteniendo una actividad sexual que ya la Naturaleza le niega.

A mis setenta y dos años, siento el sexo con mucha más intensidad que cuando tenía quince. Otra paradoja, ¡cruel paradoja! Porque por motivos de otra naturaleza: sociales o familiares, un viejo no se puede comportar como un púber de quince años; y aquel que lo pretenda, caerá irremisiblemente en lo grotesco y lo burlesco.

He pretendido revivir contigo aquellas... llamémosle "cosas" no guarradas, que aunque tímidamente, hacíamos cuando éramos novios. ¿Las recuerdas? Seguro que a tus aquellos dieciocho años "el sábado sabadete" era ansiosamente esperado. Pero hoy, a tus sesenta y siete, te parece una grosería. ¿Otra paradoja, o realidad?

Después de casi cincuenta años de nuestra separación, el volver a encontrarte a través de las ondas de Internet, removió mis neuronas de tal forma, que, caí en la absurda pretensión de volver a revivir contigo aquellas tardes de amor (noches no, porque en aquellos años sesenta, las chicas tenían que estar en casa como muy tarde a las diez de la noche) sin caer en la cuenta que el sexo no existe, o ocupa los últimos lugares en la escala de valores de una abuela.

Y te escribí mil poemas de amor; y un libro narrando nuestro noviazgo a tu gusto, en donde tú eres más druida que novia; obviando todo aquello que hoy te parece escabroso, pero que era lo más natural del mundo entre dos jóvenes bellos y guapos como éramos ambos... Y lo escribí así, mintiendo, para no herir tu sensibilidad de madre y abuela en caso de ser leído por otros de tu entorno.

Y te mandé aquellos recuerdos de nuestro noviazgo para ver si también a ti aquellas remembranzas activaran  en ti los mismos deseos que a mí...

Y soñé con volver a besar tus labios y succionar tu lengua con los deseos del que jamás ha probado esa delicia...

Y procuré volver a enamorarte, que aunque fuera virtualmente, sintieras el deseo de verte otra vez poseída por aquel que tanto te amó...

Pero la realidad, que casi siempre circula en dirección contraria a los deseos de los ilusos, hoy, ante la menor insinuación de mis deseos, me dices que no sea grosero.

Tienes razón, querida ex, un viejo ya no puede caer en la grosería de pretender ni tan siquiera virtualmente amar a la mujer que tanto amó, pues de intentarlo se convierte en un "viejo verde".

Gracias a esa luz que se me encendió anoche en la cama, en mi solitaria cama, comprendí lo absurdo de mi reivindicación; por lo cual seguiré con mi onanismo sexual, y así evitaré que ni mi mujer me llame guarro, ni tú grosero, y nadie "viejo verde".

Te deseo la mayor felicidad del mundo con tus hijos y nietos, que es ahí donde residen el verdadero placer de las abuelas; que son los que os proporcionan los verdadero "orgasmos" de la senectud. No el que yo pueda proporcionarte.

Tu ex.

 

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