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Dichas y desdichas de una prostituta

en Grandes Relatos

Desdichas y dichas de una prostituta

PRIMERA PARTE

CAPITULO I

Durante 30 años, he regentado una Casa de Putas. Permitan que lo denomine de esta forma un tanto displicente; pero es que en mi país, el pueblo liso y llano, donde los hombres van a "aliviarse", lo llaman así: Casas de Putas. Podría haber empleado otros nombres menos significativos, como por ejemplo: casas de tolerancia, serrallo, casa de citas, casa de lenocinio, casa de trato, casa pública o burdel; pero sería intentar disfrazar lo que por mucho que se intente camuflar, siempre será lo que es: una Casa de Putas.

Por mi Casa han concurrido miles de hombres de todas las edades y personalidades; desde el estudiante, el ingeniero, el cura y el militar; ya que desde su apertura, ha pasado por múltiples apariencias, debido a las circunstancias de cada momento.

Podría escribir un libro de mil páginas narrando todas las anécdotas, ocurrencias, eventos y peripecias allí acaecidas; pero me voy a limitar a narrar aquellas vivencias que bien personalmente o "mis chicas", fueron parte de las mismas.

Inicié mi actividad en el año 1945. Mi país carecía de casi todo lo imprescindible para vivir; ya que había salido de una terrible guerra fraticida. La sociedad imperante era machista, y sólo entendía de dos tipos de mujer: Decentes o Putas. Pero la gran paradoja, es que las decentes estaban socialmente "mas puteadas" que las putas de verdad. Seguro que se preguntarán los motivos de algo que parece incongruente, pero es que aquella sociedad ya de por si, era la incongruencia misma.

La mujer decente era la que defendía los valores que dictaba la Santa Madre Iglesia. Llegar virgen al matrimonio; ser fiel y sumisa esposa, e ir a misa todos los domingos; y las casadas, quedarse preñada todos los años, ya que la utilización de anticonceptivos aparte de estar muy controlada su utilización, estaba considerado como pecado mortal. Y las decentes solteras que les dejara el novio abandonadas y preñadas, si eran pobres se convertían en la vergüenza de la familia, y eran repudiadas. Pero si eran ricas, hacían "un viaje de turismo a Londres" , y por arte de birlibirloque volvían desembarazadas.

Las familias numerosas eran premiadas por aquel Régimen, y les consideraban ejemplos de madres abnegadas dignas de los mayores elogios aquellas que rebasaban la docena de hijos. Por eso no es de extrañar, que, el peor insulto que se le podía hacer a un hijo, era llamarle, hijo o hija de puta. Y el que se atrevía a llamarlo a otro, seguro que el final era los juzgados o las Casas de Socorro. La madre era lo más sagrado del mundo, ¡Y pobre de aquel que se atreviera a mancillar honor!

Sin embargo nosotras no teníamos los privilegios de las decentes. Las putas podíamos vestir pantalones, fumar y beber alcohol, y nos pintábamos el rostro con todo tipo de perfiles. Alternábamos en clubs , y cruzarnos de piernas para que se nos vieran las bragas.

Las Casas de Putas, durante un tiempo estuvieron toleradas por el Régimen, pero con severísimos controles sanitarios; y el acceso a las mismas, estaba exclusivamente reservado para los hombres mayores de edad

Creo haber resumido en pocas palabras, el tipo de sociedad que imperaba en mi país en aquellos años. O sea: una sociedad machista, donde el hombre era la fuerza de la misma, y la mujer, su reposo en caso de la esposa, y su entretenimiento en caso de la querida o puta, que venía a ser lo mismo.

La diferencia entre puta y querida, estribaba generalmente en la edad y en el físico de la mujer. Las muy jóvenes y agraciadas, aspiraban a tener ese amante millonario pero palurdo, que las mantenían hasta que se cansaban de ellas, pero el final de casi todas, era el mismo: El burdel.

CAPITULO II

Vivía en un pueblecito muy pequeño, y en esa hora tonta que dicen tenemos todos los días las mujeres, un viajante de alpargatas, muy guapo él, "me hizo una tripa". Mi padre y dos hermanos me echaron de casa por considerar que era la deshonra de la familia. Mi pobre madre, nada pudo hacer, salvo llorar y rezar por mi todos los días. Y fui marcada por el alcalde, como una maldición bíblica para el pueblo.

Con mi tripa, una falda, un jersey, un sujetador y dos bragas, y sin apenas recursos económicos abandoné el pueblo y me vine a la capital a buscarme la vida; y de momento lo que encontré fue mucha hambre y piojos. ¡Muchos piojos! Pero gracias a don Celestino, el párroco del pueblo, fue aceptada en una casa de beneficencia para chicas descarriadas como una servidora.

A las dieciséis semanas de embarazo, aborté de una forma natural, ya que quería tener esa criatura. No sé como me sobrevino, porque no me dieron explicaciones, sólo escuché decir, que estaba muy débil y con anemia, y que el feto no había podido seguir el proceso de gestación, debido a la falta de los elementos necesarios para la culminación de la vida.

Superado el trauma que me supuso el aborto, y rebasado el tiempo máximo que podía permanecer en la casa de acogida, me pude colocar de mujer de la limpieza en una de las casas de citas más famosa del lugar.

Aquí empezó mi vida a resurgir; pues aunque durante dos meses, me hinché a limpiar todos "los restos del amor pagado" que allí dejaban aquellos señores de porte tan distinguido; y allí mismo aprendí más de la vida en esos sesenta día, que el resto de mi vida intentando ser una mujer honesta y honrada, tal como mandaba la Santa Madre Iglesia.

Un día después de comer me dijo doña Patrocinio, la señora que dirigía la casa:

--Oye Manolita, ¿Sabes que los clientes se fijan más en ti, que en mis niñas?

Efectivamente, así era. Muchas veces tuve que cortar a más de uno de aquellos señores haciéndome la tonta. La verdad era que tenía 20 años esplendorosos, lo que pasa que no sabía ni podía lucirlos con toda la luminosidad que mi ser irradiaba.

--Ya me he dado cuenta, doña Patrocinio; pero mire usted, yo no sé si serviré para esto.

--Ven conmigo, verás como tú misma vas a sorprenderte. Me dijo a la vez que me tomaba de la mano y me llevaba a su habitación; en donde el lujo, el boato y el buen gusto se manifestaba por las cuatro paredes y el techo.

--¿Te gusta lo que ves?

--¡Jolín doña Patrocinio! Que si me gusta, esto no lo tienen ni las señoras más ricas de mi pueblo.

--Es que Manolita, las señoras decentes no pueden tener estos lujos.

--¿Y porqué no? Pregunté con ingenuidad manifiesta.

--Porque las señoras decentes dependen de sus maridos; y éstos las tienen como siervas, no como amantes. Y las esposas no necesitan estas clases de atenciones, es un pecado.

No podía entender sus razonamientos, pero lo que observaba a mi alrededor no era un sueño, era una realidad palpable. Abrió un armario y quedé alucinada de la cantidad de vestidos a cual más bonitos que contenía.

--Te voy a transformar, para que compruebes lo bonita que eres. Después de manipular mi rostro y mi cuerpo durante un buen rato, me dijo:

--Mírate en el espejo.

No quedé alucinada, quedé totalmente deslumbrada, en unos minutos me había convertido en una princesa. Me desprendió de mis viejas y vetustas ropas; dio libertad a mi pelo del color del oro, dejando que transitara hasta más allá de mis hombros; pues estaba preso en una especie de moño que parecía más bien un repollo. Dio una sombra profunda y misteriosa a mis ojos, y emitió luz a mis labios; labios sensuales que invitaban perennemente a ser besados. (Eso era lo que me decía aquel viajante que me dejó preñada)

Mi cuerpo de un metro setenta centímetros adquirió unas dimensiones para mi desconocidas dentro de aquel vestido que doña Patrocinio había estimado el ideal para que se luciera en mi anatomía. Parecía una diosa salida del Olimpo.

Odiaba a mis caderas y mi culo, porque me parecían demasiado anchos, y mi pecho también me parecía desproporcionado, pero ¡Oh! milagros de la plástica. Fui ubicada por doña Patrocinio en mi verdadera dimensión, en mi verdadero espacio. Y aquella burda y paleta niña de pueblo, se había convertido en una mujer capaz de poner a sus pies a todos los hombres.

Por mi mente pasaron fugazmente aquellas imágenes que me hicieron tan desgraciada: el pueblo, mi familia, la casa de acogida, el hambre, los piojos, y el aborto. Y supe al instante que mi vida había cambiado radicalmente. Doña Patrocinio miraba con delectación la obra de arte que acaba de crear conmigo, y al ver la expresión agridulce de mi rostro, supo que aquella Manolita que limpiaba, se iba a convertir en la princesa de su casa. Sólo pude abrazarme a ella y darle las gracias.

--¿Te atreves a salir al salón así? Dentro de poco empezarán a llegar los clientes, te aseguro que todos cuando te vean se van a poner a tus plantas para pedir tus favores.

--Una pregunta doña Patrocinio. ¿Cuánto ganan sus chicas?

--En un día, más que tú en un año limpiando la basura que dejan esos que te van a adorar como a una diosa en cuanto te desnudes delante de ellos, porque tu cuerpo Manolita es como el de una deidad.

Quedé perpleja, y al recordar todas las vicisitudes que me trajo aquella hora tonta, y me dije a mi misma:

"Si por el coño dejé de ser una mujer honrada; por el coño seré reivindicada"

CAPITULO III

No tenía experiencia como puta, pero me dijo doña Patrocinio, que fuera yo misma, tan natural como siempre, que mi cuerpo era mi mejor tarjeta. Sólo me hizo una recomendación:

--Se dulce y comprensiva con aquellos que requieran tus servicios, y proporcionales ese rato que sus esposas no saben darles. Y ten en cuenta, que, la mayoría son personas muy respetables, de alto nivel profesional e intelectual, casados y aburridos.

Era cierto, y eso me reconfortaba, en el poco tiempo que llevaba en la casa, todo el proceso de llevaba de una forma muy especial; se respiraba en el ambiente paz y tranquilidad, y "las señoritas" nunca tuvieron un percance ni una mala nota por parte de los señores que les requerían.

--Y no te preocupes, que los primeros días estaré pendiente de ti, para que no encuentres dificultades.

MI PRIMER CLIENTE

Fue un marqués, de unos cincuenta años. Debo decir, que, doña Patrocinio de momento no me sacó al salón con todas las niñas. Dijo que un bombón como yo sólo podía ser "degustado" por clientes muy especiales; me retuvo en sus aposentos privados al que sólo tenían acceso muy poquitas personas.

La señorita recepcionista le anunció la llegada de don Servando, Marqués de "Flores del Campo". Al cual hizo pasar inmediatamente; era uno de los clientes VIP. Después de los besos de rigor, el señor Marqués que ya me había hecho el escáner con los ojos...

--Usted como siempre Patrocinio, tan hermosa y elegante.

--Usted que me ve con buenos ojos, señor Marqués. Pero los años pasan

--Para usted no, se lo dice uno que la conoce desde hace muchos años. –¿Y esta señorita tan preciosa? Dijo dirigiendo su mirada a mis ojos.

--Algo especial, señor Marqués, reservada para los clientes de su categoría.

La mirada del señor Marqués era limpia y clara, quizás vi algo de tristeza en la misma. Era un hombre de porte distinguido, alto y muy bien conservado para su edad. Le sirvieron una copa de coñac que degusto con deleite durante unos minutos, sin duda era un sibarita, por lo que mentalmente me fui preparando para satisfacer plenamente sus deseos.

--Manolita, vete preparando, que el señor Marqués quieres estar contigo, dice que se ha enamorado de ti explosivamente.

Me sentía muy segura y serena, cosa que me extrañó para ser la primera vez que follaba por dinero; y eso me dio ánimos para afrontar mi primer encuentro. Y lo mejor: el señor Marqués no me producía ningún tipo de aversión. Todo lo contrario, su aroma a limpio me atraían. Por lo que me dispuse a enfrentarme a mi gran reto.

Me tomó de la mano y me llevó a la suite reservada para estos clientes. Estancia que conocía bastante bien, pues había quitado muchas sábanas y toallas mojadas. Me sentí como una diosa al saber que ahora iba a ser yo la que dejara las secuelas de mi actividad, ya que ese tiempo iba a ser de oro; me dijo doña Patrocinio que las propinas que dejaba don Servando eran muy generosas.

--¿Sabes niña que de verdad me he enamorado de ti? Pareces más un ángel que una....

--Gracias don Servando, pero soy lo que soy, aunque por avatares de la vida...

Me tomó por los hombres con ambas manos y me dijo que le viera como a su esposo. Que su señora no quería o sabía satisfacer sus deseos, y que soñaba con una esposa amante y abierta a todos sus pretensiones sexuales.

--Cariño, hoy he tenido un día agotador. La finca de los Jarales no me da más que problemas, menos mal que te tengo a ti, que eres el bálsamo de mis penas y el remedio de mis angustias, y cuando llego a casa, me haces olvidar todos mis problemas.

--Sí esposo mío, sabes que tu mujercita siempre será tu sostén.

--¡Hablado de sostenes! ¿Y este tan erótico que llevas puesto? ¡Coño! Pero si parece que te hace las tetitas más hermosas.

--Pero cariño.. ¿No te acuerdas? Le dije a la vez que me quitaba la falda y me quedaba en bragas y sujetador. –Si este conjunto me lo regalaste tú, porque decías que me lo imaginabas puesto, y te excitaba.

No podía creer que fuera capaz de interpretar el papel de esposa; pero al ver el brillo en los ojos del marqués, supe que lo estaba haciendo muy bien; que se estimulaba por momentos.

--¡Pero que despistado soy, cariño! Disculpa mi fallo.

--¡Y yo que me lo había puesto por ti y para ti...! –Le dije poniendo cara de enfado.

--No te enfades conmigo mi amor, sabes de sobra que lo eres todo para mí. Deja que te lo quite yo, mi vida, quitarte el sostén y bajarte las braguitas es una de las emociones más grande que siento.

--Si esposo mío; bájame las braguitas como sólo tú sabes hacerlo.

--¡Pero es que alguien más, también te las ha bajado! Me dijo un tanto airado.

Había metido la patita con ese "como sólo tú sabes hacerlo", y temía lo peor: el desencanto del Marqués. Pero supe reaccionar muy bien. Y le dije llorando:

--Me ofendes esposo mío. Sabes de sobra que nadie me ha bajado las bragas. Lo que pasa, que doy por hecho, que no hay en el mundo un "bajador de bragas" como tú.

--¡Perdona, perdona, cariño! Pero que burro soy.

--Te perdono, cariño, pero no vuelvas nunca más a desconfiar de mi.

Me situó boca abajo, y me temía algo raro. ¡Pero no! Sentí su aliento en mi espalda, y como con sus dientes como asía la braga.

--¿Es que me las querrá bajar con la boca? Pensé para mi.

Y así fue, aunque ardua la tarea, ya que bajar unas bragas con la boca no es nada fácil, se notaba su destreza en tan complicada acción. Ya me las tenía justamente debajo de la raja del culo, debajo de las ingles.

--¡Pero que hermoso culo tienes, cariño...!

Me abrió la rajita con los dedos pulgares de ambas manos, y me temía lo peor: que me la metiera por ahí; cosa que nunca nadie había hecho, por lo que me dispuse a aguantar el dolor que dicen que da la primera vez. Pero al ver que la tenía floja, totalmente "morcillona", vi que no podía ser.

Lo que me metió fue otra cosa. Notaba como mi ano se mojaba con las viscosidades de su lengua. El contacto con mi ojete, que en mi vida lo había experimentado, era relajante y gratificante. Pero cuando me dijo:

--Cariño, cuando tengas ganas de hacer caquita me avisas.

--¡Pero leche! ¿Qué querrá este, que le cague? Pensé para mis adentros. Y le dije:

--Cariño... es que no tengo ganitas.

--¡Uy uy yuyuy! Pues aquel vestido tan caro y que tanto te gusta , y que te prometí regalar si te portabas bien... No sé... no sé... si te lo podré comprar.

--Jolín! Por un vestido, me cago en el Marqués y en toda su familia.

--Espera, cariño... que ye me vienen las ganitas.

Apreté con todas mis fuerza, que unido a la lubricación del ano con su boca, de repente me vinieron ganas de hacer del vientre. ¡Milagros de la mente! Lo malo que voy estreñida y suelo evacuar como dicen en mi pueblo: zurullos.

Me situé en cuclillas, justamente encima mi culo de su boca, y volví a pegar otro empujón con todas mis fuerzas...

--¡Ya asoma... ya asoma...! --Dijo el Marqués con una alegría como si lo que asomara era "El Arcángel de la Anunciación" .

Cómo es imposible cagar sin mear, la misma fuerza lo provoca, y lo mismo que el relámpago anuncia al trueno, me oriné y defequé en la boca del Marqués, con toda su complacencia. Me lamió el culo y el coño con tanto ardor mientras se meneaba su pene a medio empalmar, y se corrió entre espasmo y gemidos. Y eso fue todo. No hubo más.

La propina que me dio fue tan generosa, que cuando abrí una cartilla de ahorros con esa suma, el empleado de banca, me miró como diciendo: "de donde coño habrá sacado esta tía tamaña suma". Si es más de lo que yo gano en un mes.

Y no iba mal encaminado en sus apreciaciones, sobre todo de donde lo había sacado.

CAPITULO IV

Obviamente no voy a relatar los miles de servicios que hice en mi vida. Me voy a limitar a contar aquellos que fueron extraordinarios y que demostraron hasta donde puede llegar la mente humana en el terreno de la sexualidad. Y la doble moral de aquellos que predicaban ser los paradigmas de los valores del espíritu en aquella sociedad machista.

Me dijo otro día doña Patrocinio:

--Manolita: mañana va a venir a conocerte, pues le han hablado tan bien de ti, una personalidad muy relevante; es la mano dura del gobierno, y que gracias a él, esta casa es consentida y admitida por el Régimen. Debes acceder a todos sus caprichos.

--No me asuste dona Patrocinio, ¿no será un sádico, verdad? Si es la mano dura del gobierno....

--Tranquila niña, tranquila, que si le caes bien, te puede elevar a las cotas más altas de esta sociedad.

--¿Pero no me pegará, verdad?

--Tranquila Manolita. Yo te diré lo que tienes que hacer, para que el señor Ministro quede muy contento.

Según me contaba doña Patrocinio lo que debía hacer no salía de mi estupefacción, pero la idea me seducía. Esta vez no iba a hacer la esposa del Marqués, iba a ser la niñera del señor Ministro, su tata.

Llegó sobre las siete de la tarde, camuflado detrás de unas gafas obscuras y un sombrero de ala muy ancha. Pasó directamente a los aposentos privados a través de un pasillo que sorteaba el salón principal. Era un hombre de unos 40 o 45 años, alto, de facciones o gesto muy duro, me recordaba a ese actor americano Boris Karloff. No me extrañaba nada al ver su faz que fuera la "mano siniestra" de ese gobierno totalitario, y lo que se decía de él fuera cierto: que a los disidentes que caían en sus garras, nunca más se sabía de ellos.

Le llevó al vestidor anexo al dormitorio, y a los poco minutos lo volvió vestido de marinerito, con sus pantaloncitos cortos con tirantes, su camisita blanca y un gorrito con su lacito azul a un lado.

--Te he dicho mil veces Ginesito, que no vengas a casa más tarde de las ocho de la tarde. Y a renglón seguido le sacudió una hostia que tembló la lámpara del techo, y a mi las piernas.

--No me pegues mamá, no me pegues, la culpa la tiene Luisito, que me ha entretenido en su casa jugando a los trenecitos.

--¡Pues que sea la última vez que te retrasas!

--Si mamá, si.

--Y ahora ve con la tata nueva que he contratado, para que le lave y te de la cena.

--¡Uy que tata más guapa mamá me han comprado! Gracias mami, gracias... Muak...muak...

Miraba la escena alucinada y no daba crédito. "El terror" de aquella sociedad convertido en un indefenso y cobardica niño que se sometía a los mandatos de su madre y servidumbre. Pero aprendía a paso agigantados las miserias de los que pretendían hacer ciudadanos perfectos y temerosos de Dios. Y tampoco podía dar crédito, que esa piltrafa de persona, pudiera traen en jaque a una oposición al Régimen, que le temía más que a un nublado. Me hizo una seña doña Patrocinio para indicarme como tenía que actuar. Entramos en la habitación reservada y preparada para el evento.

--¡Tata, tatita...! ¿Esta noche que cuento me vas a contar para que me duerma?

--Si te comes toda la cena, el de Caperucita.

--No, no, que ese ya me lo sé de memoria. Cuéntame el de los tres cerditos y el lobo ¿vale?

--¡Vale! Pero antes tienes que hacer pis darte un baño para que mi niño duerma y sueñes con los angelitos.

Desnudé a Ginesito como pude, ya que aquellas ropas de niño le quedaban muy estrechas, y quedé maravillada al quitarle los pantaloncitos; "aquello" no era normal, era más propio de un burro. Le metí en la bañera y yo me senté en una banqueta y sin bragas, tal como me dijo dona Patrocinio.

--Mira como se me ha puesto la colita... Tata.

--Eres un niño malo, Ginesito, a los niños buenos no se les pone así la colita.

--Es que te estoy viendo el chichi, tata...¡Anda..! Pero si tienes más pelitos que mi otra tata... ¡Qué bien! Cuando me laves, te voy a meter mi colita por ahí. ¿verdad tata que me vas a dejar?

--Te dejaré si me prometes que después de cenar te vas a quedar dormidito.

--Si tata, sí, te lo prometo. Ahora sécame y llévame a la camita. –Y prométeme tú, que después que te meta la colita me vas a contar el cuento y me vas a cantar una nana.

--Te lo prometo.

Me tumbé en la cama bien abierta de piernas; deseaba que esta situación acabara lo antes posible, porque me superaba. Pero tenía que seguir el juego, ya que la supervivencia de la Casa dependía de "este monstruo". Una orden suya y nos cerraban el local en 24 horas.

--Tata, yo quiero que me hagas antes lo que me hacía la otra tata.

--¿Y que te hacía?

--Me la chupaba un rato.

--No te preocupes mi niño, verás como tu nueva tata te la a chupar mejor que la otra.

--¡Uy...uy...uy...tata! es verdad... la chupas mejor.

Le pegaba unos lametones deseando que se corriera lo antes posible para acabar con esta farsa, pero tenía que satisfacer sus caprichos hasta los más mínimos detalles. Estaba bien avisada y aleccionada por doña Patrocinio.

--Tata...tata.. ¿Me vas a poner hoy el supositorio? Me dijo mientras "mamaba". Cesé de "mamar".

--¡Claro mi niño! Para que hagas bien caquita. Anda date la vuelta y enséñale el culito a tu tata.

Me unté el dedo índice de mi mano derecha bien de vaselina y se lo metí hasta la última falange, girando el dedo sin cesar.

--¡Qué bien pones los supositorios tata...! ¡Ay.....ay...ay...! que me vienen las ganas de hacer caquita.

Saqué el dedo de aquel agujero negro, y nada más sacarlo...

¡Prerreeeffffff! Perreeefffff! Se tiró dos pedos que me echaron para atrás. ¡La madre que lo parió! Aquello no eran los pedos de una persona, eran más propios de un mulo.

¡Qué me hago caca, que me hago caca..!

Le puse en la taza, y se tiró otros dos pedos de los mismos decibelios de los primeros, que anunciaban "una cagada" de vaca.

--Tata.... límpiame el culo....

No sé como pude soportarlo, pero por doña Patrocinio haría lo que fuera. Me puso el culo en pompa, pringado bien de mierda, y con aquel papel higiénico marca Elefante, cerrando los ojos limpié como pude el tafanario. .

--¡Venga tata! Ahora te voy a meter la colita, y te juro que después me duermo. Pero antes llama a mamá, y juguemos al "corro de la patata".

Doña Patrocinio que ya se sabia "la película" entró en ese momento, y me sentí algo aliviada, tenía bastante tensión acumulada.

--¿Quiere mi niño jugar al corro de la patata? ¡Venga, juguemos! Pero luego a dormir, Ginesito.

--Sí mamá.

Nos cogimos los tres por las manos y haciendo un circulo, jugamos "al corro de la patata".

Se fue doña Patrocinio a la vez que me guiñaba un ojo para indicarme que le llevara a la cama y que me follara. Era la escena final del juego. Y que lo estaba haciendo muy bien, ya que la cara del señor Ministro denotaba satisfacción por todas partes.

Le llevé a la cama a la vez que le daba el pecho y le decía:

--Ahora mi niño, va a cenar su biberoncito y luego a dormir.

Mamaba de mis pezones de una forma desesperada; miré a su entrepierna y "aquello" parecía que iba a reventar; me recordaba a un obús que durante la guerra cayó en mi pueblo sin explotar.

--Y ahora mi nene, me va a meter su colita, y luego a dormir.

--Sí tata, si.

Me abrí bien de piernas, y sentí cierto temor, "aquello" era demasiado gordo, pero entró...¡Vaya que si entró! Hasta las mismísimas bolas.

--¡Ay Tata...! que rico está... que rico, lo tienes más estrechito que la otra tata... ¡Qué rico.. que rico...!

No dio lugar a un tercer "¡qué rico!" . Pegó tres empujones que casi me incrusta con el cabecero de la cama. Y allí se quedó, sino dormido, si haciéndose el dormido como había prometido.

A los quince días, recibía el regalo un coche marca Citroen. Matriculado y asegurado a mi nombre, con una nota que decía: "A la Tata más buena y bonita del mundo"

A los pocos meses, me había consolidado como la puta más cara de la localidad, cuyos favores sólo estaban al alcance de muy pocos, ya que mis tarifas eran prohibitivas para la mayoría de los clientes habituales; y mis servicios eran contratados y negociados de antemano por doña Patrocinio; ella se quedaba con un 50 por ciento de lo contratado, ya que se encargaba de mi alojamiento en la mejor suite de la casa para mi sola, y de mi manutención.

Había meses que ganaba tanto dinero, que nos sabía que hacer con tanto capital. Mi libreta crecía como la espuma, tanto, que el director del banco me hacia reverencias cuando iba a depositar mis ahorros. Por todo esto, una servidora, nunca se exhibió a la voz de:

"NIÑAS: AL SALÓN

Era materia reservada sólo para sibaritas del placer con grandes fortunas. Y se cantaban coplas en mi honor. Una de ellas decía.

Que tendrá la Manolita,

Que tan tal alto se ha de vender

¿Será porque es bonita?

¿O porque sabe muy bien joder?

Mi fama era tal, que mi nombre corría de boca en boca de todos los millonarios del país. Venir a la capital, y follar con Manolita, era como presumir de alojarse en el Hotel Ris. ¡Pero claro! no todos podían presumir de hospedarse en el Ris.

Un buen día que nunca olvidaré me dijo doña Patrocinio:

--Manolita, el gobernador de una de las provincias más prósperas e importantes, me ha pedido de tus servicios; por lo que mañana después de comer has de satisfacer todos sus caprichos, ya que me ha prometido, que nos autorizaría montar el mejor burdel en su jurisdicción, la cual lo podrías regir tú. ¿Te imaginas el futuro tan prometedor que te espera?

--Lo que usted diga, doña Patrocinio, ya sabe que usted para mi es como una madre.

--Lo sé hija, lo sé. Y tú para mi eres como mi hija.

Sobre las cuatro de la tarde se presentó en la casa el señor Gobernador; venía colorado como un tomate, evidentemente por los efectos de la comida y bebida que acaba de engullir. Al verme, sólo le faltó ponerse de rodillas para adorarme. Dijo:

--Patrocinio, me dijiste que Manolita era un ángel, pero me engañaste...

Quedamos un poco sobrecogidas

-- Es más que un ángel, es una virgen... ¿De qué cielo la has traído?

Suspiramos de alivio. Pero yo quedé estupefacta. El señor gobernador era el alcalde de mi pueblo; el más cabrón e hijo de puta de todos los hombres del mundo. Y que precisamente debido a "esas cualidades humanas" de las que hacía gala, el Régimen le había ascendido de alcalde a Gobernador de aquella provincia.

Aunque habían pasado sólo dos años, era imposible que me reconociera, porque la imagen que tendría de mi, sería la de una andrajosa; y lo que estaba viendo era una virgen. (según sus propias palabras)

--¿Sabe la niña lo que yo quiero? Dijo a el Marqués a Patrocinio.

--Si excelencia, la niña sabe como satisfacer sus deseos perfectamente.

¡Claro que yo sabía lo que quería el Gobernador! Me lo había puesto en antecedentes doña Patrocinio. Lo que ignoraba es yo sabía que le conocía.

Todo estaba preparado. La habitación a medio oscuras, el arnés con la picha de látex de 25 cm instalada en mi cintura, y el látigo. Su excelencia el señor Gobernador era masoquista, y sólo se sometía a esas sesiones en esta casa, porque le constaba que la discreción era absoluta. Juré que iba a disfrutar de lo lindo, porque la paliza que iba a recibir sería inolvidable.

Al verme con mi "gran pene" bien empalmado en mi cuerpo escultural, noté como se estremecía de la emoción, sus ojos echaban chispas; sin más dilación, se puso de cuatro patas en la cama, a la vez que me decía con la boca babeante:

--¡Vamos... vamos...! rómpeme el culo con esa polla tan divina que tienes.

Me puse en posición de sodomizarle y sentí un profundo asco. De aquella especie de caverna más que culo, salía un tufo que echaba para atrás; pero el placer que sentía de poder manejarle como un pelele, me sobreponía a todas las inmundicias que me iban a sobrevenir.

--¡Vamos... vamos...! ¿A que esperas? ¡dame de una vez!

--Tranquilo su excelencia, tranquilo, que va a gozar como nunca ha gozado en su vida.

Dirigí la punta a su ano; tenía dos hemorroides que obturaban la entrada.. Al intuir la proximidad del acto, hizo esfuerzos como cuando se defeca, y ante mi se abrió un ojete rojo que daba pavor mirarlo. Apunté bien, cerré los ojos, corté mi respiración, y pegué un empujón hacia dentro, que entró hasta el fondo. El muy cabrón se retorcía de placer.

--¡Dame... dame... dame más fuerte...! ¡Qué bien me follas...! ¡Ahhhh...!

De súbito se estremeció, y cayó sobre la cama como un fardo boca abajo. Me asusté al verle como se retorcía. Aquello no era placer, era dolor, los signos y los gestos eran inequívocos. Perdió el color sonrosado, su tez quedó blanca como la leche, y los labios se le empezaban a poner morados. Al poco más de un minuto quedó inerte encima de la cama.

Salí corriendo en busca de doña Patrocinio. ¡Menos mal que estaba al tanto! Y entró rápido a la habitación. Supo al instante que había muerto de un infarto de miocardio.

--No toques nada, niña, absolutamente nada, pero quítate ese aparato de la cintura enseguida, y esconde esos artilugios.

Dos escoltas que esperaban en la salita de visitas, fueron informados en el acto del acontecimiento. Uno de ellos marcó un número de teléfono, y a los 25 minutos se presentó un doctor que certificó la defunción por infarto. Afortunadamente para nosotras, su cuerpo no presentaba ningún signo de violencia. Si se hubiera producido diez minutos más tarde, le hubieran encontrado con la espalda desollada a latigazos. Mi miró doña Patrocinio, y las dos dimos un suspiro de alivio.

No sé como se las arreglaron, pero al día siguiente salió una nota escueta en la prensa que decía:

Su Excelencia el gobernador, ha fallecido de un infarto de miocardio, mientras dirigía una reunión de trabajo en la sede del Ministerio del Interior.

El Director General de la Policía Nacional, gran amigo de la Casa, y cliente, pero de los que follaban gratis para agradecer sus favores, tuvo muy claro porque me conocía muy bien, que aquel percance jamás saldría a la luz pública por mis labios y los de mis niñas.

CAPITULO V

Tenía a la sazón 35 años. Mi gran amiga, madre y valedora, había fallecido, y como no tenía descendientes directos, fue su heredera universal. En quince años había pasado de ser una proscrita sexual, por culpa de mi coño joven y fogoso, a ser una de las señoras más respetadas de aquella sociedad. ¡Paradojas que da el dinero!

El cura párroco de mi pueblo, don Celestino aún vivía, aunque estaba muy mayor el hombre. Me absolvió de todos mis pecados porque todo el dinero heredado de doña Patrocinio que ascendía a varios millones los doné a una fundación que creo con mi nombre: FUNDACIÓN DOÑA MANOLITA. Al Municipio también doné bastantes millones, y se pudo reparar la iglesia, fundar dos escuelas, una para niños y otra para niñas, un comedor social, y aún le sobró dinero para otros asuntos sociales que atendía primorosamente. El alcalde pudo llevar agua corriente a todos los hogares, acabar ese alcantarillado que no había forma de acabarlo por falta de recursos; y crear un casino con tele club, donde los mayores podían acceder a los esparcimientos propios de la edad.

Recuerdo la recepción que me hicieron las fuerzas vivas de la zona: el señor Obispo, el Gobernador Civil, y el alcalde don Matías. El discurso de don Celestino me emocionó y no pude reprimir unas lágrimas de emoción.

Ciudadanos y ciudadanas: Hoy me cabe el honor de nombrar hija predilecta de esta noble villa a doña Manolita, pues gracias a su generosidad, ha sido posible escolarizar a todos los niños y niñas de la localidad, y dotarla de las estructuras que durante años se nos han sigo negadas por la Administración.

Hace quince años salió de este insigne pueblo detractada por todos sus vecinos porque cayó en el pecado mortal de la carne. Pero gracias a su arrepentimiento y a mis plegarias al Altísimo y a nuestra patrona, Virgen de las Encinas, nuestra insigne hija predilecta, ha sido tocada por la mano del Señor, y puesta en el Camino de las Esperanzas, donde solamente los elegidos transitan.

Demos pues todos gracias a doña Manolita, y recemos todos para que Dios le conceda larga vida y prosperidad.

Lamenté profundamente que mi madre no pudiera haber vivido este acontecimiento; había fallecido hace dos años. Pero murió muy tranquila sabiendo que la vida me sonreía. Mis hermanos no asistieron al acto, posiblemente por vergüenza, ya que no me habían perdonado nunca ser la deshonra de la familia. Y ahora no sabían o no podían asumir mis éxitos en la vida. De mi padre nada sabía, ni me importaba.

Todo esto fue posible a los consejos de mi segunda madre, doña Patrocinio. Me decía:

--Manolita hija: vivimos en una sociedad tremendamente hipócrita, donde los valores que se pretenden crear son falsos. Tú misma compruebas día a día la doblez de aquellos que determinan la conducta de los ciudadanos. No te rebeles nunca contra el sistema. La Iglesia perdonará todos tus pecados si eres generosa con ella, y a los pobres sólo se los perdonan con la sumisión a sus preceptos. Y las fuerzas del orden, demuestra tu adhesión hacia ellas. Tú siempre: ver, oír y callar. Es la única forma de prosperar y ser respetada en esta sociedad.

¡Qué razón tenía! Seguí sus consejos, y gracias a ellos supe sin necesidad de hacer daño a nadie, llegar a donde nunca pude soñar.

CAPITULO VI

Acababa de cumplir los 40 años, y se respiraban aires de cambio en mi País. Y aunque seguía funcionando a pleno rendimiento mi negocio, había perdido aquella categoría que le deban los personajes que la visitaban. Entre los millonarios actuales habían más zafiedad que clase. Parecía que la mueva clase dominante pretendía ser más pura y sincera ante los ojos de los ciudadanos: pero lo que era exactamente igual de falsa, ya que pretendían acceder al poder de forma distinta que sus antecesores: a través de la adulación, las promesas y las lisonjas, pero para hacer lo mismo: instalarse en el mismo para forrarse.

Me sucedió algo que jamás me había pasado: desear la compañía de un hombre que me quisiera de verdad. Es fácil entender que para mi el sexo sólo lo veía como un negocio. Jamás tuve un orgasmo con mis clientes. Otro consejo de mi inolvidable Patrocinio.

--Manolita. Nunca te enamores de un hombre, ni tengas un orgasmo con nadie, porque será el principio de tu decadencia.

Pero la idea de enamorarme se arraigaba cada más en mi pecho. Y me preguntaba:

--¿Habrá merecido la pena sacrificar el amor, en aras de haber triunfado como persona?

--¿Es que el amor no significa nada para una mujer como yo?

Me sentía vacía de contenidos de los que nunca tuve necesidad de ellos, los que llenan de gozo el alma y el corazón.

Todavía era una mujer hermosa, pero ¿qué hombre se iba a enamorar de verdad de una puta, por muy hermosa y rica que fuera.

--¿Y yo? Después de lo vivido, podría creer en ese amor verdadero, exento de materialismo, y sólo vivir el uno para el otro.

Para conseguir saber si mis deseos se podrían realizar, decidí tomar un año sabático, y buscar fuera de mi entorno ese amor que me parecía imposible. Por lo que cerré mi negocio dando la excusa de hacer reformas en la casa, y me fui a vivir a un país de Centro América, en donde decían que allí moraba el romanticismo.

Me instalé en un lugar en donde el mar y las palmeras eran los protagonistas; las personas eran meros comparsas del paisaje, que se dejaban seducir por el ambiente. Parecían que vivían del aire y del amor. Me encontraba tan a gusto, que hasta me olvidé de mi existencia anterior.

Me hallaba una tarde respirando la brisa del mar sentada en una terraza del Malecón tomando un refrescante mojito con la mirada perdida en la lejanía; cuando una voz que provenía tras de mi, dijo:

--¿Esperas que aparecerá por allí?

La voz sonó tan cerca de mis oídos, que no me cabía ninguna duda que se dirigía a mi.

Di la vuelta y allí estaba él. Por un momento pensé en decirle que no, que el que yo esperaba había aparecido por mi espalda. Pero me pareció un poco atrevido por mi parte.

Era un varón de unos 35 años, pero por mi aspecto físico cualquiera nos habría echado la misma edad.

Estaba tan acostumbrada a tratar con hombres, que aquel me pareció un ángel; posiblemente porque vestía zapatillas, pantalón y camisa blanca; y también porque aquella sonrisa jamás la había visto tan franca y clara en mi vida a ningún varón. Todas las sonrisas de los hombres que había tratado me parecieron cínicas y falsas.

De más de un metro ochenta de estatura; de cabellos como el azabache, ligeramente ondulado, unos ojos negros y profundos que reflejaban un interior sin duda lleno de grandes cualidades humanas. Y unos labios.... ¡Ay que labios! Para beber y agotar todas las reservas de sus manantiales.

--No, no espero que aparezca nadie por allí. Dije señalando el horizonte del mar. – Porque mucho me temo que alguna sirena lo haya raptado.

--Entonces es verdad que esperabas a alguien.

--La verdad, la verdad, lo que espero es un sueño.

--¿Y porqué no buscas mejor una realidad? Esta isla está llena de ellas.

--¡Jolín con el mozo! Tiraba con bala. Pero me gustó su respuesta, porque lo hizo con tanta sutileza que no se podía, ni se debía malinterpretar sus palabras.

--Los sueños nunca defraudan, a lo sumo se quiebran pero sin hacer daño. Las realidades si se quiebran, si pueden hacer mucho mal. Dije muy convencida.

--¿No crees que es preferible vivir una realidad truncada, que un sueño imposible? Por aquello que mientras duró fue maravilloso, y que el paso del tiempo, todo lo cura. Me respondió él también muy convencido.

--Hay heridas que deja el amor que nunca se cierran.

--Pues no parece que a ti te hayan herido el amor.

Callé, no quería seguir divagando sobre algo que no conocía.

--Permite que me presente. Me llamo Raúl, a la vez que me ofrecía su mano.

--Yo Manuela. Manolita para los amigos.

Después de mantener una conversación banal, quedamos por la noche para conocer la ciudad. Sentía algo que jamás había experimentado en mi vida: deseos de amar y ser amada. ¿Sería por el cambio de clima y de actitud?

Estaba en el hotel, y me vino a la mente algo que nunca se me había manifestado. Después de hacer un pipi, sentí deseos de masturbarme. Miles de veces que me lavaba y jamás sentí el deseo de tocarme. Recuerdo masturbarme antes de salir del pueblo, pero nunca sentí la necesidad de hacerlo mientras ejercía la profesión.

Raúl vino a mi mente como un rayo de luz, y mientras me secaba, noté como el clítoris se hinchaba. Cientos de hombres que pasaron por mi cama, y ninguno fue capaz de hacerme sentir esta excitación. ¿Cómo era posible que una imagen lo consiguiera? Me contuve, ya que estaba segura que esta noche haría el amor con él.

También sentía los latidos de mi corazón. ¿Es que había vuelto a mi el deseo de amar y ser amada sin pedir nada a cambio?

Pronto lo iba a comprobar; si de verdad sentía deseos de hacer el amor con Raúl, y sentirme una doncella en sus brazos deseosa de entregar su alma y corazón en aras del amor, sería una de las cosas más maravillosas del mundo. Sentirme mujer, no una máquina de hacer dinero. Y le pediría que me amara sin medidas ni tiempos.

CAPITULO VII

Raúl me tomó por el talle mientras paseábamos por el Malecón; hacia un poco fresco por la brisa del mar. Me puso por los hombres un jersey que llevaba anudado a la cintura, y al mismo tiempo, sus profundos ojos me pedían un beso; beso que mis ojos concedieron.

Fue un beso eterno, y con la misma intensidad que mi corazón se exaltó, mis bragas se calaron. Fue maravilloso, me sentía mujer decente, y empecé a bendecir la decisión tomada de abandonar mis lujos y riquezas para encontrar el amor.

Estaba segura, el cúmulo de sensaciones desconocidas que sentía, sensaciones que me hacían olvidar todo mi pasado, no podían provenir nada más que del amor. Me llevaba amarradita por el talle; yo abracé su cintura, y así caminamos durante un buen trecho.

--Manolita. ¿Tú crees en el flechazo? Me dijo mirándome a los labios.

--¡Claro que creo Raúl! Porque las flechas del amor se me clavaron en el corazón el mismo instante que te conocí.

Otra vez volví a sentir sus dulces labios sobre los míos; le ofrecí mi lengua, la cual absorbió como un sorbete de fresa. Me sentía poseída, y me abandoné en sus brazos, Hubiera cambiado todo mi imperio por haber vivido estas sensaciones hace veinte años, cuando era una jovencita. Pero así es el destino, cuando pude saborear las mieles del amor, saboree la hiel de la crueldad de la vida.

Pero nunca es tarde, porque a mis cuarenta años, todavía seguía siendo una mujer atractiva. Las miradas de Raúl lo confirmaban, en sus ojos se leía el deseo y la pasión, los dos ingredientes más importantes cuando el amor brota.

Estábamos deseando hacer el amor, el tálamo nos esperaba, y hacia él nos dirigimos. Era la primera vez que iba a hacer el amor de verdad, y como una colegiala me sentía. Cogidos de la mano, nos dirigimos hacia el hotel, allí nos eternizaría la noche.

Y la noche fue maravillosa, pues sentí todos los placeres que emanan del amor. Delicias que jamás había experimentado, y que no las puede conceder nada más que el alma. Conocía todos los placeres que concede el dinero, pero que nada tenían que ver con los sentimientos que sentía ahora. Raúl me llevó a un cielo desconocido, porque lo que concebí entre sus brazos, no se puede comprar ni con todo el dinero del mundo.

Me tumbé en la cama vestida, esperando a que Raúl me trasladará a ese cielo que me había sido negado. Se desnudó, y vi el cuerpo masculino más hermoso que mi mente había imaginado. Acostumbrada a ver los cuerpos adiposos de aquellos que pagaron millones por gozar del mío, la imagen del ángel que creí ver ayer vestido, se dimensionó. Hubiera cambiado mi fortuna por haber vivido ayer lo que esperaba vivir hoy.

Cerré los ojos porque quería que todo aquello entrara por mi alma, y por mi alma entró aquel primer roce de Raúl. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo como gotas de lluvia, y poco a poco me iba desnudando.

Desnuda de cintura para arriba, me abrazó. Al sentir en mis pechos su pecho sentí una especie de corriente eléctrica que recorría desde los pies a la nuca. Y al oír su cálida voz que me susurraba al oído.

--Relájate, mi amor... Quiero que recuerde esta noche como la más maravillosa que has vivido en tu vida.

Mis labios buscaron los suyos con ansiedad, deseaba beber de su boca todos los néctares que destilaban, y me sumergí en ellos hasta que mis pulmones no pudieron resistir más. De súbito, me tomo mi mano derecha y la conduzco a donde yo esperaba morir de placer. Abrace su virilidad y la acaricié con la misma ternura que se acaricia la cara de un niño. Se le escapó un suspiro, y a mi dos lágrimas de felicidad

Mientras yo acariciaba con la mayor ternura lo que da el placer a la mujer; él succionaba de mis pechos tan suave pera a la vez tan intensamente, que a falta de leche, le daría toda mi sangre a través de mis pezones, que se habían erguido como dos fresas y que amenazaban reventar. Era el delirio.

Nos abrazamos tan intensamente, que parecía que deseábamos fundir nuestros cuerpos en uno solo. Y cuando abrió mis piernas que permanecían expectantes al momento cumbre del amor, y fui penetrada, es cuando de verdad sentí a Raúl tan dentro de mi, que parecíamos dos seres en uno que la noche había licuado.

¡Por fin....! supe lo que eras un orgasmo. Lo que mi vida anterior me había privado de conseguirlo. Pero no fue uno, ni dos... Aquello fue una catarata de orgasmos, se sucedían sin parar... eran interminables... el placer me rompía las entrañas... creí volverme loca... Hasta que rompí en un llanto inevitable...

¡Por fin supe lo que era el amor! Sin duda, lo más maravilloso que ha creado la Naturaleza.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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Mis cuentos inmorales. Capítulo 5

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Los lios amoroso de un niño guapo. Capítulo 3

Recordando mi pasado sexual. Capítulo 2

Recordando mi pasado sexual. Capítulo uno.

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Manolita. Cap. 64-65-66

Manolita: Cap. 61-62-63

Manolita. Cap. 58-59-60

Manolita. Cap. 55-56-57

Manolita. Cap: 52-53-54

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Manolita. Capitulos: 49-50-51

Manolita. Capítulos: 46-47-48

Manolita. Capitulos:43-44-45

Manolita. Capítulos: 34-35-36

Manolita. Capítulos: 37-38-39

Manolita. Capítulos: 31-32-33

Manolita. Capítulos: 22-23-24

Manolita. Capítulos: 25-26-27

Manolita. Capítulos: 28-29-30

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