Capítulo XXXIX
Y sin soltarnos de las manos llegamos al apartamento del novio de Sonia. Oscar se llama; un tiarrón de unos treinta años; no guapo pero si atractivo en su conjunto.
--Mira que amiga más guapa. Dijo Sonia a su novio.
--Guapa no, yo más diría que guapísima. Me dijo Oscar a la vez que me besaba ambas mejillas. Y añadió.
--Me figuro que os habréis conocido en Chueca. ¿Verdad Sonia?
--Si cariño, en el "Fulanita de Tal" he conocido a esta hermosa criatura.
--Y por la cara que tres de satisfecha, me figuro que os lo habéis pasado de fábula.
Yo callaba, sólo asentía. Me gustaba la parejita porque se comportaban de una forma tan natural ante situaciones que en mi época de adolescente hubieran sido impensables.
Lo triste era, que, en antes teníamos las mismas inquietudes y los mismos vicios, pero ocultos. Me acordé de mi pobre Adela, al final de sus día Darío. Pero en mi mente siempre perdurará la imagen de aquella Adela que me amó en su mansión de La Isla. ¡Qué feliz hubiera sido en esta sociedad a sus veinte años! La pobre sólo pudo gozar los pocos últimos años de su vida tal como ella hubiera querido. Oscar me sacó de mi ensimismamiento.
--Bueno niñas; Me figuro que "después de la batalla" vendréis hambrientas. He preparado unos piscolabis de chupar los dedos.
--Es que Oscar es cocinero de un restaurante cinco tenedores, ¿Sabes Manolita?
Efectivamente, había preparado unos menús o combinaciones de materias gastronómicas aderezadas con unas salsas totalmente desconocidas para mi.
--Es la nueva cocina, ¿Sabes Manolita? Oscar es un virtuoso de la misma. Dijo Sonia.
--Ya lo veo ya. Dije al terminar de degustar uno de aquellos especies de canapés, que realmente estaban exquisitos.
--El misterio se halla en la combinación de los ingredientes y en las salsas; producto de miles de mezclas hasta encontrar la más adepta a los paladares más exigentes. Y que se guardan sus fórmulas como oro en paño.
--Como la Coca-Cola.Dije, por no estar calladita.
--Pues mira, si, Manolita. No has dicho ninguna tontería.
Degustamos todas las creaciones culinarias que Oscar había preparado; y de pronto me acordé de lo que de verdad me había traído a Madrid. Pero me dije: ya le pueden dar morcillas a ese tal Ernesto, del que vine con tanta ilusión esperando encontrar a Sergio; el amor que creía como la máxima verdad del alma humana.
¡Pero por qué no podía hallarlo!
--En que piensas Manolita. Me dijo Sonia como preocupada. --Si estás a disgusto con nosotros, por favor, no te sacrifiques.
--¡Pero como puedes pensar eso Sonia! ¡Por favor!
--Es que me ha parecido ver en tu precioso rostro como un gesto como de disgusto.
--Ha sido simplemente un recuerdo amargo que me ha venido de súbito.
Y para demostrarle mi agrado, le di un beso en los labios.
--Ves tonta como no. Que estoy deseando que me hagas gozar como esta tarde me lo has hecho en ese club.
Miré de reojo a Oscar, y se notaba a la legua que estaba empalmado, sus ojillos parecían que echaban candela y le hacían chiribitas. Dijo de repente.
--Bueno niñas; ir caldeando el ambiente mientras yo recojo la mesa, quito todos estos trastos de en medio, y pongo el lavaplatos a trabajar.
--¡Pero leches Sonia! ¿Dónde has encontrado a este "mirlo blanco" ?
--Hija, éste, "si quiere teta", se la tiene que ganar. Eso de follar por la cara a la esclava se acabó.
Me reí porque yo sabía mucho de eso, risita que captó Sonia.
--¿Te hace gracia, Manolita?
--No cariño. Sonrío por lo bien que piensa la mujer de hoy.
--Ya lo sé, querida; mi madre me cuenta cosas de cuando la Dictadura, y de verdad, no sé como podíais aguantar a aquellos cafres de tíos.
--Hija. La circunstancias mandan. Las sociedades machistas como aquella "del Tío Paco" , imponían sus normas.
--¡Joder! pues vaya plan más chungo que tenían las mujeres de entonces.
--No todas, no todas, algunas se rebelaban contra el sistema, y aunque su lucha fue ardua, los frutos de aquella lucha, los habéis recogido vosotras.
--Mi padre cuenta, y no sé si será verdad, porque es muy exagerado, que había en aquel Régimen una prostituta de lujo, que se llama, o se llama precisamente como tú, Manolita; que era la mantenida por los mandamases del Gobierno; y que generales, ministros, y dicen que hasta obispos "comían en su mano". Dijo Sonia.
Me quedé compactada, pero en segundos entendí que no podría saber que era yo; por los años pasados desde el cierre del prostíbulo, y por lo joven que es Sonia. Además, no se daba publicidad de aquella actividad, siempre oculta.
--Y que más cuenta tu padre de esa tal Manolita. Dije poniendo cara de ingenua interesada en el tema.
--Un día, tendría unos doce años, mi padre y mi tío hablaban de esa tal Manolita sin percatarse que yo estaba en la habitación de al lado. Pegue las orejas al tema, y mi tío le decía a mi padre.
--Manolita era materia reservada, sólo accedían a ella los mandones del Régimen.
--Y tú, ¿cómo pudiste entrar? Le inquirió mi papá.
--Fue en la última etapa del ejercicio de su actividad. A la muerte de la dueña del burdel, la casa perdió gran parte del glamour que tenía, pero las hembras, seguían siendo de impresión; y gracias a mi amigo Lopetegui, comisario de la policía del distrito, que conocía muy bien a Manolita, y en cierta forma protegía la casa: accedió a echar un "par de polvetes" conmigo.
--¿Y que tal te fue?
--¡Buffff! ni te cuento. Ninguna "titi" me la ha chupado como ella.
--¿Y que tal follaba? Siguió preguntando mi padre, con los ojillos.
--¡De maravilla! Movía el culo de una forma , que se "sacaba la leche"en un plis-plas.
--Y las pesetas, ¿qué tal te las sacó?
--El sueldo de un mes, pero mereció la pena. Sólo la copa de coñac Peinado que daba a sus clientes, ya casi valían las pesetas que pagabas.
--¿Y que fue de ella?
--Cuentan que se fue a una isla del Caribe, que vendió "el aliviadero", y nada más se supo de ella.
--¡Vaya con tu papá y tu tito...! Sonia. Le dije sonriendo.
En eso entraba Oscar que había escuchado el relato de su novia, y dijo.
--Que pardillos eran los tíos de antes... ¡Mira que pagar por joder...! No creo que esa tal Manolita estuviera tan buena como vosotras. Hoy la mujer soltera folla como Dios manda; de la misma forma que los tíos, por puro placer; y así es como debe ser. Para eso os habéis liberado. Y siguió:
--Bueno niñas, que con la charla no habéis calentado motores, y a un servidor "se le escurre toda la sustancia por el nabo".
Nunca había hecho un trío. Y no sé los motivos; quizás porque la mentalidad del hombre de antes no le entraba eso en la cabeza. Ya saben: el machismo a ultranza. Y me dispuse a probarlo; Sonia era un encanto, y Oscar aunque algo brutote, parecía un toro enjaulado.
Lo que saqué en claro después, que, prefería estar en los brazos de una mujer y libar sus jugos, antes que de los de un macho.
La jugada de Sergio, había destrozado todas mis expectativas de mujer ante el hombre. Ya no podría confiar en ninguno.
Capítulo XL
A las ocho de la mañana llegué al hotel. El que creía que era Sergio dormía como un cesto, con claras evidencias de haber estado bebiendo, ya que la habitación apestaba a alcohol.
Aproveché para mirar en su maleta que se hallaba abierta en el armario de la entrada, sólo había ropa, ningún documento que pudiera identificarle con ese tal Ernesto, al parecer por los datos que me proporcionó Lopetegui, hermano de Sergio.
No puede haber venido a Madrid sin documentación, por lo que me dediqué a buscar por los bolsillos de sus pantalones y chaquetas, pero allí no había nada que le pudiera identificar. Por lo que no tenía más remedio que estar camuflada por algún sitio.
De repente se me ocurrió una idea; la misma que tuvo Raúl para saber si la Manolita que constaba en la agenda de su fallecido padre era yo.
Por lo que llamé a Sonia por teléfono.
--Diga... escuché su voz medio adormilada.
--Hola cielo, soy Manolita. No te hubiera despertado sino es muy importante el favor que os voy a pedir, de verdad, corazón, para mi es vital.
--Dime, dime.
--¿Puedo ir a tu casa ahora mismo?
--Pero si te acabas de ir hace un rato.
--Ya lo sé, pero esto ha surgido ahora.
--¿Está Oscar?
--Sí, si... dormido
--Voy para allá inmediatamente.
Me estaban esperando los dos despiertos, me dijo Sonia nada más llegar.
--Muy importante debe ser lo que necesitas, pero si podemos, no dudes que te satisfaremos.
--Gracias reina. Sólo os pido una cosa muy simple, hacer una llamada por teléfono, preguntar por una persona, y haceros pasar por quien yo os diga, me bastan sólo unos segundos para hacer la comprobación que necesito.
--Bien, tu dirás.
--Tengo fundadas sospechas de que voy a ser víctima de un timo; por eso necesito saber si una persona es la que dice ser. Que Oscar llame a este teléfono, es el del hotel Emperatriz, que pregunte por don Ernesto de la Flor, de parte de su hermano Sergio, y cuando se ponga al aparato le diga: Ernesto, soy yo ¿Qué tal va el asunto Manolita? Nada más.
--¿Sólo esto?
--Suficiente para saber la verdad.
--Muy grave debe ser el asunto, ¿verdad Manolita?
--Un asunto de mil millones de pesetas.
Oscar que escuchaba en silencio se le abrieron los ojos como platos. Dijo.
--¿Y es tuya toda esa pasta?
--Ya os contaré, y os prometo que no os arrepentiréis de haberme ayudado.
--No tienes que agradecernos nada Manolita, ¿o no somos amigas?
--Más que amigas, cariño.
Y dirigiéndome a Oscar. --Como estará medio dormida el que se pondrá al aparato, y con resaca, no se percatará el momento de la argucia.
--¿Quieres que grabemos la conversación?
--¡Mira! eso no se me había ocurrido, pero sería una prueba irrefutable que podría esgrimir algún día. ¿tienes un medio para ello? Oscar.
--Si mira, una pequeña cinta que se inserta en este supletorio, y puedes grabar hasta media hora de conversación,
--Con un minuto será suficiente.
Hicimos unos ensayo con el fin de prevenir algún imprevisto. Confiaba que cuando el supuesto Ernesto se diera cuenta del embeleco fuera demasiado tarde.
--Bien Oscar, vamos a trazar el plan. Son las diez menos cuarto, tardo en llegar al hotel unos veinte minutos. A las once en punto llama, yo estaré en el baño justo a esa hora, de modo que pueda hablar sin temor a que le escuche.
--Un beso guapos. Os llamaré para recoger las pruebas de audio.
--Chao.
--Chaíto.
A las diez y media llegaba al hotel. El falso Sergio seguía medio adormilado, y con claros efectos etílicos en su semblante, y sobre todo en su aliento. Me puse un camisón y me despeiné para dar el efecto que llevaba en la habitación toda la noche.
--¿Se puede saber donde coño has estado, Manolita?
--Pues mira cariño, te llamé sobre las once de anoche, me dijeron que no estabas en la habitación y pensé que estarías por ahí cenando o tomando unas copas.
-- Sí, estaba en la cafetería del hotel.
--Resulta que me encontré con unos amigos que hacía años que no les veía, y no pude eludir el compromiso de cenar con ellos.
__ ¿Antiguos clientes?
--No tonto, un matrimonio del pueblo que hace muchos años se vinieron a vivir a Madrid.
Seguí con la farsa.
--No puedo precisar a que hora volví, ya que se me ha parado el reloj, seguro que la pila. Te vi tan dormido que no quise despertarte. Por favor, y ahora acaba de afeitarte, que necesito darme un baño.
Faltaban cinco minutos para las once. Cerré la puerta y abrí los grifos del baño a tope. Justamente a las once en punto sonaba el teléfono de la habitación.
--Señor, preguntan por usted. Dijo la telefonista.
--¿Ha dicho quien es?
--Si, ha dicho de parte de su hermano Sergio.
--Bien, pase la llamada.
-- Ernesto...
--Dime Sergio, pero porque hablas tan bajito.
--Por si está Manolita cerca y puede oírnos.
Tenia pegada la oreja a la puerta que la dejé entreabierta unos centímetros, a la vez que tatareaba una canción para darle más libertad.
--No te preocupes, está en el baño.
--Sólo un segundo hablamos, no es conveniente que te llame, y no te llamaré más, ni tú a mi hasta que termine el tema. Sólo dime: ¿Como va el tema Manolita y cuelgo?
--Viento en popa hermano... ¡Ah! y que bien folla la tía.
Salí del baño totalmente desnuda, quería distraer su atención a la llamada, por si acaso le había quedado alguna sombra de sospecha de la llamada.
--Cariño, que me he dejado el neceser.
Me miró desde la cama, estaba tumbado boca arriba, y me dijo.
--Mira lo que tengo para ti.
Estaba el hijo de la gran puta empalmado a tope.
--Acaba pronto de bañarte que te voy a echar un polvo que te vas a cagar.
Esto jamás lo hubiera dicho Sergio, tamaña zafiedad no hubiera salido de su boca. Pero quedé completamente convencida y muy satisfecha: mi plan había salido a la perfección; gracias al buen amigo Lopetegui, y a Sonia y Oscar.
Mi problema de ahora, es como iba a evitar su demanda de sexo; y cómo iba a tratar tan delicado tema con las autoridades eclesiásticas. Sentía un profundo asco, no por su cuerpo, porque estaba como un queso de bueno. Repugnancia por la vil jugada a que se había prestado.
Capítulo XLI
Sólo podía confiar en mi gran amigo Lopetegui. Sus consejos seguro que me servirían para solventar el problema, por lo que otra vez, volví a llamarle. Quedamos en una cafería céntrica, ya que en su despacho me sentía algo cohibida para hablarle de tema tan delicado.
A Ernesto (el falso Sergio) le dije que iba a ver unos pisos, y como suponía, no quiso acompañarme, por eso se lo dije.
--Bien Manolita, otra vez encantado de serte útil. Tú me dirás. Me dijo Lopetegui con signos de estar interesado por mi problema.
Le conté todo lo que pasó en grandes rasgos.
--Está claro Manolita, que ese curita, su hermano gemelo y el obispo de esa diócesis van a por tus millones, pero te voy a dar un consejo.
--Dime Lope...
--¡Por supuesto! no les dones tus millones, pero no les digas los motivos reales. ¡Ni se te ocurra decirles la verdad! y mucho menos hacerlo público.
Iba a preguntarle a Lope... el por qué no, pero pensé uno segundos y le comprendí, jamás sería creída.
--Veo que entiendes. Me dijo al adivinar mis pensamientos. Con la Iglesia has topado Manolita.
--¿Y que me aconsejas que haga? Le pregunté algo preocupada.
--Mi consejo es que cambies de residencia. Dime: después de esto, qué vas a hacer en el pueblo, que excusa vas a dar para que tus millones no pasen a sus manos.
--¿Pero la fundación que lleva mi nombre..?
--No te das cuenta mujer, que es una tapadera. Un invento de las fuerzas vivas para sacarte la pasta.
--¡Qué gran amigo eres Lopetegui! No sabes el servicio tan bueno que me has prestado.
Saqué del bolso un paquete muy buen envuelto en papel de regalo, sabía de antemano que Lopetegui no me iba a fallar, por le eso le dije.
--Toma Lope... esto para ti.
Abrió el paquetito, y se quedó mudo al ver su contenido: un Rolex de oro.
--Para ti, mi buen amigo. Por todos tus desvelos, por tu hermosa amistad de tantos años, y por todos tus favores.
Lope... seguía embelesado viendo aquella joya; no sabía que decir.
--Manolita...
Le puse los dedos en los labios.
--No digas nada.
En la parte posterior se leía la siguiente inscripción:
De Manolita para mi amigo Lope
Guardaré este regalo, como la demostración de afecto jamás demostrada por amigo alguno. Dijo Lope... muy emocionado.
--Me jubilo dentro de uno meses, Manolita, y como sé que esos mil millones te van a acarrear problemas; me voy a residir a Gandía; ya sabes que tengo allí vivienda. Toma la dirección.
--Gracias, y yo guardaré tu tarjeta como oro en paño.
Llegué al hotel sobre las 14 horas. Allí estaba Ernesto, (el clon) con la copa en la mano. No podía entender como el verdadero Sergio no había previsto estos detalles. Son físicamente como dos gotas de agua; pero mentalmente se parecen como un huevo a una castaña.
--Hola cariño. ¿Has conseguido ya nuestro nidito de amor?
--Hay tanto donde elegir, que prefiero no precipitarme; por lo tanto sigamos en el hotel el tiempo que haga falta.
--Por mi encantado. Aquí se está de maravilla.
--He de ir al pueblo con cierta urgencia, he de tratar con la notaría y el banco ciertas gestiones imprevistas. ¿Me acompañas?
--¡Nooooo! No se me ha perdido nada en tu pueblo. Te espero aquí tan ricamente.
Otra demostración palpable de la zafiedad de "este clon". ¡Pero cómo es posible que Sergio hubiera delegado tan delicada misión a un patán como su hermano! ¿O es que me tomaba por tonta?
Reservé billete para el primer tren Talgo; el de las 08:40 del día siguiente, pero no tuve más remedio que hacer de tripas corazón y someterme a los juegos del falso Sergio esta noche, de lo contrario podría levantar sospechas.
--Mi amor, te encuentro distinta, ¿te pasa algo?
Tuve que tragar saliva para no pegarle un par de bofetadas. Pero me propuse ser la puta de antaño, aquella que soportaba las mil y una aberraciones de los tíos que tenía que satisfacer sus bajos instintos.
--Cariño. Le dije poniendo carita de buena. --Ten en cuenta que estoy sometida a una gran presión; esto de tener que esperar una año para casarnos, me lleva los demonios.
--Pero mi vidita... Dijo llevando mi mano con la suya al miembro que ya estaba más duro que el pan de antes de ayer. --Si "esto" no te va a faltar durante este tiempo. Tu dona los millones, y verás como se aceleran las gestiones para mi dispensa papal.
--Otra vez tuve que hacer un esfuerzo para no descubrir su jugada allí mismo. ¡Pero que cara más dura!
--No te preocupes, que en cuanto te la concedan, nos casamos, y a vivir nuestro amor en la pobreza.
--¡Ah! ¿Pero no los vas a donar ya?
--No mi amor, eso requiere su tiempo. ¿Y si te deniegan la dispensa?
Y para no darle tiempo a pensar, salió la puta que llevaba dentro; me bajé "a sus bajos" y empecé a succionar su enorme pene de tal forma, que, se centró en "la mamada".
--¡Uffff! cariño. ¡pero que bien me lo haces!
--¿Te gusta, cielo mío?
--¡Me matas...!
Menos mal que eyaculó en unos segundos y se quedó dormido como un bebé, por lo que no tuve que seguir con la farsa que tanto me desagradaba.
Capítulo XLII
Llegué a la hora de comer. Mi sirvienta Conchi se había encargado de las labores de la casa durante mi ausencia, por lo que todo estaba en perfecto orden.
--Buenas tardes señora, bienvenida a casa.
--Hola Conchi; ¿Alguna novedad?
--Llamó anoche la señorita Esther, no me quiso decir el motivo; pero me ha dejado este teléfono para que le llame usted.
Esther es la señorita que dejé como encargada de la Casa cuando mi marcha a la Isla. Sólo ella y Lopetegui tienen mi dirección y teléfono.
--Te dijo algo más, si era urgente, notaste algo que te llamara la atención.
--No señora, me pareció una señorita muy simpática, sólo dijo, que cuando llegara le llamara.
--¿Y por qué no me llamaste al hotel para notificarme la llamada?
--Esta mañana es lo primero que he hecho, pero me ha dicho un señor, que usted venía para casa.
--Bien Conchi, dame el teléfono que te dejó, que ya le llamaré.
La ducha me relajó bastante, comí frugalmente y me dispuse a terminar de una vez con el tema que me tenía en ascuas.
La fundación Doña Manolita, me importaba un pimiento ya, porque me di cuenta como me dijo Lopetegui, que era una tapadera para que mis millones fueran a parar a unos fines muy distintos de los que yo, pensaba: solucionar muchos problemas de las gentes del pueblo con pocos recursos.
Bien es cierto, que el antiguo párroco don Celestino, hizo buen uso de los dineros que doné a la Iglesia; pero después de la jugada que me tenían preparada los representantes del clero, tenía muy claro que ni una peseta pondría en sus manos.
Estaba a punto de cumplir los cincuenta y uno, y otra vez me hallaba en el fondo del pozo de mis penas. Eso de que con pan son menos, podría servir para los pobres, pero para los millonarios no. Porque con dinero se podrá comprar todas las voluntades, pero los sentimientos nobles, no. Estos no tienen precio.
Después de darle vueltas y más vueltas para encontrar la forma de zanjar la situación que me había creado Sergio, su hermano gemelo, y el Obispo, otra vez fue Lopetequi el que me dio la solución: no hacer nada, absolutamente nada. Dejar las cosas como tal como están al día de hoy. ¿Qué podrían hacer en mi contra? Oficialmente nada, ya que nada había firmado; todo eran proyectos verbales.
Pero si siguiera viviendo en el pueblo, cuando se dieran cuenta que no donaba los mil millones prometidos, me buscarían las cosquillas de mil formas, y la verdad, no me iba a resultar muy cómoda la vida aquí. Además, ¡Qué podría hacer yo opuesta a las fuerzas vivas de la localidad!
Por eso decidí de una forma irrevocable abandonar el pueblo, al menos durante el tiempo que mencionadas fuerzas los administraran.
Me acordé de la llamada de Esther, marqué el número que apuntó Conchi y llamé.
--Dígame.
--Hola, ¿eres Esther?
--Sí, soy yo. ¿Y tú quien eres?
--Quien va a ser, cariño. Manolita.
--¡Qué alegría doña Manolita! No sabe cuanto me alegra su llamada.
--Apéame el doña bonita, y llámame de tú, que ya no hacen falta esos formulismos. Dime, a que obedece tu llamada.
--Cómo me indicaste, dejé a los nuevos propietarios de la Casa, mi teléfono particular por si se producción llamadas o correspondencia. Y por lo visto les ha llegado un carta de extranjero a la atención de doña Manolita. Quise ir a recogerla, pero como va a tu atención, no me la han querido dar.
--No te preocupes niña, ya me encargo de recogerla personalmente, ya que tengo previsto ir a Madrid en unos días.
--Espero Manolita que vengas a visitarme.
--No te lo prometo, nena, porque voy volada de tiempo. ¡Por cierto! ¿Qué es de tu vida?
--Me caso Manolita, ¡qué me caso!
--¡No me digas! Me alegro mucho. ¿Quién es el afortunado?
--No te lo vas a creer.
--¿Le conozco?
--Si, y mucho.
--Venga niña, no me tengas en ascuas. ¿Quién es?
--Don Servando.
--¡El Marqués de Flores del Campo! Exclamé.
--El mismo Manolita, el mismo. ¡Cuántas veces me ha hablado de ti..!
--Mal ¿no?
--Sabes muy bien que no Manolita. Que todos lo que te conocen echan bendiciones de ti.
--Pero estará muy mayor, ¿no?
--Ochenta y un años, los próximos que cumpla.
--¿Es qué ha enviudado?
--¡Qué va! Se ha divorciado.
--Vaya...vaya...vaya... Con el Marqués.
--Pues si Manolita, si. Se encaprichó de mi en el primer servicio que le hice.
--A que te bajó las bragas con la boca.
--¡Ja ja ja ja ja! Sí, ¿cómo lo sabes?
--¡Pero hija! Si antes de que tú llegaras a la casa, el Marqués era un cliente VIP. Me alegro mucho Esther, porque te ha asegurado la vida. No hace falta que te diga como tienes que portarte, porque ya lo sabrás, pero se para él una esposa complaciente.
--¿Y cuándo es la boda?
--Dentro de quince días. El 28 de este mes. ¿Vendrás? Va a ser una boda civil y muy íntima.
--Creo que no, niña. Posiblemente en esa fecha esté fuera de España.
--Una pregunta nena. ¿Cómo vas, suelta o estreñida?
--Ja ja ja ja ja....! Que mala eres Manolita.
--Cariño... No sabes cuanto me alegro... Dale al Marqués un beso de mi parte. ¡Ah! y dime que recuerdo quieres tener. Me hace ilusión que tengas algo mío en casa.
--No te molestes, por favor Manolita.
Iba a colgar, cuando me dijo.
--Espera, espera... no cuelgues. Hay algo que no te he contado porque cómo te fuiste a Río de Janeiro a toda prisa, no lo pude hacer.
--Pero si eso pasó hace mucho tiempo...
--Ya ...ya... Pero me ha venido de repente a la memoria.
--Pues tú me dirás.
--Verás. Durante tu ausencia en Río, se presentó en la Casa, un caballero de porte muy distinguido; preguntaba por ti.
--¿De unos cuarenta años, alto y muy guapo?
--Sí, si... Y muy generoso.
--¡Vaya! O sea, que se acostó contigo.
--Ay Manolita, que disgusto. Igual es algo tuyo y metí la pata. Lo siento.
--Tranquila, niña, tranquila. Que no pasa nada. Pero cuenta con todos los detalles, y no omitas nada.
Me contó con pelos y señales toda la entrevista que tuvo. (porque ya habrá adivinado el sagaz lector o lectora) que se trata de Raúl.
Ahora entiendo porqué en el encuentro en Río de Janeiro, se tomó con tanta indiferencia mi boda con Adela convertida en Darío por arte de la cirugía.
--Esther.
--Dime Manolita.
--Que impresión personal sacaste de ese hombre.
--Me dio la impresión de que estaba como muy triste y compungido, como si una pena le mordiera el alma.
Seguro que Adela le habría contado la verdad de mi vida, y vino a Madrid para enfrentarse a ella; y el pobre se encontró con esa verdad tan amarga.
--Bueno niña, te dejo. Un beso muy fuerte y mis más sinceras felicitaciones para los dos. Un beso.
--Adiós Manolita. ¡Te quiero!
--Y yo a ti.