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Manolita y Adela

en Lésbicos

Capitulo XI

No podía dormir, demasiadas emociones para olvidarlas en un momento y conciliar el sueño. Los labios de Adela no se me iban de la cabeza, y lo que me asustaba, es que me atraían. Nunca me había planteado estar con una mujer, pero ahora una especie de morbo o curiosidad me anunciaba que como viniera ¡y seguro que vendría! “El bollo”  iba a ser irremediable.

Y así fue. No había pasado una hora, cuando se abría la puerta de la habitación sigilosamente. Tenía encendida la luz de la mesilla; luz tenue y rosada que daba a la estancia una luminaria muy romántica.

--Soy yo Adela, no te asustes.

Vestía un camisón transparente color azul celeste, sin nada debajo. Quede impresionada al contemplar su cuerpo a través de las gasas. Algo más alta que yo, sobre 1.75 metros. Con unas curvas que mareaba el contemplarlas. Me quejaba de que mis formas eran muy pronunciadas, pues las de ella parecían que querían “salirse del cuadro”. Lo que más me impresionó fue su cintura, la estrechez de la misma magnificaban de tal forma su pecho y caderas, que parecía su cuerpo una pista de slalom. Deslizarse por allí, debería ser peligroso. Recordaba las palabras de Héctor cuando me habló de su esposa:

--¿Es que no amas a tu mujer?

--Es un amor místico, no pasional. Mi mujer es como una capillita que llevo en el corazón. ¡Son tantos años juntos...!

--¿Hacéis el amor?

--No, la  verdad que no. No nos surge ese deseo ya.

Adela se sentó al borde de la cama, con su mano izquierda acariciaba mi pelo, a la vez que me decía:

--No te alarmes. Héctor me ha contado la aventurilla que tuvisteis en tu Casa. Sé muchas cosas de ti, pero no tienes porque preocuparte, pues nada saldrá de mis labios ni de los de Héctor que pueda perjudicarte.

--Pero tú.. tú... (balbucee un poco), eres lesbiana.

--Es una historia muy larga. Desde niña no me gustaban los niños, sentía deseos irrefrenables de estar con las niñas. Me pasó algo parecido que a ti. Cuando mis padres supieron de mis inclinaciones sexuales, me exiliaron a la ciudad. Mi padre era una de las autoridades locales y no podía llevar esa mancha en la familia, ya que la homosexualidad aquí no está reconocida como una identidad sexual normal; lo consideran una aberración.

Me desterraron a los 18 años con la esperanza que al llegar a la mayoría de edad pudiera cambiar mis tendencias, pero al contrario, se acentuaron más; y aquí empezó mi calvario. Como te he dicho, la homosexualidad está proscrita, y es casi imposible entablar un círculo en donde podamos dar rienda suelta a nuestras pasiones.

--Entonces... ¿Tú matrimonio fue una pantomima? Pregunté bastante interesada en la historia que me estaba contando.

--Bueno, la verdad en que me engañé yo misma; pues al ver que no podría ser yo, que tenía que ser lo que esta sociedad exige a la mujer; y no quería abandonar mi país ni a mi familia para vivir mi vida decidí casarme, fundar un hogar, y esperar vientos más favorables.

--¿Y cómo conociste a Héctor?

--En una fiesta de cumpleaños de un amigo común, recién llegada a la ciudad. Se enamoró de mi nada más verme, eso el lo que me dijo, y como no cesaba de agasajarme, y pedirme en matrimonio a los dos meses de conocernos, vi que iba en serio. Unido a que procedía de una de las familias más nobles del país, le acepté.

--¿Pero me figuro que no te casarías enamorada e ilusionada verdad? Pregunté con verdadera curiosidad, ya que estaba inmersa en las profundidades de su historia.

--No, la verdad que no me case enamorada; pero si con un gran afecto y admiración hacia Héctor. Y me juré hacerle feliz. –Ya ves lo que son las cosas. Héctor, a la sazón el soltero de oro de la Isla, se enamoró de lo peor.

--No seas injusta. Habría que ver tus dieciocho años. Si los de ahora son espléndidos, los de antes debieron ser de apoteosis.

--Es cierto, era una mujer muy atractiva...

--Eras y lo sigues siendo, y lo que no me cuadra, como una mujer de aspecto tan femenino, pueda ser lesbiana

--Gracias. El lesbianismo no está en el cuerpo, está en el cerebro. Aunque bien es verdad, que como las actitudes también las dicta el cerebro, lo lógico es que las lesbianas adopten formas masculinas. Pero como las sociedades mandan, en ésta, por desgracia, hay que guardar las apariencias. Por cierto ¿Cómo está el tema de la homosexualidad en tu país?

--En mi país hasta hace muy poco, ser homosexual, las consecuencias eran las mismas que aquí: vergüenza, rechazo y homofobia por la mayoría de la sociedad.

--Pues por aquí se comenta, que, se ha liberalizado, y que existen numerosos movimientos... creo que los llaman Gay...

--Sí...sí.. Antes los llamaban maricones y tortilleras, ahora gays.

--También se comenta por acá, que existen barrios y locales donde se reúnen libremente.

--¡Cierto! No te han mentido. Hoy día, ser homo no es ninguna enfermedad, es un orgullo.

--¡Qué suerte Dios mío, que suerte! ¡Si yo viviera en tu país.....! Pero ya es tarde... A mis 55 años, donde voy a ir.

--Nunca es tarde, además a una mujer como tú, las lesbianas te iban a rifar.

--Tonta...

--No, no de verdad, hasta a mi, que no soy lesbiana me dan ganas de darme un revolcón contigo.

La verdad, es que me daba pena. Vi en sus ojos tanta verdad y tanta resignación que unido a aquellos labios tan sensuales, decidí hacer el amor con ella, pero no por compasión, no, no. Me apetecía probar.

Nos miramos a los ojos, y volví a ver en ellos el deseo de estar conmigo, pero también me di cuenta que  no lo estaría si viera en mi rechazo, por lo que le dije con toda la dulzura que puse en mi voz.

--Ven, acuéstate a mi lado.

Los ojos se le iluminaron, y en un instante la tenía  junto a mi.

Ambas nos desprendimos de nuestros saltos de cama y quedamos fundidas en un abrazo.

Capítulo XII

Pensaba que tomaría la iniciativa y se lanzaría hacia mi cómo un loba a devorarme, pero no; quedó quieta a mi lado, mirándome con cara suplicante.

Me di cuenta en el acto, que nunca haría nada que pudiera molestarme. Tanta sensibilidad me abrumada, y entendí que estaba ante un ser sumamente tierno e incapaz de herir mis sentimientos.

Esa actitud enervó mis sentidos. Jamás había observado en la cama tanta devoción por ser humano. Por eso fui yo la que al tener su boca a escasos 20 centímetros de la mía, la besé poniendo toda la pasión de que fui capaz.

Eran los primeros labios de mujer que besaba. Al principio noté la falta de pelo en los aledaños de los labio; esas cosquillas que nos produce a las mujeres la barba o bigote de los varones. Lo que sentía, era una suavidad alrededor de mi boca que me excitaba cada vez más.

Se dejaba hacer. Parecía que la lesbiana era yo. Al ver que no se atrevía a ofrecerme la lengua, fui yo la que se la brindé.

Ahora si. Ahora salió la lesbiana que lleva dentro. Cuando se convenció de que estaba entregada, tomó la iniciativa. Me la succionaba de tal forma que parecía que tenía un motor en al boca.

--Mi vida, mi amor... ¡Cuántas veces he soñado realizar con una mujer como tú, esta pasión que llevo dentro! Susurró a mi oído.

Callé y cerré los ojos, dispuesta a acertar todo lo que quiera hacer. Sabia que en sus brazos nada malo me pasaría y me abandoné a ellos

Retiró sus labios de mi boca, y se dirigieron a mis pezones, que ya estaban como cerezas en flor, turgentes como dos fresas.

Nunca me han lamido las tetas de esa forma. Por otra parte normal; las mujeres sabemos perfectamente mejor que los hombres, chupar y lamer donde más nos gusta. Por eso me retorcía de placer a cada lametón en mis pezones. Y pensé:

¡Será posible que mi segundo orgasmo, lo obtendré precisamente con la madre del que me proporcionó el primero!

Quité la imagen de Raúl de mi mente, pues temía enfriarme; pero cuando bajó a mis honduras, fue la locura. Parecía que levitaba. A cada lametón por mi clítoris me levantaba medio metro de la cama. Llegó un momento que tanto quise unir mi sexo con su boca, que le hice daño, seguramente del empujón había incrustado sus labios con los dientes. Pero siguió en mi locura. Me corrí de tal forma, que perdí la noción del tiempo y del espacio. Quedé exhausta, rendida, abatida... totalmente vencida por una de mi mismo sexo.

--Gracias mi amor. Ha sido maravilloso. Me dijo a la vez que juntaba otra vez sus labios a los míos.

El sabor de mi propio sexo en sus labios, me produjo una sensación indescriptible. Sensación que me llevaba otra vez al paroxismo. Se dio cuenta, y restregó más sus labios sobre los míos, y me ofreció su lengua para que saboreara mejor las mixturas de mi propio sexo.

Al verme otra vez receptiva a sus caricias, me abrió de piernas, y puso las suyas de tal forma que nuestros sexos quedaron unidos. Más tarde supe que a esta posición le llaman “la tijera”.

¡Inenarrables las sensaciones recibidas! Su clítoris, que estaba en su máximo apogeo, y el mío en la cima del capuchón que lo cubre, “se besaban” de forma insólita. Juro que ninguna polla, ni la de Raúl, me han conferido tantas emociones.

De forma magistral puso su sexo pegado al mío, me abrazó por las caderas de forma que le servían de soporte para realizar aquellos movimientos que me volvían loca.

Bastaron media docena de empujones para que tuviera otro orgasmo rayando en la locura. Le abracé con inusitada pasión y metí mi lengua en su boca con la intención de llegar hasta lo más profundo de ella.

--Ahora soy yo la que te da las gracias. Jamás en mi vida he dado con una persona tan delicada y sensible como tú.

--Sólo he procurado, que mis pasiones no rebasaran mis sentimientos y siempre intentaré que aquellas no hagan daño a nadie.

--Adela.

--Dime Manolita.

--¿Dejarías todo por realizarte cómo eres, con total libertad, y sin trabas de nadie?

--Posiblemente, mi marido y mis hijos ya no me necesitan para el desarrollo de sus vidas. La tienen de sobra enfocada. Sólo queda el amor de familia.

--¿No saben nada de esto, verdad?

--Mis hijos no, Héctor si. Se lo confesé a los años de casado, cuando se le apagó la llama de mi amor, y andaba con otras.

--¡Y cómo se lo tomó!

--Con cierta indiferencia, para mi que ya lo sospechaba.

--Y tú durante estos años ¿cómo lo has llevado?

--Con santa resignación. Dijo esbozando una sonrisa amarga.

--Como ya sabes todo de mi, sabrás que tutelo una casa de citas...

--¿Un prostíbulo? Dijo al no saber exactamente que era una casa de citas.

--Si eso, un prostíbulo. Te decía que tutelo uno de las mejores, o la mejor casa de citas de la ciudad donde vivo, llevo más de 25 años y estoy algo cansada. Vine aquí buscando el amor, pero veo que en todas las partes donde mora el ser humano, sucede lo mismo: dominan las pasiones. El amor es el sueño de una noche de estío.

--¡Mujer! no creo que sea siempre así.

--Si Adela si. El amor dura lo que le dura “dura” al hombre con la misma mujer. Después... humo... Sólo queda, si es que se tienen, los sentimientos nobles para poder convivir en paz y en armonía.

--Te ofrezco la realización de tus sueño: que te vengas conmigo y seas tú misma, no la que han hecho de ti.

--¿Tienes problemas económicos?

--No ninguno. Mi patrimonio personal heredado de mis padres es suficiente para vivir el resto de mi vida sin pasar penurias.

No quería sacar el tema de su hijo, era demasiado prudente para tratarlo en este momento, además, su situación actual con respecto a mi, no le otorgaba moral para suscitarlo. Pero yo tenía que dejarlo muy claro. Y muy claro tenía, porque a pesar de mis inmoralidades como mujer, me quedaba algo de ética como persona; que no iba a tener una relación sentimental con el hijo de la mujer que había descubierto en mi unas conmociones nuevas, y que jamás había pensado que se produjeran. Por eso le dije mirándole a los ojos.

--Pues ya sabes. No habré descubierto el amor aquí, pero si he descubierto las bondades de una mujer que si me puede dar amor. Y aunque el amor de una mujer hacia otra mujer, no sea entendido por muchos, es  tan hermoso como el heterosexual.

--Gracia cariño--¡Pero que buena eres! Las dos hemos rebasado con creces la edad donde todo se ve de color de rosa, y podemos afrontar un futuro con cierta garantía de éxito.

--¿Se puede....?

Héctor asomaba la cara por la puerta que había entreabierto unos centímetros.

--¡Vaya! Con esto si que no contaba. Dije para mis adentros.

--¿Le dejamos que pase?

--¡Mujer....! que estáis en vuestra casa.

--Pero esta habitación es privada. Tu decides.

--Pasa Héctor.

Envuelto en una bata de seda, color granate, y un pañuelo beige anudado al cuello, y zapatilla de piel marrón abierta por los talones, se presentaba ante nosotras.

--¿Qué tal, distinguidas damas? ¿Han disfrutado de la velada?

Quedé algo confusa... ¿Es que sabía lo ocurrido entre nosotras?

Adela adivinando mis deducciones, antes de que manifestara mi opinión, dijo:

--Si Manolita. Si lo sabe. No me hubiera atrevido sin el consentimiento de Héctor a invadir tu intimidad.

--¡Por favor Manolita! Dijo Héctor muy circunspecto. –Debes entender, que si hemos programado esta situación no era para engañarte, era para todo lo contrario: para que tuvieras claro, que entre Adela y yo no habrá sexo, pero existe una sinceridad por encima del bien y del mal. Y si ahora te sientes ofendida, lo entenderemos y admitiremos tus reproches.

Miré a Adela, y al volver a ver aquello ojos de mirada tan sincera y suplicando perdón, les dije a los dos.

--Gracias por vuestra sinceridad y hospitalidad. Sería una desagradecida si no entendiera vuestras motivaciones. Pero... ¿y si hubiera sido una desconocida que vuestro hijo me había presentado?

--Nada de esto habría pasado. Dijo muy serio Héctor. No somos unos degenerados.

--Me consta Héctor, me consta.

--Y hablando de Raúl. ¿Eres consciente del problema que te hemos creado? Porque después de esto.... No sé yo que vas a hacer. Me dijo Héctor con un rictus de preocupación.

--Lo tengo muy claro: renunciar a su amor. se merece algo mejor que yo. Además a nosotros tres, a partir de ahora, sólo nos puede unir las pasiones. No un vínculo familiar. A Raúl le será muy fácil olvidarme. Un joven de su categoría y preparación no tendrá mayores problemas.

--¿Y que le vas a decir? Dijo Adela algo preocupada.

--La verdad, y nada más que la verdad.

--¡La verdad no por Dios! Dijo Adela llevando las manos a la cabeza alarmada.

--¡Tonta! Me refiero a mi verdad, no a la nuestra. Le diré lo que soy, a que me dedico, y que pasado mañana me voy para mi país.

--¡Qué susto me habías dado! Dijo soplando el aire que se le había quedado estancado en los pulmones.

Una vez dejadas las cosas muy claras entre los tres, le dije a Héctor.

--Si vienes con ganas de juerga, lo lamento, pero tu mujer me ha dejado aliviada para un tiempo.

--Adela y Héctor rieron mi salida.

--Nada que objetar. Pero sabes que me debes una.

--Lo recuerdo, lo recuerdo... Ya te la pagaré.

Eran más de las cinco de la madrugada. Se despidieron de mi con sendos besos y me quedé dormida profundamente.

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