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Manolita y el cura de su pueblo

en Grandes Relatos

Capítulo XXX

Reconozco que había quedado impresionada por la actitud de Sergio; aquella reacción que me "destrozó el ojete en nombre del Señor", me resultaba increíble, pero no dejaba de atormentarme.

Recuerdo de niña como mi tía Ursula, una de las beatas del Pueblo, siempre con el Rosario entre las manos, decía que Dios se manifestaba de las formas más sorprendentes y incomprensibles para los incrédulos; pero reconocibles para los que viven en la fe de Cristo.

Habían pasado quince días de mi "toma del Cuerpo de Cristo por mi ano", y no encontraba nada en lo que pudiera justificar como divina aquella "comunión", por lo que me propuse averiguar las verdaderas motivaciones de Sergio con respecto a mi.

Soy agnóstica, por lo que no reniego de las verdades divinas, pero tampoco creo en ellas; y porque no creo que exista un ser humano en el mundo que pueda dar fe auténtica de la realidad de la vida. El Papa dará la suya, y el más ateo la propia. Luego estamos los demás para creer conforme a nuestra conciencia o credulidad o incredulidad de los mensajes que nos mandan.

Cada minuto que pasaba, me dolía menos el ano, pero se acentuaba mi morbo. Me acordaba de la escena y se me ponían los vellos de punta: verme ensartada hasta los intestinos por el enorme falo de Sergio, enervaba mis sentidos; concebía algo tan nuevo y profundo que me confundía. ¿Como es posible que a mi edad, y después de mil batallas con y contra el amor, anduviera mi mente como el de una quinceañera?

Escribí una nota a Sergio contándole mis dudas y mis emociones con la esperanza de salir de ellas, y que me repicaban en la cabeza sin parar.

Sergio: permite que me dirija a usted a través de esta misiva, pero es la única forma de poder expresarme sin que se me caiga la cara de vergüenza.

Después de la "comunión" tan especial que recibí, mi cerebro se ha llenado de tantas incertidumbres, que necesito me sean despejadas.

Queda a la espera de sus noticias que me devuelvan la confianza y le fe en mi misma.

Manolita.

 

Pasaron varios días, y al no recibir ninguna respuesta de Sergio, decidí ir personalmente a la Iglesia.

Me senté en un banco a la espera de que acabara de confesar a una señora que por la edad, aparentaba ser mi abuela, y pensé:

--¿Qué clase de pecados se estará confesando? ¿Qué tropiezos se pueden cometer a esa edad?

 

Por lo que deduje, que la pobre abuela, creía que su alma sólo se podría salvar de las torturas eternas a que son condenados de los pecadores, a través de la confesión.

Acabó de confesar y rápidamente me arrodillé en el reclinatorio.

--Ave María Purísima.

--Sin pecado concebida. ¡Otra vez tú, Manolita!

--Si Padre, estoy en un sin vivir, y necesito hablar con usted.

--Pues empieza hija a confesar tus pecados.

--No padre Sergio, lo que pretendo es conferenciar con el hombre, que el hombre me de la luz que me hace falta para comprender los misterios de la vida, ya que como sacerdote no podría convencerme, puesto que siempre le veré como un ser humano, no como el representante de lo divino en la Tierra.

Quedó pensativo, parecía que no hallaba la respuesta adecuada para despejar mis dudas.

--Manolita, sino tienes fe, nada puedo hacer porque veas la luz con la que Dios nos ilumina.

--Es cierto Padre, no tengo la fe suficiente para entender los misterios del Señor. Pero tengo mil millones de pesetas para que la Iglesia en nombre de Dios, ¡faltaría más! pueda solucionar los problemas materiales de los pobrecitos creyentes. ¿O es que a la Iglesia no le hace falta el dinero para esos menesteres?

¡Joder...! No veré la luz divina, pero a través de aquella rejilla que separaba nuestro rostros, si vi un brillo especial en los ojos de Sergio. Un resplandor que casi me ciega.

--Hija mía: crees que no tienes fe, pero si la tienes, posiblemente la hayas dejado olvidada en algún lugar. La acción de donar a la Iglesia tu patrimonio para que remedie los males del mundo, demuestra la generosidad de tu alma. Y la generosidad, al fin y al cabo es una muestra de fe.

Aquello me sonaba a milonga tártara, pero era tan fuerte la atracción que me engendraba el cura, que no me podía sustraer a sus encantos de macho.

--Padre. ¿Por qué no ha respondido a mi nota?

--Hija: estaba a punto de hacerlo, pero asuntos más graves que el tuyo me lo han impedido. Pero ya que estás, podemos quedar esta tarde, después de comer,  y tratar las cuestiones que te han traído hasta aquí.

--¿Y por qué no comemos juntos? Tengo un jamón y lomo de pata negra, y un vinillo de Rioja que quitan el sentido. Además, le he encargado a Conchi mi sirvienta, que compre el mejor bogavante. ¿Le gusta el arroz con bogavante, Padre?

Los ojillos de Sergio parecían que se le iban a salir de las órbitas, al escuchar eso del arroz.

--Manolita, sin duda tienes el Demonio dentro de ti; creo que necesitas ser exorcizada, y juro que voy a sacártelo del cuerpo.

Pensé para mi: Lo que tengo en el cuerpo, "so cabronazo"  son lo efectos de tu polla... No el Demonio.

 

--¡Ay Padre! no me diga eso por favor, que me muero del susto.

--No temas hija, sé que en el fondo eres una gran mujer, la donación a la Iglesia de tu fortuna, lo evidencian. ¡Por cierto hija! cuando vas a hacer la dádiva, para hablarle a su eminencia el señor Obispo de la situación.

--No se preocupe Padre, que todo lo haré a través de su conducto.

--Gracias hija, y yo sabré corresponderte como mereces.

Otra vez me vino a través de aquella especie de celosía que nos separaba los rostros, ese aroma de macho caliente, señal inequívoca de que le estaba poniendo cachondo.

--Bien Manolita, a las dos quedamos, ¿Te viene bien?

--Sí, me viene perfecto.

--¡Ah! y haz el favor de recibirme como Dios manda, no como la otra vez.

--Si Padre. El recato empieza a hacer efectos en mi alma.

--Bien, hasta las dos entonces.

Capítulo XXXI

Nunca había visto beber y comer tanto, parecía que el metro noventa de Sergio no tenía fondo: él solito se bebió una botella de Vega Sicilia y se comió casi el bogavante entero con sus dos buenos platos de arroz; pero en los entremeses, la bandeja de jamón, lomo y queso, desapareció por sus fauces en un plis-plas. Y de postre le había preparado una crema catalana que se la zampó en un abrir y cerrar de ojos. Todo esto bajo mi mirada atónita, que no daba crédito a tanta gula. Se limpió la boca ¡eso sí! muy finamente con la servilleta, y dijo.

--Magistral Manolita, magistral.

--Me alegro Sergio, me alegro; a la mejor boca, el mejor bocado... ¡y no es pecado!

--Oye Manolita, ¿Esa frase va con segundas? Mira que te conozco.

--Sabes que pensaba mientras comías.

--No, dime pues.

--Mejor te lo cuento en el salón. Te tengo preparada una copa de brandy Peinado de cien años.

--¡No me digas! Uno de los mejores coñac del mundo, destilado en Tomelloso.

--Así es, y sólo se lo ofrezco a muy poquitas personas. Dije a la vez que le servía un gran copa del preciado licor.

--Por lo cual deduzco, que yo soy una de las que estimas mucho.

--Efectivamente Sergio. Por ti estoy dispuesta a seguir la senda del bien el resto de mis días.

--Eso me parece muy bien Manolita, pero que muy bien.

--Pero mis dudas son, si para seguir la senda del bien, hay que renunciar a los placeres de la vida.

--Si hija sí, la senda del bien está llena de espinas y de avatares, y si quieres gozar a la diestra del Señor en la otra vida, has de sufrir en esta. --Bueno, y que es lo que me tienes que contar, ¿sobre los mil millones que vas a donar a tu Iglesia?

--Eso después Sergio. Donar mil millones de pesetas requiere un estudio muy profundo del destino que se les van a dar.

--Bien. ¿Y qué es lo que quieres que tratemos ahora?

--Mejor te lo digo en la cama.

--¡Pero es que quieres volver al pecado mortal hija!

--Ya estoy en pecado mortal, por que los malos pensamientos también son pecado, ¿Verdad Padre?

--¡Claro, claro que sí hija, claro...!

--Quiero que me des la absolución a mis pecados como el otro día, pero por la vía natural, que el "cuerpo del Señor" me destrozó el ano.

--¡Por Dios... por Dios Manolita...! Pero sabes lo      que me estás pidiendo...¡Ay si se enterara el Señor Obispo..!

--¿Se lo vas a decir tú?

--¡No por Dios! Cómo se lo voy a decir yo.

--Lo siento Manolita, pero el Señor me está diciendo que no... que no puede ser lo que me pides, va contra el sexo mandamiento.

--Pues dile al Señor de mi parte, que de los mil millones que iba a donar para su Iglesia, me lo voy a pensar mejor.

En ese momento entraba a la estancia Conchi todo exaltada.

¡Padre Sergio, Padre Sergio! que el sacristán pregunta por usted, y por la cara que trae, no barrunta nada bueno.

--Qué es lo que pasa Pascasio, que vienes tan sofocado. Que mala noticia me traes.

--Que el señor Obispo quiere hablar urgentemente con usted.

--¡Vaya por Dios! Que querrá ahora su eminencia.

--Ve, ve.. Le dije a Sergio. Mañana le espero otra vez para comer, y seguimos la plática.

--De acuerdo Manolita, mañana Dios mediante, a las dos en punto aquí me tienes y seguro que me vas a sorprender en la mesa. ¿Me entiendes, verdad?

--Claro que te entiendo, he captado el mensaje divino perfectamente. Te voy a dar una sorpresa que voy a ganar miles de indulgencias.

--Así, así.. Manolita. Hay que ganar las indulgencias del Señor con buenas obras; no con pecados.

Una vez en la parroquia, Sergio llamó al Obispado.

--Hola, soy el Padre Sergio de la Parroquia Virgen de la Encina. Su eminencia me necesita con urgencia.

--Si un momento Padre Sergio, no se retire.

--Padre Sergio...

--Dígame eminencia.

--Necesito que me informe del "Tema Manolita" , necesitamos esos millones con premura.

--Precisamente ahora mismo vengo de hablar con ella.

--¿Y...?

--Mejor me desplazo al Obispado y le informo; el asunto es delicado y no es conveniente tratarlo por teléfono.

El Padre Sergio mandó al sacristán Pascasio, que me llamara para posponer la comida para pasado mañana; ya que le requerían del Obispado con apremio, que iría mañana, y que no le daría tiempo a volver a la hora prevista.

--Bien eminencia. Le informo sobre el "Tema Manolita".

--Es muy importante Padre Sergio que esos millones se ingresen cuanto antes en las arcas de la Sede del Obispado. El cambio de régimen; esta puñetera Democracia, y en el poder los socialistas, las cuentas no van como eran de esperar.

--Hay un grave problema eminencia.

--No me asuste... ¡Qué problema!

--Que a Manolita sólo se le puede convencer para que done sus millones a través de los pecados más graves para la Iglesia: el sexo.

--Ya..ya... me contó en secreto de confesión su aventura con ella. Pero si el Señor le ha designado a usted para esta sagrada misión, ha de sacrificarse hasta que consigamos la donación.

--Pero eminencia...  ¡Qué va ser de mi alma! Una vez comprendo que fue necesario sacrificarse por la Iglesia... ¡Pero es que pretende que sea su amante!

--Es cierto..,. muy cierto... La Iglesia no puede pedir a sus representantes tantos sacrificios; habrá que buscar una solución urgente...

--¡Ya la tengo... ya la tengo... ya la tengo! Dijo el Obispo lleno de euforia.

--¿Los millones? Preguntó Sergio con asombro.

--No hombre, no. La solución al problema.

Capítulo XXXII

 A las dos en punto de ese día, Sergio se presentó en casa, tal como me anunció su sacristán. Le noté eufórico, muy animado y optimista, por lo que supuse que las cosas con respecto a mi, serían favorables.

--Bien Manolita, ya me tienes otra vez aquí, y con muy buenas noticias.

--Me tienes en ascuas. ¡Cuenta , cuenta!

--Mejor comemos, y en la siesta te lo cuento.

Decirme lo de la siesta y mojarme las bragas, fue todo uno. El enorme falo de Sergio me traía por "la calle de la amargura" , y no podía quitármelo de la mente.

Ordené a Conchi que nos sirviera la comida.

--¡Pero qué coño es esto! exclamó con cara de disgusto, al ver la cazuela de barro, y un porrón de un vino clarete, que parecía más agua turbia que vino.

--Sopas de ajo, cariño. ¿Pero no me dijiste que hay que sacrificarse en esta vida, para ganar la dicha en la otra?

 --¡Manolita! bromas conmigo no. Mira que me levanto y me voy. Que con las cosas de comer no se juega.

La palabra del Señor hay que saber interpretarla en su justa medida. Dios escribe derecho pero con los renglones torcidos. No nos pide sacrificios absurdos que a nada conducen. Se refiere sobre los sacrificios terrenales, no a la renuncia de los bienes que ha creado en la tierra  para goce y disfrute del ser humano. Se refiere a la renuncia de lo que le sobra a uno, para servir al que le falta. Y a ti te sobra jamón y buen embutido para satisfacer los deseos de un hambriento.

Como no quería volver a entrar en disquisiciones filosóficas, tenía previsto un plan B por si fallaba este; poniendo una cara de complicidad, me dirigí a Conchi que esperaba mis órdenes.

--Niña, trae el complemento de la sopa de ajo.

Los ojos le hacían chirivitas ante la bandeja de embutidos que ponía al lado de la cazuela de barro y la botella de vino Vega Zacatena del 78.

--He leído en una revista de gastronomía, que mejor que el pan seco para acompañar al embutido, no hay mejor que las sopas de ajo. Le dije convencida.

A la vez que engullía una cucharada de la sopa, se metía un taco de jamón de Guijuelo que casi no le cabía en la boca.

--Sabes que tienes razón Manolita, combina perfectamente el pan con el saborcillo a ajo con el jamón. Te felicito.

Esperé a que terminara de comer; yo apenas sin probar bocado, estaba deseosa de oír sus noticias.

Se limpió la boca de la forma tan genuina que sabe hacerlo, y me dijo.

--Manolita, vamos al salón, prepara otra copa de ese magnifico coñac y te cuento. No, mejor vamos a tu habitación y te lo cuento allí con más tranquilidad.

Dije a Conchi que se fuera y que no volviera hasta la hora del telediario de las nueve.

Estaba intrigadísima, de repente me propone follar, cuando antes de ayer me dijo que no podía por la salvación de su alma. ¡Desde luego, que los designios del Señor son indescifrables!

Dicen algunas mujeres que no les importa el tamaño del miembro viril del hombre. ¡Bueno! si se ama con el alma y el corazón, es comprensible, ya que el amor está por encima del sexo, y basta una mirada del hombre amado para sentirte llena de él.

Pero si se trata de echar un polvo con un tío bueno como el cura, yo aseguro, que donde esté un buen cipote gordo y duro, que se quite una minina de 14 centímetros.

No lo puedo remedir. Ver a Sergio desnudo es algo que me produce tal excitación que me traslada a paraísos desconocidos. Me conmueve, me emociona y me descompone.

Se tumbó boca arriba en la cama. Yo me estaba bajando las bragas y temblaba de emoción al ver aquel pollón erguido como el palo de mesana de un barco de vela.

¡Qué me había dado esta cabrón de cura! Si yo estaba de vuelta de tíos. Me sentía como una novicia a mis cincuenta años, y "el potorro"  se me mojaba más que a los quince.

Su esencia es lo que me impresionaba, es como una fragancia mezcla de incienso, y hierbas del campo, que mezclados  con su olor corporal, le confiere ese olor tan genuino, aroma tan embriagador que nunca lo había olido a ningún macho; es algo que se me metía por las fosas nasales y me ponía a cien.

Me tumbé junto a él, y a la vez que me abrazaba me decía:

--Manolita. He estado hablando con el Señor sobre nosotros...

--¡Ah si! ¿y qué te ha dicho?

--Que comprende mis inquietudes, mi amor hacia a ti..

--¿Pero me amas de verdad, Sergio?

--Si Manolita si. Después que me hiciste sentir aquello tan sublime y maravilloso, he decidido colgar los hábitos y casarme contigo. Si tu me aceptas ¡Claro!

--¿Estás seguro? Mira que es una decisión muy grave.

--Lo tengo muy bien meditado; pero si aceptas, sólo te pongo una condición.

--¿Cual?

--Que vivamos única y exclusivamente de mi patrimonio personal, y de lo que pueda ganar en la vida civil.

--Entonces mi fortuna...

--La donas a la Iglesia. Si me hice cura para amar a Dios en la pobreza, me hago hombre para amarte a ti, y si es menester hasta en la miseria.

Me sonaba aquello más falso que Judas, pero como sólo pretendía satisfacer mis instintos de hembra en celo, puse cara de gatita mimosa y me dispuse a gozar de "aquello que el Señor había puesto entre las piernas de Sergio para mi goce y disfrute".

Debo de decir, que las piernas de Sergio son como dos columnas; musculosas y largas como noche cálida de verano. Y el culo... ¡Ay que culo! me lo comí a mordisquitos. Redondito y algo respingón, perfectamente torneados sus glúteos. Sin duda hubiera servido de modelo a un escultor para representar a un ángel.

-- Pensaba montarme como la otra vez, pero no, fue él que se montó encima de mi.

Fue mi delirio, mi locura, mi tormento, fue cuando me rodeó con sus hercúleos brazos que apenas se me veía debajo de él. Y cuando de sus axilas, que las tenía a escasos centímetros de mis narices, volví a sentir su olor, me envolvió otra vez su aroma, y creí estar en el lago donde se bañan las hespérides.

Me abrí bien de piernas, para que aquellas enormes piernas se pudieran encajar bien ente mis muslos abiertos hasta el máximo; y cuando sentí su "monstruoso falo" penetrar por mi vagina, rodee con mis brazos su cuello y con mis piernas sus riñones. No quería que se quedara fuera ni un sólo milímetro.

--Dame fuerte cariño... rómpeme el coño mi vida..

No sabía lo que decía, perdí la noción de las cosas, sentía a Sergio tan dentro de mi, que aunque sus palabras de matrimonio no las creía, decidí si era preciso, morir entre sus piernas.

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