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Memorias de una prostituta. Capítulo 45

en Grandes Relatos

Capítulo XLV

 Medio me desperté a las 8:45 horas; apenas había dormido poco más de tres horas. Enfrente de la cabecera de la cama estaba el baño. Sonia hacia pis en ese momento con la puerta totalmente abierta; quizás fue ese ruido tan genuino que muchas mujeres hacen al orinar, (y que tanto gusta escuchar a los hombres), el que acabó de despertarme.

--Sonia, cielo. Que pareces una vaca. ¿Siempre haces ese ruido al orinar?

--Es que nunca me siento, cariño; ni hasta en mi casa. Es una costumbre que tengo.

--Ven y nos duchamos juntas. ¿Te parece?

--Voy, que si, me hace falta una ducha.

Fue hacia el espejo, situado enfrente da la puerta, por lo que desde la cama observaba la perfección de su cuerpo por su parte posterior. Parecía una ondina recién bajada de su pedestal. Se dio la vuelta a la vez que me decía, haciendo un gesto con la cabeza y su brazo derecho.

--Vamos ven...

--Voy... voy.

Situada tras de mi, casi pegada su pelvis en mis glúteos, acariciaba mi espalda con tanta delicadeza, que unido a la lluvia de agua templada que se deslizaba por mis hombros y se escurría por mis caderas, sentía una sensación tan placentera que me relajaba sobre manera. Se percató de mi sensación de bienestar.

--¿Te relaja, verdad?

--¡Ummm! cielo, que bien friccionas. Me estás cargando las pilas, pues me espera un día muy largo.

--¿Comeremos juntas? Me pidió casi Sonia poniendo carita de súplica.

--Depende de lo que me ocupen las gestiones que tengo que realizar.

--¿Quieres que te acompañe?

--Como quieras, pero te vas a aburrir, ya que tendrás que hacer esperas muy largas mientras yo resuelvo asuntos con abogados y notarios.

La verdad, no quería que me acompañara, lo más seguro que me saetara a preguntas sobre lo que hacía o dejaba de hacer. Y tampoco quería, que, se enterara de quien era la carta que había recibido del extranjero, según me dijo Esther; seguramente sería de Margarita o de Raúl.

--Mira, mejor te llamo en cuanto termine, cariño, porque voy a estar preocupada por tus esperas y me van a quitar libertad de acción, ¿comprendes?  No quiero que mi niña se aburra durante esos largos aguardos en salas de abogados y notarios.

Quedo convencida de mi explicación; no quería que se hubiera quedado con la duda de que pretendía evitar su compañía por otras razones.

--Comprendo Manolita, comprendo, hubiera sido un estorbo para ti...

No pudo seguir la frase, me di la vuelta y posé mis labios sobre los suyos.

--Mi niña... Tú nunca serás un estorbo para mi, lo que trato de evitar es que pases la mañana aburrida. Mira, acabe o no las gestiones, a las dos vengo a buscarte, y voy a llevarte a comer a un sitio que te va a encantar.

De repente se me ocurrió una idea; aunque di por terminado el tema de Sergio, su hermano y el Obispo, según los consejos de Lopetegui; sentía curiosidad por saber que era de Ernesto. ¿Me seguiría esperando en el hotel? ¿Qué estaría haciendo?

--Sonia

--Dime Manolita.

--¿Te gustaría ser mi agente secreto por una mañana?

--No te entiendo.

--No te preocupes, es un juego que te puede resultar muy entretenido, y de paso me haces un favor.

--Verás. He dejado plantado en el hotel Emperatriz a un antiguo novio dándole una excusa banal, pero no pretendo volver a verle.

--¿Y qué quieres que yo haga?

--Prácticamente nada, sólo observar.

--¿El qué?

--Si sigue en el hotel, seguro que verás en la cafetería a un hombre de unos cuarenta años, es inconfundible, alto y muy guapo.

--¡Ummmm! Los guapos me chiflan.

--Pues este es de cine.

--¿Y que quieres más que haga?

--En cuanto te vea, va a intentar ligar contigo. Dale carrete, pero no me conoces, ¡eh! Intenta sonsacarle cosas de su vida y otros aspectos.

--¡Uy que emocionante Manolita! Hacer de James Bond.

--Pero no te pases, y ni se te ocurra mentar mi nombre.

--No te preocupes cariño. Ya te contaré cuando vuelvas. Pero antes dame otro beso.

--¡No me calientes Sonia, no me calientes!, que esta mañana necesito llevar la cabeza muy fría.

Nos dimos ese beso, pero salí rápido de la ducha, quería aprovechar la mañana al máximo; tenía la agenda completa todo el día, y encima había cometido el error de comprometerme con ella para comer juntas, hecho que me limitaba o me aceleraba. ¡Pero bueno! al fin y al cabo su compañía, y sobre todo sus caricias, eran un bálsamo para mis inopias.

Llegué a las 10:52 horas para retirar personalmente esa carta a mi atención. Me abrió un señor vestido de librea, presumiblemente era el mayordomo.

--Buenos días, me llamo Manuela Díaz, antigua propietaria de esta casa. Creo que tiene una carta dirigida a mi atención.

--Un momento señora, voy a ver.

Me hizo pasar a una estancia que me hizo evocar con tanta emoción, que se me derramaron dos lágrimas.

¡Dios mío, que recuerdos! por mi mente pasaron decenas de escenas... Más de veinticinco años querían ser revividos en un sólo instante. 

...Aquella andrajosa Manolita que llegó aquí sucia y con harapos...

...La que doña Patrocinio convirtió en una princesa...

...La que ganó en su primer servicio más de lo que ganaba en seis meses limpiando la mierda de otros...

...La de marranadas que tuve que hacer y soportar a aquellos magnates defensores de la ética y la moral de los demás...

...Y sobre todo los consejos de mi inolvidable doña Patrocionio... gracias a ella, llegué a lo más alto en aquella sociedad machista...

Estaba tan emocionaba que no me percibí de una dama de unos sesenta años y de porte muy distinguido llamaba mi atención.

--Manolita...

--Buenos día señora, me figuro que sabrá el motivo de mi visita; le hace falta ver mi documentación.

--No, no hace falta, es usted inconfundible.

--¡Vaya! ¿Y eso?

--Las referencias que tengo de usted le avalan, es tan genuina que no le hace falta documentación.

--¡Bueno! Pensé. Otra que quiere ligar conmigo. ¡Pues va lista!  ¡Pero que pasa en esta nueva España! ¿Es que todas son lesbis..? Esto del Orgullo Gay, por lo visto es una cosa muy seria.

--Muchas gracias señora, pero ya "se me pasó el arroz".

--¡Pero que dice, Manolita...! Si las alabanzas que dicen y hacen de ti... ¿Me permites que te tutee?

--¡Uy yuyui..! Esta familiaridad me escama.

--¡Desde luego que si señora...!

--¡Ah disculpa! mi nombre es Laura, Laura Ramos.

--Encantada Laura. Bueno, no hace falta que me presente, sabe más de mi, que yo misma.

--¡Ay Manolita! Es que estas paredes hablan.

--¡No me diga! ¿Y que le cuentan?

Me había picado la curiosidad. Por lo que decidí tirar de la lengua a esta distinguida dama, para conocer que se contaba de mi, al cabo de tantos años.

--¿Te apetece un café? Lo digo por la hora, porque me figuro que algo de licor no te apetecerá.

--Mire sí. No he pasado una buena noche, y un cafelito me vendrá muy bien. Y con las prisas todavía no he desayunado.

--Jorge, por favor. Laura llamó al que parecía ser un sirviente.

--Dígame señora.

--Traiga dos cafes... ¿Con leche el tuyo, Manolita?

--Sí por favor... pero largo de café.

--Pues yo siempre creí que las damas como tú, las noches eran de película. Me dijo con cierta ironía.

--No crea Laura, la mayoría de esas noches de cine, son noches de sacrificio psíquico, que aunque te cueste creerlo, son más penosas que las del esfuerzo físico.

--¡Vamos, vamos Manolita! Que no es un sacrificio hecho de mala manera, el que por la mañana te llena la cartera.

--¡Coño! la tía ésta, encima con cahondeo.

--Pues si Manolita, estas paredes no es que hablen, pero son tantos los hombres que preguntaron por ti después de tu marcha, que con sólo verles las caras de decepción que ponía al enterarse de su clausura, bastaba para adivinar el predicamento que tenías.

--La verdad Laura, es que durante el tiempo que regí esta casa, fue el paradigma de la profesión...

--La profesión del folleteo ¿verdad?

--¡La madre que la parió..! ¡Pero es que esta tía me va a sacar de quicio!

--Bueno... bueno... Laura. Yo le llamaría mejor, la profesión del alivio. O del relax.

--No lo pillo muy bien, ¿me lo quieres explicar mejor?

--Las caras de decepción que ponían esos hombres que preguntaban por mi, al saber que no estaban lo confirman.

--Sigue, sigue. Me dijo Laura, que había abandonado el gesto de sarcasmo que mantenía desde que me vio, para tornarse en interés.

El hombre, cuanto más tensión y estrés que está sometido, necesita evacuar sus detritos celulares; y una de las formas de evacuación es por la vía del meato, no precisamente meando, sino follando.

--Pero para eso ya tienen a sus esposas ¡digo yo!

--No lo creas Laura, para la mayoría de los hombres maduros y muy maduros, el follar con sus esposas es como una obligación más, ¡Ah! y cuando se les pone tiesa, porque esa es otra; ya que me han confesado decenas de maduros, que como era posible que yo les pusiera "el pito"más duro que una aldabón, cuando con sus mujeres se les ponía morcillona. Hice una pausa. Laura me escuchaba con suma atención.

Estos necesitan algo, que las esposas, o la mayoría de ellas no saben darles lo que realmente necesita un hombre que está de vuelta de casi todo. ¡Vamos a ver Laura! con que frecuencia haces el amor con tu marido.

--La verdad que ni me acuerdo.

--¿Y tú crees que tu marido no necesita un chochito?

--Bueno... no sé la verdad; tiene sesenta y nueve años, y no creo que a esa edad el hombre...

--¡Ay Laura! Tú no sabes que el hombre cuanto más viejo, aunque le falte aceite en el pellejo, más suspira por "un conejo". (De monte, naturalmente, no casero)

--Chica, me dejas alucinada. Ahora me explico de donde provienen esas manchas blancas resecas que a veces encuentro en las sábanas.

Había pasado casi una hora, y el motivo de mi visita, esa carta a mi atención lo había casi olvidado.

--Disculpa Laura, pero no vivo en Madrid, he venido a resolver unos asuntos, me entregas esa carta a ni nombre.

--¡Ay la carta! es verdad. Lo siento Manolita, pero al ver que no venías a recogerla, la he devuelto al cartero.

--¡No!

--¡Pero cómo no me has llamado, mujer! La hubiera retenido hasta que vinieras a por ella.

La madre que parió a Esther, pero cómo no me avisó antes...

--¿Algo grave? te veo una expresión de disgusto.

--No nada... Seguro que no es nada importante. ¿Sabes quien la remitía?

--Creo recordar que era una tal Margarita y de La Isla.

Que cara no pondría al decir el remitente...

--¡Caray Manolita! A juzgar por el gesto que has puesto, si parece grave el asunto, sí.

--No, no, es más bien un disgustillo personal.

--Eso deseo, que no sea nada de consideración.

--Gracias por todo Laura. Ha sido un verdadero placer charlar contigo.

--¿Volverás, Manolita?

--Seguro que si.

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