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Los líos amorosos de un niño guapo

en Grandes Relatos

Contnuación del capítulo 3

Sara subió a su casa, y me dirigí al pabellón de los solteros, donde ya he dicho que yo era el único soltero que había en el cuartel.

Como al cuarto de hora, Sara llamó a la puerta; la verdad que no esperaba que llegara hasta mi dormitorio.

-Cómo te has atrevido a venir hasta aquí. Le dijo preocupado. ¡Mira que si te ven!

-No te preocupes, me he asegurado que nadie me vea. Además es la hora de la siesta y mis padres duermen.

-¿Y tú, no te echas la siesta? Pregunté con cierta malicia en mi voz.

Se puso un poco colorada, ya que había captado en mi tono la carga de intención que llevaba. Me di cuenta al instante que me estaba pidiendo un beso; y sin medir las consecuencias, y sabiendo que podría buscarme un lío muy gordo, no pude evitarlo, mis veinte años... En aquel pueblo... Lejos de mi Madrid... De mis amigos...

Me lié la manta a la cabeza y la tomé en mis brazos, y la bese apasionadamente durante un tiempo interminable. No sin antes retirar de sus manos la taza de caldo humeante que con tanto amor me traía.

Debo confesar, que, nunca estuve enamorado de Sara, y que inconscientemente le hice mucho daño. ¡pero coño! es que era la única mujer soltera, aunque con novio del cuartel. Para descargar mi conciencia diré, que fue ella la que provocó mis ansias de mujer en aquella situación. Fue cual Eva, que en vez de manzana, con un caldo del cocido me tentó; y yo cual débil Adán sucumbí a sus encantos.

Era Sara una mujer muy atractiva, rubia, melena en cascada hasta los hombros. Boca muy bien dibujada, aunque algo finos los labios. Ojos muy azules, preciosos, que le daban a su mirada el tono del horizonte del mar en un día de luz. Tenían un brillo especial que iluminaban el ambiente de donde se hallaban.

A mis veinte años había besado pocos labios de mujer, sólo los de Diana María, y los de Pepita. Sara (seguramente porque tenía novio) me besó de una forma totalmente desconocida, ya que nunca había sentido esa fuerza tan arrolladora que imprimió su boca en la mía.

Fue enorme la erección que tuve al instante; jamás había sentido tanta turgencia en mi miembro viril...

-¡Qué me has hecho, Sara! Sólo pude balbucear.

-Lo que he deseado hacer con ansia ilimitada el día que llegaste... Me enamoré de ti, al instante.

No podía soportar más aquella presión en mi bragueta; ella se dio cuenta al instante y se arrodillo frente a mí. Sus manos desabrochaban los botones con una serenidad pasmosa; me temblaban las piernas.

Cuando se introdujo en el interior de la jaula, en busca del ave que la habita para concederle la libertad tan ansiada, y cuando comenzó a besarle con sus labios y con su lengua, fue le delirio... la apoteosis... el arrebato... Aquellos labios circundando la superficie de mi glande me trasladaron a un mundo desconocido; era la primera vez que me la mamaban.

-¡Joder, que placer más inmenso!

Sara sorbía de mi polla a la vez que con ambas manos me masajeaba los testículos, que parecía que me iba a electrocutar, puesto que una especie de corriente eléctrica circulaba desde la planta de mis pies hasta la nuca.

-Para... para... por favor Sara... que me matas.

-Cariño, túmbate en la cama y relájate. Me dijo con esa carita de ángel divino que tenía.

Y así lo hice, pero antes ella, ya me había quitado las botas, el pantalón y los calzoncillos. Allí quedé tumbado, boca arriba, con el pene en su máximo esplendor.

Se tumbó a mi lado, los dos de costado, ya que el catre, más que cama era de un sólo cuerpo. Ella en braguitas y sujetador; yo, sólo con la camiseta.

-Cariño, me dijo mirándome a los ojos, los cuales los tenía a escasos 20 centímetros de los míos. Su aliento me quemaba. -Te prometo que soy una mujer muy decente; ya sabes que tengo novio, y si he hecho esto contigo, ha sido porque una fuerza irresistible me ha conducido a ello.

Ya repuesto algo de la impresión, le dije.

 -Sara... balbucee, estoy confundido. Has llegado a mi vida como un ciclón, sólo tengo 20 años, sin experiencia... y además tú... la hija del brigada...

-Estoy dispuesta a jugármelo todo por ti.

Y aquí estuvo mi error, ya que en aquel momento sólo deseaba follar, y ante el temor de desilusionarla, le dije lo mismo: que yo también me había enamorado el mismo día que la vi.

Jamás había sentido las entrañas de una mujer, como lo sentí con ella. Fornicar en los años sesenta en plena Dictadura con una mujer decente, no es que fuera un difícil, era casi un milagro.

¡Cómo me folló Sara! Nunca se me olvidará aunque viviera mil años Y además en una cama. Mi folladas anteriores habían sido malamente en parques y en tapias con poca luz, y casi siempre de pie. ¡Por cierto! que mal se mete en esa posición.

Se despojó de sus braguitas y sujetador, y me quitó la camiseta. Intentó montarse encima de mí, pero yo prefería hacerlo al revés, deseaba tenerla presa entre mis brazos, para entrar hasta lo más profundo de su ser.

-Prefiero montarte yo. ¿Te importa?

-No, no, me encanta sentirme rodeada y dominada por el macho.

Cuando sus piernas formaron un ángulo de 180 grados, abiertas al máximo que permiten las caderas, y al ver aquella mata de pelo que cubría hasta más arriba de su Monte de Venus; y cuando alzó los brazos para rodear mi cuello y vi sus axilas también cubiertas de vello, me arrebaté. (Debo aclarar, que entonces no estaba de moda depilarse las axilas ni la zona del pubis)

La emoción que sentía es indescriptible, ver las tetas y el coño de Sara ahí mismo; sintiendo la belleza del paisaje y el aroma de su floresta, para un joven de los años sesenta, sin apenas recursos, tener en esa posición a una mujer que siente lo mismo que tú, que está contigo buscando el placer y el amor, sólo era posible en el matrimonio.

Cuando su mano tomó mi pene, porque se dio cuenta que no atinaba a la primera, y lo dirigió a la bocana de su puerto, casi no lo resisto. Sentía el calor y la suavidad de su vulva tan directamente, que parecía que mi corazón iba a estallar. Pero cuando empezó a restregársela en movimientos perpendiculares a la vez que movía el culo en movimientos circulares, no lo podía resistir, por lo que me retiré con un movimiento brusco, de haber seguido tres segundos más hubiera eyaculado un torrente de semen.

-¡Qué has hecho Félix, si estaba a punto del orgasmo!

-Lo siento Sara, también yo lo estaba, pero quiero prolongar esta situación tan maravillosa.

-Gracias mi amor.

Paramos y fumamos un cigarrillo a medias. Y habíamos perdido la moción del tiempo y del espacio. Juro que no sabía en aquellos momentos si estaba en la Tierra o en el Cielo.

-Sara.

-Dime mi amor.

-¿Te creerías que eres la primera mujer con la que me acuesto?

No la mentía, le dije la verdad.

-¿Nunca has estado con una chica?

-Así, no.

-Se nota. Me dijo un tanto sarcástica.

-¿Y eso? pregunté intrigado.

-Porque te temblaban las piernas y no sabias bien meterla.

-Es cierto Sara, apenas tengo experiencia sexual.

-No te preocupes, que yo te enseñaré.

-¿Y tu novio?

-No me hables de él ahora, ¡por favor!

-¿No le quieres, verdad?

-La verdad que no, es un compromiso que nunca debí aceptar, pero mi madre le adora; es un buen chico y con un gran porvenir. Pero no le quiero.

-¿Te molesta si te pregunto si follas con él?

-Después de casi seis años de relaciones... ya me dirás. Pero por favor, cambiemos de tema, que me enfrío .

Instintivamente sin mediar palabra nuestras manos se dirigieron a nuestros respectivos sexos. Tocar su vulva era una gozada, sobre todo manipular aquella especie de lengua que le afloraba por su rajita, tan suave, tan delicada... (Luego supe que son las ninfas o labios menores) y que algunas chicas lo tienen tan desarrollados que les sobresale.

Al instante otra vez estaba en plena erección, se me había bajado un poco en el transcurso de la breve conversación. Salté sobre ella con un ímpetu inusitado pero con delicadeza. Se abrió de piernas y me ofreció su húmeda y delicada rosa roja. Esta vez no hizo falta que su mano guiara el camino hacia el placer.

¡Qué placer más inmenso! la polla me reventaba y los testiculos parecía que iban a explotar de un momento a otro.

-¡Cómo la siento mi amor... cómo la siento...! Me devora las entrañas... Me dijo casi llorando.

Fueron dos orgasmos terribles al unísono. Me tuvo que meter el canto de una de sus manos para que la mordiera y no gritara, ya que los espasmos y sacudidas que daban los disparos  de mi semen dentro de su vagina me hacían perder la razón. Ella meneaba el culo como queriendo extraer todos los vertidos de mis testículos a través de mi falo.

Quedamos rendidos, extasiados, suspendidos en nuestra propia felicidad.

Sí, quedé prendado de Sara. Pero... Luego vino lo que tenía que llegar.

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