Capítulo XXXV
Quería saber las verdaderas intenciones de Sergio. ¿Pretendía de verdad dejar a sus cuarenta y tantos años el sacerdocio?
No me lo acababa de creer: por lo que urdí una trama un tanto perversa: confesarme ante el sacerdote; pero para obligarle en el acto de la confesión, fuera él quien se confesara ante mi, ya que las preguntas que le tenía preparadas, le pondrían entre la espada y la pared. Le obligaría en el recinto sagrado del confesionario, me jurara ante Dios sus verdaderos propósitos
Pero cual sería mi sorpresa, que la Iglesia había cambiado de párroco. Eso me dijo el cura cuando fue a confesar, creyendo que era Él.
--Si hija, si. El Padre Sergio ha salido esta misma madrugada para su nuevo destino.
--¿Y sabe Padre, a donde le han mandado?
--Sé que le han destinado a la Diócesis de Cataluña, pero no sé a que sitio.
--Gracias Padre.
--Pero hija ¿No venías a confesar?
--No Padre, en otro momento.
Parecía que sí, que las cosas se estaban desarrollando como me dijo ayer en la siesta, por lo tanto esperé que de un momento a otro me llamara para clarificarme la situación.
Y así fue, ya que este mismo día recibía una llamada telefónica suya.
--Sí, dígame.
--Manolita, soy Sergio.
--Hola cariño, ¿que te pasa en la voz?
--Que he pillado un catarro de aupa.
--¿Dónde estás?
--En Madrid.
--En que sitio.
--En el hotel Emperatriz. Aquí te espero.
--Ya me he enterado de tu marcha. ¿Por qué no me dijiste que iba a ser tan pronto?
--Para no preocuparte, cielo. El plan sigue tal como te comenté. Ven a Madrid, buscamos un nidito de amor, estamos juntos el tiempo que tardarán la dispensa, y luego a casarnos. ¿Qué te parece el plan, mi vida?
Quedé pensativa. Mi propósito de sacarle la verdad y nada más que la verdad en el confesionario había fallado; por lo tanto no me quedaba más remedio que seguirle o dejarle. Pero decidí seguir, ya que me tenía tan atrapada "en su bragueta" que no podía vivir sin él. A mis 50 años, era mi última esperanza de encontrar ese sublime amor que no hallaba.
--Cariño. mañana mismo hago las maletas y me presento en Madrid.
--Te espero ansioso, mi vida.
--Hasta mañana amor. Y cuida ese catarro.
Una semana antes. Sergio y el obispo planeando los acontecimientos.
Obispo
--¿Ha puesto en antecedentes a su hermano gemelo?
Sergio
--Si eminencia, está al tanto de todo, pero ya sabe, hay que darle dos millones ahora para los gastos, y el resto al finalizar el plan.
Obispo
--No hay problema con el dinero. Pero... ¿Está seguro que Manolita no se dará cuenta de nada?
Sergio
--Seguro, somos como dos gotas de agua.
Obispo
--Bien. Cómo hemos dispuesto, se va a Roma, y cuando Manolita haga la donación se su fortuna, su hermano desaparecerá; ya buscaremos la mejor excusa.
Sergio
--Espero que Su Eminencia cumpla con su promesa, creo que los mil millones de pesetas que va a donar Manolita gracias a mi, son merecedores de lo que pido.
Obispo
--Seguro Padre Sergio, usted será el próximo obispo que designe Su Santidad. Mañana mismo parte para Roma y queda a la espera de los acontecimientos; pero ya sabe, tiene que olvidarse para siempre de Manolita y de esta diócesis.
Sergio
¡Claro Eminencia! Además tendré la mía propia.
Obispo
Que su hermano viaje ya para Madrid, ubíquele en un buen hotel, y a esperar.
Sergio
--Así se hará, Eminencia.
Obispo
--Me figuro que su hermano no tendrá problemas a la hora de identificarla en el primer encuentro.
Sergio
--Sin problemas. En cuanto le vea, le reconocerá. Le dado pelos y señales de su anatomía y formas, además de varias fotos.
Obispo
--Así lo espero Padre.
* * *
Preparé las maletas para reunirme con él en Madrid, estaba decidida a llegar hasta el final. Aunque una estaba casi de vuelta de todo, el deseo de finalizar mi vida a la vera de un hombre que fuera mi marido, me agarraba desesperada a la figura de Sergio.
Le había comunicado mi llega a la Estación de Chamartín a las 13:30 horas en el tren Talgo.
Allí estaba Sergio, mirando por la ventanillas de los vagones intentando localizarme.
--No busques más, aquí estoy. Le dije dándole un toque en su hombro izquierdo con mi mano derecha.
--¡Pero....! Si estás desconocida. Pero si casi no te reconozco.
Efectivamente, me había vestido para la ocasión de una forma totalmente distinta de lo habitual en el pueblo; unido a las gafas de sol último modelo Jockey de Carrera, y una pamela de Vladimir Straticiuc, no es de extrañar que no me reconociera ni la pobrecita de la madre que me parió.
--La ocasión lo merece, Sergio. Hoy empieza para nosotros una nueva vida, por eso pretendo que veas en mi una mujer nueva. ¡Por cierto! también tienes un nuevo look, te veo distinto.
--Yo también me he vestido para la ocasión, cariño, el traje clerical le he mandado a hacer puñetas.
--Nos dimos el beso de rigor, y del bracete salimos de la estación rumbo al hotel.
Capítulo XXXVI
--Cariño. Me dijo Sergio, vamos a empezar nuestra nueva vida, a lo grande. Tengo reservada mesa en el restaurante Jockey; creo que es uno de los mejores de Madrid.
--Donde tu me lleves amor, seré dichosa.
Comimos opíparamente, pero observé un detalle que no dejó de sorprenderme: la forma tan genuina que tiene Sergio de limpiarse los labios a golpecitos con la servilleta antes y después de beber el vino que acompaña a la comida, por lo que nunca manchaba las copas; esta vez fue distinta, no se la limpiaba, por lo que iba dejando una gran huella de los restos de comida en los bordes la misma.
Las costumbres no se cambian de la noche a la mañana, por lo que empecé a sospechar que aquí había "gato encerrado". Pero lo que no me cabía ninguna duda, que si este no era Sergio, era un clon perfecto.
Es que por conseguir una donación de mil millones de pesetas, cualquiera es capaz de todo.
Llegamos al hotel sobre las cinco de la tarde. Sergio no cesaba de hacerme arrumacos en el taxi; suavemente y con mucho cuidado para que no me viera el taxista que no cesaba de mirar por el retrovisor, posé mi mamo derecha en su bragueta, y lo que no cabía que aquella polla era la de Sergio. Parecía que le iba a reventar la cremallera.
--Estoy deseando llegar al hotel cariño. Me dijo con una expresión extraña en sus ojos. Ardo en deseos de "comerme tu almejita".
Los ojos sin duda eran los de Sergio, pero la luz que se desprendía de ellos, no tenían ese fulgor que tan bien conocía, y que tanto me cautivaban; eran más bien resplandores, por lo me sentí confundida, aunque también pudiera ser, que el cambio del pueblo a la ciudad, haya influido en sus hábitos. Yo misma había cambiado de apariencia en cierto modo.
Pero lo que me confundió totalmente fue en la cama. El Sergio sacerdote al que me follaba en el pueblo, era más bien retraído en las técnicas del amor. Tenía que ser yo la que me lanzara hacia él. Pero este es un volcán.
Me dijo, --hoy vas a saber como folla el hombre, no el cura.
Pensé: ¿Es que Sergio se hartaba a follar siendo sacerdote?
Efectivamente, salía de la ducha envuelta en la toalla de baño; me tomo en sus brazos y me llevó a la cama como si fuera una mariposa.
Y como una sisella me sentía en sus brazos; o como una novia en su noche de bodas. Estaba deslumbrada, anonadada de la fuerza de un Sergio para mi completamente desconocido; como si fuera la primera vez que hacíamos el amor.
Nunca me había lamido el sexo, pero esta vez se bajó a mi vulva con una avidez que me dejó atónita; parecía que tenía un motor en la boca; sus lamidas eran electrizantes, de alto voltaje. Me retorcía de gusto.
Me dio la vuelta como se da a la página de un libro, abrió la rajita de mi culete con los dedos índices de ambas manos, y me lamía el ano con una fuerza arrolladora.
¡Qué lengua, madre mía! aquello no era lengua, era un martillo pilón; repicaba la punta en mi agujerito marrón como un colibrí en la flor de la que liba. El orgasmo fue de antología; sin embargo, más bien mecánico, no espiritoso. Como si en vez de haber estado con el hombre con el que pretendía ser inmensamente feliz el resto de mis días, hubiera estado con un consolador a pilas incansable en sus vibraciones. Este Sergio es una máquina de lamer; no era aquel de mirada lánguida pero penetrante que se debatía en mi cama entre el placer y el pecado.
¡Uffff! Sergio. ¿Pero dónde has aprendido estas cosas? En el pueblo no me las hacías.
--Ya te he dicho, que, ibas a conocer al hombre, no al cura que ya conocías, por eso no es de extrañar que te sorprendas.
--¡Por cierto! como vas del constipado, te noto la voz algo tomada.
--Si cariño, mis constipados suelen afectarme a la garganta, pero seguro que los jugos de tu coñito que he degustado, serán como ese bálsamo que todo lo cura.
Estaba su falo tan encendido, que me dispuse a aplacar aquel "palo en llamas", y aquí fue cuando se dispararon todas mis alarmas; al aproximar mis fosas nasales a la zona, me sobrevino un aroma totalmente distinto a aquel que tanto me subyugaba. Este olor no es aquel que penetrando por mis conductos sensoriales, me llegaba hasta lo más recóndito de mi alma y enervaba mis sentidos, no. El aroma de la potrera de este Sergio, me llegaba al estómago, no al alma, y me resultó hasta desagradable. Y cuando eché su prepucio para atrás con ánimo de llevarme a la boca su glande, y ver aquella especie de requesón que se les forma a los hombres que no cuidan su higiene, en la zona que circunda al frenillo, tuve que evitar unas arcadas para no llamar su atención.
--¿Qué te pasa cariño? ¿Por qué te paras?
--Nada mi amor, creo que me han sentado mal las angulas, tenían mucho picante. ¿No te importa que paremos y seguimos después?
--Pero mi amor, ¿me vas a dejar así..? Dijo llevando su mirada a "sus bajos".
--Lo siento cielo, comprende. ¡Anda! ve a darte una ducha y a la noche te haré inmensamente feliz.
--Vale corazón, y no te preocupes, tenemos toda la vida para estar juntos.
Estaba completamente segura, que este no era el Sergio sacerdote párroco de mi pueblo. Entonces ¿Quién era?