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Memorias de una prostituta. Capítulos: 7, 8 y 9

en Grandes Relatos

CAPITULO VII

Raúl me tomó por el talle mientras paseábamos por el Malecón; hacia fresco por la brisa del mar. Me puso por los hombros un jersey que llevaba anudado a la cintura, y al mismo tiempo, sus profundos ojos me pedían un beso; beso que mis ojos concedieron.

Fue un beso eterno, y con la misma intensidad que mi corazón se exaltó, mis bragas se calaron. Fue maravilloso, me sentía mujer decente que iba a hacer por primera vez el amor, y empecé a bendecir la decisión tomada de abandonar mis lujos y riquezas para encontrarle.

Estaba segura; el cúmulo de sensaciones desconocidas que sentía, impresiones que me hacían olvidar todo mi pasado, y que no podían provenir nada más que del amor,

 Me llevaba amarradita por el talle; yo abracé su cintura, y así caminamos durante un buen trecho.

--Manolita. ¿Tú crees en el flechazo? Me dijo mirándome a los labios.

--¡Claro que si creo! Porque las flechas del amor se me clavaron en el corazón el mismo instante que te vi.

Otra vez volví a sentir sus dulces labios sobre los míos; le ofrecí mi lengua, la cual absorbió como un sorbete de fresa. Me sentía poseída, y me abandoné en sus brazos, Hubiera cambiado todo mi imperio por haber vivido estas sensaciones hace veinte años, cuando era una jovencita. Pero así es el destino, cuando pude saborear las mieles del amor, saboree la hiel de la crueldad de la vida.

Pero nunca es tarde, porque a mis cuarenta años, todavía seguía siendo una mujer atractiva. Las miradas de Raúl lo confirmaban, en sus ojos se leía el deseo y la pasión, los dos ingredientes más importantes cuando el amor brota.

Estábamos deseando hacer el amor, el tálamo nos esperaba, y hacia él nos dirigimos. Era la primera vez que lo iba a hacer con el alma y el corazón, y como una colegiala me sentía. Cogidos de la mano, nos dirigimos hacia el hotel, allí nos eternizaría la noche.

Y la noche fue maravillosa, pues sentí todos los placeres que emanan de la ternura. Delicias que jamás había experimentado, y que no las puede conceder nada más que el alma. Conocía todos las satisfacciones que concede el dinero, pero que nada tenían que ver con los emociones que sentía ahora. Raúl me llevó a un cielo desconocido, porque lo que concebí entre sus brazos, no se puede comprar ni con todo el peculio del mundo.

Me tumbé en la cama, esperando a que me trasladará a ese cielo que me había sido negado. Se desnudó, y vi el cuerpo masculino más hermoso que mi mente había imaginado. Acostumbrada a ver los cuerpos adiposos de aquellos que pagaron millones por gozar del mío, la imagen del ángel que creí ver ayer vestido, se dimensionó. Hubiera cambiado mi fortuna por haber vivido ayer lo que esperaba vivir hoy.

Cerré los ojos porque quería que todo aquello entrara por mi alma, y por mi alma entró aquel primer rozamiento. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo como gotas de lluvia en la hojas de las palmeras, y poco a poco me iba desnudando.

Desnuda de cintura para arriba, me abrazó. Al sentir en mis pechos el suyo, percibí una especie de corriente eléctrica que viajaba desde los pies a la nuca. Y al oír su cálida voz que me susurraba al oído.

--Relájate, mi amor... Quiero que recuerde esta noche como la más maravillosa que has vivido en tu vida.

Mis labios buscaron los suyos con ansiedad, deseaba beber de su boca todos los néctares que destilaban, y me sumergí en ellos hasta que mis pulmones no pudieron resistir más. De súbito, me tomo mi mano derecha y la conduzco a donde yo esperaba morir de placer. Abracé su virilidad y la acaricié con la misma devoción que se acaricia la cara de un niño. Se le escapó un suspiro, y a mi dos lágrimas de felicidad 

Mientras yo acariciaba con la mayor afección lo que da el orgasmo a la mujer; él succionaba de mis pechos suave, pero a la vez tan intensamente, que a falta de leche, le daría toda mi sangre a través de mis pezones, que se habían erguido como dos fresas y que amenazaban reventar. Era el delirio.

Nos abrazamos tan fuertemente, que parecía que deseábamos fundir nuestros cuerpos en uno solo. Y cuando abrió mis piernas que permanecían expectantes al momento cumbre del amor, y fui penetrada. Es cuando de verdad le sentí tan dentro de mi, que parecíamos dos seres en uno que la noche había licuado.

¡Por fin....! supe lo que eras un orgasmo. Lo que mi vida anterior me había privado de conseguirlo. Pero no fue uno, ni dos... Aquello fue una catarata de culminaciones, se sucedían sin parar... eran interminables... el placer me rompía las entrañas... creí volverme loca... Hasta que rompí en un llanto inevitable.

¡También supe lo que era el amor! Sin duda, lo más maravilloso que ha creado la Naturaleza

Capitulo VIII

Quedé maravillada. Conocer al amor a los 40 años me provocó una serie de reacciones agridulces. Sin duda aquella noche llenó de felicidad mi alma, pero también de inquietudes, porque al mismo tiempo que me hizo concebir sensaciones tan placenteras, me hizo conocer las penas que debe dar el desamor cuando el amor se acaba. Lo cual me demostraba que me había enamorado, y temía que acabara como se les había terminado a todos esos maridos desencantados que pasaron por mi cama en mi etapa de prostituta.

Sabía perfectamente que el  amor muere tarde o temprano; y lo sabía porque estaba harta de follar con maridos aburridos de sus esposas. Pero una fuerza interior se negaba a admitirlo. Y me preguntaba.

--¿Cómo es posible que esto que siento ahora, y que lo han sentido la mayoría de los humanos alguna vez, no sea eterno?

Y me acordé de las palabras de Raúl:

--¿No crees que es preferible vivir una realidad truncada, que un sueño imposible? Por aquello que mientras duró fue maravilloso, y que el paso del tiempo, todo lo cura. 

¡Dios mío, no! Y le pedía al Señor, que este amor fuera imperecedero.

También me vino en mente, las palabras del cura de mi pueblo cuando nos decía a las mozas en los sermones de la misa de los domingos:

--Hijas mías. El amor, el verdadero amor es sempiterno e inmortal, pues no acaba en esta vida, ya que continúa para siempre junto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Pero para lograr ese estado tan glorioso, es menester que durante el tránsito por este “Valle de Lágrimas”  seáis puras y castas hasta que Dios os designe el hombre al que deberéis amar y venerar. Y si caéis en el pecado de la carne y la lujuria, arrepentiros como La Magdalena. Y si la contrición es de corazón, no dudéis que El Padre Celestial, os acogerá en su seno.

Estaba navegando por un mar de dudas. La realidad de mis 40 años me demostraban todo lo contrario que las prédicas del padre Celestino; que el ser humano prefiere vivir esta vida a tope, y que no hacía nada para ganar la eternidad en la otra. Pero... ¿Sería porque el ser humano es una bestia que no distingue lo material de lo espiritual?

--¡Hola mi amor! La voz de Raúl me sacó del ensimismamiento. Habíamos quedado para comer en unos de los restaurantes típicos del puerto. Y me hallaba precisamente en la terraza del bar que le conocí, tomando un vermouth con un poco de ginebra.

--¡Hola cariño! A la vez que nos besábamos. Aquí estoy, conmigo misma y mis pensamientos.

--¿Estoy presente en ellos, Manolita?

--Tú eres el centro de los mismos. Todos gravitan a tu alrededor.

--¡Cuánto honor! Ser el centro de tus pensamientos es casi compararme con Dios. --¿Crees en Dios?

Esa pregunta no me la esperaba de ninguna de las maneras, por lo que dudé unos segundos en responder.

--Tengo dudas al respecto, y precisamente estoy en este lugar tan paradisíaco para encontrarme conmigo misma y con mis creencias. Pero para darte una respuesta más clara que llegaras a comprender, tendrías que conocer mi vida.

--En lo que a mi respecta, tú vida empezó el día en que te conocí.

--¿Y qué esperas de mi, a partir de ese día?

--Espero lo mejor. Ayer hicimos el amor en el máximo grado de desesperación; parecía que nos íbamos a morir mañana, como si fuese la última noche de nuestras vidas.

--Para mi, fue la primera noche que hice el amor verdadero.

Quedó pensativo, como queriendo adivinar que significado tenían mis palabras. Que una mujer de mi edad dijera que ayer hizo el amor verdadero, ¿querría decir que nunca había amado?

--O sea, que nunca has amado a otro hombre

--Como a ti te amé, puedes estar seguro que no.

Deseaba que supiera de mi etapa anterior, no quería empezar una nueva vida, (si es que pudiera ser), sin que supiera toda mi verdad.

--¿Me quieres decir que has chingado sin amar?

--¿Qué es eso de chingado?

--¡Disculpa! Sé que en tu tierra lo llaman de otra forma. Me refiero si te acostado con otros hombres sin amarlos.

--¿Qué si he follado?

--Eso, eso... Follar lo llamáis vosotros.

--Pues si, he chingado bastante sin amar.

Esperaba que captara a través de mis respuestas la clase de mujer que era, pero no, a juzgar lo que me respondió.

--Llegan noticias aquí del movimiento de liberación sexual de las mujeres de tu país; que habéis roto todos los tabúes del sexo. Que en ese terreno os habéis equiparado a los hombres.

--No exactamente es así. Es cierto que la mujer de hoy está rompiendo muchas barreras en todos los órdenes de la vida, pero todavía siguen vigentes muchos conceptos arcanos en torno a ella.

Quedó algo confundido, lo que dijo a continuación denotaba que no había captado mi verdadera señas de identidad sexual.

--A mi me pasa algo parecido, he chingado con muchas mujeres, pero sin la pasión y el deseo que tuve contigo. Un orgasmo, y adiós.

--Pues yo ni eso. Pensé sin decir.

--¡Venga! Dejémonos de pláticas y vamos a comer que tengo hambre.

--¡Vamos! Que esta brisa del mar abre el apetito.

--Por cierto, después de comer he quedado con mis papás; les he hablado tan bien de ti, que quieren conocerte.

--¡Tan pronto! Dije un tanto sorprendida.

--¡Bueno! acá es muy normal que los papás conozcan a los amigos y amigas de los hijos. Eso no implica ningún compromiso.

Nada perdía con ello, y si les gustaba sus padres, pues podría ser el principio de lo que yo ansiaba: una familia tradicional. Lo que nunca tuve.

Capitulo IX

Comimos los pescados y frutos autóctonos del país, todos sabrosísimos, aderezados con salsas algo picantes pero de sabores exquisitos. 

--¡Vamos!  que se nos hace tarde.

Luego supe, que el padre de Raúl era uno de los industriales más famosos de la Isla; que se dedicaba a la exportación de tabacos, y que gozaba de un enorme prestigio a nivel estatal y popular, ya que su industria, era uno de los soportes de la economía.

Que Raúl era ingeniero industrial, y que llevaba todos los asuntos internos del negocio familiar, ya que su papá llevaba los externos, y que le tenían ausente del país con bastante frecuencia.

--Vamos, pero antes deja que me arregle un poco.

--Si no te hace falta cariño, tú estas más preciosa al natural.

--Gracias. A la vez que le daba un fugaz beso.

Vivían en una mansión estilo colonial, a unos cinco kilómetros de la capital, por lo que llegamos en el auto en unos minutos. La fachada en forma de media luna y de color terracota; impresionante. Un pórtico con nueve arcadas, la principal por la que se accedía al interior y tres más pequeñas a cada lado. De dos plantas que la sostenías cuatro columnas de mármol color sepia. El interior estaba decorado cada estancia de diversos estilos, predominando el étnico, decoración romántica y floral. Todo puesto con un gusto exquisito.

Al presentarme a sus padres, quedé paralizada, no podía dar crédito a lo que veía. El papá de Raúl, fue mi último cliente. Se me agolparon los recuerdos que pasaron por mi mente como una película.

Recordaba....

...Estaba en mis aposentos privados. Quedaban exactamente igual que aquel día en que fue transformada por el milagro que doña Patrocinio hizo de mi.

--Doña Manolita. Un caballero de porte muy distinguido pregunta por usted. A la vez que me entregaba una tarjeta en donde se leía:

Héctor del Pozo y Aguilar. Industrial.

--Que aspecto tiene, Pepita.

--De unos 55 años, muy atractivo y oliendo a tabaco y perfume caro. Se le ve una personalidad.

La descripción de Pepita me picó la curiosidad, por lo que le dije.

--Dile que pase.

Efectivamente, era un caballero de una presencia impresionante; de más de un metro ochenta, atlético, se notaba un cuerpo cultivado por el deporte.

--Caballero, ¿En que puedo servirle? Le dije a la vez que le entregaba mi mano que hizo ademán de besar en forma de saludo.

--Verá señora. Soy un ciudadano extranjero. Tengo relaciones comerciales muy intensas con su país.  Me ha comentado el señor Ministro de Industria, con el cual me una gran amistad personal, sobre usted y su Casa, y...

--El señor Ministro es un gran amigo, por lo que sus amigos son también mis amigos. Puede usted expresarse con entera libertad.

--Muchas gracias señora, porque si le digo la verdad, me costaba poder expresar lo que deseo.

--Si está en mi mano, cuente con ello.

--La imagen que me dio de usted el ministro, ha quedado minimizaba al verle en persona. Es usted la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

--Comprendo... comprendo, señor.

--Y... ¿Pudiera ser? Puede pedir lo que quiera, estoy dispuesto a pagar una fortuna por poder gozar de sus favores aunque sea un minuto.

Su presencia y sus modales eran tan delicados, que me decidí a prestarle lo que me pedía. Le dije:

--¿Es que ninguna de mis niñas le gustan? Son mucho más jóvenes que yo.

--Demasiado jóvenes... No sabría que hacer con ellas... No sólo busco sexo señora, busco un momento de relax con alguien que me pueda sentir en su misma onda.

--Bien caballero. Aunque ya no ejerzo la profesión, con usted voy a hacer una excepción.

--¿Le abono ahora..?

--No hablemos de dinero, ¡por favor! Que ni a mi ni a usted nos hace falta. Pasemos un rato agradable como dos buenos amigos que hace años que no se ven, y se reencuentran hoy.

Quedé un tanto sorprendida de mi misma. Era la primera vez que iba a follar con un cliente sin importarme el dinero. ¡Qué estaba pasando dentro de mi! Es que a mis años buscaba otra cosa. ¿Quizás el amor de entrega total sin condiciones? No lo sabía, pero segura estaba que en lo mental, ya no era aquella Manolita ambiciosa que llegó a lo más alto de esa sociedad machista.

Nos sentamos en la cama, uno en cada lado, dándonos la espalda, como si fuéramos dos adolescentes que sentíamos vergüenza el uno del otro. Me desnudé antes que él, y quede tumbada boca arriba con el fin de que pudiera descubrir mi cuerpo. Las piernas semiabiertas, para que advirtiera bien la espesura de mi Monte de Venus. Mis pechos, todavía muy firmes miraban hacia el techo, no hacia las paredes de le estancia.

Acabó de desnudarse, y al levantarse, vi un cuerpo aunque de hombre mayor, conservaba los rasgos atléticos de la juventud. Y lo que más me motivó fue su aroma. Olía que excitaba los sentidos. Como dijo Pepita: una mezcla de tabaco y Loewe, mixtura que potenciaba al máximo sus emanaciones.

Miró con agrado mi cuerpo. Pero su rostro no manifestaba la lujuria de aquellos que al verme babeaban; al contrario, revelaba ternura y devoción, como un niño ante su juguete preferido. Y eso me dio deseos de amar a ese hombre, no follar con él.

Se acostó a mi lado y pasó su brazo derecho por encima de mi cabeza, de modo que quede abrazada junto a él. Nos dimos la vuelta y quedamos de costado, frente a frente.

Su rostro, justo al lado del mío, transmitía seguridad y confianza, por lo que sentía algo que jamás había experimentado. Y aquí empecé a plantarme la idea de cambiar radicalmente de vida y buscar ese amor que anhelaba.

--Doña Manolita...

--¡Por favor Héctor! Que estamos en la cama, no tratando un negocio. No me llames doña.

--Disculpa, pero en mi país es un tratamiento popular, todas son doña hasta en la cama.

No tuve mas remedio que reír, aunque me resultaba grotesco. Una puta en la cama con un cliente, ser tratada de doña...

--Manolita: Cuéntame cosas de ti, me agradaría escucharlas.

¡Pero leches! éste a que viene aquí, a que le cuente mi vida, o a echar un polvo. Pensé. Pero en el fondo me agradaba, y me hacía sentirme como esa amiga que está en la cama con un amigo, ambos de mutuo agrado, y sin mediar interés crematístico. Esa actitud me hizo concebir ilusiones futuras, y por una vez desde que salí del pueblo, no me sentí puta.

Empecé a contar mi vida desde mi etapa en el pueblo, de mis carencias, de mis penas y miserias. Me escuchaba con tanta atención que me hacía sentirme una persona desligada a la prostitución. Y lo que más me maravillaba, era cuando besaba mi frente y acariciaba mi pelo. Era tanta dulzura la que desprendían sus ojos, que también me sentí esposa, no ramera. Estaba viviendo unos momentos alucinantes.

Hice un inciso en mi narración, y le ofrecí mi boca para que la besara. Yo, que jamás había besado en la boca a un cliente. ¡Pero que me estaba pasando! Y me besó con tanta delicadeza, que sus labios trasladaron mis sentidos, y llegaron sus efectos al fondo de mi corazón.

De repente me acordé de los consejos de doña Patrocinio:

“Nunca te enamores ni tengas un orgasmo con un cliente, porque será el principio de tu decadencia”

Pero a la vez, una luz iluminó mi cerebro; doña Patrocinio se refería a mi decadencia en el negocio de la prostitución, no a la decadencia como mujer. Llegué, (o quería creer) que la decadencia como meretriz me importaba un pito; es más, la prefería. Pero que esa idea no me hiciera cometer desatinos irreparables.

--¡Bueno Héctor! Ahora cuéntame algo de ti.

--Soy un industrial de cierta relevancia en mi país, y me dedico a la exportación de productos naturales que allí cultivamos.

--¿Estas casado?

--¿Sí?  Con dos hijos, chica y chico.

--¿Eres feliz?

--¡Bueno! La felicidad tiene miles de caras, y lo que uno le puede hacer feliz, a otro no le alcanza. Soy razonablemente feliz, porque tengo salud, dinero y buenos amigos por todo el orbe. Pero...

--Pero qué. Le pregunté con cierta curiosidad.

--Que si me esperara en mi casa una mujer como tú, sería el colmo de la felicidad.

--¿Es que no amas a tu mujer?

--Es un amor místico, no pasional. Mi mujer es como una capillita que llevo en el corazón. ¡Son tantos años juntos...!

--¿Hacéis el amor?

--No, la verdad que no. No nos surge ese deseo ya.

--¿Y de veras crees que una mujer como yo te iba a conceder la felicidad completa?

--La verdad, no la sé. Puede que esa felicidad sea un espejismo, o una quimera de viejo...

--Pues no te veo tan mayor.

--Los sesenta cumpliré dentro de dos meses. Me casé a los veinticinco años... ¡Desde luego que muy enamorado!

--O sea, que el amor muere.

--¡No, no!  Lo que muere es la pasión y el deseo carnal.. Pero nace la ternura, el agradecimiento, el afecto y la devoción hacia la que ha sido durante tantos años el soporte de tu vida. Es digamos... el amor después del amor.

Quedé algo obnubilada. Es el proceso inevitable del matrimonio con el paso de los años. La teoría de Héctor, unida a las experiencias vividas con mis clientes, me indicaban claramente, que “el macho” al final lo que busca son otras hembras para satisfacer sus deseos libidinosos; incluido Héctor, que aunque todo un señor, buscaba otros “perfumes de mujer”.

Mis ilusiones respecto al amor puro y verdadero, se desvanecieron en ese momento, por lo que decidí volver a mi realidad de meretriz. Baje mi mano derecha hacia su miembro viril para follar con él, ya que aunque sin perder el encanto que me producía su proximidad, me quité la ofuscación de ser su esposa estos momentos.

El contacto de mi mano, le enervó, y sentí como crecía por momentos hasta rebasar el doble de la medida de mi puño que circundaba su miembro.

Me bajé hacia su entrepierna con la intención de hacerle una felación que me recodara para el resto de sus días.

--Prefiero que lo hagamos a la vez. ¿Te importa?

--¡Qué va! Me encanta.

Me di la vuelta para situarme en la posición adecuada. Le planté mi hermoso culo, justo en el centro de sus belfos, para que me lo pudiera “comer” a placer; al mismo tiempo que me metía en la boca su hermosa verga que empezaba a babear. El aroma que se desprendía de allí, juro que era excitante. ¡Mira que algunos tíos huelen mal por esa zona! Pero de la de Héctor se desprendían exudados naturales de macho limpio, que mezclado con los perfumes artificiales, provocaban a la libido de una forma arrebatadora. 

Me lamía la vulva y aledaños de una forma que me amenazaba orgasmo. Pero de pronto dijo:

--¡Para, para! ¡Qué me vengo! Y me gustaría venirme dentro de ti, porque dos no puedo echar.

Me sitúe boca arriba, y abrí a tope las piernas. La contemplación de mi sexo húmedo por mi flujo y por su saliva, se le pusieron los ojos que parecían salirse de sus cuencas. Se montó encima, pero de forma que sus rodillas le sostenían apoyadas en el colchón; por lo que apenas sentí aquellos noventa kilos que calculé que pesaría.

 Me rodeó el cuello con su brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha se la tomaba y la dirigía derecha hacia mi vagina. Noté como entraba hasta sus mismísimos testículos, y como estos repicaba en mi culo.

Dejó de apoyar sus rodillas en el colchón, y ahora si sentía sus 90 kilos. Alcé las nalgas para que me la metiera todavía un poco más, y rodee con mis piernas su cintura.

 Acompasé sus movimientos con mi pelvis, de modo que cuando la sacaba, yo retrasaba el culo, y cuando la metía, le adelantaba, por lo que el efecto del choque de los dos sexos engarzados emitían un sonido que excitaba. Pero ante sus espasmos y gritos de que:

--¡Me vengo... me vengo... qué me vengo...! truncaron lo que podía haber sido mi primer orgasmo.

Al ver mi frustración, quiso el hombre seguir con la lengua para satisfacerme, pero ya se me habían pasado las ganas.

--Lo siento Manolita. Pero no he podido aguantar más. Lo siento de veras.

--No te preocupes, otra vez será.

--Lástima que no pueda haber otra vez inminentemente, salgo para mi país mañana de madrugada.

--No me has dicho nada de tu regreso tan pronto.

--¡Para qué! Mejor que no lo supieras, así ha sido más relajado el encuentro.

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