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El bien o el mal follar

en Hetero: General

             Fui a buscarla al piso de invierno, cerca de la Plaza de Manuel Becerra, ya que a finales de Septiembre habían dejado la residencia de verano: el chalé que tiene el abuelo por la calle de Arturo Soria.

            En esos más de dos meses que habían pasado desde nuestra ruptura, para mis ojos había cambiado a mejor. Me vino a la mente Ana María, ya saben, la vecina del 4º B hija del panadero que salimos un día; y a sabiendas era bastante más bonita de cara que Cristina, me negaba a admitirlo; Cristina me parecía la criatura más hermosa del universo.

                       

                        Su boca me fascinaba,

                        sus piernas me atraían

                        sus pechos me enloquecían.

                        Toda ella me trastornaba.

            Estaba tan enamorado de aquella chiquilla de veinte años que cumpliría el mes que viene, que me olvidaba del mundo y de todo, y todas mis dudas quedaron en barbecho, y mente otra vez quedó a la deriva, y a sus caprichos, y a sus decisiones,  era como una marioneta, como un cielo sin techo... como un barco sin rumbo, como un destino sin meta, su contemplación me hacía perder toda perspectiva de la vida.

            El encuentro fue un poco frío; quizás porque el portal de su casa donde la esperaba no era el lugar más idóneo para demostrar mi efusividad; y aquellos más de dos meses de ausencia también habían contribuido a templar ánimos otrora tan fogosos.

            -Hola cariño. Me dijo a la vez que se agarraba a mi brazo. Me dio la sensación de que quería poner borrón y cuenta nueva. ¿A dónde vamos?

            -¿Te parece que vayamos al mismo sitio donde lo dejamos y nos hagamos la idea de que no ha pasado nada?

            -¿A esa cafetería de la calle Alcalá?

            -Sí, a esa.

            -Me apetece más ir a ese club de la calle de Leganitos. Me dijo a la vez que me guiñaba el ojo como en un gesto de complicidad.

            -¡Coño! Pensé. Esta viene con ganas de guerra. ¡Que raro!

            -Me parece muy bien cariño; pero acuérdate que la otra vez que estuvimos, el Demonio nos tentó...

            -Pero hoy quiero que "me tientes" tú, no el Demonio. Me dijo a la vez que me daba un beso.

                        Y bien que "la tenté"

                        en el Club de Leganitos;

                        tanto y tanto la tenté  

                        que me llegó el prurito

                        hasta la punta del pie.

            Llegamos "al Chispero", nombre de aquel club que más bien parecía un agujero, pues de un sótano se trataba, aunque ¡eso sí! decorado con mucho esmero; y una vez ubicado en uno de sus reservados, (para hacer el amor muy apropiados), y pedir al camarero dos combinados, allí los dos quedamos a la espera de que sucediera por los dos deseado.

            -¿Por qué me dejaste, Amador? ¿Por qué me has causado tanto dolor?

            -No te dejé mi amor; Pues es tan grande mi amor, que antes prefiero perderte y morir de amor, que atentar contra tu felicidad. Y en tus ojos aquella tarde vi, que para ti, por encima del amor está la seguridad. Por eso, sólo por eso, y ante mi incapacidad para darte esa felicidad, no quise tener sobre tu vida ninguna potestad. Y por eso... sólo por eso... me quise de ti alejad.

            -No, si palabritas no te faltan, Amador, ¿pero no te das cuenta, que, el amor sin dinero es una quimera?

            -¡Claro que lo sé! Y no sabes de que manera.

            -Pues parece que no te enteras.

            -¿Cómo que no me entero?

            -Que con veinte y tres años que tienes ya cumplidos, te veo al retortero. Y no es porque ahora no tengas dinero, no, no te confundas que no es eso en la vida para mí lo primero...

            -Entonces.. ¿Qué es para ti lo primero? ¿El amor?

            -Si Amador... ¡El amor!

            Casi sin acabar de pronunciar la última letra, ya tenía pegado a mi pecho una teta, a la vez que con inusitada pasión buscaba mi boca de forma tan desesperada, que aquello no fue un beso, ¡no era ella! parecía el Vesubio en erupción arrasando Pompeya y Herculano.

            Pero eso no fue todo, con la otra mano asía mi bragueta de tal forma... que... contarlo no debo... pero me apretaba de tal guisa, que me entró un dolor de huevos que tuve que retirar su cuerpo del mío a toda prisa, pues de contrario peligro corría que semejante parte tan delicada la hiciera trizas. 

            -¡Pero qué te pasa Cristina! Dije de forma alarmada.

            -Si me ves incontrolada, es para demostrar que de ti estoy "llenada"..

            -Será llena...

            -¡Qué más da... llena o "llenada"! Pero ahora mismo quiero ser por ti fornicada.

            No daba crédito a lo que veía, y aunque el dolor de "criadillas" persistía, el "jefe de la cuadrilla" de tal forma se erguía, que el "cerrojo de un penal" parecía. Y ya no hubo más "tu tías..." Allí mismo la hice mía.

          Aunque una catarata de "lipoide" expulsaron mis deprimidos genitales, aquello no remedió mis males, ya que para mí, "eso" no fue amor, fue el desbordamiento de los sentidos de un "poseso".  Y si el amor es demencia, que Dios tenga de mí clemencia; porque eso fue el proceso del arrebato, no el nexo del amor. Pues el verdadero amor sale del alma y del corazón, no por el meato.

         Que cara no pondría, que Cristina algo raro en mi mirada le parecía.

         -¿No te ha gustado, vida mía?

         -Me ha encantado Cristina, pero razón no hallo en este cambio tuyo tan radical: de puritana a amante del bacanal en un minuto; y la verdad, me siento algo prostituto ante tanta veleidad.

         -Sólo te he pretendido demostrar, que, el amor es también pasión y deseo, y aunque como dices no "sale por el meo", y aunque tampoco es un desenfrenado "folleteo", el final es el mismo que el amor puro y sin alardeos: suspiros, llantos y jadeos... ¡Ah! y mucho meneo.

         -¡Jo Cristina! Si no lo veo no lo creo.

         -Y ahora que te he demostrado que mi amor es sincero, a pesar de este revuelo; quiero que sepas de mis desvelos; y no te lo tomes como un señuelo; porque lo que pretendo de ti es que levantes el vuelo, y de este amor puro y sincero que nos profesamos, tampoco pretendo hacer de ello un duelo. ¡Pero coño Amador! ¡Pon de una puñetera vez los pies en el suelo! Te pido que por mí luches, para que me puedas comprar ese piso tan bonito que vimos en Aluche. Y allí si que nos amaremos con denuedo, no como aquí, que el piso parece de hielo; y a eso me rebelo y me suelto el pelo; y lo que más me molesta es que me tenga que limpiar con tu pañuelo.

         Estaba atónito por no decir acojonadito. Si no fuera porque esta viendo los mismo ojos, los mismos labios, oliendo el aroma de sus exudados, (sobre todo después de...) y escuchando la misma musicalidad en su voz, hubiera jurado que esta no era mi Cristina.

         Pero que era ella no había ninguna duda; la duda residía en ese cambio tan radical. Y en mis nociones de ver como se derrumbaban mis conceptos sobre el bien y el mal. ¿O es que Cristina buscaba un animal en vez de un hombre cabal?

        

         En una encrucijada me hallo;

         yo, enamorado del amor hermoso,

         ¿voy a hacer de mi capa un sayo?

         Me parece horrendo, horroroso

         hacer el amor de esa manera;

         es bochornoso, y es asqueroso.

         ¿O es que el amor es una quimera

         en vez del ángel del amor sincero

         donde el candor al placer requiera?

         Mi alma pide al amor lo placentero,

         lo que enaltece el corazón de gozo,

         no por un feroz y abrupto derrotero.

         Y si el amar es también retozo,

         retocemos entre violines y liras

         sin falsas vestiduras ni embozos.

         Si con carita de ángel me miraras,

         mis besos serán la dulce malvasía

         no la hiel que tus labios acibaras.

         ¡Así te quiero... Soberana mía!

         Limpia y pura como moza galana,

         cual sacerdotisa, druida o pía.

         Vayamos de la mano a esa nirvana,

         miremos al  azul de cielo sin celo,

         abramos del alma nuestras ventanas

         y remontemos ahora nuestro vuelo.

        

         -¿Qué te sucede Amador? Te veo con el ceño fruncido? ¿Es que te sientes por algo herido?

         -No cariño, al contrario, me siento por ti muy querido, pero si que estoy algo aterido, por lo hace un momento recibido.

         -Por cierto. -Dijo Cristina mirando hacia abajo. Me has manchado el vestido... ¡Jo...! qué mancha más blanquecina, y  no se quita "la muy cochina" ¡Cómo voy a llegar así a casa...! Si me la ve mi abuelo se va a pensar que soy más... "eso", que las gallinas.

         -No te preocupes Cristina, que es una mancha anodina, y se quita con agua y jabón, lo sé por Paulina, una vecina.

         -Vaya con tu vecina, ¿Y cuál fue el motivo de esa conversación tan pueril?

         -Bueno, eso no me lo dijo a mí, se lo dijo a mi hermana y yo las oí. Resulta que mi hermana tuvo un "accidente como el tuyo", (valga el símil)  Su novio que era un albañil,  por lo visto le quiso hacer un hijo suyo... Así,  a lo vil.

         -¿A tu hermana?

         -Claro, de ella hablamos.

         -Pues ve al grano.

         -Mi hermana, (según le contaba a Paulina) cuando observó que a su novio "le venía y no se retiraba", le apartó a toda prisa para que no la preñara; y el hombre que ese empujón no se esperaba, en vez de arremeter cómo la Naturaleza obliga espoleando dentro "de la higa", y moviendo la barriga con contorsiones incontroladas, se la encontró a la intemperie "gimiendo y llorando" de tal manera, que lo que soltaba, (que más que gotas era oleadas), fueron a parar al vestido de mi hermana que aquel aluvión no esperaba. ¡No veas cómo le dejó la falda de mojada!

         -¿Pero se le quitó, o no la mancha?

         -Sí.. sí, pues yo que miraba con mucho disimulo a la falda de mi hermana, ninguna mancha notaba; y siendo la mancha blanca y la falda morada, de haber quedado huella, allí estaría impregnada...Pero nada de nada... La mancha para nada se notaba.

         -¡Vaya, vaya con tu hermana! No sabía que tenía novio.

         -Lo tubo, esto que te cuento pasó hace tiempo. Por lo visto era un gachó con bastante oprobio; un sinvergüenza, sin moral y sin conciencia; tanto, que le echaron del cenobio donde estudiaba para cura; que era un "geta" parece obvio. Resultó ser un cara dura amigo de la sinecura, por eso mi hermana "le dio puerta" y se le acabó la aventura.

         -Me alegro por tu hermana, pues me parece una chica formal.

         -¡Lo es, lo es! Aunque a veces me hace mucho de rabiar.

         -No me extraña Amador, pues tú eres bastando dado a "fastidiar la marrana", por eso no me extraña que se enfade contigo tu hermana. Pero dejemos esta conversación banal y dime que te pasa, que te veo con una cara fatal.

         -No, no cariño, de verdad que no me pasa nada grave, pero hacer el amor de esta forma, en la cabeza no me cabe.

         -¡Claro, claro! Hacer el amor en esta especie de arquitrabe no es lo más apropiado para una dama; pero cómo tú no tienes los medios para llevarme a una decente cama, lo hacemos en este catre que infama. ¿Ves cariño, te das cuenta, que el amor necesita los medios que le den loor? Que sólo  amor sin medios, al final lo que da es dolor.

         Quedé convencido, y algo deprimido, pues mi futuro aún  no definido, no me concedía los medios para llevar a la "Gloria" a la mujer que amaba con amor de ley; y para consolidar ese amor antes hay que fabricar el nido. ¡Qué caray!

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Historia de dos amores (en prosa rimada y verso)

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Manolita. Capítulos: 25-26-27

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Manolita. Capítulos: 16-17-18

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