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La historia de un maricón. Capítulo 1º

en Gays

CAPÍTULO PRIMERO

Nota del autor: Esta historia es totalmente inventada, por lo que si coincide con la realidad de algún lector, es pura coincidencia. Y sin que nadie se entere, alguna cosillas si coinciden con la mía.

 

Me llamo José Luis. Y no me gustan las palabras gay ni homosexual para definir a los que como yo, nos atraen los de nuestro mismo sexo.

Somos mariquitas, palabra derivada del nombre femenino más precioso: María. Y como yo siento igual que la María más femenina, por eso me gusta que me llamen así: Marica o mariquita.

Nadie sabe, excepto "nosotras", el sufrimiento que conlleva nuestra condición de mujeres presas en cuerpos de machos; y menos de los que  tuvimos la desgracia de nacer bajo aquel Régimen tan nefasto como era la dictadura de Franco, teníamos que encubrir nuestra condición, ya que éramos como la peste, enfermos y mal nacidos, cuando no delincuentes.

A los 13 añitos tenía deseos de estar con un hombre, tanto o más ganas que aquellas niñas de mi barrio querían estar conmigo; y yo las rechazaba alegando que era un pecado fornicar fuera del matrimonio. Porque de haberse sabido que era marica, hubiera sido la deshonra de mi familia. Y lo peor; que todos mis amigos de la pubertad, siempre hablando de niñas y de las pajas que se hacían a la salud de ellas, me hubieran marcado, y sido el hazme reír de todo mi entorno social.

Imposible en aquellos años cincuenta manifestar tu condición sexual. Para mi padre un militar "con bigote" hubiera representado la deshonra familiar, y me hubiera quitado "la mariconería" a base de bofetadas. Aunque esta condición es imposible quitarla, pero seguro, que me hubiera echado de casa.

Recuerdo que cuando jugábamos a los vaqueros, hacía siempre de caballo, para sentir al amigo que hacía de cawboy  encima de mí; y como era un niño muy corpulento, no levantaba sospechas; es más, a más de uno de aquellos amiguitos que me montaba, sentía sus colitas tiesas pegadas a mi culo, señal de que a ellos también les gustaba, pero lo hacíamos en el más absoluto silencio. Y yo gozaba sintiendo esas pollitas en mi culete.

A los 13 años tuve mi primera experiencia homo, y fue la que me hizo "mujer" para toda la vida, porque me enamoré tanto de aquel hombre de 47 años, que viví uno de los romances más bonitos que pudiera vivir "una niña tan guapa como yo". Voy a contar como acaecieron los hechos.

Tomaba clases de matemáticas en casa de un profesor particular, porque siempre he sido de letras, y los números no era mi fuerte, por lo que quería reforzarme en esa asignatura,

Llevaría unos dos meses dando clases, cuando un día me dijo que quería ir al servicio. Debo decir, que estaba "loquita por él" porque le veía guapísimo, pero jamás ni me insinué, ni se me insinuó.

--¿No tienes ganas de hacer pis? Me dijo sonriendo.

Quedé un poco confuso, pero no tardé ni un segundo en decirle que sí.

Entramos en el servicio, se situó delante del inodoro y sacó de su bragueta una verga que a mis 13 años me pareció descomunal.  A la vez que decía:

-"Picha española, no mea sola". ¡Vamos! a que esperas para sacártela.

Saque lo poco que tenía con más vergüenza que miedo, y me puse a su diestra a orinar, pero no hacía nada más que mirar aquel "nabo" que me traía por la calle de la amargura.

Seguro que ya habría captado algo en mí, puesto que me dijo sonriendo:

--¿Me la escurres?

No entendí, por lo que le dije.

--¿Qué si qué...?

--Qué si me la sacudes para sacar las últimas gotas antes de guardarla.

No sé que me pasó, No lo sé... Sólo recuerdo que se le cogí con mi mano derecha, y empecé a meneársela. Al segundo, se le puso de gorda a reventar. Me dijo:

--Para, para, vamos a hacerlo bien. (Estaba soltero y vivía sólo)

Me llevó a su cuarto y me desnudó. Me situó al lado de uno de los laterales de la cama boca abajo; los pies en el suelo, pero doblado de tal forma, que mi estómago, mi pecho y mi cabeza quedaban dentro de la cama pegado a las mantas, por lo tanto, no hace falta que describa donde quedaba mi trasero. ¿Verdad?

No podía verle, pero intuía lo que iba a hacerme, y juro que me sentía en ese momento tan niña que temblaba de emoción. No notaba mis atributos de varón, mi mente se esforzaba en ver que lo que tenía era un coñito, y así lo concebí; era una niña en ese momento, sentía exactamente igual que una debe sentir ante su primera relación sexual con un hombre.

Aprecié en el ano algo muy suave, y unas palabras.

-Tranquilo, verás como no vas a sentir ningún dolor. Me lo estaba lubrificando con un ungüento muy fresquito.

Estaba tan "emocionada" que solo pensaba en realizar mis sueños: ser mujer, y tan mujer me sentía que nada ni nadie, hubiera paralizado ese momento.

Me la metió tan delicadamente, que sólo sentí un leve escozor.  Cómo estaría de "emocionada", que le dije:

-¿A qué esperas para metérmela toda?

-¡Pues cómo no compre más..! Me temo que a ser imposible, porque tienes metidos todos mis 18 centímetros.

Efectivamente, con mi mano derecha palpé la zona para ver que "sucedía", y sólo toqué sus testículos pegados a mis nalgas, "lo otro" estaba todo dentro.

Me asió por las caderas, y empezó a follarme muy lentamente; ese vaivén de su verga dentro de mi recto, me electrizaba, me enardecía. Sentía ahora en toda su intensidad "su carne en mi carne", y fui en esos momentos cuando pensé que daría toda mi vida por ser... ¡mujer, muy mujer!

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