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Manolita. Capítulos: 37-38-39

en Grandes Relatos

Capítulo 37

 

¡Pero que desgraciada me sentía! Estaba condenada a no encontrar a ese hombre que me diera la felicidad que me era negada. Envidiaba a la más humilde de las amas de casa.

Me acordé de Raúl, Margarita y de Adela, las tres únicas personas que me dieron amor y afecto verdadero y desinteresado. Y lo más sarcástico, que cuando Adela se cambió el sexo, perdió aquella sensibilidad femenina que sobrellevó con tanta resignación porque la sociedad donde vivía no admitía la homosexualidad, y se convirtió en un hombre aunque muy guapo, con las mismas taras.          Así acabo la pobre, o el pobre.

No sé, me entraron ganas de desahogarme con alguien, pero descarté la imagen de un hombre, por lo tanto la de una mujer me vino con tal fuerza a la mente, que me decidí ir a buscarla. ¿Dónde? Nada mejor que en Chueca y sus aledaños.

El primer local para lesbianas que vi, fue uno que se llama Fulanita de Tal". Entré muy decida; estaba a tope; se observaba que debía ser uno de los más frecuentados de la zona.

Pero me sentí un tanto desplazada; la edad media de las niñas que lo llenaban, no andaría más allá de los 30 años. Y aunque en físico podía competir con la mayoría de ellas, la edad se me notaba en mis ojos.

Pedí un mojito, ya que un cartel detrás de la barra, lo anunciaba. Sentí nostalgia al recordar La Isla: Raúl, Adela, Héctor... y sobre todo Margarita.

Sergio por unos días eclipsó en mi alma y corazón la imagen de Marga, pero ésta, volvía a retoñar en mi mente con más fuerza si cabe que ayer.

Estaba a punto de salir en busca de otro local más adecuado a mis años; por lo que pedí la nota al camarero; un chico guapísimo, pero "la pluma"  le salía hasta por las orejas.

-¿Te vas ya? Sentí decir a mi espalda.

Como era yo la que me iba, y nadie más de mi alrededor parecía que se marchaba, no me quedó más remedio que creer que esa voz se dirigía a mi.

Me di la vuelta, y me encontré con un ángel más que una mujer. Describirla es complicado porque hay que encontrar palabras que le hagan justicia; ya que las de: bonita, preciosa, hermosa, etc. están muy gastadas y manidas.

La representaré como el summun de la belleza femenina, o la mujer diez. Rubia, de casi un metro ochenta, unos ojos que deslumbraban, unos labios que parecían un panal de rica miel, y un óvalo de cara esculpido por un artista del cincel.

--Me iba, sí. Creo que este local no es el más apropiado para mi.

--Creí que sabías que este local es de lesbianas.

--Sí, sí. Eso lo sé. Lo digo por mi edad.

--¿Qué tiene tu edad de malo? Me dijo a la vez que me guiñaba el ojo derecho.

Al ver carita tan preciosa y esa actitud clara de ligar conmigo, me animé. De repente mande a hacer puñetas mis problemas con los hombres, y me dispuse a caer en las garras de esa niña, que no tendría más de 25 años.

--Me llamo Sonia, me dijo con una sonrisa tan amplia y dientes tan blancos, que estaba segura que pretendía ligar conmigo.

--Y yo Manolita. Dije a la vez que le daba un beso en la comisura de los labios. Así lo hice para demostrarle que estaba dispuesta a ligar con ella.

--¡Cómo la famosa doña Manolita!

Por un momento quedé confusa... ¡Joder! Es que sabría de mi vida anterior. ¡Imposible!

--¡Si mujer! Cómo la famosa lotera de la Gran Vía.

--¡Ah sí, sí! Ya me extrañaba que me relacionara con lo que fui antaño: la puta más cara y famosa de Madrid. Pensé

--¿Nos sentamos? Me dijo a la vez que me tomaba de la mano. Arrumaco que me puso a cien. No sé, pero el contacto de su mano con la mía enervó mis sentidos.

--¡Si están todas las mesas ocupadas! Y era verdad, no había ninguna libre.

--Ven, que para nosotras si hay.

Sin soltarme de la mano, subimos por unas escaleras que estaban al fondo de la barra, y entramos en un saloncito privado donde sólo accedían algunos clientes. Sonia era uno de ellos.

Justamente, al fondo, una mesita con lámpara azul rosada, y un sillón de respaldo alto para dos personas situados en forma de vagón de tren, de modo que enfrente se tenía el respaldo del otro, por lo que la intimidad era absoluta.

Me situó contra la pared, ella se quedó en la parte de fuera. Empecé a notar detalles en Sonia que me parecían de las que llevan la iniciativa, o dicho de otra forma: activas.

--Eres preciosa Manolita. Me dijo sin soltarme de la mano. Tienes una clase y un estilo que te rebosa por los poros. Nada más entrar en el local me prendé de ti; no te quitaba ojo.

--Pues no me percaté. La verdad.

--Ya lo sé. Estabas, pero no estabas. Te notaba ausente, como si algún problema te agobiara.

--No hablemos de eso Sonia, tú también me agradas mucho, y vamos a olvidarnos de los problemas.

En la penumbra de la estancia, y por el juego de luces tan sutiles, la belleza de Sonia se agigantaba. Tenia su boca a escasos diez centímetros de la mía, por lo que el beso era irremediable. Pero esperé a que fuera ella la que me besara; quería confirmar mis sospechas. Y así aconteció. Me abrazo con ternura por los hombros y pegó sus labios a los míos. Sin duda, es lesbiana activa. Me gustaba, me gustaba.

La calidez de su aliento me subyugaba, por lo que le ofrecí mi lengua que la tomó con delicado agrado entre sus labios, y durante un buen rato, estuvo bebiendo de mi boca.

Pero cuando sentí su mano izquierda deslizarse por mis muslos de una forma subrepticia, como queriendo sorprender "al armiño" que guarda mi tanga azul celeste, me entraron escalofríos.

Apartó livianamente con sus dedos la braguita y accedió a mi clítoris de una forma tan callada, que empecé a derretirme de placer cuando lo maniobraba de esa forma tan grácil. Y todo esto, sin cesar de saborear mi lengua.

Me abrace a ella, quise incrustarle entre mis pechos. Me estaba volviendo loca de placer. Paramos un momento, las dos ardíamos.

--Manolita.

--Dime cielo.

--¿Te gustan los hombres?

 --Sí corazón. Y por culpa de un hombre estoy aquí contigo.

--¿Y eso?

--Ya te contaré. ¿Por qué me lo preguntas?

--Verás. Es que yo tengo novio.

--Bueno. No me parece nada descabellado. Me figuro que él sabrá lo tuyo. ¿verdad?

--¡Claro que lo sabe! y no le importa. He quedado dentro de una hora en su apartamento.

--O sea, que te vas.

--Pero me gustaría que nos fuéramos las dos

--No te entiendo.

--Sí verás. Te vienes conmigo, te le presento. ¡Qué te gusta! hacemos un trío. ¡Qué no te gusta o no te gustan los tríos! no pasa absolutamente nada. Somos personas muy educadas, y nuestra formación está muy por encima de nuestras licencias.

Nunca había hecho un trío, por lo que la idea me subyugaba.

--Me parece muy bien Sonia. Contigo al fin del mundo.

Salimos del local cogidas de la mano. y nos fuimos al apartamento de su novio.

Capítulo 38

 

Sin soltarnos de las manos llegamos al apartamento del novio de Sonia. Oscar se llama; un tiarrón de unos treinta años; no guapo pero si atractivo en su conjunto.

--Mira que amiga más guapa. Dijo Sonia.

--Guapa no, yo más diría que guapísima. Dijo Oscar a la vez que me besaba ambas mejillas. Y añadió.

--Me figuro que os habréis conocido en Chueca. ¿Verdad Sonia?

--Si cariño, en el "Fulanita de Tal"  he conocido a esta hermosa criatura.

--Y por la cara que tres de satisfecha, me figuro que os lo habéis pasado "de parábola".

Yo callaba, sólo asentía. Me gustaba la parejita porque se comportaban de una forma tan natural ante situaciones que en mi época de adolescente hubieran sido impensables.

Lo triste era, que, antes teníamos las mismas inquietudes y los mismos vicios, pero ocultos. Me acordé de mi pobre Adela, al final de sus día Darío. Pero en mi mente siempre perdurará la imagen de aquella Adela que me amó en su mansión de La Isla.

¡Qué feliz hubiera sido en esta sociedad a sus veinte años! La pobre sólo pudo gozar los pocos últimos años de su vida tal como hubiera querido. Oscar me sacó de mi ensimismamiento.

--Bueno niñas; Me figuro que "después de la batalla" vendréis hambrientas. He preparado unos piscolabis de chupar los dedos.

--Es que Oscar es cocinero de un restaurante cinco tenedores, ¿Sabes Manolita?

Efectivamente, había preparado unos menús o combinaciones de materias gastronómicas aderezadas con unas salsas totalmente desconocidas para mí.

--Es la nueva cocina, ¿Sabes Manolita? Oscar es un virtuoso de la misma. Dijo Sonia.

--Ya lo veo ya. Dije al terminar de degustar uno de aquellos especies de canapés, que realmente estaban exquisitos.

--El misterio se halla en la combinación de los ingredientes y en las salsas; producto de miles de mixturas hasta encontrar la más adepta a los paladares más exigentes. Y que se guardan sus fórmulas como oro en paño.

--¿Cómo la Coca-Cola? Dije, por no estar calladita.

--Pues mira, si, Manolita. No has dicho ninguna tontería.

Degustamos todas las creaciones culinarias que Oscar había preparado; y de pronto me acordé de lo que de verdad me había traído a Madrid. Pero me dije: ya le pueden dar morcillas a ese tal Ernesto, del que vine con tanta ilusión esperando encontrar a Sergio; el amor que creía como la máxima verdad del alma humana.

Pero... ¿Por qué no podía hallarlo!

--En que piensas Manolita. Me dijo Sonia como preocupada. Si estás a disgusto con nosotros, por favor, no te sacrifiques.

--¡Cómo puedes pensar eso Sonia! ¡Por favor!

--Es que me ha parecido ver en tu precioso rostro como un gesto como de disgusto.

--Ha sido simplemente un recuerdo amargo que me ha venido de súbito. Y para demostrarle mi agrado, le di un beso en los labios.

--Ves tonta como no. Que estoy deseando que me hagas gozar como esta tarde me lo has hecho en ese club.

Miré de reojo a Oscar, y se notaba a la legua que estaba empalmado, sus ojillos parecían que echaban candela y le hacían chiribitas. Dijo de repente.

--Bueno niñas; ir caldeando el ambiente mientras yo recojo la mesa, quito todos estos trastos de en medio, y pongo el lavaplatos a trabajar.

--¡Pero leches Sonia! ¿Dónde has encontrado a este "mirlo blanco" que además de hacerte "la colada", también te cocina y te friega los platos?

--Hija, éste, "si quiere teta", se la tiene que ganar. Eso de follar por la cara a la esclava se acabó.

Me reí porque yo sabía mucho de eso, risita que captó Sonia.

--¿Te hace gracia, Manolita?

--No cariño. Sonrío por lo bien que piensa la mujer de hoy.

--Ya lo sé, querida; mi madre me cuenta cosas de cuando la Dictadura, y de verdad, no sé como podíais aguantar a aquellos cafres de tíos.

--Hija. La circunstancias mandan. Las sociedades machistas como aquella del "Tío Paco", que imponían sus normas.

--¡Joder! pues vaya plan más chungo que tenían las mujeres de entonces.

--No todas, no todas, algunas se rebelaban contra el sistema, y aunque su lucha fue ardua, los frutos de aquella lucha, los habéis recogido vosotras.

--Mi padre cuenta, (narraba Sonia) y no sé si será verdad, porque es muy exagerado, que había en aquel Régimen una prostituta de lujo, que se llamaba  se llama precisamente como tú, Manolita; que era la mantenida por los mandamases del Gobierno; y que generales, ministros, y dicen que hasta presidentes de gobiernos comían en su mano.

Me quedé compactada, pero en segundos entendí que no podría saber que era yo; por los años pasados desde el cierre del prostíbulo, y por lo joven que es Sonia. Además, no se daba publicidad de aquella actividad, siempre oculta.  

--Y que más cuenta tu padre de esa tal Manolita. Dije poniendo cara de ingenua interesada en el tema.

--Un día, tendría unos seis años, mi padre y mi tío hablaban de esa tal Manolita sin percatarse que yo estaba en la habitación de al lado. Pegue las orejas al tema, y mi tío le decía a mi padre.

--Manolita era materia reservada, sólo accedían a ella los mandones del Régimen.

--Y tú, ¿cómo pudiste entrar? Le inquirió mi papá.

--Fue en la última etapa del ejercicio de su actividad. A la muerte de la dueña del burdel, la casa perdió gran parte del glamour que tenía, pero las hembras, seguían siendo de impresión; y gracias a mi amigo Fernando Lopetegui, comisario de la policía del distrito, que  conocía muy bien a Manolita, y en cierta forma protegía la casa: accedió a echar un "par de polvetes"  conmigo.

--Y... ¿Qué tal te fue?

--¡Buffff! ni te cuento. Ninguna mujer me la ha chupado como ella.

--¿Qué tal follaba? Siguió preguntando mi padre, con los ojillos encendidos por la curiosidad.

--¡De maravilla! Movía el culo de una forma , que te "sacaba  hasta los calostros" en un plis-plas.

--Y las pesetas, ¿qué tal te las sacó?

--El sueldo de un mes, pero mereció la pena. Sólo la copa de coñac Peinado que daba a sus clientes, casi valían las pesetas que pagabas.

--Y... ¿qué fue de ella? ¿Sabes algo?

--Cuentan que se fue a una isla del Caribe, que  vendió "el aliviadero", y nada más se supo de su cuerpo.

--¡Vaya con tu papá y tu tito...! Sonia. Le dije sonriendo.

En esto, entraba Oscar que había escuchado el relato de su novia, y dijo.

--Que pardillos eran los tíos de antes. ¡Mira qué pagar por joder...! No creo que esa tal Manolita estuviera tan buena como vosotras. Hoy la mujer soltera folla como Dios manda; de la misma forma que los tíos, por puro placer; y así es como debe ser. Para eso os habéis liberado. Y siguió:

--Bueno niñas, que con la charla no habéis calentado motores, y a un servidor "se le escurre  toda la sustancia por el nabo".

Nunca había hecho un trío. Y no sé los motivos; quizás porque la mentalidad del hombre de antes no le entraba eso en la cabeza. Ya saben: el machismo a ultranza. Y me dispuse a probarlo; Sonia era un encanto, y Oscar aunque algo brutote, parecía un toro enjaulado.

Lo que saqué en claro después, que, prefería estar en los brazos de una mujer y libar sus jugos, antes que de los de un macho.

La jugada de Sergio, había destrozado todas mis expectativas de mujer ante el hombre. Ya no podría confiar en ninguno.

Capítulo 39

 

A las ocho de la mañana llegué al hotel. El que creía que era Sergio dormía como un cesto con claras evidencias de haber estado bebiendo, ya que la habitación apestaba a alcohol.

Aproveché para mirar en su maleta que se hallaba abierta en el armario de la entrada, sólo había ropa, ningún documento que pudiera identificarle con ese tal Ernesto, según los datos que me proporcionó Lopetegui.

 No puede haber venido a Madrid sin documentación, por lo que me dediqué a buscar por los bolsillos de sus pantalones y chaquetas, pero allí no había nada que le pudiera identificar. Por lo que no tenía más remedio que estar camuflada por algún sitio.

De repente se me ocurrió una idea; la misma que tuvo Raúl para saber si la Manolita que constaba en la agenda de su fallecido padre era yo. Por lo que llamé a Sonia por teléfono.

--Diga... escuché su voz medio adormilada.

--Hola cielo, soy Manolita. No te hubiera despertado sino es muy importante el favor que os voy a pedir, de verdad, corazón, para mi es vital.

--Dime, dime.

--¿Puedo ir a tu casa ahora mismo?

--Pero si te acabas de ir hace un rato.

--Ya lo sé, pero esto ha surgido ahora.

--¿Está Oscar?

--Sí, si... dormido

--Voy para allá inmediatamente.

Me estaban esperando los dos despiertos, me dijo Sonia nada más llegar.

--Muy importante debe ser lo que necesitas, pero si podemos, no dudes que te satisfaremos.

--Gracias reina. Sólo os pido una cosa muy simple, hacer una llamada por teléfono, preguntar por una persona, y haceros pasar por quien yo os diga, me bastan sólo unos segundos para hacer la comprobación que necesito.

--Bien, tu dirás.

--Tengo fundadas sospechas de que voy a ser víctima de un timo; por eso necesito saber si una persona es la que dice ser.

Que Oscar llame a este teléfono, es el del hotel Emperatriz, que pregunte por don Ernesto de la Flor, de parte de su hermano Sergio, y cuando se ponga al aparato le diga: Ernesto, soy yo ¿Qué tal va el asunto Manolita? Nada más.

--¿Sólo esto?

--Suficiente para saber la verdad.

--Muy grave debe ser el asunto, ¿verdad Manolita?

--Un asunto de mil millones de pesetas.

Oscar que escuchaba en silencio se le abrieron los ojos como platos. Dijo.

--¿Y es tuya toda esa pasta?

--Ya os contaré, y os prometo que no os arrepentiréis de haberme ayudado.

--No tienes que agradecernos nada Manolita, ¿o no somos amigas?

--Más que amigas, cariño.

Y dirigiéndome a Oscar.

--Como estará medio dormido el que se pondrá al aparato, y con resaca, no se percatará el momento de la argucia.

--¿Quieres que grabemos la conversación?

--¡Mira! eso no se me había ocurrido, pero sería una prueba irrefutable que podría esgrimir algún día.     ¿Tienes algún medio para ello? Oscar.

--Si mira, una pequeña cinta que se inserta en un supletorio telefónico, y puedes grabar hasta media hora de conversación,

--Con un minuto será suficiente.

Hicimos unos ensayo con el fin de prevenir algún imprevisto. Confiaba que cuando el supuesto Ernesto se diera cuenta del embeleco fuera demasiado tarde.

--Bien Oscar, vamos a trazar el plan. Son las diez menos cuarto, tardo en llegar al hotel unos veinte minutos. A las once en punto llama, yo estaré en el baño justo a esa hora, de modo que pueda hablar sin temor a que le escuche.

--Un beso guapos. Os llamaré para recoger las pruebas de audio.

--Chao.

--Chao.

A las diez y media llegaba al hotel. El falso Sergio seguía medio adormilado, y con claros efectos etílicos en su semblante, y sobre todo en su aliento. Me puse un camisón y me despeiné para dar el efecto que llevaba en la habitación toda la noche.

--¿Se puede saber donde coño has estado, Manolita?

--Pues mira cariño, te llamé sobre las once de anoche, me dijeron que no estabas en la habitación y pensé que estarías por ahí cenando o tomando unas copas.

--Sí, estaba en la cafetería del hotel.

--Resulta que me encontré con unos amigos que hacía años que no les veía, y no pude eludir el compromiso de cenar con ellos.

__ ¿Antiguos clientes?

--No tonto, un matrimonio del pueblo que hace muchos años  se vinieron a vivir a Madrid.

Seguí con la farsa.

--No puedo precisar a que hora volví, ya que se me ha parado el reloj, seguro que la pila. Te vi tan dormido que no quise despertarte. Por favor, y ahora acaba de afeitarte,  que necesito darme un baño.

Faltaban cinco minutos para las once. Cerré la puerta y abrí los grifos del baño a tope. Justamente a las once en punto sonaba el teléfono de la habitación.

--Señor, preguntan por usted. Dijo la telefonista.

--¿Ha dicho quien es?

--Si, ha dicho de parte de su hermano Sergio.

--Bien, pase la llamada.

--Ernesto...

--Dime Sergio, pero porque hablas tan bajito.

--Por si está Manolita cerca y puede oírnos.

Tenia pegada la oreja a la puerta que la dejé entreabierta unos centímetros, a la vez que tatareaba una canción para darle más libertad.

--No te preocupes, está en el baño.

--Sólo un segundo hablamos, no es conveniente que te llame, y no te llamaré más, ni tú a mi hasta que termine "el tema". Sólo dime: ¿Cómo va y cuelgo?

--Viento en popa hermano... ¡Ah! y que bien folla la tía.

Salí del baño totalmente desnuda, quería distraer su atención a la llamada, por si acaso le había quedado alguna sombra de sospecha de la llamada.

--Cariño, que me he dejado el neceser.

Me miró desde la cama, estaba tumbado boca arriba, y me dijo.

--Mira lo que tengo para ti.

Estaba el hijo de la gran puta empalmado a tope.

--Acaba pronto de bañarte que te voy a echar un polvo que vas a cagar.

Esto jamás lo hubiera dicho Sergio, tamaña zafiedad no hubiera salido de su boca. Pero quedé completamente convencida y muy satisfecha: mi plan había salido a la perfección; gracias al buen amigo Lopetegui, y a Sonia y Oscar.

Mi problema de ahora, es como iba a evitar su demanda de sexo; y cómo iba a tratar tan delicado tema con las autoridades eclesiásticas.

Sentía un profundo asco, no por su cuerpo, porque estaba como un queso de bueno. Repugnancia por la vil jugada a que se había prestado.

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