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Novias anhelantes. Esposas y amantes. Madres ...

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Novias anhelantes. Esposas y amantes. Madres enaltecidas, y compañeras indiferentes

 

El hombre que lleve conviviendo en matrimonio más de 40 años sin que se haya roto ese vínculo por las separaciones o divorcios tan corrientes, habrá pasado por las diferentes etapas que voy a intentar analizar, quizás con más voluntad que fortuna.

La etapa del noviazgo está llena de ilusiones y entusiasmos. Todo son proyectos de futuro. La mujer vuelca todos sus sentimientos en el hombre que adora; es su único objetivo: hacer feliz al hombre de sus sueños, y ser más feliz con la realización de los mismos.

El deseo carnal unido al amor que sin duda se profesan, es la culminación del placer. Viven el uno para el otro, y los deseos continuos de fundirse ambos novios en uno, es el elemento primordial en la escala de valores de los dos.

La boda es la culminación de todos los deseos. La novia vive ese día como el más grandioso de su existencia; son las lágrimas más felizmente derramadas. Él se siente como en una nube; el cambio de la irresponsabilidad comedida de su soltería, a la responsabilidad obligada de esposo, le tienen un tanto perplejo, pero sin duda es un paso muy meditado y se siente también muy dichoso.

Los primeros años de matrimonio es un vivir el uno para el otro. Ella se siente inmensamente feliz teniendo a su maridito cómo a un príncipe (sin duda lo es para ella), y él a ella como a una princesa.

Salvo excepciones que no voy a entrar en este estudio, esta etapa del matrimonio es maravillosa. Siguen haciendo el amor de una forma tan sublime, que el Cristo que preside la cabecera de su cama sonríe también de felicidad al comprobar el amor de los esposos.

Viene el primer hijo. ¡La culminación de su amor! Es tan inmensa la alegría de los nuevos papás, que la irradiación de su dicha se transmite a todos los familiares.

Viene dos, tres, cuatro hijos más, la alegría sigue siendo inmensa, pero los problemas han empezado a surgir a partir del nacimiento del segundo hijo. Para una madre, el amor a un hijo es de una naturaleza tan especial, que el hombre jamás podrá llegar ni tan siquiera imaginar en que consiste. Como nunca las mamás entenderán la forma de querer un padre a su hijo. Un hijo para la madre es más importante que su propio corazón; para un padre un hijo es el orgullo, la transmisión de sus conceptos. Una madre jamás se verá decepcionada por un hijo por muy “monstruo” que sea ante la sociedad; un padre puede llegar a la desesperación por ese mismo motivo.

El esposo ha pasado en cinco, diez, o doce años, de ser ese príncipe azul insustituible, a un obstáculo en los planes futuros. Los hijos con la madre forman un clan en el que el marido suele estar al margen de muchos temas, más que temas “comidillas” , en las que el hombre es un obstáculo, no una solución. El marido en esta etapa es considerado para solucionar los posibles problemas que afecten a la familia en lo económico y en lo práctico, pero está al margen de los problemas que plantean los niños en la adolescencia, y al que hay que ocultar o deformar. ¡No los entendería!

Ya no hacen el amor... Simplemente follan. La mujer es muy consciente de que el hombre tiene unas necesidades fisiológicas muy acuciantes, y sabe que por el sexo puede perder el afecto y la confianza de su marido. Ella por regla general no tiene esas necesidades tan apremiantes, pero se presta de muy buen grado a satisfacer a su hombre, a pesar de que muchas veces utiliza subterfugios para evadir encuentros amorosos. Para la mujer, lo primero en la escala de sus valores, sin duda son sus hijos. El marido ha pasado a un circuito en donde será considerado en tanto en cuanto sepa sobrellevar la nueva situación creada en la familia.

En esta etapa es cuando se producen la mayoría de las escisiones, “El Rey” de la casa ha sido destronado por las circunstancias. Aquel esposo que sepa asumir su nuevo estado; el de ser un miembro más de la familia; que debe renunciar a sus afectos y pasiones en detrimento de la buena armonía y convivencia, llevará este discurrir con templanza y sin grandes sobresaltos que provocan las malas relaciones.

Y el hombre que no pueda asumir esta última etapa de su matrimonio, y necesite el afecto y comprensión de su esposa por encima de todos los componentes y lazos que se han formado en torno a ella, la convivencia entre ellos será imposible. Él tenderá a buscar en otras mujeres esa admiración y halo de macho que ha perdido. Lo terrible para el hombre en esas circunstancias, es que es ya “un juguete roto” que sólo servirá para otras el valor de sus emolumentos hacia ellas.

La mujer después de 30/40 años de matrimonio, y aun el balance que haga del comportamiento de su marido en todos esos años, sea muy positivo, nunca podrá retornar a los ímpetus y arrebatos hacia el hombre que fue de sus sueños. Pide a su compañero un tránsito tranquilo y pacífico hacia el final.

Este es el proceso normal de un matrimonio feliz. Que nadie espera más.

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