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Mi último cliente

en MicroRelatos

...Estaba en mis aposentos privados exactamente igual que aquel día en que inaguré mi prostíbulo. Pensaba la foma de abandonar "esta vida", y hacer ese viaje a lo desconocido en busca del amor.

--Doña Sara Un caballero de porte muy distinguido pregunta por usted. Me dijo la chica del servicio, a la vez que me entregaba una tarjeta en donde se leía:

Héctor del Pozo y Aguilar. Industrial.

--¿Qué aspecto tiene, Pepita?

--De unos 55 años, muy atractivo y oliendo a tabaco y perfume caro. Se le ve una personalidad.

La descripción de Pepita me picó la curiosidad, por lo que le dije.

--Dile que pase.

Efectivamente, era un caballero de una presencia impresionante; de más de un metro ochenta, atlético, se notaba un cuerpo cultivado por el deporte.

--Caballero, ¿En qué puedo servirle? Le dije a la vez que le entregaba mi mano que hizo ademán de besar en forma de saludo.

--Verá señora. Soy un ciudadano extranjero. Tengo relaciones comerciales muy intensas con España.  Me ha comentado el señor Ministro de Industria, con el cual me una gran amistad personal, sobre usted y su Casa, y...

--El señor Ministro es un gran amigo, por lo que sus amigos son también mis amigos. Puede usted expresarse con entera libertad.

--Muchas gracias señora, porque la verdad, me cuesta poder expresar lo que deseo.

--Si está en mi mano, cuente con ello.

--El "dibujo" que me hizo el ministro de usted, ha quedado "borroso" al contemplarlo en persona. Es usted "el cuadro" más hermoso que he visto en mi vida.

--El señor Ministro, me tiene en muy alta estima. Dije sorprendida ante tanto halago,

--Y... ¿Pudiera ser? ... Dijo dubitativo

--Puede pedir lo que quiera caballero. Sin rodeos.

--Estoy dispuesto a pagar una fortuna por poder gozar de sus favores aunque sea un minuto.

Su presencia y sus modales eran tan delicados, que me decidí a prestarle lo que me pedía.

--¿Es que ninguna de "mis niñas" le gustan? Son mucho más jóvenes que yo.

--Demasiado jóvenes. No sabría que hacer con ellas. No sólo busco sexo señora, busco un momento de relax con alguien que me pueda sentir en su misma frecuencia.

--Bien caballero. Aunque ya no ejerzo la profesión, con usted voy a hacer una excepción.

--¿Le abono ahora?

--No hablemos de dinero, ¡por favor! Que ni a usted ni a mí nos hace falta. Pasemos un rato agradable como dos buenos amigos que hace años que no se ven, y se reencuentran hoy.

Quedé un tanto sorprendida de mi reacción. Era la primera vez que iba a follar con un cliente sin importarme el dinero. ¡Qué me estaba pasando! ¿A mis años buscaba otra cosa? ¿Quizás buscaba el amor de entrega total sin condiciones? No lo sabía, pero segura estaba que en lo mental, ya no era aquella Sarita ambiciosa que llegó a lo más alto de esta sociedad machista gracias a su cuerpo.

Nos sentamos en la cama, uno a cada lado, dándonos la espalda, igual que dos adolescentes que sienten vergüenza el uno del otro.

Me desnudé antes que él, y quede tumbada boca arriba con el fin de que pudiera descubrir mi cuerpo. Las piernas semiabiertas, para que advirtiera bien la enramada de mi Monte de Venus. Mis pechos, todavía muy firmes miraban hacia el techo, no a las paredes de le estancia.

Acabó de desnudarse, y al levantarse, vi un cuerpo aunque de hombre mayor, conservaba los rasgos atléticos de la juventud. Y lo que más me motivó, fue su aroma. Olía que excitaba los sentidos. Como dijo Pepita: una mezcla de tabaco y Loewe, mixtura que potenciaba al máximo sus emanaciones corporales.

Observó con agrado mi cuerpo. Pero su rostro no manifestaba la lujuria de aquellos que al verme babeaban; al contrario, revelaba ternura y devoción, como un niño ante su juguete preferido. Y eso me dio deseos de amarle.

Se acostó a mi lado y pasó su brazo derecho por encima de mi cabeza, de modo que quedé abrazada junto a él. Nos dimos la vuelta y nos situamos de costado, frente a frente.

Su rostro junto al mío, transmitía seguridad y confianza, por lo que sentía algo que jamás había experimentado. Y aquí empecé a plantarme la idea de cambiar radicalmente de vida y buscar ese amor que anhelaba.

--Doña Sara...

--¡Por favor Héctor! Qué estamos en la cama, no tratando un negocio. No me llames doña.

--Disculpa, pero en mi País es un tratamiento popular, todas son doñas, hasta en la cama.

No tuve mas remedio que reír, aunque me resultaba grotesco; una puta en la cama con un cliente, ser tratada de doña.

--Sara: Cuéntame cosas de ti, me agradaría escucharlas.

¡Pero leches! éste a que viene aquí, a que le cuente mi vida, o a "echar un polvo", pensé. Pero en el fondo me agradaba, y me hacía sentirme como esa amiga que está en la cama con un amigo, ambos de mutuo agrado, y sin mediar interés crematístico. Esa actitud me hizo concebir ilusiones futuras, y por una vez desde que salí del pueblo, no me sentí puta.

Empecé a contar mi vida desde mi etapa en el pueblo, de mis carencias, de mis penas y miserias. Me escuchaba con tanta atención que me hacía sentir una persona desligada de la prostitución. Y lo que más me maravillaba, era cuando besaba mi frente y acariciaba mi pelo. Era tanta dulzura la que desprendían sus ojos, que también me sentí esposa, no ramera. Estaba viviendo unos momentos alucinantes.

Hice un inciso en mi narración, y le ofrecí mi boca para que la besara. Yo, que jamás había besado en la boca a un cliente. ¡Qué me estaba pasando! Y me besó con tanta delicadeza, que sus labios trasladaron mis sentidos, y llegaron sus efectos al fondo de mi corazón.

De repente me acordé de los consejos de mi mentora y casi madre doña Lucía.

“Nunca te enamores ni tengas un orgasmo con un cliente, porque será el principio de tu decadencia”

 

Pero a la vez, una luz iluminó mi cerebro; doña Lucía se refería a mi decadencia en el negocio de la prostitución, no a la decadencia como mujer. Llegué, (o quería creer) que la decadencia como meretriz me importaba un pito; es más, la prefería. Pero que esa idea no me hiciera cometer desatinos irreparables.

--¡Bueno Héctor! Ahora cuéntame cosas de ti.

--Soy un industrial de cierta relevancia en mi País, y me dedico a la exportación de productos naturales que allí cultivamos.

--¿Estás casado?

--Sí. Con dos hijos, chica y chico.

--¿Eres feliz?

--¡Bueno! La felicidad tiene miles de caras, y lo que uno le puede hacer feliz, a otro no le alcanza. Soy razonablemente feliz, porque tengo salud, dinero y buenos amigos por todo el orbe. Pero...

--¿Pero... qué? Le pregunté con cierta curiosidad.

--Que si me esperara en mi casa una mujer como tú, sería el colmo de la felicidad.

--¿No amas a tu mujer?

--Es un amor místico, no pasional. Mi mujer es como una templito que llevo en el corazón. ¡Son tantos años juntos...!

--¿Hacéis el amor?

--No, la verdad que no. No nos surge ese deseo ya. Además en mi señora concurren una serie de circunstancias personales que prefiero omitir.

--¿De veras crees que una mujer como yo, te iba a conceder la felicidad completa?

--La verdad, no lo sé. Puede que esta felicidad sea un espejismo, o una quimera de viejo.

--No te veo tan mayor.

--Los sesenta y cinco cumpliré dentro de dos meses. Me casé a los veinticinco años. ¡Desde luego que muy enamorado!

--O sea, que el amor muere.

--¡No, no!  Lo que muere es la pasión y el deseo carnal. Pero nace la ternura, el agradecimiento, el afecto y la devoción hacia la que ha sido durante tantos años el soporte de tu vida. Es digamos... el amor después del amor.

Quedé algo confusa. Es el proceso inevitable del matrimonio con el paso de los años. La teoría de Héctor, unida a las experiencias vividas con mis clientes, me indicaban claramente, que “el macho” al final lo que busca son otras hembras para satisfacer sus deseos libidinosos; incluido Héctor, que aunque todo un señor, busca otros “perfumes de mujer”.

Mis ilusiones respecto al amor puro y verdadero, se desvanecieron en ese momento, por lo que decidí volver a mi realidad de meretriz. Deslicé mi mano derecha hacia su miembro para follar con él; y aunque sin perder el encanto que me producía su proximidad, me quité la ofuscación de imaginar ser su esposa.

El contacto de mi mano, le enervó, y sentí como crecía por momentos hasta rebasar el doble de la medida de mi puño que circundaba su miembro.

Bajé hacia su entrepierna con la intención de hacerle una felación para que la recodara  el resto de sus días.

--Prefiero que lo hagamos a la vez. ¿Te importa? Acá lo llaman hacer el sesenta y nueve, creo.

--¡Qué va! Me encanta.

Me di la vuelta para situarme en la posición adecuada. Le planté mi hermoso culo, justo en el centro de sus belfos, para que me lo pudiera “comer” a placer; al mismo tiempo que me metía en la boca su hermosa verga que empezaba a babear. El aroma que se desprendía de allí, juro que era excitante. ¡Mira que algunos tíos huelen mal por esa zona! Pero de la de Héctor, se desprendían exudados naturales de hombre limpio, que mezclado con los perfumes artificiales, provocaban a la libido de una forma arrebatadora. 

Me lamía la vulva y aledaños de una forma que me amenazaba orgasmo. Pero de pronto me dijo:

--¡Para, para! ¡Qué me vengo! Y me gustaría venirme dentro de ti, porque "dos no puedo echar".

Me situé boca arriba, y abrí a tope las piernas. La contemplación de mi sexo húmedo por mi flujo y por su saliva, le pusieron los ojos que parecían salirse de sus cuencas. Se montó encima, pero de forma que sus rodillas le sostenían apoyadas en el colchón; por lo que apenas sentía aquellos noventa kilos que calculé pesaría.

 Me rodeó el cuello con su brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha se la tomaba y la dirigía derecha hacia mi vagina. Noté como entraba hasta sus mismísimos testículos, y como estos repicaban en mis ingles.

Dejó de apoyar sus rodillas en el colchón y literalmente todo su cuerpo en horizontal se sobrepuso al mío; ahora si sentía sus 90 kilos. Alcé las nalgas para que me la metiera todavía un poco más, y rodee con mis piernas su cintura.

 Acompasé sus movimientos con mi pelvis, de modo que cuando la sacaba, yo retrasaba el culo, y cuando la metía, lo adelantaba, por lo que el efecto del choque de los dos sexos engarzados emitían un sonido que excitaba. Pero ante sus espasmos y gritos de que:

--¡Me vengo... me vengo... me vengo...! truncaron lo que podía haber sido mi primer orgasmo.

Al ver mi frustración, quiso el hombre seguir con la lengua para satisfacerme, pero ya se me habían pasado las ganas.

--Lo siento Sara. Pero no he podido aguantar más. Lo siento de veras.

--No te preocupes, otra vez será.

--Lástima que no pueda haber otra vez, salgo para mi País mañana de madrugada.

--No me has dicho nada de tu regreso tan pronto.

--Mejor que no lo supieras, de esta forma ha sido más relajado el encuentro.

Quedé impresionada al comprobar que hacer el amor es muy distinto a lo que he hecho toda mi vida: follar. Con Héctor he vivido casi esa experiencia: la de hacer el amor con un hombre al que se ama con el corazón, no con unos cuerpos llenos de lujuria: Y me propuse buscar aunque fuera en el último rincón del mundo ese hombre que llenara mi alma de amor. No mi coño de semen.

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