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Manolita. Capítulos: 28-29-30

en Grandes Relatos

Capítulo 28

El pene de Sergio volvía a crecer y crecer en mi mano como por arte de magia. ¡Joder con el cura! en menos de cinco minutos se había vuelto a empalmar.

--Sergio, no sé si te habrá abandonado tu Señor, pero te aseguro que "tu Señora", que no es precisamente la Virgen, va a ser tu esclava. Le dije poniendo cara de perrita sumisa

--¡Manolita, Manolita! ¡Pero que me has hecho...! Dijo llevándose las manos a la cabeza y besando la casulla.

--¡Una felación Sergio, una felación! Y ahora ven, que te voy a hacer algo mejor. Le dije mientras de la mano le llevaba a mi habitación.

Me seguía como un corderito, y me relamía de emoción, al pensar que iba a sentir ese "pedazo de cosa" dentro de mis entrañas inmediatamente.

Estaba totalmente entregado a mis antojos, y se dejaba manejar como un colegial. Me daba pena, porque aunque soy atea, distingo perfectamente el valor de los sentimientos. En esta situación, me daba cuenta, que, estaba siendo malévola para su espíritu; pero también sabía, que, era una especie de bálsamo para su cuerpo.

Le desnudé como se desnuda a un niño, y le tumbé en la cama boca arriba. ¡Qué pedazo de macho se había perdido el mundo de la carne! Pensar que yo era la única, la primera que estaba gozando de tal hombre, me excitaba al máximo.

Me abracé a él también totalmente desnuda: junté mi pecho al suyo; pequé mis labios a su oreja, y le susurré:

--Sergio ¡por favor! Le dije al observar en su rostro huellas de arrepentimiento.  No sufras, sé que has sucumbido a las tentaciones del Demonio en forma de mujer, pero eres mortal, humano, y tu Dios no te puede exigir la absoluta castidad. Eso sería ir contra las leyes de la Naturaleza.

Tenía los ojos cerrados, no se atrevía a mirarme, y como antes, durante la felación, emitía palabras en latín. Pero lo que no tenía sentido, es que su pene seguía tan erecto que parecía reventar. Si la mente controla todas nuestras acciones. ¿Qué pasaba por su caletre, para mantener erguido su "mástil"?

No lo dudé, aquella "bandera tenía que ser arriada", por lo que me monté entre sus piernas, y me la metí hasta que sentí sus testículos repicar en mis ingles.

Me sentía tan llena de macho que me trasladaba a estadios desconocidos. ¡Mira que había sido penetrada por hermosos falos! Pero ver a Sergio a mis caprichos, y pensar que era la primera amazona que cabalgaba entre "sus ijares", me llevaba al borde del abismo de los deseos.

De súbito me tomó por mis caderas con ambas manos, y me atrajo hacia él, y dijo en voz alta:

Fiat voluntas tua

No sé que es lo que quería decir, pero debió ser algo mágico, porque me sacó de su entrepierna como si fuera una muñeca de goma, y me situó a cuatro patas en la cama; ahora era yo la que estaba a su merced.

Por un espejo que hay situado a la cabecera, vi lo que pretendía hacer y me horroricé: ¡¡¡darme por el culo!!!

--¡No Sergio, no! ¡Por ahí no, qué me vas a destrozar!

--¿No querías fornicar? ¡Pues toma fornicación, Zorra! Vas a recibir el Cuerpo de Dios en vez de por tu alma, por las negruras de tu cuerpo.

No sé como lo pude soportar. Los primeros segundos (que me parecieron siglos) fueron horribles. Sentí un terrible escozor por los intestinos, aquello no quemaba ¡Ardía! Cada envite en mi ojete, parecía que me lo iba a volver al bies.

--¡Para por Dios Sergio, para! No ves que me vas a matar.

--¡No quieras polla! ¡Pues toma polla! Meretrix meretricis, meretrix meretricis.

El Señor me acaba de ordenar por inspiración divina, que maldiga tu cuerpo; que destroce tus entrañas, y que te redima de tus pecados. Te juro cacho zorra, que ya jamás tu mente libidinosa va a sentir la llamada de la lujuria.

Decía a cada desgarro que hacia su enorme falo en los pliegues de mi ano. Meretrix, meretricis. meretrix, meretricis. Y otra desgarradura de ano. Y así hasta veinte,  ¡O más!

Quedé como una piltrafa humana; mi ano era como la boca de un volcán en erupción, pero en vez de soltar lava, echaba chorreones del semen que Sergio había irrigado en mis entresijos.

Se vistió lentamente, se puso el alzacuellos y al estola, y me dijo con el gesto que pone el brazo derecho cuando se da absolución:  

Ego tu perdono en el vocabulum del padre, del filius itaque del espíritu sanctus.

Se fue, y allí me dejó en posición fetal retorciéndome de dolor. Jamás en la vida había sido tan humillada; yo, que me había defecado y orinado en ministros y generales, hoy era yo la víctima de mi insensatez.

Con la Iglesia hemos topado amigo Sancho. Ya lo dijo don Alonso Quijano, alias don Quijote; pero yo con la Iglesia no había topado, algo peor me pasó. "Me había dado por el culo en el sentido más literal de la palabra"

¿Qué iba a hacer en el pueblo después de esto? Me tomé un tiempo para pensar que es lo que iba a ser de mi futuro.

Capítulo 29

 

Reconozco que había quedado impresionada por la actitud de Sergio; aquella reacción que me destrozó el recto en nombre del Señor, me resultaba increíble, pero no dejaba de atormentarme.

Recuerdo de niña como mi tía Ursula, una de las beatas del Pueblo, siempre con el Rosario entre las manos, decía:

Dios se manifesta de las formas más sorprendentes y incomprensibles para los incrédulos, pero reconocibles para los que viven en la fe de Cristo

 

Habían pasado quince días y no encontraba nada en lo que pudiera justificar como divina aquella "comunión", por lo que me propuse averiguar las verdaderas motivaciones de Sergio con respecto a mi.

Soy agnóstica, por lo que no reniego de las verdades divinas, pero tampoco creo en ellas; y porque no creo que exista un ser humano en el mundo que pueda dar fe auténtica de la realidad de la vida. El Papa dará la suya, y el más ateo la propia. Luego estamos los demás para creer conforme a nuestras conciencias o credulidades o incredulidades de los mensajes que nos mandan.

Cada día que pasaba, me dolía menos el ano, pero se acentuaba mi morbo. Me acordaba de la escena y se me ponían los vellos de punta: verme ensartada hasta los intestinos por aquel enorme falo, enervaba mis sentidos; concebía algo tan nuevo y profundo que me confundía.          ¿Cómo es posible que a mi edad, y después de mil batallas con y contra el amor, anduviera mi mente como el de una quinceañera?

Escribí una nota a Sergio contándole mis dudas y mis emociones con la esperanza de salir de ellas, y que me repicaban en la cabeza sin parar.

Sergio: permite que me dirija a usted a través de esta misiva, pero es la única forma de poder expresarme sin que se me caiga la cara de vergüenza.

Después de la comunión tan especial que recibí, mi cerebro se ha llenado de tantas incertidumbres, que necesito me sean despejadas.

Queda a la espera de sus noticias que me devuelvan la confianza y le fe en mi misma.

Manolita.

 

Pasaron varios días, y al no recibir ninguna respuesta, decidí ir personalmente a la Iglesia.

Me senté en un banco a la espera de que acabara de confesar a una señora que por la edad, aparentaba ser mi abuela, y pensé:

¿Qué clase de pecados se estará confesando?          ¿Qué tropiezos se pueden cometer a esa edad?

 

Por lo que deduje, que la pobre abuela, creía que su alma sólo se podría salvar de las torturas eternas a que son condenados de los pecadores, a través de la confesión.

Acabó de confesar, y rápidamente me arrodillé en el reclinatorio.

--Ave María Purísima.

--Sin pecado concebida. ¡Otra vez tú, Manolita!

--Si Padre, estoy en un sin vivir, y necesito hablar con usted.

--Pues empieza hija a confesar tus pecados.

--No padre, lo que pretendo es conferenciar con el hombre, que el hombre me de la luz que me hace falta para comprender los misterios de la vida, ya que como sacerdote no podría convencerme, puesto que siempre le veré como un ser humano, no como el representante de lo divino en la Tierra.

Quedó pensativo, parecía que no hallaba la respuesta adecuada para despejar mis dudas.

--Manolita, si careces de fe, nada puedo hacer para que veas la luz con la que Dios nos ilumina.

--Es cierto Padre, no tengo la fe suficiente para entender los misterios del Señor. Pero tengo mil millones de pesetas para que la Iglesia en nombre de Dios, ¡faltaría más! pueda solucionar los problemas materiales de los pobrecitos creyentes. ¿O es qué a la Iglesia no le hace falta el dinero para esos menesteres?

¡Joder...! No veré la luz divina, pero a través de aquella rejilla que separaba nuestro rostros, si vi un brillo especial en los ojos de Sergio. Un resplandor que casi me ciega.

--Hija mía: crees que no tienes fe, pero si la tienes, posiblemente la hayas dejado olvidada en algún lugar. La acción de donar a la Iglesia tu patrimonio para colaborar a remediar los males del mundo, demuestra la generosidad de tu alma. Y la generosidad, al fin y al cabo es una muestra de fe.

Aquello me sonaba a milonga tártara, pero era tan fuerte la atracción que me engendraba el cura, que no me podía sustraer a sus encantos "de macho".

--Padre. ¿Por qué no ha respondido a mi nota?

--Hija: estaba a punto de hacerlo, pero asuntos más graves que el tuyo me lo han impedido. Pero ya que estás, podemos quedar esta tarde, después de comer,  y tratar las cuestiones que te han traído hasta aquí.

--¿Por qué no comemos juntos? Tengo un jamón y lomo de pata negra, y un vinillo de Rioja que quitan el sentido. Además, le he encargado a Conchi mi sirvienta, que compre el mejor bogavante. ¿Le gusta el arroz con bogavante, Padre?

Los ojillos de Sergio parecían que se le iban a salir de las órbitas, al escuchar eso del arroz.

--Manolita, sin duda tienes el Demonio dentro de ti; creo que necesitas ser exorcizada, y juro que voy a sacártelo del cuerpo.

Pensé para mi: "Lo que tengo en el cuerpo, son lo efectos de tu bragueta. No del Demonio."

 

--¡Ay Padre! no me diga eso por favor, que me muero del susto.

--No temas hija, sé que en el fondo eres una gran mujer, la donación a la Iglesia de tu fortuna, lo evidencian. ¡Por cierto! cuando vas a hacer la dádiva, para hablarle a su eminencia el señor Obispo de la situación.

--No se preocupe Padre, que todo lo haré a través de su conducto.

--Gracias hija, y yo sabré corresponderte como mereces.

Otra vez me vino a través de aquella especie de celosía que nos separaba los rostros, ese aroma de "macho caliente", señal inequívoca de que le estaba poniendo cachondo.

--Bien Manolita, a las dos quedamos, ¿Te viene bien?

--Sí, me viene perfecto.

--¡Ah! y haz el favor de recibirme como Dios manda, no como la otra vez.

--Si Padre. El recato empieza a hacer efectos en mi alma.

--Bien, hasta las dos entonces.

Capítulo 30

Nunca había visto beber y comer tanto, parecía que el metro noventa de Sergio no tenía fondo: él solito se bebió una botella de Vega Sicilia, y se comió casi el bogavante entero con sus dos buenos platos de arroz; pero en los entremeses, la bandeja de jamón, lomo y queso, desapareció por sus fauces en un plis-plas.

De postre le había preparado una crema catalana que se la zampó en un abrir y cerrar de ojos. Todo esto bajo mi mirada atónita, que no daba crédito a tanta voracidad.     

Se limpió la boca ¡eso sí! muy finamente, dándose golpecitos en los labios con la servilleta, y dijo.

--¡Magistral Manolita, magistral!

--Me alegro Sergio, me alegro; a la mejor boca, el mejor bocado... ¡Y no es pecado!

--Oye Manolita, ¿Esa frase va con segundas?          Mira que te conozco.

--¿Sabes que pensaba mientras comías?

--No, dime pues.

--Mejor te lo cuento en el salón. Te tengo preparada una copa de brandy Peinado de cien años.

--¡No me digas! Uno de los mejores coñac del mundo, destilado en Tomelloso -Ciudad Real. España.

--Así es, y sólo se lo ofrezco a muy poquitas personas. Dije a la vez que le servía un gran copa del preciado licor.

--Por lo cual deduzco, que yo soy una de las que estimas mucho.

--Efectivamente Sergio. Por ti estoy dispuesta a seguir la senda del bien el resto de mis días.

--Eso me parece muy bien Manolita, ¡pero que muy bien!

--Mis dudas son, si para seguir la senda del bien, hay que renunciar a los placeres de la vida.

--Si hija sí, la senda del bien está llena de espinas y de avatares, y si quieres gozar a la diestra del Señor en la otra vida, has de sufrir aquí. Bueno: qué es lo que me tienes que contar: ¿sobre los mil millones que vas a donar a tu Iglesia?

--Eso después Sergio. Donar mil millones de pesetas requiere un estudio muy profundo del destino que se les van a dar.

--Bien. ¿Qué es lo que quieres que tratemos ahora?

--Mejor te lo digo en la cama.

--¡Pero es que quieres volver al pecado mortal hija!

--Ya estoy en pecado mortal, por que los malos pensamientos también son pecado, ¿Verdad Padre?

--¡Claro, claro que sí hija, claro...!

--Quiero que me des la absolución a mis pecados como el otro día, pero por la vía natural, "que el cuerpo del Señor me destrozó la otra".

--¡Por Dios... por Dios Manolita...! Pero sabes lo que me estás pidiendo...¡Ay si se enterara el Señor Obispo!

--¿Se lo vas a decir tú?

--¡No por Dios! ¡Cómo se lo voy a decir!

--Lo siento Manolita, pero el Señor me está diciendo que no; que no puede ser lo que me pides, va contra el sexo mandamiento.

--Pues dile al Señor de mi parte, que de los mil millones que iba a donar para su Iglesia, me lo voy a pensar mejor.

En ese momento entraba a la estancia Conchi todo exaltada.

¡Padre Sergio, Padre Sergio! que el sacristán pregunta por usted, y por la cara que trae, no barrunta nada bueno.

--Qué es lo que pasa Pascasio, que vienes tan sofocado. Qué mala noticia me traes.

Qué el señor Obispo quiere hablar urgentemente con usted.

--¡Vaya por Dios! Qué querrá ahora su eminencia.

--¡Ve, ve! Mañana le espero otra vez para comer, y seguimos la plática.

--De acuerdo Manolita, mañana Dios mediante, a las dos en punto aquí me tienes y seguro que me vas a sorprender en la mesa. ¿Me entiendes, verdad?

--Claro que te entiendo, he captado el mensaje divino perfectamente. Te voy a dar una sorpresa que voy a ganar miles de indulgencias.

--Así, así.. Manolita. Hay que ganar las indulgencias del Señor con buenas obras; no con pecados.

Una vez en la parroquia, Sergio llamó al Obispado.

--Hola, soy el Padre Sergio de la Parroquia Virgen de la Encina. Su eminencia me necesita con urgencia.

--Si un momento Padre Sergio, no se retire.

--Padre Sergio...

--Dígame eminencia.

--Necesito que me informe del "tema Manolita", necesitamos esos millones con premura.

--Precisamente ahora mismo vengo de hablar con ella.

--¿Y...?

--Mejor me desplazo al Obispado y le informo; el asunto es delicado y no es conveniente tratarlo por teléfono.

El Padre Sergio mandó al sacristán Pascasio, que me llamara por teléfono para posponer la comida; ya que le requerían del Obispado con apremio, que iría mañana, y que no le daría tiempo a volver a la hora prevista.

--Bien eminencia. Le informo sobre el tema Manolita.

--Es muy importante Padre Sergio que esos millones se ingresen cuanto antes en las arcas de la Sede del Obispado. El cambio de régimen; ¡esta puñetera Democracia!, y en el poder los socialistas, las cuentas no van como eran de esperar.

--Hay un grave problema eminencia.

--No me asuste... ¡Qué problema!

--Que a Manolita sólo se le puede convencer para que done sus millones a través de los pecados más graves para la Iglesia: el sexo.

--Ya, ya me contó en secreto de confesión su aventura con ella. Pero si el Señor le ha designado a usted para esta sagrada misión, ha de sacrificarse hasta que consigamos la donación.

--Pero eminencia...  ¡Qué va ser de mi alma! Una vez comprendo que fue necesario sacrificarse por la Iglesia... ¿Pretende que sea su amante?

--Es cierto..,. muy cierto... La Iglesia no puede pedir a sus representantes tantos sacrificios; habrá que buscar una solución urgente...

--¡Ya la tengo... ya la tengo... ya la tengo! Dijo el Obispo lleno de euforia.

--¿Los millones? Preguntó Sergio con asombro.

--No hombre, no. La solución al problema.

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