Capítulo 4
Obviamente no voy a relatar todos los servicios que hice en mi vida. Me voy a limitar a contar aquellos que fueron extraordinarios y que demostraron hasta donde puede llegar la mente humana en el terreno de la sexualidad. Y la doble moral de los que predicaban ser los prototipos de los valores del espíritu en aquella sociedad machista.
Otro día me dijo doña Patrocinio:
--Mañana va a venir a conocerte, pues le han hablado muy bien de ti, una personalidad muy relevante; es la mano dura del Gobierno, y que gracias a él, "esta Casa" es consentida y admitida por el Régimen. Debes acceder a todos sus caprichos.
--No me asuste, ¿no será un sádico, verdad? ¡Si es la mano dura del gobierno!....
--Tranquila niña, tranquila, que si le caes bien, te puede elevar a las cotas más altas de esta sociedad.
--¿No me pegará, verdad?
--No te asustes. Yo te diré lo que tienes que hacer para que el señor Ministro quede muy contento.
Según me contaba no salía de mi asombro, pero la idea me seducía. Esta vez no iba a hacer de esposa, iba a ser la niñera del señor Ministro, su tata.
Llegó sobre las siete de la tarde, camuflado detrás de unas gafas obscuras y un sombrero de ala muy ancha.
Pasó directamente a los aposentos privados a través de un pasillo que sorteaba el salón principal donde concurrían los demás clientes.
Era un hombre de unos 40 o 45 años, alto, de facciones y gesto muy duro; me recordaba a ese actor americano, Boris Karloff. No me extrañaba nada al ver su faz que fuera la mano siniestra de este gobierno totalitario. Y lo que se decía de él fuera cierto: que a los disidentes que caían en sus garras, nunca más se sabía de ellos.
Le llevó al vestidor anexo al dormitorio, y a los poco minutos lo trajo disfrazado de marinerito, con sus pantaloncitos cortos y tirantes, su camisita blanca y un gorrito con su lacito azul a un lado. Doña Patrocinio empezó la farsa.
--Te he dicho mil veces Ginesito, que no vengas a casa más tarde de las ocho. Y a renglón seguido le sacudió una bofetada que tembló la lámpara del techo, (y a mi las piernas).
--No me pegues mamá, no me pegues, la culpa la tiene Luisito, que me ha entretenido en su casa jugando a los soldaditos de plomo.
--¡Qué sea la última vez que te retrasas!
--Si mamá, sí.
--Y ahora ve con la tata nueva que he contratado, para que le lave y te de la cena.
--¡Uy que tata más guapa mamá me has traído! Gracias mami, gracias... Muak...muak...
Miraba la escena alucinada y no daba crédito. "El terror" de aquella sociedad convertido en un indefenso y espantadizo niño que se sometía a los mandatos de su madre y servidumbre.
Aprendía a paso agigantados las técnicas de los que procuraban hacer ciudadanos perfectos y temerosos de Dios. Tampoco podía dar crédito, que esa piltrafa de persona pudiera traer en jaque a la oposición clandestina del Régimen; y que le temieran más que a un nublado.
Me hizo una seña doña Patrocinio para indicarme como tenía que actuar. Entramos en la habitación reservada y preparada para el evento.
--¡Tata, tatita...! ¿Esta noche que cuento me vas a contar para que me duerma?
--Si te comes toda la cena, el de Caperucita.
--No, no, que ese ya me lo sé de memoria. Cuéntame el de los tres cerditos y el lobo ¿vale?
--¡Vale! Pero antes tienes que hacer pis, darte un baño para que mi niño duerma bien, y sueñe con los angelitos.
Desnudé a Ginesito como pude, ya que aquellas ropas de niño le estaban muy estrechas, y quedé maravillada al quitarle los pantaloncitos; "aquello" no era normal, era más propio de un jumento. Le metí en la bañera y yo me senté en una banqueta sin bragas. (tal como me recomendó dona Patrocinio)
--Mira como se me ha puesto la colita... Tata.
--Eres un niño malo, Ginesito, a los niños buenos no se les pone así la colita.
--Es que te estoy viendo el chichi, tata...¡Anda..! Pero si tienes más pelitos que mi otra tata... ¡Qué bien! Cuando me laves, te voy a meter la colita por ahí. ¿Verdad tata que me vas a dejar?
--Te dejaré si me prometes que después de cenar te vas a quedar dormidito.
--Si tata, sí, te lo prometo. Ahora sécame y llévame a la camita; que después que te meta la colita, me vas a contar el cuento, y me vas a cantar una nana.
--Te lo prometo.
Me tumbé en la cama bien abierta de piernas; deseaba que esta situación acabara lo antes posible, porque me superaba. Pero tenía que seguir el juego, ya que la supervivencia de la Casa dependía de "este monstruo". Una orden suya y nos cerraban el local en 24 horas.
--Tata, yo quiero que me hagas antes lo que me hacía la otra tata.
--¿Y qué te hacía la otra Tata?
--Me la chupaba... Me la chupaba....
--No te preocupes mi niño, verás como tu nueva tata te la a chupar mejor que la otra.
--¡Uy...uy...uy...tata! es verdad... la chupas mejor.
Le pegaba unos lametones deseando que eyaculara lo antes posible para acabar con esta farsa; pero tenía que satisfacer sus caprichos hasta los más mínimos detalles. Estaba bien avisada y aleccionada por doña Patrocinio.
--Tata... tata.. ¿Me vas a poner hoy el supositorio? Me dijo mientras se la chupaba.
--¡Claro mi niño! Para que hagas bien caquita. Anda, date la vuelta y enséñale el culito a tu tata.
Me unté el dedo índice de mi mano derecha bien de vaselina y se lo metí hasta la última falange, girando el dedo sin cesar como un carrusel por aquel negro agujero.
--¡Qué bien pones los supositorios tata...! ¡Ay.....ay...ay...! que me vienen las ganas de hacer caquita.
Saqué el dedo de aquel orificio ennegrecido, y nada más sacarlo expelió dos ventosidades que me echaron para atrás. ¡La madre que lo parió! Aquello no eran "los vientos" de una persona, eran más propios de una caballería.
¡Qué me hago caca! ¡Qué me hago caca..!
Le puse en la taza, y se tiró otros dos flatulencias de los mismos decibelios que las primeras, y que anunciaban "una cagada" de vaca.
--Tata.... límpiame el culo....
No sé como pude soportarlo, pero por doña Patrocinio haría lo que fuera. Lo puso en pompa, bien pringado "de marrón", y con aquel papel higiénico marca Elefante, cerrando los ojos le limpié con bastante asco el tafanario.
--¡Venga tata! Ahora te voy a meter la colita, y te juro que después me duermo. Pero antes llama a mamá, y juguemos al cocherito leré.
Doña Patrocinio que ya se sabia "la película" entró en ese momento, y me sentí algo aliviada, tenía bastante tensión acumulada.
--¿Quiere mi niño jugar? ¡Venga, juguemos! Pero luego a dormir, ¡Eh Ginesito!
--Sí mamá.
Nos cogimos los tres por las manos y haciendo un circulo, jugamos al cocherito leré.
Se fue doña Patrocinio a la vez que me guiñaba un ojo para indicarme que le llevara a la cama y que me follara. Era la escena final del juego. Y que lo estaba haciendo muy bien, ya que la cara del señor Ministro denotaba satisfacción por todas partes.
Le llevé a la cama...
--Tata... tata... ¡tero teta... tero teta..!
--Me saqué las dos a la vez que le decía: Ahora mi niño, va a tomar su biberoncito y luego a dormir.
Mamaba de "mis pedúnculos" de una forma desesperada; miré a su entrepierna y "aquello" parecía que iba a reventar; me recordaba a un obús que durante la guerra cayó en mi pueblo sin explotar.
--Y ahora mi nene, me va a meter su colita, y luego a dormir.
--Sí tata, si.
Me abrí bien de piernas, y sentí cierto temor, "el aparato" era demasiado gordo, pero entró...¡Vaya que si entró! Hasta las mismísimas bolas.
--¡Ay Tata...! que rico está... que rico, lo tienes más estrechito y calentito que la otra tata... ¡Qué rico.. Qué rico...!
No dio lugar a un tercer ¡qué rico! Pegó tres empujones que casi me incrusta con el cabecero de la cama. Y allí se quedó dormido, (o haciéndose el dormido) como había prometido.
A los quince días, recibía el regalo un coche marca Citroen. Matriculado y asegurado a mi nombre, con una nota que decía: "A la Tata más buena y bonita del mundo".
Me había consolidado como la meretriz más cara de Madrid, cuyos favores sólo estaban al alcance de muy pocos, ya que mis tarifas eran prohibitivas para la mayoría de los clientes habituales.
Mis servicios eran contratados y negociados de antemano por doña Patrocinio; y con una lista de espera de más de un mes. Ella se quedaba con un 50 por ciento de lo contratado, ya que se encargaba de mi alojamiento en la mejor suite de la casa para mi sola, y de mi manutención.
Había meses que ganaba tanto dinero, que no sabía que hacer. Mi libreta crecía como la espuma, tanto, que el director del banco me hacia reverencias cuando iba a depositar mis ahorros. Por todo esto, una servidora, nunca se exhibió a la voz de:
Niñas: al salón
Era materia reservada sólo para sibaritas del placer con grandes fortunas. Y se cantaban coplas en mi honor. Una de ellas decía.
¡Qué tendrá la Manolita,
que tan tal alto se ha de vender!
Será porque es bonita
O porque sabe muy bien joder.
Mi fama era tal, que mi nombre corría de boca en boca de todos los millonarios en los mentideros del País. Venir a la capital, y acostarse con Manolita, era como presumir de alojarse en el "Hotel Riz". ¡Pero claro! no todos podían presumir de hospedarse en el "Riz."
Otro buen día que nunca olvidaré, me dijo doña Patrocinio:
--Manolita, el gobernador de una de las provincias más prósperas e importantes, me ha pedido de tus servicios; por lo que mañana después de comer has de satisfacer todos sus caprichos, ya que me ha prometido que nos autorizaría montar el mejor burdel en su demarcación, la cual la podrías regir tú. ¿Te imaginas el futuro tan prometedor que te espera?
--Lo que usted diga, ya sabe que para mi es como una madre.
--Lo sé, lo sé. Y tú para mi como una hija.
Sobre las cuatro de la tarde se presentó en la casa el señor Gobernador; venía colorado como un tomate, evidentemente por los efectos de la comida y bebida que acaba de engullir. Al verme, sólo le faltó ponerse de rodillas para adorarme. Dijo:
--Patrocinio, me dijiste que Manolita era un ángel, pero me engañaste.
Quedamos un poco sobrecogidas y temerosas de que el señor Gobernador no me aprobara para el juego que teníamos montado en su honor.
--Es más que un ángel, es una virgen. ¿De qué cielo le has traído?
Suspiramos de alivio. Pero yo quedé estupefacta. El señor gobernador era el alcalde de mi pueblo; el más hijo de puta de todos los hombres del mundo. Y que precisamente debido a esas "cualidades humanas" de las que hacía gala, el Régimen le había ascendido de alcalde a Gobernador de aquella provincia.
Aunque habían pasado sólo un año de mi expulsión del pueblo, era imposible que me reconociera, porque la imagen que tendría de mi sería la de una andrajosa; y lo que estaba viendo era una virgen. (según sus propias palabras)
--¿Sabe la niña lo que quiero? Dijo el Gobernador a Patrocinio.
--Si Excelencia, la niña sabe como satisfacer sus deseos perfectamente.
¡Claro que yo sabía lo que quería el Gobernador! Me lo había puesto en antecedentes doña Patrocinio. Lo que ignoraba era que yo le conocía.
Todo estaba preparado. La habitación a medio oscuras: con el arnés de látex puro de veinticinco centímetros de largo y quince de envergadura instalados en mi cintura, y con el látigo en ristre.
Su excelencia era masoquista, y sólo se sometía a esas sesiones en "esta Casa", porque le constaba que la discreción era absoluta. Juré que iba a disfrutar de lo lindo; la paliza que iba a recibir sería inolvidable.
Al verme con el "gran pene" bien empalmado en mi cintura, noté como se estremecía de la emoción, sus ojos echaban chispas; sin más dilación, se puso de cuatro patas en la cama, y a la vez que me ofrecía su culo, decía con la boca babeante:
--¡Vamos... vamos...! destrózamelo con esa polla tan divina que tienes.
Me puse en posición y sentí un profundo asco. De aquella especie de caverna, salía un tufo que echaba para atrás; pero el placer que sentía de poder manejarle como un pelele, me sobreponía a todas las inmundicias que me iban a sobrevenir. Iba a vengarme por ser el máximo responsable de mi salida del pueblo de aquella forma tan humillante.
--¡Vamos... vamos...! ¿A qué esperas? ¡Dame de una puta vez!
--Tranquilo su excelencia, tranquilo, que va a gozar como nunca ha gozado en su vida.
Dirigí la punta del arnés hacia su ano; tenía cuatro hemorroides que obturaban la entrada. Al intuir su proximidad, hizo esfuerzos como cuando se defeca, y ante mi se abrió un ojete rojo que daba pavor mirarlo.
Apunté bien, cerré los ojos, corté la respiración; y pegué un empujón hacia dentro que entró hasta el fondo, con almorranas y todo. El muy cabrón se retorcía de placer.
--¡Dame... dame... dame más fuerte...! ¡Qué bien me follas...! ¡Ahhhh...!
De súbito se estremeció, y cayó sobre la cama como un fardo. Me asusté al verle como se retorcía. Aquello no era placer, era dolor, los signos y los gestos eran inequívocos. Perdió el color sonrosado, su tez quedó blanca como la leche, y los labios se le empezaban a poner morados. Al poco más de un minuto quedó inerte encima de la cama.
Salí corriendo en busca de doña Patrocinio. ¡Menos mal que estaba al tanto! Y entró rápido a la habitación. Supo al instante que había muerto de un infarto de miocardio.
--No toques nada, niña, absolutamente nada, pero quítate ese aparato de la cintura enseguida, y esconde esos artilugios.
Dos escoltas que esperaban en la salita de visitas, fueron informados en el acto del acontecimiento. Uno de ellos marcó un número de teléfono, y a los 25 minutos se presentó un doctor que certificó la defunción por infarto. Afortunadamente para nosotras, su cuerpo no presentaba ningún signo de violencia. Si se hubiera producido el óbito diez minutos más tarde, le hubieran encontrado con la espalda desollada a latigazos. Me miró doña Patrocinio, y las dos dimos un suspiro de alivio.
No sé como se las arreglaron, pero al día siguiente salió una nota escueta en la prensa que decía:
Su Excelencia el gobernador, ha fallecido de una parada cardiaca, mientras dirigía una reunión de trabajo en la sede del Ministerio de la Gobernación.
El Director General de la Policía Nacional, gran amigo de la Casa, y cliente, pero también de los que follaban gratis para agradecerle sus silencios y miradas hacía otros lados, tuvo muy claro porque conocía muy bien a doña Patrocinio, que aquel percance jamás saldría a la luz pública por sus labios y los de "sus niñas".
Capítulo 5
Año 1975
Tenía a la sazón 35 años. Mi gran amiga, madre y valedora, había fallecido, y como no tenía descendientes directos, fui su heredera universal.
En quince años había pasado de ser una mancha en mi familia por culpa de mi carácter fogoso, a ser una de las señoras más respetadas de aquella sociedad, también gracias a mi cuerpo. ¡Paradojas que da el dinero!
El cura párroco de mi pueblo, don Celestino aún vivía, aunque estaba muy mayor el hombre. Me absolvió de todos mis pecados porque todo el dinero heredado de doña Patrocinio que ascendía a varios millones, los doné a una fundación que creo con mi nombre: Fundación Doña Manolita.
Al Municipio también doné bastantes millones, y se pudo reparar la iglesia, fundar dos escuelas, una para niños y otra para niñas, un comedor social, y todavía le sobró dinero para otros asuntos sociales que atendía primorosamente.
El alcalde pudo llevar agua corriente a todos los hogares, acabar ese alcantarillado que no había forma de terminarlo por falta de recursos; y crear un casino con tele club, donde los mayores podían acceder a los esparcimientos propios de la edad.
Recuerdo la recepción que me hicieron las fuerzas vivas de la zona: el señor Obispo, el Gobernador Civil, y el alcalde don Matías. El discurso de don Celestino me emocionó y no pude reprimir unas lágrimas de emoción.
Ciudadanos y ciudadanas: Hoy me cabe el honor de nombrar hija predilecta de esta noble villa a doña Manolita, pues gracias a su generosidad, ha sido posible escolarizar a todos los niños y niñas de la localidad, y dotarla de las estructuras que durante años se nos han sigo negadas por la Administración.
Hace quince años salió de este insigne pueblo detractada por todos sus vecinos porque cayó en el pecado mortal de la carne. Pero gracias a su arrepentimiento y a mis plegarias al Altísimo, y a nuestra patrona Virgen de las Encinas, nuestra insigne hija predilecta, ha sido tocada por la mano del Señor, y puesta en el Camino de la Esperanza, donde solamente los elegidos transitan.
Demos pues todos gracias a doña Manolita, y recemos todos para que Dios le conceda larga vida y prosperidad.
Lamenté profundamente que mi madre no pudiera haber vivido este acontecimiento; había fallecido hace dos años. Pero murió muy tranquila sabiendo que la vida me sonreía. Mis hermanos no asistieron al acto, posiblemente por vergüenza, ya que no me habían perdonado nunca ser el desdoro de la familia. Y ahora no sabían o no podían asumir mis éxitos en la vida. De mi padre nada sabía, ni me importaba.
Todo esto fue posible a los consejos de mi segunda madre doña Patrocinio. Me decía:
Manolita hija: vivimos en una sociedad tremendamente hipócrita, donde los valores que se pretenden crear son falsos. Tú misma compruebas día a día la doblez de aquellos que determinan la conducta de los ciudadanos. No te rebeles nunca contra el sistema.
La Iglesia perdonará todos tus pecados si eres generosa con ella, y a los pobres sólo se los perdonan con la sumisión a sus preceptos.
A las fuerzas del orden, demuestra tu adhesión. Tú siempre: ver, oír y callar. Es la única forma de prosperar y ser respetada en esta sociedad.
¡Qué razón tenía! Seguí sus consejos, y gracias a ellos supe sin necesidad de hacer daño a nadie, llegar a donde nunca pude soñar.
Capítulo 6
Año 1980
Acababa de cumplir los 40 años, y se respiraban aires de cambio en mi País. Y aunque seguía funcionando a pleno rendimiento "el negocio", había perdido aquella categoría que le deban los personajes que la visitaban. Entre los millonarios actuales había más zafiedad que calidad. Parecía que la mueva clase dominante pretendía ser más pura y sincera ante los ojos de los ciudadanos: pero era exactamente igual de falsa, ya que pretendían acceder al poder de forma distinta que sus antecesores: a través de la adulación, las promesas y las lisonjas, instalarse en el mismo para forrarse.
Me sucedió algo que jamás me había pasado: desear la compañía de un hombre que me quisiera de verdad. Es fácil entender que para mi el sexo sólo lo veía como un negocio. Jamás tuve un orgasmo con mis clientes. Otro consejo de mi inolvidable Patrocinio.
Nunca te enamores de un hombre, ni tengas un orgasmo con nadie, porque será el principio de tu decadencia.
Pero la idea de enamorarme se arraigaba cada más en mi pecho. Y me preguntaba:
--¿Habrá merecido la pena sacrificar el amor puro y desinteresado en aras de haber triunfado como profesional del mismo?
--¿Es qué el amor no significará nada para una mujer como yo?
Me sentía vacía de los contenidos que nunca necesité: los que llenan de gozo el alma y el corazón. Quizás porque los había perdido o dejados olvidados en algún lugar.
Todavía era muy hermosa, pero... ¿Qué hombre de esta sociedad machista, se iba a enamorar de verdad de una puta, por muy hermosa y rica que fuera?
--¿Y yo? Después de lo vivido, ¿podría creer en ese amor verdadero, exento de materialismo, y sólo vivir el uno para el otro?
Para conseguir saber si mis deseos se podrían realizar, decidí tomar un año sabático, y buscar fuera de mi entorno ese amor que me parecía imposible.
Cerré "la Casa" con la excusa de hacer reformas; y me fui a vivir a un país de Centro América, en donde se decía que aún allí moraban el romanticismo y la ternura.
Me instalé en un lugar en donde el mar y las palmeras eran los protagonistas; las personas, meros comparsas del paisaje que se dejaban seducir por el ambiente. Me encontraba tan a gusto, que hasta me olvidé de mi existencia anterior.
Me hallaba una tarde respirando la brisa del mar sentada en una terraza del Malecón tomando un refrescante mojito con la mirada perdida en la lejanía; cuando una voz que provenía tras de mi, dijo:
--¿Esperas que aparezca por el horizonte?
La voz sonó tan cerca de mis oídos, que no me cabía ninguna duda que se dirigía a mí.
Di la vuelta y allí estaba. Por un momento pensé decirle que a quien esperaba era a él. Pero me pareció improcedente.
Era un varón de unos 35 años, pero no se notaba la diferencia de edad, ya que cualquiera que no nos conociera, habría calculado tener la misma, año más o menos.
Estaba muy acostumbrada a tratar con hombres, pero éste me pareció un ángel; posiblemente porque calzaba mocasines, pantalón y camisa blanca; y también porque esa sonrisa jamás la había visto tan franca y clara en mi vida a ningún varón. Todas las sonrisas de los hombres que había tratado, me parecieron dengues.
De más de un metro ochenta de estatura; de cabellos como el azabache, ligeramente ondulados, ojos negros y profundos que reflejaban un interior sin duda lleno de grandes cualidades humanas. Y unos labios... ...¡Ay que labios! Para beber y agotar todas las reservas de sus manantiales.
--No, no espero que aparezca nadie por lontananza. Dije señalando la perspectiva del mar, porque mucho me temo que alguna sirena le haya raptado. Repliqué con cierto desdén.
--Entonces es verdad que esperabas a alguien.
--La verdad, la verdad, lo que espero es un sueño.
--¿Por qué no buscas mejor una realidad? Esta Isla está llena de ellas.
¡Jolín con el mozo! Tiraba con bala. Pero me gustó su respuesta, porque lo hizo con tanta sutileza que no se podía ni se debían malinterpretar sus palabras.
--Los sueños nunca defraudan, a lo sumo se quiebran pero sin hacer daño físico. Las realidades si se rompen, si pueden hacer mucho mal. Le dije muy seria.
--¿No crees que es preferible vivir una realidad truncada, que un sueño imposible? Por aquello de que mientras duró fue maravilloso, y que el paso del tiempo todo lo remedia. Me respondió también muy convencido de lo que decía.
--Hay heridas que deja el amor y que nunca se cierran. Repliqué también más convencida si cabe.
--Pues no parece que a ti te haya herido.
Callé, no quería seguir divagando sobre algo que no conocía.
--Permite que me presente. Me llamo Raúl. (A la vez que me ofrecía su mano)
--Yo Manuela. Manolita para los amigos.
Después de mantener una conversación trivial, quedamos por la noche para conocer la ciudad. Sentía algo que jamás había experimentado en mi vida: deseos de amar y ser amada. ¿Sería por el cambio de clima y de actitud?
Estaba en el hotel, y me vino a la mente algo que nunca se me había manifestado. Después de hacer un pipi sentí irrefrenables deseos de tocarme. Miles de veces que me lavaba y jamás sentí la necesidad de hacerlo. Recuerdo masturbarme antes de salir del pueblo, pero nunca tuve ese deseo mientras ejercía la profesión.
Raúl vino a mi mente como un rayo de luz, y mientras me secaba, noté como el clítoris se hinchaba, y tuve que reprimir unas terribles ganas de acariciar mi cuerpo pensando cono lo rozaría él.
Cientos de hombres que pasaron por mi cama, y ninguno fue capaz de hacerme sentir esta excitación. ¿Cómo era posible que una imagen lo consiguiera? Me contuve, ya que estaba segura que esta noche haríamos el amor.
También sentía los latidos de mi corazón. ¿Había vuelto a mi el deseo de amar y ser amada sin pedir nada a cambio?
Pronto lo iba a comprobar; si de verdad sentía deseos de hacer el amor con Raúl, y concebirme como una doncella en sus brazos deseosa de entregar su alma y corazón en aras del amor, sería una de las cosas más maravillosas del mundo.