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Los líos amorosos de un niño guapo

en Grandes Relatos

Los líos amorosos de un niño guapo

Capítulo 1

Debo decir aún a riesgo de parecer un pedante, que tuve veinte años esplendorosos teniendo en cuenta la época: año 1960. Medir un metro ochenta, una mata de pelo negro como el azabache, un rostro agraciado, y andares de torero, no es de extrañar que las mozas contemporáneas me vieran como a un "latin lover", y vinieran a mis brazos a la menor insinuación. (Aunque me gustaba más que ellas se me insinuaran)

A la sazón, la mayoría de edad era a los 21 años, pero voy a empezar mi repaso mental desde los 18. Aunque desde los 14, hice mis pinitos sexuales con aquellas vecinas que me provocaban; voy a omitir relatar ese período, no sea que algún lector o lectora pudibunda me acuse de pederasta.          Además, que más que follar fueron tocamientos y besos casi castos y puros, ya que los años cincuenta para un chaval de 15 años, sin una peseta en el bolsillo, el follar no es que fuera difícil, era un milagro, pues la inmensa mayoría de las chicas eran "decentes"; y aunque "les picaba" exactamente igual como "les pica" a las de ahora, no permitían a las primeras de cambio que se "lo rascara" el chico que acababa de conocer en el baile. Se aguantaban lo indecible las muy puñeteras.

Mi primera novia formal: María.

Se llamaba (y se seguirá llamando) María; pero como entonces estaba de moda Paul Anka y su canción Diana, le dio por llamarse como la de la canción; así que un servidor le llamaba así: Diana.

La conocí en el verano de 1959, por lo que ya tenía los 18 cumplidos, y a punto de los 19, pues nací en el mes de Octubre de 1940. Sucedió en el club La Tuna, local de moda para los jóvenes de cierta clase, si no económica, si personal.

Según mis normas, antes de lanzarme a sacar a bailar, me dedicaba a observar, sobre todo que fueran altas, ya que bailar con una bajita es incomodísimo.

La vi, y me cautivó su cara (sobre todo sus labios y su melena rubia) era una muñeca, simplemente preciosa. Sólo tenía un defectillo, las piernas; muy delgadas y sin forma, parecían como la de la canción "Popotitos": -.Qué tiene unas piernas que parecen palillitos...

-¿Bailamos? Le dije adoptando esa pose del galán que está seguro de si mismo.

Estaba sentada en una de las mesas, tomando un "San Francisco", bebida típicamente femenina. Mi miró a los ojos en una posición algo forzada, ya que por motivos de la ubicación y del espacio del local, me hallaba casi detrás de ella. No lo dudó, me dijo.

-Sí.

Efectivamente era alta, medía 1,69 mt. estatura ideal para mis 1.80 mt.

Una vez en la pista, nuestros ojos no se apartaban uno de los otros, y es cuando vi de cerca el esplendor de su rostro. La abracé con mi mano derecha por su cinturita, y con la izquierda tomé la suya, que asida de la mía, la llevé a mi pecho, a la altura de mi corazón. Su otra mano libre, la asentó en mi otro hombro, muy cerca de mi nuca, (casi acariciando mi pelo)

-¡Joder! pensé para mí. Se me va a dar esta moza.

Intenté atraerla a los dominios de mi bragueta, con la pretensión de "restregarle la cebolleta" pero ella lo impidió con su brazo izquierdo, el que tenía apoyado en mi hombro derecho. Y con una mirada de desaprobación a mi actitud, pero no me hizo ningún reproche verbal.

Bailamos y bailamos, y cómo los dos nos estábamos enamorando por momentos, ninguno hacíamos intención de abandonar la incipiente relación que se adivinaba excitante. (Y así fue durante casi un año)

Nuestro primer beso

Acaeció en el Parque del Retiro de Madrid, a los diez días de habernos conocido y a punto de oscurecer.

-¿Quieres ser mi novia, Diana? Le pedí tomando sus manos. (Y seguramente poniendo cara de lila)

-Sí, Félix, deseo ser tu novia.

No es que fuera un experto besucón de labios de mujer; pero me fijaba mucho como besaban los galanes de moda del cine american: Errol Flyn, Gark Gable o Tyrone Power, y procuraba imitarles.

-No Félix, la lengua no, que esos no son besos puros de novios.

La verdad, es que la represión sexual era brutal, los curas lo primero que te preguntaban al confesar, era si habías cometido actos impuros, y el cometerlos, era pecado mortal, de los que te condenas al infierno eternamente. Por lo que uno, para no contrariarla, posaba sus labios dulcemente en los de ella. Y las manos quietas, a lo sumo, abrazarla por la cintura u hombros.

¡Por fin aceptó la lengua!

Fue en el mismo banco, a las pocas semanas. Nos solíamos ver casi todos los días, ya que vivíamos relativamente cerca: y próximos al Parque del Retiro; lugar en donde las parejitas sin recursos económicos para tener su nidito de amor, se amaban al amparo de aquellos frondosos árboles y setos; pero con un ojo puesto en la teta de la amada, y el otro atento a que el guarda que vigilaba el parque no te descubriera; ya que la consecuencia de aquel ardor juvenil, era una multa y el apercibimiento a tus padres de tal "criminal" acción.

Esa tarde vi a una Diana distinta; la verdad, que nunca he sido un buen psicólogo del alma femenina; posiblemente porque estaba poseído de una vanidad demasiado grande. Aquellos mis dieciocho años no me dejaban analizar el mundo femenino y sus consecuencias, quizás por estar tan poseso de mí mismo.

-¿Qué te pasa mi amor? Te noto algo alterada y sofocada. Le dije al observar sus mejillas sonrosadas y su respiración más agitada que lo habitual.

Al acercarme más, con la intención de darle un beso, me sobrevino un olor que enseguida identifiqué que provenía de su sexo; efluvio que alteró mis neuronas, y que me produjo unas extrañas sensaciones.

Se percató de mis incertidumbres y plasmó su boca en la mía, abriendo la suya y ofreciéndome la lengua que introdujo en mi cavidad bucal ante mi asombro.

Fue un beso interminable, nuestras lenguas entrelazadas se rozaban apasionadamente como queriendo fundirse en una misma. Llegó un momento que tuve que despegar mi boca de la suya, pues me faltaba la respiración. Sólo fui capaz de decir.

-¡Pero! ¡Pero! María. ¿Y esto? A que es debido? ¿No decías que los besos con lengua son impuros?

-¡Pero mira que eres panoli, Félix! Qué poco conoces a las mujeres.

-Bueno María, la verdad, es que tú eres mi primera novia formal, y lo que trato es de ser ese hombre capaz de merecerte; por eso no quiero llegar a donde quizás no me lo permitas.

-Pues hoy te pienso permitir todo, para que veas lo mucho que te quiere y te desea tu novia.

Aquel aroma procedente de sus abismales me enajenaba; cada vez era más intenso e inundaba mis fosas nasales de un perfume para mi desconocido, pero que me sublimaba. Tomó mi mano izquierda (estaba sentada a mi derecha) y la condujo sutilmente por debajo de sus faldas y por el enramado de sus piernas, hasta llegar al final de aquel valle.

-Tócame por favor, ¡tócame Félix! Hoy necesito sentirte.

Se abrió de piernas para que mis dedos pudieran descorrer aquella cortina de blondas y sedas, y mis dedos temblorosos se introducían por aquella braga buscando el tesoro que custodiaban.

-¡Así! ¡Así! Félix ¡Así! me decía entre suspiros y jadeos.

Estaba tan nervioso que no me percaté hasta bien tarde, que me estaba desabrochando los botones de la bragueta (entonces no llevaban cremallera), y sólo cuando sentí su mano acariciando mi polla me percibí de la realidad.

Las manos de María alternando en las caricias los 18 centímetros de mi verga a punto de estallar, (cuando no la acariciaban las dos a la vez), me volvían loco. Era la primera vez que una mujer me la meneaba.

Mis dedos seguían manipulando aquella cosa tan mojada, y se deslizaban con pasmosa suavidad de arriba hacia abajo y viceversa, ante los suspiros y jadeos de Diana María que no cesaba de repetir.

-¡Ah! Así, así cariño... sigue así y no pares. ¡Qué bien me lo haces!

La verdad, no sabía como lo hacía, ya que era el primer coño que de verdad tocaba; pero sus muslos se cerraban en torno a mi mano, hasta el punto que me impedía moverla. Se retorcía de placer; lo notaba en sus ojos entornados y en olor tan excitante que emanaba.

Un impulso me hizo apartar la mano de aquel horno para oler mis dedos; y efectivamente, es cuando descubrí, que el olor de una mujer en celo es el aroma más excitante que he olido en mi vida. Por eso, desde entonces, todas la vulvas de las que he gozado, lo primero que hago es olerlas; y aunque los exudados de las mujeres varían de intensidad según el Ph de las portadoras, solamente su perfume me eleva los sentidos, y el pene a sus máximas cotas de altura. Evidentemente me refiero a las mujeres limpias, que a esa edad, son todas, y cuidadoras de su higiene íntima.

-No quites la mano cariño, que estoy a punto. Me dijo casi suplicando.

Seguí moviendo mis dedos alrededor de su vulva, introduciendo el medio y el índice en su vagina, acción que le hacia mover el culo hacia adelante en suaves convulsiones.

Supe que se había corrido porque centro sus manos en mi pene, mi mano chorreaba, y porque ya no me pedía más; era ella la que ahora me daba.

Saqué el culo del banco, y lo puse en el borde del mismo, estiré las piernas de modo que aflorara por la bragueta en su totalidad; y me saqué los huevos para que con la otra mano los pudiera sopesar bien.

-¡Jolín! Félix, qué cataplines más gordos tienes.

¡Cierto! tengo un par de huevos que da gusto mirarlos (y más tocarlos) además, a esa edad los tenía muy duros y bien pegados al culo.

Saqué el pañuelo a toda prisa, pues la catarata de semen anunciaba su llegada. Tan inminente era, que el primer disparo fue a incrustarse en su blusa color azul celeste y en su ojo izquierdo.

Fue inusitado, sencillamente maravilloso. De verdad que estaba colado por aquella niña de 17 años, y a pesar de mi inexperiencia, gocé de lo lindo.

Hoy al recordar, y con la experiencia sexual acumulada, pienso que podría haber sacado más placer de aquella situación. ¡Pero claro! no contemplo que tenía 18 años.

Pero desgraciadamente, mis sueños hacia aquella niña de truncaron. No era aquella que decía que los besos de los novios deben ser sin lengua, y que yo idealicé.

Un día, Manolo, uno de mis más íntimos amigos me dijo.

-Félix, no sé si hago bien en decírtelo, pero a tu novia la he visto en la discoteca Studio dándose el lote con un menda.

No lo podía creer, mi niña pura y casta poniéndome los cuernos.

La seguí un día que me dijo que no podía salir, y lo que hizo fue quedar con un chico bastante mayor que ella, y por lo visto un torerillo de poca monta que no llegó a triunfar.

Efectivamente, se dirigieron a la disacoteca Studio, y allí la pillé abrazada a aquel menda.

-¡Joder! que disgusto. Me sentí cual Otelo devorado por los celos. Pero de nada sirvieron, la culpa no la tenía aquel hombre; y opté por lo más prudente: saludarla como si nada hubiera pasado, tragármelos y seguir viviendo.

En mis memorias, le dedico estos versos.

Dentro de poco, los dieciocho cumpliría

cuando conocí a la que dijo llamarse Diana,

pero su nombre verdadero era Maria.

Paul Anka y aquella canción de fama,

posiblemente le cautivaría

por eso apodarse “Diana”, le dio la gana.

Nuestros besos eran puros y castos

y aunque mis recuerdos ya menguan,

decía Diana, que eran muy bastos

los besos apasionados con lengua.

un servidor no daba abasto

besando aquellos labios sin tregua.

Guapa era la moza, ¡Guapa, si señor!

pero flaca y piernas “de madero”.

Pero en sus labios, un cálido candor,

¡Por eso fui tan majadero!

Me ahogué en las efluvios de su olor

y aquel amor se fue por un sumidero.

Me la pegó la muy mala con un torero.

Emilio, creo recordar que se llamaba,

un disgusto me costó, os soy sincero.

¡Dónde fueron aquellos besos que le daba!

¡Dónde fueron Diana, aquellos te quiero!

¡El amor a mi puerta ya no llamaba!

¡Ay de esos amoríos de mocedad!

en aquellos años tan sombríos;

hervía la sangre debido a la edad

todo era ardor, ¡Qué poderío!

Y las mozas con su virginidad

no bebían el agua “de aquel río”.

Pero veinte años más tarde

(la de vueltas que da la vida)

la niña Diana hizo un alarde:

(pues era muy extrovertida)

intentó a este moreno ligarle,

un día por aquella avenida.

Casada y con dos doncellas,

me habló de su matrimonio,

y se sus continuas querellas,

mas propias de manicomio

“Ya no veía las estrellas”;

ese fue su testimonio.

¡Qué gran verdad!

segundas partes no son buenas,

se torna en oscuridad,

la luz que iluminó aquella escena;

aquella moza de extraña beldad

¡Hoy ya no merecía la pena!

La niña quiso revivir,

los besos de lontananza,

y lamento mucho decir,

que la que me tuvo en danza

hoy no me pudo uncir:

las cañas se tornaron lanzas.

¡Qué distinto saben los besos

de aquella que todo era aroma!

recordar me pone el vello tieso

lo digo en serio, no es broma,

aquella boca de embeleso,

mis ínfulas ya no retoman.

¿Recuerdas en Pavillón?

Te llevé a ver a Paul Anka

para escuchar aquella canción

que hasta “las trancas”

me llena tu cara de emoción,

y suspiros me arrancas.

¡Ay! Diana María

que será hoy de ti.

¡Pero que bonito parecía!

¿A qué sí?

Volver allí me gustaría;

Por mis 18 años. No por ti.

Eres un vago recuerdo, Diana,

mi primer amor de juventud.

Dicen, que más pasión desgrana;

pero aseguro sin acritud,

que el amor que más calor derrama,

es el que se alcanza en la plenitud.

Capítulo 2

Pepita, aquella moza de Trujillo. Año 1960

Sobre la confesión de mis pecados

Quedé desencantado del mundo femenino después de la mala experiencia que tuve con mi primera novia formal; de aquella Diana María, la que al principio de nuestro noviazgo me hizo creer que todas la mujeres del mundo eran tan puras como ella; y como mi madre y como mi hermana.

Tenía a la sazón la vetusta idea, que la novia debe transitar ese periodo del cortejo por la senda de la decencia; y llegar blanca e inmaculada al altar, donde las rosas blancas y su vestido, simbolizan la pureza y su castidad.

Sin embargo, a pesar de la fogosidad de aquella niña de 17 años, que en aquel banco del Parque del Retiro de Madrid, me obligó a que la masturbara y me masturbó; seguía empecinado en creer que aquello que hicimos no era amor, era puro vicio y una indecencia, y me sentía mal. Por lo que decidí confesar aquel pecado que creía mortal.

-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida. ‑¿Cuánto tiempo hace que no te confiesas?

Debo aclarar que no era de ir a misa todos los domingos, y que no creía demasiado en las cosas de la Iglesia, pero no sé, ese día tuve la necesidad de contarle mi decepción amorosa a alguien, y pensé: ¡Qué mejor que a un cura! Al menos ellos han estudiado teología, y podrían comprenderme, ¡y mira! si de verdad fuera que aquello que hice fue pecado mortal, al menos se me perdonaría. Pero en mala hora me confesé, porque a los pocos minutos salí huyendo del confesionario. Verán los motivos.

-No lo puedo precisar padre, pero tal vez hace más de un año que no me confieso.

-¿Es qué no tiene pecados un joven tan guapo y tan apuesto como tú?

-Aquí empecé a mosquearme. ¡Qué coño tiene que ver mi físico con el acto de la confesión!

-¡Bueno padre! Más que confesarme, quisiera aclarar unas dudas que me han sobrevenido sobre el amor.

-¡Cuenta hijo, cuenta!

Aquí me escamé más, porque el cura pego su oído a mi boca y me tomó por el hombro, tanto que noté su aliento en mi nuca, y sentí tanta repugnancia que hice esfuerzos para no levantarme y dejarle allí plantado. Tragando saliva, dije.

-¿Es pecado la masturbación mutua entre los novios que de verdad se quieren?

-¡Hijo mío! el onanismo, de por si es un pecado mortal, y si la masturbación es compartida con otra persona, el pecado es gravísimo. Aunque dependiendo del nivel a que se llega.

-No le entiendo, padre.

-Sí, hijo. Quiero decir si la masturbación fue superficial o profunda.

-Sigo sin entender, padre.

-Qué si el contacto fue de piel a piel, o a través de la ropa.

-¡Bueno! aquí balbuceaba y no podía discernir si este interrogatorio era necesario para darme la absolución. o el curita se estaba poniendo cachondo. Tendría unos cincuenta años.

-La verdad padre, la verdad, el contacto fue profundo, calculo que unos diez centímetros de hondura; lo que mide mi dedo índice de la mano izquierda.

Me miró, con cara de estupefacción, ya que mi respuesta fue tan socarrona como inesperada. Pero prosiguió.

-O sea, que le metiste los deditos.

-¡Pues sí, padre! He entendido que una masturbación profunda a una chica, es meter los dedos por la vagina.

-¡Bueno! ¡Bueno! Wfectivamente, lo que hiciste es una masturbación profunda, y de las más graves, por lo tanto estás en pecado mortal. ¿Sabes si ella se ha confesado?

-Pues no lo sé, porque me ha dejado por otro.

-Hijo

-Dígame, padre.

-En caso de que no lo haya hecho, debes interceder por ella, y contarme lo que te hizo, para que os pueda dar la absolución a los dos.

Ya lo tenía muy claro. Al igual que otrora la proximidad de Diana María, me acaeció el aroma de su sensualidad , ahora me sobrevino un olor a pene rancio que sin duda volatilizaba de la sotana del cura. Lo tenía clarísimo, Dios no necesita conocer esos detalles tan íntimos para perdonar a sus hijos de sus pecados. Desde aquella confesión al día que escribo esta novela han pasado cincuenta años, y no he vuelto a pisar un confesionario. Pero decidí proseguir el acto de confesión sin ninguna fe, lo hice para vacilar con el cura.

-¿Si le cuento lo que me hizo, también la perdonará?

-Intercederé ante nuestro Señor por ella, y si se ha arrepentido de corazón, aunque no se haya confesado, si la perdonará. Dios es misericordioso, pero,¡Cuenta, cuenta!

-La verdad padre, fue la que tomó la iniciativa, ya que mi pensamiento sobre ella, a la sazón mi novia, la quería pura y casta hasta el matrimonio.

-Eso te honra hijo. Prosigue.

-Cuando me quise dar cuenta, mi mano izquierda se hallaba en su entrepierna.

-¿Y por qué no la retiraste inmediatamente?

-Pues porque no quemaba lo suficiente, y ese calorcillo que emanaba, me era muy grato.

-¡O sea! que descorriste el telón.

-¿Qué si le bajé la braga?

-Sí, más o menos eso.

-Bueno, no exactamente se la bajé, ya que estaba sentada, lo que hice fue meter ambos dedos por la boquilla descorriéndola a un lado para poder maniobrar como Dios manda.

-¡Calla, blasfemo! Qué Dios no manda esas cosas.

-Perdona padre, es una expresión muy común, ya lo sabe.

-Y mientras, ¿qué hacía ella?

-Recuerdo que gemía y movía el culo, hasta que entró en un estado para mi desconocido.

Ya no podía aguantar más la situación, el olor a requesón que segregaba la sotana era insoportable, unido a que pegó literalmente su hocico en mi cara, hizo que me levantara como si fuera un resorte y salí pitando de allí, con su voz aflautada repicando en mis oídos.

-¡Hijo! que no has hecho la penitencia, sigues en pecado mortal...

Cómo conocí a Pepita

Pepita es la antitesis del tipo de mujer que yo soñaba, y sin embargo salí con ella durante unos meses. La conocí inmediatamente después de que me dejara Diana María por aquel torerillo; y si me enrollé con ella, creo que fue por despecho, ya que en el fondo seguía enamorado de mi ex novia.

Fue en un club de baile que tenía fama de ser frecuentado por chicas de servir, aquellas mal llamadas "marmotas". La recuerdo con agrado porque era una chica muy buena y se enamoró de mí perdidamente, pero físicamente no tenía ningún atractivo, salvo los labios, sobre todo el inferior, muy carnosos.

No puedo recordar que me motivó para sacarle a bailar, pero lo hice. Creo que le impresioné, puesto que no daba crédito que un chico tan majo como yo estuviera bailando con ella. Y lo afirmo sin querer pecar de pedante, porque la veía tan feliz y contenta en mis brazos, que a los pocos compases de aquel bolero que cantaba Antonio Machín, no se me resistió al pegarme a ella como una lapa. Al contrario, ella hizo por pegarse más.

Pero si recuerdo algo que me causó impresión. La pista estaba a tope de parejas bailando, por lo que casi apenas podíamos movernos en aquellos pocos centímetros cuadrados que nos tocaba. Metí mi pierna derecha entre sus muslos y noté un bulto entre las de ella.

-¡Coño! ¿Pero qué es esto? Pensé.

Un pene seguro que no, porque en esa época era impensable encontrarse con un travestido, además el abultamiento que notaba en mus muslo derecho pegado entre sus piernas, no era puntiagudo, era más bien redondo. Seguí pensando.

-¡Joder! ¡Qué coño más gordo tiene la tía esta!

Al momento cambió la posición de sus manos sobre mis hombros, y las puso rodeando mi cuello. Me impresionaba aquello ¡de verdad! ¡Cómo sentía su abultado Monte de Venus en mi pierna!

Bien pegada, (la polla) la moví suavemente de izquierda a derecha, con la intención de restregársela. Ella se pegó aún más si cabe a mí, y no pudo contener un suspiro. Qué se estaba corriendo, seguro, pues fue tal el achuchón que pegó, que lo evidenció.

Como dije antes, Pepita era la clase de mujer, que jamás hubiera pensado fuera novia, pero aquellos labios tan sensuales, y lo abultado de su entrepierna, me picaron para descubrir lo que me impresionaba.

Muy pocas veces me he "corrido" bailando, no creo que haya llegado a la docena; pero con Pepita fue la primera vez. Y tampoco soy de los que "se empalman" fácilmente en esa situación. Pero esa vez, no lo pude evitar.

Ella, al sentirla bien pegada a su vientre, no hizo nada por separarse, al contrario, seguramente agradecida por lo acontecido anteriormente, movió tu tripita suavemente. No creo que hicieron falta más de dos movidas, al instante inundé mis calzoncillos de mi semen que me salía a borbotones.

Pero lo más gracioso, es que todo esto transcurrió sin dirigirnos ni una sólo palabra; nos mirábamos de reojo, y comprendíamos.

Al darse cuenta por mis incontrolados espasmos, sonrió. Y yo, a pesar de que no ver en aquel rostro, el tan angelical de Diana María, y estando seguro que no podría enamorarme de ella, decidí hacerle mi novia; propuesta que aceptó alborozada cuando se lo propuse.

No puedo precisar el tiempo que anduve con ella, pero seguro que más de tres meses no, ya que a finales de ese año ingresaba en la Academia de la Guardia Civil de El Escorial para hacer el Servicio Militar, y la conocí finalizando el verano de ese año.

Pepita servía en casa de unos señores que a juzgar por la finca donde vivían, en el Barrio de Salamanca, deberían ser muy pudientes, y porque además de ella, también tenían cocinera.

A la sazón, yo estaba bastante flaquito, a pesar de mi uno ochenta de estatura, no llegaba a pesar los setenta kilos. En mi casa, no abundaban los manjares; lentejas, judías, algún cocido con tocino más que carne, y pan con aceitunas negras, eran las viandas cotidianas.

-Estas delgadito Félix, me dijo una tarde que paseábamos por Rosales, ya que más abajo está el Parque del Oeste, en donde las parejitas podían retozar, previamente apagando los faroles que lo iluminaban.

-Bueno, le dije, pero estoy muy sano y fuerte. He de aclarar, que en aquella época se llevaba el tipo de mujer y hombre llenitos, no como ahora, que prima la delgadez.

Nos sentamos en un banco, ya que no creo que tuviera en los bolsillos más de diez pesetas, y ante mi asombro, saco del bolso un bocadillo de jamón de impresión.

-Toma, a ver si te gusta el jamón de mi pueblo.

¡Joder! que si me gustaba. Tenía una idea de lo que era el jamón, que se extraía de las patas de los cochinos; pero catarlo; ni idea.

Devoré aquel bocadillo en un plis plas. ¡Qué bien me supo!

Al verme tan feliz y contento por aquello de: "las penas con pan son menos", sacando un billete de veinticinco pesetas, me dijo.

-Acéptalos, son para que te tomes una cervecita y me invites a una Coca-Cola.

Juro por mi honor, que jamás he chuleado a una mujer, es más, detesto la figura del chulo; pero los acepté.

De verdad que sentía pena por aquella chica que tanto me quería, y que estaba tan ilusionada conmigo; pero el caso es que me la follaba.

Yo, defensor del amor puro exento de lascivia, aprendí, que más vale meterla en un chochito calentito que hacerse una paja, por lo que fui asumiendo, y el tiempo me lo ha demostrado, que la mayoría de los seres humanos follan, más que hacen el amor.

Al recordar como lloraba al decirle que debíamos cortar aquella relación, y precisamente al acabar de follar en un palco de un cine de la calle de Alcalá, me siento un poco canalla. Me porté muy mal contigo Pepita, porque nunca debí consentir que te hicieras ilusiones conmigo.

Sin embargo nunca podré olvidar tu coño Pepita, era un placer recorrer con mi polla bien tiesa aquellos labios menores tan abultados, antes de metértela hasta los huevos.        

Mi glande paseando de arriba abajo y viceversa por tu vulva era una gozada; ¡y cómo me pedías que te la metiera toda! Y cuanto más me lo pedías, yo más la paseaba por tu vulva tan jugosa y carnosa, hasta que no podías aguantar, y tu mismo te la metías. ¿Recuerdas?. Yo sentado en una de las sillas del palco, cerradas las cortinillas, y tú sentada encima de mis piernas estiradas y con la polla en ristre.

No te amé Pepita, pero te juro que guardé una gran recuerdo tuyo, que todavía hoy perdura.

Que te vaya bonito por tu Trujillo (Cáceres) natal, y que seas muy feliz.

 

Capítulo 3

Aquella moza del metro

A finales de Diciembre de 1960, después de tres meses de instrucción militar, fue destinado a un puesto de la Guardia Civil de la Provincia de Burgos. Vuelvo a pedir disculpas a mis lectores por ser tan vanidoso; pero la verdad; el uniforme me sentaba tan bien y realzaba mi figura, que más de una nena me miraba con descaro. (Ver foto página 258)

Antes de relatar lo que pasó en el cuartel, voy a contar una anécdota que tiene su gracia, ya que no es no habitual que las mujeres se dejen tentar en los transportes públicos. Esto sucedió en el metro de Madrid, unos días antes de incorporarme a mi destino.

Tomé el metro en la estación de Manuel Becerra, la más próxima al domicilio de mis padres donde a la sazón vivía. Me situé en una de las paredes del vagón, al final, justo a la última puerta; con mi uniforme y tricornio bien plantado. En la siguiente parada; Goya, entró una avalancha de personas que lo llenó a tope, hasta el punto, que otras empujaban desde fuera para poder entrar; y por casualidad o adrede, una chica de unos veinte años planto su culo entre mis piernas.

¡Joder! qué no era lugar ni momento para darse un lote, y menos de uniforme, por lo que opté por retirarme de esa ubicación, entendiendo a priori, que había sido una casualidad que la moza aterrizara su ojete precisamente ahí.

Con bastante dificultad, ya que estábamos como sardinas en lata, aparté mi paquete que amenaza en ponerse bravo, del tafanario de la moza; pero a la mozuela, al parecer le molestó que retirara mis atributos de macho, del "valle de sus nalgas", (léase raja del culo) y la muy descarada, otra vez que lo coloca donde estaba hacía unos segundos.

-¡Pero leches! La cosa estaba clara: su culete disfrutaba notando mi bulto.

-¡Pues toma paquete! Pensé para mí. Y en uno de los traqueos del tren, empujé de tal guisa sobre aquella masa carnosa, que su dueña me miró de reojo y trazó una sonrisa que claramente quería decir: "empuja más" .

Y así fue. No despegué "mi nabo" del culo de la chicuela hasta la estación de Sol en la cual se bajó, no sin antes echarme una mirada tan seductora que me invitaba a que me fuera con ella.

Para sentir mejor sus protuberancias, y ella las mías, la rodilla de mi pierna más propicia, se la metía por su raja (la del culo) la otra, obviamente por la posición que nos hallábamos no podía.

Es muy excitante pegar el rabo en el culo de una desconocida en un transporte público, y si es joven y guapa como aquella más. Lo apasionante radica en lo sibilino de la acción y en la presa, ya que hacerlo a la novia, o ligue de turno, no mola. Pero ¡ojo! que también tiene sus riesgos, ya que lo más probable es que la moza que sienta en su trasero algo duro, se despegue, o que te arme una que te puede poner la cara como un tomate.

Fueron unos quince minutos apasionantes los que duro el metro-polvo, y si no me corrí, es porque la niña se apeo en Sol; si se hubiera bajado en la siguiente estación; Ópera, seguro que hubiera almidonado los calzoncillos.

El Brigada, su hija, y la madre que la parió

Después de la Epifanía de los Reyes Magos del año 1961, salí rumbo a mi nuevo destino; que como ya he apuntado, era una pequeña localidad de la provincia de Alava, y allí ocurrió el evento que voy a relatar.

El brigada comandante del Puesto (Cuartel) al cual fui destinado, tenía una hija algo mayor que yo. ¡Y mira que mi padre me lo había avisado!

-¡Hijo! Dónde mores, jamás te metas con las esposas o hijas de los guardias, pues te verás en muchos compromisos si lo haces.

¡Pero claro! Esos consejos a un don Juan como yo, cayeron en saco roto , y si la niña se enamoró de mí nada más llegar al cuartel. ¡Qué quieren que yo le haga!

La moza era novia de un alto ejecutivo de una empresa de automoción en la zona, por lo que el novio era del agrado del papá brigada y mucho más de la mamá brigadesa. ¡Pero tuvo que llegar un niño guapo de Madrid para "joder la marrana". ¡Y bien que la jodí!

Para un joven de 20 años, y con ínfulas de conquistador, (me viene de familia, ya que se contaba que una se suicidó por el desamor de mi padre), unido a que en esa localidad pequeña no había lugares como en Madrid para ir a "la caza del conejo", no me resistí a las insinuaciones tan descaradas que me hacía la niña.

No llevaría en el cuartel más de una semana, cuando haciendo guardia de puertas. O sea: de portero del cuartel un día frío del mes de Enero...

-Hola Félix, ¿Te apetece un caldo de cocido bien calentito?

Lo que me apetecía de verdad, era echarle "un polvete", pero como tenía novio y era la hija del jefe, ni se me pasó por la cabeza tan descabellada idea.

-Ya lo creo Sara (vamos a llamarla Sara), un caldito a esta hora (sobre las 12:30) viene de maravilla.

-Ahora te lo bajo.

Salió Sara del cuarto de guardia donde me hallaba cubriendo el servicio; y a los pocos minutos bajaba con una taza (más bien tazón) de un caldo que humeaba.

-¡Qué rico está! ¿Lo has hecho tú? Le pregunté con el fin de halagarle.

-Parece que eres caldero, ¿verdad Félix?

-Pues sí, mira. Tanto me gustan, que me los hago hasta de Avecrem o caldo Maggi.

-Se nota, porque te lo has tomado con mucho gusto.

-¡Joer! Sara. Es que este caldito tenía sustancia el condenado.

Observé satisfacción en su semblante, y aquí es donde empecé a entender que Sara venía a por mí; que el novio, le importaba un comino.

Juro por Dios, que hoy me arrepiento de lo que hice, porque destrocé una relación y la ilusión de una mujer, aparte del problema que supuso para la familia, pero es que con 20 años, un hombre es capaz de cometer las mayores locuras consciente o inconscientemente. Pero sigamos con la narración de los hechos.

Digo que vi en Sara, (a pesar de no ser un experto en interpretar las intenciones del alma femenina), el deseo de estar conmigo, y aunque no tenía claro el enrollarme con ella; pudo en mí más el deseo carnal que la sensatez, y me dejé hacer. Al día siguiente...

...Venía de hacer el servicio de carreteras con otro colega. (Los servicios exteriores se hacen pareja) De ahí el dicho de: "la pareja de la Guardia Civil".

Sara estaba asomada al balcón de su habitación. Al verme (seguro que estaba esperando mi llegada) bajó al patio, acceso por donde forzosamente tenía que pasar para llegar al pabellón donde dormían los solteros. (Yo era el único soltero).

Esperó a que mi compañero desapareciera por el patio rumbo a su pabellón de casado, para decirme:

-Hola Félix. ¿Qué tal el servicio?

-Un poco cansado, hemos estado toda la mañana andando.

-¿Te apetece otro caldito?

-Con estos fríos burgaleses, y a esta hora, vienen de maravilla.

Voy a hacer un inciso en la narración para contar unos hechos paralelos

Las dos hijas del tío Nicasio

A pocos metros del cuartel había una fonda en la cual hacía mis comidas. La fonda de Nicasio.

Tenía dos hijas a cual más feas y gordas como la madre. La pequeña, más "percherona" que la mayor, tenía unas piernas que ya las hubiera querido para si Kubala, y la cara siempre colorada. La verdad, no me gustaban absolutamente nada.

Pero eso de ser guapo, no se crean los feos que es una gran ventaja; y si además de guapo eres sentimental y buena persona, lo tienes muy complicado. Verán.

La nena menor, la de las piernas gordas y la cara siempre colorada, me atizaba unos platos de comida que se no los asaltaban un gitano, me decía.

-Vamos Felisín (no sé porque narices me llamaba así) lo cual no me gustaba pero que nada. -Que estás muy delgadito, y tienes que comer más.

Al principio, no le di más importancia que la de ser amable conmigo, hasta que un día, dos antes de abandonar el cuartel...

...Luego contaré que pasó. Ahora vamos a volver con Sara.

Sara subió a su casa, y me dirigí al pabellón de los solteros, donde ya he dicho que yo era el único núbil que había en el cuartel.

Como al cuarto de hora, llamó a la puerta; la verdad que no esperaba que llegara hasta mi dormitorio.

-¡Cómo te has atrevido a venir hasta aquí! Le dije preocupado. ¡Mira que si te ven!

-No te preocupes, me he asegurado que nadie me vea. Además es la hora de la siesta y mis padres duermen.

-¿Y tú, no te echas la siesta? Pregunté con cierta malicia en mi voz.

Se puso un poco colorada, ya que había captado en mi tono la carga de intención que llevaba. Me di cuenta al instante que me estaba pidiendo un beso; y sin medir las consecuencias, y sabiendo que podría buscarme un lío muy gordo, no pude evitarlo...

Mis veinte años...

En aquel pueblo...

Lejos de mi Madrid...

De mis amigos...

Me lié la manta a la cabeza y la tomé en mis brazos, y la bese apasionadamente durante un tiempo interminable. No sin antes retirar de sus manos la taza de caldo humeante que con tanto amor me traía.

Debo confesar, que, nunca estuve enamorado de Sara, y que inconscientemente le hice mucho daño. ¡pero coño! es que era la única mujer soltera del cuartel, aunque como ya he apuntado, tenía novio.

Para descargar mi conciencia diré, que fue ella la que provocó mis ansias de mujer en aquella situación. Fue cual Eva, que en vez de manzana, con un caldo del cocido me tentó; y yo cual débil Adán sucumbí a sus encantos.

Era una mujer muy atractiva, rubia, melena en cascada hasta los hombros. Boca muy bien dibujada, aunque algo finos los labios. Ojos muy azules, preciosos, que le daban a su mirada el tono del horizonte del mar en un día de luz. Tenían un brillo especial que iluminaban el ambiente de donde se hallaban.

A mis veinte años había besado pocos labios de mujer, sólo los de Diana María, y los de Pepita. Sara (seguramente porque tenía novio) me besó de una forma totalmente desconocida, ya que nunca había sentido esa fuerza tan arrolladora que imprimió su boca en la mía.

Fue enorme la erección que tuve al instante; jamás había sentido tanta turgencia en mi miembro viril...

-¡Qué me has hecho, Sara! Sólo pude balbucear.

-Lo que he deseado hacer con ansia ilimitada el día que llegaste. Me enamoré de ti, al instante.

No podía soportar más aquella presión en mi bragueta; ella se dio cuenta al instante y se arrodillo frente a mí. Sus manos desabrochaban los botones con una serenidad pasmosa; me temblaban las piernas.

Cuando se introdujo en "el interior de la jaula", en busca del ave que la habita para concederle la libertad tan ansiada, y cuando comenzó a besarle con sus labios y con su lengua...

Fue le delirio...

La apoteosis...

El arrebato...

... Aquellos labios circundando la superficie de mi glande me trasladaron a un mundo desconocido; era la primera vez que me "la mamaban".

-¡Joder! que placer más inmenso.

Sara sorbía de mi polla a la vez que con ambas manos me masajeaba los testículos, que parecía que me iba a electrocutar, puesto que una especie de corriente eléctrica circulaba desde la planta de mis pies hasta la nuca.

-Para... para... por favor Sara... que no lo resisto.

-Cariño, túmbate en la cama y relájate. Me dijo con esa carita de ángel divino que tenía.

Y así lo hice, pero antes ella, ya me había quitado las botas, el pantalón y los calzoncillos. Allí quedé tumbado, boca arriba, con el pene en su máximo esplendor.

Se tumbó a mi lado, los dos de costado, ya que el catre, más que cama era de un sólo cuerpo. Ella en braguitas y sujetador; yo, sólo con la camiseta.

-Cariño, me dijo mirándome a los ojos, los cuales los tenía a escasos 20 centímetros de los míos. Su aliento me quemaba. -Te prometo que soy una mujer muy decente; ya sabes que tengo novio, y si he hecho esto contigo, ha sido porque una fuerza irresistible me ha conducido a ello.

Ya repuesto algo de la impresión, le dije.

-Sara... balbucee, estoy confundido. Has llegado a mi vida como un ciclón, sólo tengo 20 años, sin experiencia... y además tú... la hija del brigada...

-Estoy dispuesta a jugármelo todo por ti.

Y aquí estuvo mi error, ya que en aquel momento sólo deseaba follar, y ante el temor de desilusionarla, le dije lo mismo: que yo también me había enamorado el mismo día que la vi.

Jamás había sentido las entrañas de una mujer, como lo sentí con ella. Fornicar en los años sesenta en plena Dictadura con una mujer decente, no es que fuera un difícil, era casi un milagro.

¡Cómo me folló Sara! Nunca se me olvidará aunque viviera mil años Y además en una cama. Mi folladas anteriores habían sido malamente en parques y en tapias con poca luz, y casi siempre de pie. ¡Por cierto! que mal se mete en esa posición.

Se despojó de sus braguitas y sujetador, y me quitó la camiseta. Intentó montarse encima de mí, pero yo prefería hacerlo al revés, deseaba tenerla presa entre mis brazos, para entrar hasta lo más profundo de su ser.

-Prefiero montarte yo. ¿Te importa?

-No, no, me encanta sentirme rodeada y dominada por el macho.

Cuando sus piernas formaron un ángulo de 180 grados, abiertas al máximo que permiten las caderas, y al ver aquella mata de pelo que cubría hasta más arriba de su Monte de Venus; y cuando alzó los brazos para rodear mi cuello y vi sus axilas también cubiertas de vello, me arrebaté. (Debo aclarar, que entonces no estaba de moda depilarse la mujer las axilas ni la zona púbica)

La emoción que sentía es indescriptible, ver las tetas y el coño de Sara ahí mismo; sintiendo la belleza del paisaje y el aroma de su floresta, para un joven de los años sesenta, sin apenas recursos, tener en esa posición a una mujer que siente lo mismo que tú, que está contigo buscando el placer y el amor, sólo era posible en el matrimonio.

Cuando su mano tomó mi pene, porque se dio cuenta que no atinaba a la primera, y lo dirigió a la bocana de su puerto, casi no lo resisto. Sentía el calor y la suavidad de su vulva tan directamente, que parecía que mi corazón iba a estallar. Pero cuando empezó a restregársela en movimientos perpendiculares a la vez que movía el culo en movimientos circulares, no lo podía resistir, por lo que me retiré con un movimiento brusco, de haber seguido tres segundos más hubiera eyaculado un torrente de semen.

-¡Qué has hecho Félix! Si estaba a punto del orgasmo

-Lo siento Sara, también yo lo estaba, pero quiero prolongar esta situación tan maravillosa.

-Gracias mi amor.

Paramos y fumamos un cigarrillo a medias. Y habíamos perdido la moción del tiempo y del espacio. Juro que no sabía en aquellos momentos si estaba en la Tierra o en el Cielo.

-Sara.

-Dime mi amor.

-¿Te creerías que eres la primera mujer con la que me acuesto?

No la mentía, le dije la verdad.

-¿Nunca has estado con una chica?

-Así, no.

-Se nota. Me dijo un tanto sarcástica.

-¿Y eso? pregunté intrigado.

-Porque te temblaban las piernas y no atinabas a meterla.

-Es cierto Sara, apenas tengo experiencia sexual.

-No te preocupes, que yo te enseñaré.

-¿Y tu novio?

-No me hables de él ahora, ¡por favor!

-¿No le quieres, verdad?

-La verdad que no, es un compromiso que nunca debí aceptar, pero mi madre le adora; es un buen chico y con un gran porvenir. Pero no le quiero.

-¿Te molesta si te pregunto si follas con él?

-Después de casi seis años de relaciones, ya me dirás. Pero por favor, cambiemos de tema, que me enfrío.

Instintivamente sin mediar palabra nuestras manos se dirigieron a nuestros respectivos sexos. Tocar su vulva era una gozada, sobre todo manipular aquella especie de lengua que le afloraba por su rajita, tan suave, tan delicada... (Luego supe que son las ninfas o labios menores) y que algunas chicas lo tienen tan desarrollados que les sobresale.

Al instante otra vez estaba en plena erección, se me había bajado un poco en el transcurso de la breve conversación. Salté sobre ella con un ímpetu inusitado pero con delicadeza. Se abrió de piernas y me ofreció su húmeda y delicada rosa roja. Esta vez no hizo falta que su mano guiara el camino hacia el placer.

¡Qué placer más inmenso! la polla me reventaba y los testículos parecía que iban a explotar de un momento a otro.

-¡Cómo la siento mi amor! ¡Cómo la siento! Me devora las entrañas... Me dijo casi llorando.

Fueron dos orgasmos terribles al unísono. Me tuvo que meter el canto de una de sus manos para que la mordiera y no gritara, ya que los espasmos y sacudidas que daban los disparos de mi semen dentro de su vagina me hacían perder la razón. Ella meneaba el culo como queriendo extraer todos los vertidos de mis testículos a través de mi falo.

Quedamos rendidos, extasiados, suspendidos en nuestra propia felicidad.

Sí, quedé prendado de Sara. Pero... Luego vino lo que tenía que llegar.

 

Capítulo 4

Lo que pasó después

Quedé tan conmovido después de aquella tarde con Sara, que me sobrevinieron grande dudas.

-¿Si no estaba enamorado de ella, porqué no la apartaba de mi pensamiento?

Con veinte años, y creyendo que el mundo femenino es inmaculado y blanco como la Virgen María; pues como ya he apuntado, creía que las mujeres vienen al mundo para se esposas ejemplares y madres abnegadas, la actitud de Sara me sobrepasaba.

-¿Seis años de novia, y folla conmigo que me acaba de conocer? -¡Pero si es un chica muy decente!

No es de extrañar que a esa edad, y educado en un sistema represivo sexual, en donde la pureza y la castidad decían que eran virtudes imperecederas de la mujer española, me asaltara muchas dudas respecto a ellas; pues no podía asumir el hecho, que en el sexo fueran como el hombre.

Como ya he dicho antes, comía en la fonda del tío Nicasio, que estaba en las proximidades del cuartel. Y que tenía dos hijas, y que la pequeña: Estíbaliz me miraba con buenos ojos; pero era feilla y con un cuerpo que parecía un armario, y la cara siempre colorada.

Debería estar pendiente de mi llegada, porque nada más entrar por la puerta, salió a recibirme.

-¡Hola Félix! Te he preparado un estofado de carne que te vas a chupar los dedos.

Más tarde entendí, porque no me avergüenza decir, que era (y sigo siendo torpe para descifrar lo que piensan las mujeres), que Estíbaliz trataba de conseguirme a través del estómago, ya que evidentemente a través de su físico era imposible; porque estaba a años luz del tipo de mi mujer ideal.

-Te lo agradezco Estíbaliz, porque vengo de hacer una correría y traigo más hambre que un perro flaco.

Pasé al comedor; había una mesa alargada rodeada de sillas, y se comía todos juntos, como en familia.

El señor Nicasio me miraba desde la esquina de la mesa donde se sentaba habitualmente. Seguro que sospechaba la actitud de su hija hacia mí, y la madre seguro que más; pero como yo iba a zampar, no me entera de nada; hasta el punto que mis miradas eran sólo para el aquel plato de estofado, ignorando el mundo que me rodeaba en ese momento.

Cada vez que Estíbaliz pasaba por mi lado, me rozaba con su culo gordo, pero yo a lo mío: al estofado de carne. La verdad, que ni me planteaba follar con ella. Sara estaba incrustada en mi mente, y no sabía como quitármela.

Luego contaré lo que me pasó con ella.

La actitud de Sara después de aquello

Lo que me extrañó es que seguía con su novio, al que veía casi todos los días, y me ignoraba. Pensé que había satisfecho conmigo un deseo pasajero, y una vez realizado ¡Hasta luego Lukas!

La verdad, que lesionó mi orgullo; el pensar que una mujer me hubiera utilizado sexualmente, no entraba en aquellos parámetros míos de medir el amor puro y verdadero. Una mujer decente, era incapaz de hacer lo que hizo Sara. Pero como vivíamos en la misma casa, eso de verla a cada momento, me llevaban los demonios.

Un día, como siempre, a la hora de la siesta, en donde el silencio era el rey del cuartel, llamó a la puerta de mi pabellón.

-¡Cariño! ¡Mi amor! Me dijo echándose a mis brazos. No sabes lo que estoy sufriendo.

-Más sufro yo con tu actitud tan distante.

-Calla, calla... amor mío... qué no sabes lo que pasa.

-No me asustes... ¿Qué es lo que pasa?

-Mi madre, que está muy mosqueada, se huele algo entre nosotros, y no me quita ojo. Vamos a dejar pasar un tiempo hasta que deje de vigilarme.

-¿Pero no me dijiste que estabas dispuesta a todo por mí?

-Sí, mi amor lo estoy, pero tenemos que esperar a que yo vea el momento oportuno, llevas muy poco tiempo aquí. Debemos esperar, ten paciencia mi amor. Y ahora me voy, que no me fío de mi madre.

-¡Pero no vamos a hacer el amor!

-No cariño, ahora no puedo, además estoy con la regla.

Me tumbé sobre mi catre pensando en ella, y al final no puede evitar masturbarme pensando sobre todo en su coñito tan jugoso y en sus tetitas pequeñas pero de pezón tipo cereza, ya que cuando me lo metía en la boca, me parecía eso: una guinda.

Llegó la primavera, y si la sangre altera, la mía hervía; necesitaba una mujer, pero no sólo para follar, la necesitaba para que llenara con sus besos de amor mi alma lastimada.

Aquellas mocitas de la localidad

Pido otra vez disculpas a mis lectoras por mi petulancia, pero de verdad, el uniforme me sentaba tan bien que las nenas de aquella pequeña localidad me miraban con disimulo, y algunas mamás también.

Sara seguía viéndose a diario con su novio, y ya no hacía por verme como al principio; lo cual me demostraba que si aquel día se jugó el tipo por follar conmigo, es que ya no le inspiraba el deseo de estar eternamente a mi lado, tal como me juró aquella tarde cuando estaba entre sus muslos.

El problema de estar con Sara se complicó, ya que a finales de Marzo se incorporó al cuartel otro guardia soltero; por lo que tuve que compartir el pabellón con él. Se llamaba Timoteo, y era algo mayor que yo, calculo que unos cinco años.

Después de las presentaciones de rigor me preguntó por la vida en general de la localidad.

-¿Qué tal la vida aquí?

-Muy tranquila Teo; (le llamábamos así) del cuartel al servicio y del servicio al cuartel; y a comer y cenar al Mesón de Nicasio.

-¿Y de chavalas, que tan anda el pueblo?

-Llevo poco más de dos meses aquí, y la verdad, que no me he preocupado mucho de ese tema?

-¿Es que tienes novia en donde vives?

-Vivo en Madrid, y no tengo novia.

-¿Y aguantas "sin meter"?

-Ya me dirás que voy a hacer.

-Mira, mañana es domingo, y si te parece, después del servicio nos damos una vuelta por el pueblo.

-Me parece muy bien. Pensé en ligarme a una chavala para darle celos a Sara. Y así fue; no nos fue difícil ligar dos chavalillas preciosas y jovencitas que estaban sentadas en un banco de la plaza, no tendrían más de dieciocho años.

-Disculpad nuestra tardanza. Dijo Teo dirigiéndose a las mozas.

Ellas y yo, nos quedamos un tanto extrañados de su salida. Éste mirándome me dijo.

-Félix, ¿pero no eran las mozas con las que habíamos quedado?

Comprendí, y las chicas también, y se rieron.

-Pues ya hemos llegado, siguió con la broma.

Obviamente les caímos muy bien a las chicas porque nos invitaron a sentarnos en el banco después de las obligadas presentaciones. Instintivamente me senté al lado de Silvia, la más jovencita; una preciosidad de niña.

Mi intención era pasear por las inmediaciones del cuartel para que Sara me viera paseando con ella; y así fue.          Estaba conversando con su novio en la misma puerta; con ellos su padre (el brigada y su madre) y como es preceptivo hicimos el saludo de rigor.

Sara, me pareció que no le afectaba para nada verme con una chica bastante más joven que ella, pues no observé ninguna reacción en su rostro. Pero en el de su madre, si me pareció observar un gesto de animadversión; o me lo pareció. No sé, pero me dio que pensar.

Al día siguiente.

-¡Vaya, vaya, Félix! ligando a las mocitas del pueblo. Me dijo Sara aprovechando que ese día estaba de servicio de puertas.

-Bueno, le dije con cierta indiferencia. Ya que me has olvidado, que para ti sólo fui un capricho, he de buscarme una amiga, al menos para pasear;

-Ahora no puedo hablar, estás de servicio. Después de comer, te espero en la arboleda detrás del cuartel, y te cuento.

Justamente detrás del cuartel, había una frondoso bosque. Sentado en la base de un árbol y apoyado en su tronco, esperaba la llegada de Sara. No me hizo esperar mucho, ya que se presentó enseguida. Se sentó junto a mí, a mi derecha.

-Mi amor, ¡qué ganas tenía de estar contigo! Me dijo con los ojos húmedos.

-Pues la verdad Sara, no me lo parecía.

-Cariño compréndeme. Llevo más de seis años con mi novio, estoy a punto de casarme, y romper con todo esto necesito tiempo, y sobre todo, que tu estés decidido a casarte conmigo.

Reconozco que se me pusieron los pelos de punta; eso de casarme a los veinte años me parecía algo totalmente fuera de lugar; y en los ojos de Sara, vi, que estaba decidida a dejar todo por mí. Pero como tenía unas ganas terribles de follar, reconozco que fue un canalla. Le dije.

-Mi vida, estoy loco por ti, a la vez que juntaba mis labios a los suyos.

Me abrazó de una manera apasionada y casi llorando. Comprendí que estaba viviendo un drama, y que era sincera. Pero en ese momento a mí lo que me importaba era follar. ¡Qué inconscientes son los 20 años!

Introduje mi mano izquierda entre sus piernas buscando sus humedales, a la vez que se me ocurrió una terrible maldad para ganar sus favores.

-Mi amor, creo que tengo la solución para solucionar los problemas que nos impiden estar juntos.

-¿Cual? Me dijo con un brillo de esperanza en sus ojos.

-Dejarte embarazada.

Quedó perpleja, pues no esperaba esa solución, pero después de pensarlo unos segundos, me dijo.

-Pero Félix, ¿Estás seguro de lo que dices?

-Creo Sara que es la mejor solución. Tu novio te dejará, y tus padres no tendrán más remedio que aceptar al padre, que evidentemente soy yo.

Calló, y algo raro me olí, ya que apartó los ojos de los míos. Y cosa rara en mí, entendí su silencio. Pero que ingenuo soy. Si Sara follaba con su novio casi todos los días, pues casi todos los días se veían... ¡Cómo iba a demostrar que yo fui el que le dejé embarazada!

Me leyó el pensamiento, y me dijo con la voz entrecortada.

-Mi vida, es que... me acuesto con mi novio... ¿Comprendes?

-Ya, o sea ¿Qué lo más lógico es que tu novio fuera el padre?

Y aquí se acabó la conversación, pues perdí el conocimiento; pero no fue de la impresión de lo que me dijo Sara, fue del terrible batacazo que me dio su madre con una estaca y que me abrió la cabeza.

 

Capítulo 5

Como la "brigadesa" me abrió la cabeza con un palo

La madre, que se olía nuestra relación furtiva, estaba al acecho de lo que su hija hacía; no le quitaba ojo. Lo que no sé, como Sara no se percato esa tarde, seguramente creyó que su mamá hacía la siesta, ¡pero sí, si! La muy "lagarta" (la madre, no Sara) seguro que se hizo la dormida, pero con un ojo abierto, y la siguió.

Estábamos retozando a la sombra de un árbol; haciendo planes. Yo, la verdad, no tenía plena conciencia de lo que hacía, pero si sabía que ver a Sara era empalmarme.          Era tan inexperto de las cosas importantes de la vida, que creía que era un continuo idilio; que lo  importante era amar y ser amado.

De repente, el estacazo que me arreó la brigadesa por la espalda en la cabeza fue de órdago. Allí me dejó tirado sin saber lo que me había pasado.

Cuando tomé conciencia de lo sucedido, y no deseando moverlo ni elevarlo a la superioridad, acepté lo que me propuso su padre, el brigada: trasladarme a Madrid, lo cual acepté sin poner ninguna objeción, al fin y al cabo era mi deseo.

Tuve que abandonar el cuartel por razones obvias durante los quince día que tardó en llegar la orden de mi traslado, y me fui a la fonda de Nicasio también a dormir, alegando que iban a hacer obras en el pabellón de solteros del cuartel. La cara de alegría que puso Estibaliz al saber la noticia no la pudo disimular.

-¿Y cómo es que no viene a dormir también Teo? Me preguntó Nicasio con cierta sorna.

-Pues no lo sé señor Nicasio, pregúnteselo a él cuando venga a comer.

Obvio decir, que, convine con Teo la excusa que iba a dar en la fonda, para que estuviera prevenido. Lo sucedido, no debía de trascender fuera del cuartel.

Esa noche, estuvo Estíbaliz pendiente de mi, éramos sólo dos los que cenábamos; el señor Nicasio estaba en un salón contiguo al lado de la lumbre del hogar, y la madre zascandileaba de aquí para allá con sus labores, seguro que los papás de la nena, no sospechaban nada de lo que iba a pasar tres horas después; sobre la una de la madrugada. ¡Si ni yo mismo lo sabía, cómo lo iban a saber ellos!

Estaba dando vueltas a la cabeza de lo acaecido, y la tenía hecha un lío (mi cabeza, no a Sara ). También me sentía culpable de lo sucedido, ya que me temí haber arruinado su noviazgo y su futuro. ¡Nunca debí permitir su acercamiento! ¡Y mira qué me lo dijo mi padre! ¡Hijo! ¡Nunca hagas daño en los cuarteles que vivas!

-¡Pero coño! a los veinte años se te pone como el pedernal a cada momento. ¡Cómo un chaval de esa edad se va a resistir a un coñito que se lo ponen en bandeja!

Estaba fumando un cigarrillo, haciendo figuras en el aire con el humo; sobre todo aros que se iban diluyendo en el espacio; imaginaba que eran el coñito de Sara. Sólo sabía que su imagen me ponía cachondo, y sus recuerdos más todavía; ¿Era amor o lujuria? No estaba seguro, la verdad, pero no le apartaba de mi cabeza.

Abracé mis 18 centímetros con una de mis manos con la intención de masturbarme a la salud de ella, cuando de repente escuché unos pasos sigilosos y unos golpecitos muy suaves en la puerta de mi habitación. Me sobresalté.

-¡Pero coño! quien será a esta hora. Miré al reloj que siempre dejo en la mesilla; eran la 01:20 horas.

Antes de que me levantara para saber quien era, Estíbaliz estaba entrando en la habitación, ya que no había echado la falleba de la misma.

Estaba (la habitación), iluminada con la luz tibia que desprendía la bombilla de la lámpara de la mesilla, pero suficiente para ver sus pantorras a través de su camisón trasparente (seguro que se lo había puesto para la ocasión)

-¡Joder! que impresión Aquello no eran muslos. Yo que soy delgadito de piernas, aquello me parecían dos columnas; pero no sé porqué me excitaron. Quizás porque lo que me faltaba a mí de cintura para abajo lo tenía ella; o porque estaba caliente; el caso es, que sobrepuesto del susto le dije:

-¡Jo! Estíbaliz Que susto me has dado. -¿Qué haces aquí? Pregunté poniendo cara de lelo, seguramente.

-¿Tú que crees? Pero si quieres me voy.

-¡No, no, por favor! Pero comprende que no te esperaba, y...

-¿Me haces un lado? Te he dado esta habitación porque la cama es de matrimonio.

-¡Andá! Pues verdad. Dije por decir algo.

Y sin decirle nada más, se acostó a mi lado, a mi derecha.

Estaba totalmente abrumado, pues en aquella época (e incluso hoy) que una tía se te meta en la cama sin previo aviso, no era ni es muy normal que digamos.

-Félix.

-Dime.

-Sé que te vas de aquí.

-¡Coño! ¿Y cómo lo sabes?

-Ya sabes las noticias vuelan. Pero no te preocupes y no se hable más del tema. A mí, no me importan tus líos con la hija del brigada; lo que quiero es otra cosa.

Repuesto de la sorpresa, y la moza a mi lado, rozando su muslamen con los míos, la verdad, que me empalmé a tope; mis neuronas no la rechazaron a pesar de que a la sazón era muy especial a la hora de estar con una mujer. ¡Cosa rara en mí! ya que en Madrid había desestimado muchas insinuaciones de chicas que no eran de mi agrado. ¡Joder! si las pillara hoy.

Quizás el estar solo allí, y sin mas mujeres donde poder elegir, pudo ser el detonante que decidió el que antes de hacerme "un pajote" a la salud de Sara, la metiera en el chochito de Estíbaliz, que dicho sea de paso, la muy puñetera ardía.

-Félix. Me dijo otra vez.

-Dime, le dije al unísono que mi brazo derecho lo pasaba por debajo de su cuello abrazándola, y mi mano izquierda buscaba sus zonas húmedas por debajo de su camisola.

-Soy virgen.

-¡Eh! dije pasmado. ¿Virgen a tus años?

-Voy a cumplir treinta años próximamente, desde niña ayudando a mis padres en el hostal, y ningún chico me ha pretendido.

Al ver su rostro compungido entendí, y la verdad que me dio algo de pena. ¡Desde luego! que más bien era feilla, añadido a su carita siempre colorada, no era precisamente una muñeca que deslumbrara a los tíos. Por eso ninguno se habían acercado a ella. Pero cuando se levantó de la cama para quitarse el camisón de espaldas a mí, casi me da un telele... -¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¡Qué pedazo de tía!

Lo primero que me llegó a mis ojos fue su tafanario tan redondo y bien colocado que me impresionó. ¡Qué pedazo de culo! Era lo más hermoso que había visto en mi vida.

Los muslos, torneados y firmes como las columnas del Templo de Venus, que tapaban el defecto de sus pantorrillas gruesas y sin labrar.

Pero cuando se dio la vuelta y la vi toda ella por delante, aluciné. ¡Qué pechos más firmes y erguidos! Parecían dos ánforas, dos cántaros, dos botijos con sus pitorros y todo.

-¿Te gusta mi cuerpo? Félix.

No supe que decir, y añadió:

-Sé que vestida no me has hecho caso, a pesar de mis insinuaciones, pero desnuda, espero que si me lo hagas.

Se volvió a acostar a mi lado y pegó sus enormes tetas junto a mi pecho. Su mano izquierda se posó sobre mi pene; entornó los ojos y dijo:

-¡Es la primera polla que tengo entre mis manos!

-Me cuesta creerte Estíbaliz, y perdona si te ofendo.

-Me voy Félix, yo no he venido a ti para conquistarte con mi virginidad, es la pura verdad y no me avergüenza decirlo.

-Espera, por favor... Espera. No te vayas. Pero reconoce al menos mi incertidumbre; serás virgen y ahora lo comprobaremos si tu quieres, pero la entrada en mi habitación ha sido más propia de una puta que de una virgen.

-¡Menos mal que le dio por reirse!

-Mira Félix, me dijo muy seria. -No tienes ni idea lo que supone para una mujer como yo; desde los trece años que me vino la menstruación; con deseos sexuales reprimidos; en este pueblo, con mis padres, y guardando mi honra.

Aquí hizo un inciso para esbozar una mueca que pretendía ser una sonrisa.

-¡Mi honra! ¿Para qué? Para que se la coman los gusanos. Me ha costado Dios y ayuda para dar este paso, y todavía no me lo puedo creer, pero al saber que te ibas, me he arriesgado a darlo aún a sabiendas de lo que me jugaba. He preferido ser considerada por una puta por ti, a que me veas siendo una mujer decente.

La callé con un beso en los labios. Vi tanta amargura y a la vez tanta sinceridad en su rostro y en sus palabras, que me emocioné.

-Estíbaliz. No sigas por favor, que me enterneces. Por mi puedes estar segura que lo que pase aquí, sólo las paredes y esta cama podrán proclamarlo al viento; porque yo te juro que de mis labios nunca saldrán las emociones que deseo vivir contigo esta noche.

No había soltado mi pene durante su alocución, lo tenía asido a su mano de tal modo, que parecía que se le podía escapar en cualquier momento.

-No soy un experto amante, pero voy a hacer que tu primera noche de amor se incruste en tu cerebro para que nunca la olvides.

La noche mágica, y el virgo de Estíbaliz

Estíbaliz no me gustaba como mujer, pero su ternura y su sinceridad me cautivaron. Unido a ese cuerpo tan hermoso, decidí que ésta, su primera noche de amor, como dije antes, la iba a recordar de por vida.

-Cariño, le dije poniendo la voz más dulce que podía. Sé que te gustaría que esta fuera tu noche de bodas, y que yo sea ese hombre con el que te acabas de desposar. Cierra los ojos, y vívela como si fuera realidad.

Cerró los ojos y se dispuso a consumar lo que durante tantos años había soñado despierta.

-Sí, mi amor, despósame, mi honra la he estado guardando durante treinta años para ti.

Tenía curiosidad por saber como es un virgo; en un revista extranjera, no de sexo, trataba sobre ginecología, y  todos los órganos sexuales de la mujer venían fotografiados, incluido un himen intacto.

Abrí de piernas a Estíbaliz para ver su virgo; no es que desconfiara de ella, pero tenía curiosidad por comprobar si el himen es igual que el que vi en la revista.

-¿Qué me vas a hacer "esposo mío"? Me dijo con voz trémula; se palpaba que la emoción le sobrepasaba.

-Hacer que tu noche de bodas, "esposa mía", sea inolvidable.

-¡Dios mío! ¡Qué muslos! abierta de piernas todo el ángulo que daban de si sus caderas, alucinaba ante tanta abundancia de mujer. ¡Con el hambre sexual que pasábamos en aquellos años los solteros!

Decidí hartarme de hembra, aparqué mis prejuicios espirituales basados en el amor puro, esta vez pudo el materialismo: lo refrendaban mis dieciocho centímetros de "macho" que amenazaban romper el frenillo que le une con el glande.

Abrí muy suavemente los labios mayores de su vulva, y... ¡Efectivamente! la entrada de su vagina totalmente cubierta por una especie de tela color rosada. Estaba presenciando un espectáculo grandioso que muy pocos hombres se han molestado en contemplar.

-Cariño. Voy a preparar tu coñito antes de desflorarte.

Sus muslos temblaban, quizás de la emoción ¿o de la impaciencia? Porque emanaban de aquella fuente dos arroyuelos de agua que serpenteando por ambas laderas de sus piernas se perdían por el valle que las formaban.

Sumergido en la contemplación de su virgo inmaculado, no reparé en su floresta. Alrededor de la vulva, invadiendo ambas ingles y ocultando el Monte de Venus, una mata de vellos negros y muy rizados, formaban aquella selva inexplorada por varón alguno. Yo iba a ser el primero en mancillar aquel rincón sagrado que toda mujer decente lleva al matrimonio.

Entre el follaje emergía un clítoris que me causó impresión. No es que hubiera visto muchos, pero el de Estíbaliz me parecía excepcional. Al instante del posar mi lengua, la portadora de tan delicado manjar dio un respingo con el culo que casi me parte los labios; menos mal que los coños no tienen dientes. ¡Qué si no!

-¡Uf! Félix. ¡Pero qué me has hecho, ahí!

-¿Es qué no te ha gustado? Le pregunté mientras apartaba mis labios de tan delicada fresa.

-¡Jolín! cariño Es que no he podido resistir el gozo que me ha dado.

-Pero mi amor... Si esto es sólo el principio.

-Sigue, sigue, "esposo mío". Dame más placer como el de antes; y si no lo puedo resistirlo y me muero, di a todos que he preferido morir siendo puta una noche, que decente toda una vida.

Tuve que ponerle mis calzoncillos en la boca a forma de tapón (es lo primero que encontré a mano) porque no podía aguantarse el no gritar; pero se conoce, que, con mis labios mamando de su vulva, y mi slip en su boca, (oliendo a macho), la enervó tanto, que entró en tal estado de excitación que me asusté, y presto dejé de succionar su clítroris y ninfas, y quitarle el tapón de la boca para que tuviera que tomar aire. Estaba más colorada que una Sandía de Lanzahíta

-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! no cesaba de repetir.

-No me asustes Estíbaliz ¡Coño! que me arruinas.

¡Joder! lo que faltaba, que después del affaire con la hija del Brigada, otro lío con la hija del señor Nicasio. Para salir del pueblo a hostias.

-¡Ya! ¡Ya! Ya se me pasa el soponcio.

Respiré aliviado. Es que había que verla, ella que de por si es de piel coloradita, en ese momento era pura candela...

-¡Joder! que susto.

Ya serena y tranquila, se arrimó a mí; sus dientes jugueteaban con el lóbulo de mi oreja derecha.

-Mi amor: el momento que me acabas de hacer vivir, es lo más grandioso que he sentido en mi vida. ¡Jamás pude suponer que esto daría tanto gusto!

-Pero. ¿No te masturbas?

-¿El qué?

-No me digas que no sabes lo que es masturbarse

-Pues no, la verdad que no.

-Pero ¿es qué no hablas con tu hermana y amigas de estas cosas del sexo?

-No, no. Nos da vergüenza.

-¿Y cuándo te confiesas, el cura no te hace preguntas de estas cosas?

-Me dice el Párroco don Senén, que si cometo actos impuros, pero como yo no fumo ni bebo, le digo que no.

Estíbaliz no me estaba vacilando; era totalmente clara y sincera. El prototipo de aldeana sin más visión de la vida que su limitado entorno, y sus cortitas entendederas le señalaban; que unido a la represión sexual de principios de los años sesenta, y al no tener hermanos; no era de extrañar su ignorancia en estos temas.

-¿Pero tampoco te tocas el chichi cuando estás excitada?

-Sí, pero no siento nada. ¡Bueno! alguna vez me da cosquillas, pero no el gusto que he sentido contigo.

-Pues esto sólo ha sido el preludio, ahora vendrá la verdadera obra del arte del amor. Prepara una toalla.

-¡Una toalla! ¿Para qué?

-Para no manchar las sábanas.

-No te preocupes, soy yo la que se encarga de la limpieza de las habitaciones.

-Pero puedes sangrar bastante, convendría que te pusieras una toalla debajo.

-¡Ay! sí. Que tonta soy, no había caído en ello.

-¿Estás preparada, "esposa mía"?

-Sí, preparada y totalmente entregada a ti, "esposo mío".

Eso de desvirgar a una mujer, me parecía algo totalmente fuera de mi alcance, y menos fuera del matrimonio, pero ahí estaba el virgo de Estíbaliz esperando ser deshojado por mí.

Me miró con tanta dulzura esa carita coloradita y fea, que me pereció la flor más hermosa de la rosaleda, y por un momento viví esa maravillosa sensación que dicen que concede la noche de bodas.

La estampa era para ser pintada por Rubens, y haber incluido a Estíbaliz en su obra pictórica "las tres gracias", porque su cuerpo sobrepasaba en hermosura a las otras tres.

Ahora fui yo, el que entró en un estado que no puedo explicar; aunque un amigo estudiante de psiquiatría me dijo después, cuando se le conté, que era "el síndrome de saturación de los elementos a mi alcance". Ni puñetera idea que es ese síndrome, pero el caso que debió ser cierto, porque me quede totalmente paralizado y sin saber que hacer.

Estíbaliz esperaba con las piernas totalmente abiertas que "su marido" consumara el acto de pasar de doncella a esposa, pero yo seguía sin saber por donde coño empezar. Y mira que la cosa estaba clara: por su coño.

-Cariño. La turbación me embarga, es tanta la emoción que tengo en esta nuestra noche de bodas, que tu hermosura me ha paralizado. Le dije para salir del paso de ese trance.

-No te preocupes mi amor, ven a mi lado y abrázame; y esperemos que tu corazón se reponga de la impresión. Toma.

Su hermoso seno izquierdo me lo puso en la boca, que la llenó totalmente con su areola y su pezón. Mamando de su hermoso pedúnculo, fue tranquilizando los ímpetus descontrolados mientras ella me acariciaba mis cabellos rizados color del azabache.

No era un noche de bodas; pero ¡Cuántas novias y novios quisieran vivirlas como nosotros estábamos viviendo esa noche!

Miré la reloj de la mesilla, y daba las tres y veinte horas. Me quedé medio dormido en su regazo al roce de las yemas de sus dedos en mis bozos.

Desperté a las cinco y cinco, había dormido poco más de hora y media; el aroma de los exudados de Estíbaliz inundaron mis fosas nasales, y mi pene se alzaba formando una especie de alcor en la sábana, había llegado el momento.

Me subí delicadamente al cuerpo de mi amada que ya estaba preparado para tan delicada operación. Con los dedos de mi mano derecha, observé la lubricación de su rosa, estaba totalmente dispuesta para ser cortada. No pudo evitar un profundo suspiro.

-Tranquila amor mío, tranquila...

-Lo estoy corazón mío, lo estoy...

Lleve mi pene con una de mis manos a la embocadura de aquel puerto, quedando allí quieta...

-¿Te duele, amor mío?

-No mi vida, traspasa sin piedad ese telón, y llega hasta el fondo de mi corazón.

Y traspasé aquella malla

que custodiaba su tesoro...

Quedando en aquella toalla

lo que guardaba el decoro.

Te juro, que allá donde vaya

guardaré como un tesoro,

lo que te robó este canalla,,,

Aquel que se fue a "su Foro".

Capítulo 6

Mi vuelta a Madrid. (Mayo de 1961)

Volví al Madrid de mi alma con cierto sabor agridulce de aquella localidad alavesa en donde fui destinado; y que en tan sólo cinco meses viví dos aventuras tan intensas que me hizo ver el mundo femenino tal como es, no tal yo creía que era. Tenía la creencia que para la mujer el sexo era consustancial con el amor; es decir, que la mujer sólo ama, hace el amor.

Pero ¡Sí! Sí! Estíbaliz sabía muy bien antes de entrar en mi alcoba que me marchaba para siempre de allí. ¿Qué es lo que la motivó a que un joven diez años más joven que ella la desvirgara?

Estaba muy claro, que fue la llamada del sexo lo que le motivó, ¿O quizás la desesperación? Evidentemente unido a la elección del hombre que tuviera ese honor; no creo que se hubiera ido con cualquiera. Pero con 30 años, una mujer que no ha sido desvirgada todavía, debe ver su futuro con cierta hipocondría, y le llegará el momento que rompa con sus conceptos morales y haga lo que hizo Estíbaliz conmigo.

Lo de Sara si que fue algo insólito. ¿Cómo una mujer con seis años de novia de un alto ejecutivo, pudo perder la cabeza por un chiquillo de 20 años por muy guapo que fuera?

Esas dos experiencias sexuales me habían hecho reflexionar sobre la conducta femenina; pero la de Estíbaliz mucho más. No sentí ningún deseo sexual por ella durante todos los días que me servía la comida y la cena en la fonda de su padre; sin embargo le amé, Sí, hice el amor con ella la última noche. ¿O quizás fue un simulacro del amor? No lo sé, la verdad.

Allá donde estés, te mando un cariñoso beso, y ¡ojalá! hayas encontrado el amor verdadero. Lo mismo te deseo a ti, Sara.

Aquellas chachas de la calle Amador de los Ríos

Vine destinado al destacamento del Ministerio de la Gobernación, ubicado a la sazón en esta calle, estando don Camilo Alonso Vega de ministro.

Justamente frente a la puerta principal se hallaba (y se sigue hallando) uno de los restaurantes más famosos de Madrid, y en los pisos superiores viviendas de lujo.

Cada vez que me tocaba hacer el servicio en mencionada puerta, observaba como desde las ventanas de enfrente de diferentes pisos, las chicas del servicio (chachas) me hacían señas y se reían.

Pero mi mentalidad con respecto a la mujer estaba por encima de aquellas chicas, no les hacía caso, ya que en mis días libres, me dedicaba a ligar las chicas de mi agrado.          Pero resulta, que, con ninguna conseguía pasar más allá del beso y algún toqueteo indirecto. Como me dijo el cura que me confesó, y como mi colita ya había conocido las delicias que concede lo que tienen las mujeres entre las piernas, eso de meneármela ya no me satisfacía, por lo que empecé a tomar en serio a aquellas chachas.

Tenía tres o cuatro servicios de guardia a la semana de la puerta principal del Ministerio de dos horas de duración; por lo que me propuse "estar al loro". Pero seguro que ellas estaban más al loro que yo. ¡Efectivamente! Nada más hacer el relevo al compañero, y plantar mi metro ochenta y mis setenta y cinco kilos de peso en la esquina derecha, ya estaban dos de las tres que me observaban haciéndome las señitas con las manos y las caras.

Obvio que yo tenía que mantener una postura circunspecta y estar pendiente del personal que entraba y salía, por lo que no debía abandonarla y mantenerme firme; así que opté por mirarlas directamente, y levemente movía el cuello de izquierda a derecha y viceversa para decir que si; y de arriba abajo y viceversa para decir no.  Entendieron a la primera mis gestos.

Me dijo una de ellas por señas, que a las doce de la noche me esperaba en el portal de su casa; le dije que sí, con la cabeza.

El portal estaba justamente frente al Ministerio, por lo que sólo bastaba cruzar la calle. A la sazón existía en Madrid la figura del sereno; una especie de vigilante nocturno que se encargaba de cerrar los portales de la fincas a las diez de la noche; y naturalmente de atender a los vecinos que llegaban después del cierre de los mismos, con la consiguiente propina preceptiva. Y también de mantener el orden en su distrito durante toda la noche.

Hacía una noche fresquita, por lo que me puse la capa y me dirigí al lugar del encuentro; allí estaba la que dijo llamarse Celia, detrás de la verja con cristales, en la penumbra y con la luz apagada.

Me abrió la puerta y me llevó a un cuarto trastero que se hallaba en los bajos del edificio.

-Aquí nadie puede vernos a estas horas, porque este cuarto solamente lo utilizamos la cocinera y yo. Disculpa, me llamo Celia.

-Encantado Celia. Me llamo Félix.

-Encantada Félix, ¿Sabes que eres más guapo de cerca que desde mi ventana?

-Yo sólo te veía medio cuerpo, pero ahora al verte entera, maldigo la hora en que no te conocí antes.

-Pues las veces que me insinuaba desde la ventana, y tú ni caso.

-¡Bueno! Comprende que mi situación es delicada, estando de guardia no podemos hacer estas cosas. Le dije para salir del paso.

Estaba maciza la tía, de unos treinta y cinco años aproximadamente, sobre todo de tetas, eran descomunales, por lo menos, un contorno de 120 centímetros de pecho.

En el trastero, de unos doce metro cuadrado había un sillón que estaba pendiente de que se lo llevara el chatarrero, pero que en ese momento me vino de perlas, ya que follar de pie es incomodísimo.

Me quite la capa que dejé encima de unas cajas. Los ojos de Celia estaban encendidos y me miraba con unos deseos reprimidos. Mis ojos no se apartaban de sus pechos.

-¿Te gustan? Me dijo al darse cuenta lo que mis ojos contemplaban atónitos.

-Toma mi amor, son tuyos. Me dijo a la vez que se abría la blusa y se desabrochaba el sujetador.

Emergieron dos enormes tetas, que al verse liberadas del opresor sostén, parecían que querían dominar aquella pequeña estancia con sus exultante tamaño. ¡Joder! que dos tetas, por poco me mandan contra la pared al liberarse del sujetador. Pero lo que me dejó estupefacto fueron los pedúnculos ¡Madre mía, que par de pezones! Parecían dos cerezas del Valle del Jerte. *

-¡Mama mi amor! ¡Mama!

Y Félix mamaba de aquellos botones con la misma ansia que un choto mama de la ubre de su mamá vaca.

Se sentó en aquel sillón, y adoptó una postura parecida a la que ponen las mujeres cuando las ausculta el ginecólogo: el culo en el borde, y las piernas cada una bordeando los brazos del mismo.

-Uffff. ¿Se imagina el lector/a donde quedaba el coño?

Me bajé hacia aquel manantial con el ansia del sediento ante la fuente de agua cristalina.

Quizás sea mi sentido del olfato el más desarrollado a la hora de hacer el amor. ¡Desde luego que la vista y el tacto se subliman ante la contemplación de un cuerpo femenino! ¡Pero el olfato!

El olor natural que desprende una hembra caliente, me enajena, me transfiere a otro mundo, me traslada al "Valle de los Aromas Divinos". No sé como todavía no se ha comercializado el "aroma de coño". Y lo que ya sería el summun del olfato, que las famosas actrices, igual que prestan sus rostros y cuerpos para la publicidad, prestaran sus exudados naturales para venderlos en frasquitos pequeños. Por ejemplo: "aroma del coño Ava Gadner" o: "Perfume del coño de Marilyn Monroe".

Yo hoy compraría la "fragancia del coño de Sharon Stone", o el de Angelina Jolie, o Julia Roberts. Las evocaciones que transportarían a la mente serían sublimes. Hacerse un pajote oliendo el aroma del chumino de tu actriz preferida, sería una pasada.

-Pues como iba relatando, al ver a Celia de la guisa que se pueden imaginar debido a la postura en que se hallaba, me causó una escalofriante impresión debido a que como las mujeres de aquellos años sesenta no se afeitaban el pubis y aledaños, "aquello" parecía un bosque; no se veía por ningún lado "la raja".

Se dio cuenta de mi incertidumbre, y con los dedos medio e índice de ambas manos, se separó los pelitos y se lo abrió.

-¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! que pedazo de chocho. Rojo como el carmesí y el fuego.

-Por aquí la puedes meter, cariño, para que no te pierdas.

-Gracias Celia, porque la verdad, encontrar el camino entre esa espesura, no es nada fácil.

Me arrodille hasta situar mi miembro viril a la altura adecuada, perpendicular a la entrada de su vagina; me la apuntó con su mano derecha, y yo sólo tuve que empujar para que entrara hasta los mismísimos testículos, que se balanceaban como un péndulo de reloj de pared debido a la posición, ya que quedaban colgando por la postura adquirida.

Me estaba resultando un polvo desagradable, ya que el follar para mí es un rito en el que hay que rodearse del marco adecuado; no necesariamente entre sábanas de satén y alfombras persas ¡Pero coño! si al menos en una habitación limpia y con una cama de sábanas blancas.

El caso es, que al sentirme ridículo en aquel cuarto trastero; con una bombilla colgando de un cable desde el techo, unido a que me dolían los riñones por aquella posturita tan atípica, se me bajó.

-¿Qué te pasa cariño? ¿Es que me vas a dejar a medias?

-Lo siento Celia, pero no puedo.

-¿Es que de repente te he dejado de gustar?

-No cariño, es que me supera el ambiente. ¿No podíamos subir a tu habitación?

-Es que duermo con Josefa, la cocinera, y no sé si ella...

-Seguro que si le propones hacer un trío, acepta.

-Eso es lo malo, que la muy puta también anda detrás de ti.

-¿Eres celosa, Celia?

-No, no, pero lo que jode es que no me jodas ahora.

-Comprende cariño, que tú te mereces una noche de amor mejor que esta Le dije para conformarla, y añadí.

-Mira mi amor, el día que libremos los dos, te llevo al mejor hotel de Madrid, (mentira y gorda) y lo pasamos de lujuria.

-¿De veras mi amor, que no se te ha bajado porque no te gusto?

-Al contrario cariño, se me ha bajado porque tu te mereces que te folle como a una princesa. Me gustas con locura.

Parece que se conformó. Se subió las bragas y yo los calzoncillos y quedamos para otro día follar como Dios manda.

* Valle del Jerte, Valle de la provincia de Cáceres, cerca de Plasencia, famoso por sus cerezas.

Capítulo 7

El trío con Celia y Josefa

Dos días después del polvo inacabado con Celia, en el cuarto trastero de la finca donde servía, hice otra guardia en la puerta principal del Ministerio; y como de costumbre, asomada a la ventana junto a Josefa, estaba también la cocinera. Me dijo que sí, con la cabeza; entendí que lo del trío que le propuse era aceptado por las dos, por lo que saque tres dedos de mi mano derecha con disimulo para que me lo confirmara; me volvió a decir que sí.

He dicho muchas veces, que, para los solteros el folleteo en esos años era casi un milagro; o te casabas o te ibas de putas. Por lo que hacer un trío (por la cara) de dos mujeres y un tío ni se pensaba, era inalcanzable para un chaval de 20 años, y sin un duro en el bolsillo.

Me entró cierto temor. ¡Hosti tú! eso de estar con dos titis a la vez me parecía demasié, una pasada, y la verdad, que me preocupaba. Me inquietaba, pues al no ser un follador nato de esos que se les pone dura ante una "escoba con faldas"; ya que buscaba a una mujer más espiritual que material: o dicho de otra forma: buscaba que me inspiraba una cadena de sentimientos, aunque sin ser amor, si fueran más místicos que prosaicos. Por eso temía dar un gatillazo a pesar de tener 20 años. Y Celia y Josefa mal comparado, eran más "cardos que rosas".

Pero un orgasmo es un orgasmo conseguido con amor o sin amor, y da el mismo gustirrinín, por lo que aparqué mis misticismos, y me dispuse a disfrutar de cuerpos sin almas. Además me pregunté a mi mismo:

-Vamos a ver Félix: no tienes novia, no estas enamorado de ninguna mujer. Entonces ¿Por qué te la meneas día sí, y día también? y no me digas que lo haces pensando en los ángelitos.

Qué me convencí a mí mismo, y volvía decirme:

-¡Es verdad! Celia y Josefa serán como mis manos, que cuando me canso de "sacudírmela" con la derecha me la "sacudo" con la izquierda.

Convencido por mí mismo, me dispuse a preparan el plan a seguir para "cepillarme" a los dos nenas (o ser "cepillado" por ellas)

El problema era doble: primero, el lugar del encuentro, porque en los hoteles pedían el libro de familia a las parejas, y el segundo, que no sabía donde podía llevarlas, ya que no conocía habitaciones clandestinas para parejas.

Quedé con Josefa en un momento que no estaba de servicio, para comunicarle los inconvenientes que tenía, pero ella me dio la solución; sus señoritos, un matrimonio de mediana edad, iban a hacer un viaje de negocios al extranjero, por lo que se quedarían solas durante una semana. Sólo bastaba saber el día que no tuviera servicio, y a partir de las diez de la noche, que cerraban los portales, y sin que me viera el sereno, me abrirían la puerta, para acceder al piso. Y así sucedió una cálida noche del mes de Mayo.

¡Qué poca responsabilidad se tiene a los veinte años! Me estaba jugando un consejo de guerra, ya que la España de 1960 era una Dictadura represiva, y además yo era militar, por lo que la pena podría ser muy dura. Pero cuando el sexo domina al seso, no se pueden controlar las pasiones. Y llegó la gran noche.

Tuve que salir del destacamento por la puerta que da a la calle Fernando el Santo, y sortear a la patrulla que hacía ronda por el exterior, ya que de verme algún compañero tendría que darle explicaciones. ¿Y que explicación iba a darles? ¿Qué iba a follar?

Eran las diez y cuarto cuando llegué al portal, allí estaba Celia oculta tras las rejas esperándome. Abrió sólo lo suficiente para que pudiera entrar.

-¿Qué te ha pasado cariño, que has tardado tanto? Pensé que ya no venias.

-Lo siento, pero me las he tenido que ingeniar para poder llegar hasta aquí, a pesar que son menos de veinticinco metros los que separan los dos edificios.

-Me lo imagino, he visto a la patrulla de guardia recorrer la calle. Pero vamos para arriba, no sea que vaya a venir el sereno y nos vea.

Subimos por la escalera del servicio hasta el tercer piso, ya que el ascensor no funcionaba. Celia iba delante unos tres o cuatro peldaños; y aunque la iluminación era tenue, si me daba para contemplar como su hermoso tafanario se movía a cada peldaño que subía a través de una sutil falda azul que llevaba; pero lo que me llamó la atención fue, que se la marcaba la raja del culo de una forma muy descarada.

-Celia: ¿no llevas bragas? Le dije muy bajito.

-¡Calla¡ que nos pueden oír. No, no las llevo.

-Vale. Me callo. Pero me sobrevino una erección.

Josefa estaba asomada con la puerta entreabierta unos centímetros vigilante y esperando nuestra llegada.

-¡Por fin llegáis! Ya me estaba poniendo nerviosa. Dijo nada más llegar al rellano del piso.

Entramos, tenía Josefa la luz apagada. Sólo la conocía de lejos o a través de la venta; pero quedé embobado al ver el pedazo de culo que tenía. Si el de Celia era hermoso, el de Josefa era descomunal.

Aquello me produjo tal excitación que se me puso a tope, y suspiré...

-¡Menos mal! Porque temía que la situación me superara, y no pudiera empalmarme. Como dije antes, hacer un trío en aquella época, por la cara y en nido ajeno, no estaba al alcance de cualquiera, y temía que los nervios me jugaran una mala pasada.

¡Mira Celia! Le dije a la vez que le tomaba de su mano derecha y se la llevaba a mi bragueta.

¡Cómo la tentaría que dijo!

-¡Jo! Félix, que dura la tienes, esperamos que no se te baje en toda la noche.

-¿Tienes hambre Félix? Me dijo Josefa, que como ya saben es la cocinera.

La verdad que no tenía hambre, pero al ver aquel jamón de pata negra que colgaba de un gancho de la pared, me entraron de repente.

Seguía empalmado a tope porque las caderas y el culo de Josefa me impresionaban. Nunca podría imaginar, que una mujer tuviera tanta carme por ahí. Se dio cuenta y me dijo la muy picarona.

-Por la cara que pones, seguro que prefieres mejor mis jamones ¿a que sí? Dijo subiéndose la falda hasta más arriba del vientre. Desde que has entrado no me quitas los ojos del culo.

La verdad que sí, que miro muy descarado a las mujeres, pero sin darme cuenta; ya me lo advierte mi hermana María.

-¡Jolín! Félix ¡Miras con un descaro a las mujeres!

Celia se reía al contemplar la escena ¡Menos mal que no era celosa!

Los muslos de Josefa no eran unos muslos cualquiera. Impresionaban, y más en aquellos años de tantas carencias.

-¿Donde te parece que vayamos? Le dijo Celia a Josefa, por lo bajito.

-¡Qué mejor que en el cuarto de los señores! Ni están, ni se les esperan.

De súbito me entró un cierto temor, quizás debido a que tomé conciencia de la situación: follar a la criada y a la cocinera en aquella habitación tan lujosa me parecía una profanación. Luego supe, que el señor, era un alto cargo del Régimen, y marqués para más señas.

-Tranquilo Félix. Me dijo Celia al observarme, que sabemos lo que hacemos. No va a pasar nada.

Me acordé de las escaleras, cuando subíamos al piso, y le alcé la falda. Efectivamente, no llevaba bragas.

-¡Ponte unas bragas Celia! Le dije con un autoritarismo simulado.

-¿Pero para qué?

-Porque lo que más me gusta, es bajar las bragas a la mujer que me follo.

Josefa reía. A la vez que le dijo: -¡Anda mujer! dale ese placer, y ponte esas bragas rojas que te compraste ayer.

-¡Rojas! Exclamé casi en un grito. Mi color preferido.

Al poco, aparecía Celia con unas braguitas rojas, de esas que van por debajo del ombligo y transparentes, y ese maravilloso tetamen de 120 cm al aire, libres.

Desde ese momento empezaba a comprender, y a la vez se derribaban todos los mitos que yo creía que portaban las mujeres decentes. ¡Cómo si a las decentes no les picara el chumino igual que a las otras! ¡No te jode!

Josefa se desprendió de su bata ¿o era un vestido? No me acuerdo, y también se quedó en bragas. Eran de las llamadas de "cuello alto". Pero es que a ese pedazo de culo, unas bragas de "cuello bajo" quedarían ridículas.

Las tumbé a las dos en la cama del Marqués; boca abajo; el espectáculo era deslumbrante y maravilloso, aquellos dos culos juntos causaban asombro e impresión, pero sobre todo, emoción.

Las dos hembras no me inspiraban ninguno de los sentimientos afectos al corazón, pero la polla me daba golpes contra el ombligo. Aquí rompí la barrera que me separaba mentalmente entre el sexo por amor en toda su pureza, del sexo por puro placer. Y una vez mentalizado que los cuerpos están concebidos para el deleite de los humanos; que el alma y el corazón sólo pertenecen a la espiritualidad, me dispuse a gozar de aquellos dos, a través de la lujuria y la voluptuosidad, que al fin y al cabo son sentimientos del animal, porque animales somos.

Describir minuto a minuto lo que aconteció en la habitación del Marqués, desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada que me quedé dormido, es complicado, porque hubo momentos en que me abandoné a las caricias de las dos sicalípticas cerrando los ojos dejándome hacer. En algunos momentos no sabía si la que me comía la polla era Celia o Josefa, porque las dos mamaban al unísono; y la vulva que yo lamía, de cual de las dos era.

Me encontraba en el reino de los lujuriosos. Y cuando las cataratas de semen se desbordaban por aquellos glúteos y pechos, era tal el placer que sentía todo mi ser, que comprendí que el espíritu es un obstáculo que ponen aquellos que aseguran que el desenfreno y la liviandad en elsexo, son un pecado mortal.

Capítulo 8

Lourdes, mi segunda novia

Seguramente los chicos de hoy no sentirán las emociones que sentíamos los de hace 50 años cuando subíamos las escaleras que conducían al piso donde íbamos a echar el "kiki".

Ya he dicho, que aquellos años, el follar fuera del matrimonio con una chica decente, era un milagro. Aquella sociedad machista, a las que se quedaban embarazadas por culpa de un mal hombre, no las consideraban decorosas; eran repudiadas, y si vivían en un pueblo pequeño, tenían que irse a una capital a servir o a prostituirse.

Esta feo que lo diga, pero uno tuvo unos veinte años primorosos. Hoy pasaría como un mozo más, pero en aquellos años el medir 1.82 metros, el pelo moreno y ondulado, "molaba cantidad". Por eso tuve el privilegio de enamorar a más de una moza que se "mojaba las braguitas" con sólo pensar en mí.

Mi problema residía en la moral. Jamás premedité un engaño ni hice promesas a moza par lograr sus favores. ¡Lo juro! por lo que me era muy difícil llevarlas al catre si no era con promesas de matrimonio; mi conciencia me lo prohibía, por lo que con las que ligaba el sábado les decía muy claro, que de noviazgos nada. ¡Y claro! Así era casi imposible "meter", y el lunes se acaba el ligue. Lo triste es, que ellas lo deseaban tanto o más que tú, ¡Pero amigo! Estaban muy bien aleccionadas por sus madres.

-Hija. "La peseteja" bien guardada entre las bragas hasta la noche de bodas.

Como era un mocito bastante escrupuloso y selectivo, eso de ir con putas de 25 pesetas el "polvete" no me "molaba". Y como no disponía de las quinientas o mil pesetas que te costaba una puta de lujo de "Chicote" o "El Abra", ¡Pajas a diestro y siniestro!

Pero un día, conocí a la que fue mi novia durante casi tres años, Lourde se llama, (y me figuro que se seguirá llamando). Me enamoré como un cadete y bebía los vientos por ella; nuestros contactos sexuales se limitaban a lo besos y tocamientos por debajo de la braguita, y por detrás de la bragueta; nada más.

Al año de novios, fue Lourdes la que me propuso que hiciéramos el amor. Un servidor que se creía conocedor del alma femenina, pensaba que la mujer decente dejaba para después del altar el hacer el amor.

Debo decir, aunque hoy no se comprenda, que para un joven de aquellos años, el desvirgar a la novia en la noche de bodas, era un rito sacro santo. Y aunque te la hubieras desvirgado un día antes de la boda, ya no era lo mismo. ¡Pero que gilipollas éramos! ¿Verdad?

Anduve varios días buscando una habitación, porque en un hotel imposible, exigían el libro de familia, y en un hostal o pensión asquerosa no me apetecía. El marco es tan importante que el cuadro, follarme a Lourdes en una pensión dedicada a recibir parejas no me seducía.

Pero un buen día surgió la solución. Un cliente con el que tenía cierta confianza, al comentarle mi problema, me dio el teléfono de una señora viuda que vivía en la avenida de Donostiarra de Madrid, y que por motivos económicos cedía sólo por las tardes una de sus habitaciones a personas recomendadas o de mucha amistad.

Llamó a la señora, porque a mi me temblaba la voz y los nervios no me dejaban articular palabra. Me concertó la habitación a las seis de la tarde de un día laborable, y podía disponer de su uso hasta las nueve de la noche. ¡Tres horas, madre mía! ¡Tres horas con mi amada Lourdes en la cama! No me lo podía creer.

Recuerdo que era un tercer piso y el ascensor no funcionaba. Era la primera vez que me iba a la cama con la mujer que amaba intensamente, y la emoción era tan enorme, que hoy al rememorar, me sigo emocionando.

Nos dijo la señora, que no entráramos juntos, para no despertar sospechas en los vecinos, pero Lourdes me pidió que no subiera muy lejos de ella, que le daba como cosa subir sola.

Subía a unos tres o cuatro pasos detrás de ella por aquellas escaleras. Y aunque nos conocíamos desde hace más de un año, me parecía que le había conocido esa misma tarde. Nunca había reparado en su culo de esta forma tan intensa como estaba reparando en ese momento. Llevaba una falda, creo que se llamaban de tubo, y una blusa; era un mes de Junio. La redondez de su tafanario me impresionó como nunca. ¡Bueno! La verdad es que nunca había reparado en aquellas caderas tan exultantes, porque mis ojos siempre se posaban en los suyos o en sus labios.

Las nalgas de Lourdes marcadas a través de su falda, y acentuadas por los movimientos ascendentes de sus piernas, me impresionaron tanto, que sólo pensar que dentro de unos minutos podría repicar en ellas "mi badajo" como el de la torre de una Iglesia en la campana, el corazón me hacía: ¡Pom! ¡Pom! ¡Pom!

Sus piernas si que las conocía muy bien, sobre todo sus rodillas; ya que sentada con las dos juntas, se semejaban a dos columnas del Ollympo. y de pie, a una autopista llena de curvas Eran (y seguirán siendo) piernas de locura.

Cada peldaño que subía, una de sus caderas se elevaba sobre la otra, dando a su precioso culo, una dimensión para mi desconocida...

 

El momento más emocionante. Tres horas con Lourdes

 

Cada peldaño de la escalera que conducía al tálamo del amor, magnificaban las nalgas de Lourdes a estados por mi desconocidos.

-¡Joder! Pero que pedazo de culo tiene mi novia, y yo sin enterarme hasta hoy.

La emoción aumentaba en mis entrañas en tal cantidad, que temía que colapsara en el momento de la verdad todas mis funciones viriles. Esa duda me asaltó, ya que la contemplación de las cachas de Lourdes tenía que ser motivo suficiente para "empalmarme" a tope. ¡Pero no! No me la sentía entre las piernas.

-¡Pero leche! Que me pasa. –¿Será la emoción del momento la que paraliza mi sangre?

Llegamos al tercer piso, y juro, que los segundos que tardamos en subir todos los peldaños, fueron tan emocionantes, que hoy, al cabo de más de cuarenta años, no recuerdo haber sentido tan intensa conmoción. Echar un "polvete" a la mujer de tus sueños en aquel entonces, era una emoción que jamás sentirán los jóvenes de hoy. ¡Eso que se pierden!

Llamó ella a la puerta, mientras yo estaba fuera del rellano, tal como nos indicó la señora. Lourdes entró, esperé como un minuto (que me pareció una eternidad) y entré.

La puerta había quedado entre abierta para no tener que volver llamar al timbre otra vez.

Era un piso muy acogedor, amueblado con sencillez, pero con mucho gusto.

-Su novia le espera. Es la habitación del final del pasillo. –Me dijo la señora, una dama, parecía una gran señora. Ese detalle tanto me satisfizo, el creer que Lourdes y yo, estábamos en buenas manos.

-Le importa caballero... ¡Me llamó caballero! Abonarme ahora, son cien pesetas –Me dijo con mucho tacto y delicadeza.

-¡Cómo no señora! Le di ciento veinticinco pesetas, para que viera que aunque pobre, era un hombre rumboso.

-Gracias y que disfrutéis. Ya saben que a las nueve ha de quedar libre la alcoba.

-Seguro señora. A esa hora nos marcharemos.

Recorrí aquellos diez metros de pasillo que terminaban en la habitación donde me esperaba mi amor, y abrí la puerta con mucha delicadeza, pero con tanta emoción que me sentía más que en la Tierra, en el Cielo. Daría parte de mi vida por volver a sentir aquellas emociones que embargaron mi alma.

Allí estaba mi diosa,

sentada en el lecho.

¡Qué hermosa rosa!

¡Dios! que he hecho

para merecer tal cosa.

Lourdes me miró con carita asustada, temblaba, como si se diera cuenta en ese momento que estaba cometiendo un pecado terrible.

-Tranquila mi amor. Le dije acariciando sus cabellos rubios. Es tan grande nuestro amor, que hoy será confirmado por Dios. No se de donde me salieron aquellas palabras, ya que un servidor nunca ha sido un hombre de fe.

-Lo que vamos a hacer no es pecado, cariño. –Mira como nos sonríe el Cristo de la cabecera. -Sabe muy bien que lo nuestro no es lujuria ni bajas pasiones; es la validación de un amor puro y casto como el nuestro. Lourdes quedó convencida, ya no temblaba.

La besé en los labios a la vez que delicadamente la tumbaba boca arriba en el lecho. Ella rodeo mi nunca con sus manos, y me ofreció su lengua para que la succionara. Cosa que hice con delicada pasión, y al límite del paroxismo.

Lo que sucedió inmediatamente después, permitan que no lo narre. Fue algo maravilloso, celestial, seráfico.   Por lo tanto dejo a la imaginación del lector que recree la escena. Porque si lo narrara yo, quizás no podría soportar el revivir aquellos momentos, que todavía quedan remembranzas en mi corazón.

Lourdes. No creo que leas esta relato, han pasado 43 años, y sé que estás casada, pero si por un casual, llegara a tus ojos, eres parte y testigo, de la realidad de lo que digo.

¡Ah! A los pocos meses, Lourdes me dejó, por el que hoy es su marido, simplemente me dijo, que había dejado de quererme.

¡Qué te vaya bonito!

FIN DEL RELATO

 

 

 

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