miprimita.com

Manolita. Capítulos: 25-26-27

en Grandes Relatos

Capítulo 25

 

Año 1988

 

Otra vez en casa. Ese año sabático en el cual esperaba encontrar mi verdadera identidad como mujer, se convirtió en un año intrigante. Por lo que llegué a una conclusión: que en definitiva, casi nadie sabe lo que quiere, o lo que le espera en la vida.

Le dije a Darío que deberíamos aplazar la boda, ya que los acontecimientos en Río de Janeiro, me habían confundido, y que debía reconsiderar más a fondo su oferta de matrimonio.

El recuerdo de Margarita estaba perennemente en mi mente; y yo, que nunca me había masturbado, ahora lo hacia casi a diario pensando en ella.

Darío, mientras "deshojaba la margarita" sobre nuestro futuro en común, se dedicaba a visitar los barrios del ambiente gay de Madrid.

Se hizo asiduo de la zona, y se instaló en un apartamento de la calle Augusto Figueroa, a dos pasos de la plaza de Chueca, corazón del barrio y de su ambiente.

Había delegado en Esther la dirección de "la Casa", no me sentía con fuerzas ni moral para seguir aguantando a la "legión de salidos" que la frecuentaban.

Llevaba casi tres meses en mi incertidumbre, sin tomar una resolución respecto a Darío. Un día comiendo juntos en Lardhi su famoso cocido madrileño, me dijo:

--Manolita, creo que lo nuestro no tiene futuro. Me encanta la vida de Madrid, y la verdad, que no me seduce atarme a nadie; pero te puedo asegurar, que, deseo ser tu mejor amigo y confidente. Además ha surgido en mi algo que no me esperaba; quise ser hombre para estar con mujeres, y ahora que lo soy me seducen más los... como aquí decís, los tíos.

--No me extraña, si al fin y al cabo tus genes son de mujer.

--Toda mi vida queriendo ser hombre, porque me gustaban las mujeres, y ahora lo soy, me gustan los hombres.

--Has conocido a alguien, ¿verdad?

--Si cielo. He conocido en uno de los club de Chueca a un tío que me gusta mucho, y me lo he llevado a vivir conmigo al apartamento. Se llama Jorge.

--¡Joder Darío! Que pronto te has ambientado en Madrid.

--La verdad Manolita, es que Madrid es una ciudad para vivirla de soltero, no de casado.

--¿Cómo os lo montáis?

--¿Te refieres sexualmente?

--Además de eso, ¿cómo os organizáis? Te lo digo, porque no vayas a mantener vagos, que por muy grande que sea tu patrimonio se te vaya en un plis-plas.

--Ni quemándola se me puede ir la fortuna. Además he invertido bastante millones en unos bonos del Estado, que aunque no me rinden grandes beneficios, si me dan la absoluta garantía de que no se devalúan.

Tengo asegurada la vejez, que dicho sea de paso está a la vuelta de la esquina. Quiero vivir a tope estos años que me quedan, Manolita, y casado, me debería a ti.  Y si durante tantos años he sido una esposa sacrificada y madre abnegada, lo que me quede de vida, voy a ser un golfo y hacer lo que me salga de ... de...        

--¿Cómo decís aquí?

--¿De los cojones?

--¡Eso, eso! Hacer lo que me salga de los cojones.

--Vale, vale. Tú sabrás lo que haces.

--Por cierto Manolita. ¿Sabes algo de Marga? Le di mi teléfono, y sólo me ha llamado una vez.

--De ella quería hablarte. Mantenemos contacto por teléfono con bastante frecuencia.

--¡Manolita, Manolita..! Que eres veinte años mayor que ella.

--No pienses mal, que la quiero como si fuera mí hija, y nunca haré nada que le pueda perjudicar.

--Si. Si... pero estás deseando acostarte con ella.

--Le he propuesto que se venga a vivir conmigo, y que lleve la dirección de una boutique de alta costura que pienso montar exclusivamente para ella en el barrio de Salamanca, como sabrás la zona más noble de la Ciudad. Será un éxito, porque conozco a la flor y nata de la alta sociedad de Madrid.

--¿Qué te ha contestado?

--Está ilusionadísima. Además como es licenciada en economía, no le resultará ningún inconveniente en regirla.

--¿Sabes algo de Raúl?  Le pregunté sólo por curiosidad sana.

--Se ha casado hace poco. Me lo dijo Marga, y  que por lo visto fue la boda del año en La Isla.

--Me alegro. Raúl se merecía conocer una mujer de su clase; lo nuestro hubiera sido imposible. Pero... ...¿Te imaginas que algún día sepa su mujer, que su antigua novia de Madrid, (yo), se había acostado con su marido, (Raúl); con su suegro (Héctor); con su suegra, (Adela); y con su cuñada Margarita ¡Qué fuerte! ¿Verdad?

--Tienes razón Manolita. Sin duda Raúl es el alma pura de mi familia, y le deseo toda la felicidad del mundo. ¡Qué jamás llegue a saber la verdadera condición de su linaje!

Por eso Darío, mejor que ni aparezcas por La Isla, que jamás la mujer de Raúl sepa nada de ti ni de mi. Porque de trascender, se derrumbaría la fama de la familia Pozo.

--Descuida Manolita. Además, ¡cómo me voy a presentar en casa de mi hijo y mis consuegros así! Pero lo que si te pido, es que cuando venga a Madrid Marga, me avises.

--Hombre Darío, no creo que Margarita venga a Madrid sin avisarte. Pero sino lo hace, en cuanto venga, será lo primero que haga. ¡Ah! Y cuidado con tu amante. Por cierto, ¿qué edad tiene ese tal Jorge?

--Cuarenta y dos años.

--Me parece una edad apropiada. Si la relación se consolida ya me le presentarás.

--Descuida, que te le presentaré cuando sea oportuno.

--Te puedo hacer una pregunta íntima, Darío.

--¡Por favor Manolita! que cosas me dices, si entre nosotros no hay secretos. Pregunta, pregunta.

--¿Le das ,... o te da?

Se carcajeó Darío con una risa picaresca, y me respondió escuetamente:

--Nos damos y recibimos mutuamente. ¡Qué pasa! ¿Te da morbillo?

--La verdad que si me da morbo. Y que contento debe estar Jorge cuando se la metas como a mi me la metías en el hotel de Río, y se la sacas cuando él quiera. ¡Por cierto! ¿Sabe de tu transformación?

--¡Claro que lo sabe! y precisamente eso es lo que le pone más cachondo.

--No me extraña, porque aunque te han dejado aspecto de tío... tu culete... sigue siendo el de Adela.

--¡Calla, calla! no me lo recuerdes, que bien que sufro con mi culo.

--Pero a Jorge, seguro que le encanta tu tafanario.

--¡Mi qué!

--Tus glúteos, tu culete redondito y respingón.

--¡Ah si! le encanta.

--Bueno Manolita que me espera Jorge, déjame que te invite.

--De eso nada Darío. Estás en mi terreno, pago yo.

--Por cierto Manolita, este cocido es una manjar exquisito.

--Es uno de los mejores de la capital.

Pagué la cuenta, y nos despedimos con un beso.

Capítulo 26

 

Margarita me llamó al día siguiente para comunicarme una noticia que me hizo muy desgraciada, pero que asumí como la cosa más natural del mundo.

--¿Eres Manolita? Se oye muy mal. Soy Marga.

--Hola cariño. Si soy yo, tu Manolita. Yo te oigo muy bien, dime cielo, dime.

--¿Has recibido mi carta?

--¿Qué carta?

--La que te he mandado hace unos días.

--No, no, no me ha llegado nada; pero suelen tardar más de una semana las cartas de más allá del Atlántico.

Me temía lo peor, y quedé muda por unos momentos, que no aceptaba mi propuesta.

--¿Estás ahí, Manolita?

--Sí, sí... dime Margarita.

--Mira, te lo cuento en la carta, con todos los detalles. Cuando te llegue y la leas, te llamo y comentamos.

--Pero Marga ¡por favor! Qué me tienes en vilo, al menos adelántame algo.

--Que tengo novio. Precisamente el hermano de Piluca, la mujer de Raúl, o sea, su cuñado. Nos conocimos en la boda de ellos, Y mira: surgió el flechazo.

Fue un duro golpe. Pero... ¡cómo se me ocurre enamorarme de una niña! Me estaba bien empleado. Lo malo es que como me indicó mi inolvidable segunda madre, doña Patrocinio: que si me enamoraba empezaría mi decadencia; ésta ya había empezado pero no como yo creía: decadencia como puta. Como mujer también empezaba a decaer.

         Al día siguiente llegaba la carta de Marga.

         La Isla. 15 de Marzo de 1988

         Mi querida Manolita: ha acaecido un acontecimiento en mi vida inesperado; ya sabes que los designios de la vida nos vienen dados por no sé que tipo de cosas; pero son irremediables.

         En la boda de Raúl conocí al hermano de Piluca, ya sabes, la novia. Bueno, ya nos conocíamos, pero sólo de hola y adiós.

         Estuvimos juntos durante toda la ceremonia, y no sé si fue por casualidad o fue el destino, el caso es, que cuando Piluca lanzó su ramo de flores hacia el grupo de solteras invitadas, vino directamente a mis manos.

         Te juro Manolita que no hice nada por alcanzarlo: llegó a mi como por arte de magia. ¿O fue una premonición? No lo sé Manolita, no lo sé. El caso es que a mi lado estaba Adalberto (así se llama mi novio) sonriéndome. Me tomó por el talle, y me dijo sin perder su sonrisa encantadora.

         --Tú serás la próxima novia.

         Le miré fijamente a los ojos, y me enamoré en ese mismo instante. Algo misterioso se apoderó de mí, Manolita, el caso es que quedé prendada del galán. Hasta tal punto, que ya estamos haciendo planes de boda.

         Nunca podré agradecer todo lo que has hecho, y te prometo Manolita, que el proyecto de la boutique en Madrid me da mucha pena rechazarlo, pero comprende, que no puedo aceptarlo conforma a mi nueva situación.

         Adalberto quiere que Madrid sea uno de los destinos de nuestro viaje de novios, pero a lo mejor tú no querrás recibirnos; me imagino que después destruir los planes que teníamos juntas, y que tanta ilusión te hacían, no me querrás ni ver.

         Lo siento mucho Manolita, lo siento; y jamás podré olvidar aquellos momentos... y los otros. 

         Te quiero.

         Margarita.

 

         No se equivocaba Marga: pero ella no me había hecho ningún daño, el daño me lo había hecho y misma por ilusa. Tomé pluma y papel, y contesté la carta de Margarita.

         Madrid. primero de Abril de 1988

         Mi querida Margarita:

         Hoy mismo he recibido tu carta, y hoy mismo paso a responderte.

         Te mentiría si no reconociera que me ha supuesto una terrible decepción, ya que ha derribado de un soplido mis ilusiones. Pero pronto comprendí que no eran ilusiones; eran castillos en el aire. Por eso, aunque dolida, reconozco lo nuestro hubiera pasado como una nube de verano.

         Te deseo toda la felicidad del mundo, como también se la deseo a tu hermano.

         Mi casa de Madrid, es también tuya. Y la pongo a la entera disposición vuestra. Pero lo más probable es que acabe buscando un lugar donde pueda llevar con resignación esta soledad, y me retire de la vida lúdica para abrazar la contemplativa. Pero a ti, nunca te olvidaré.

         Un abrazo.

         Manolita.

         Pasaron dos años y nunca más supe de Margarita ni de Raúl.

         Darío se había infestado com el virus VIH, y me informaron que se fue a morir a La Isla, ya que no quiso despedirse personalmente; me dijeron que no hubiera soportado la vergüenza ante mi presencia.

Al poco tiempo me llamaron de una notaría, para notificarme, que los bonos del Estado españoles que poseía, me los había dejado en herencia.

Otra vez fracasaba como mujer, y triunfaba como profesional.

Capítulo 27

 

Año 1990

Había cumplido los cincuenta años. Harta de la vida que llevaba, y de los fracasos amorosos, cerré la Casa de Citas de Madrid.

El "ir de putas" hoy en España, ya no tiene aquel atractivo que gozó durante La Dictadura. "El echar un polvo" era un rito, una devoción y una necesidad para los solteros de la época.

La represión sexual que imperaba, les impedían aliviarse con el ligue de turno o con la amiga con derecho a roce; ya que éstas eran las mujeres decentes, fieles custodias de su castidad; salvo aquellas que el "furor uterino" les rompía la fuerza de voluntad, y caían en el pecado mortal de la carne al no poder reprimir sus instintos.

La liberación de la mujer que acaeció con la Democracia, puso "su honra" a precio de saldo. Bastaba un fin de semana o en una tarde de sábado, que a cualquier chaval con "piquito de oro", o  con un atractivo físico, ellas le propusieran una relación.

Me acordaba de mi amante y después amigo Darío. ¡Lo que hubiera disfrutado él (o como ella) en esta sociedad libertina!

Se apoderó de mi la depresión ¡Qué sola me encontraba!

Pero saqué fuerzas de mi flaqueza. Con 50 años no debía tirar la toalla. Compré una mansión en el pueblo con los millones obtenidos por la venta del "la Casa",  y con los bonos del Estado heredados de Darío, me propuse potenciar la fundación que llevaba mi nombre:

FUNDACIÓN DOÑA MANOLITA.

 

Fui acogida por las fuerzas vivas de Los Alcores a bombo y platillo, pero fui reprendida de una forma amigable por el señor Alcalde por no haber visitado el Pueblo con más frecuencia. Me excusé, diciendo que había pasado una larga temporada en el extranjero.

A mis años, después de mil aventuras y desventuras amorosas, pretendía olvidar mi pasado y empezar una vida basado en el misticismo.

Pero cuando a una todavía "se le sigue mojando" pensando en aquellos amores frustrados, sobre todo en el de Margarita, amor que todavía no le había podido olvidar. ¡Qué difícil es la continencia de la carne!

Lo primero que hice, fue confesarme. El cura don Celestino había fallecido. Su puesto lo ocupó un cura moderno; de esos que no llevan sotana, pero se le distinguen por el alzacuellos. Sergio de la Flor Campillo se llama.

Es un bello ejemplar de hombre: de unos cuarenta años; muy alto, más de un metro noventa, de anatomía proporcionada, y sobre todo la mirada de sus hermosos ojos, que parecía me decían:

 

¡Ay Manolita!

Pena que sea cura.

Mi piel se irrita,

mi corazón se apura,

y mi alma se excita

ante divina criatura.

 

Una, curtida en mil batallas amorosas, podía leer el pensamiento de los hombres, por muy curas que fueran.

 Bueno, leer el pensamiento de los hombres con respecto a las mujeres, no hace falta ser psicóloga, porque todos piensan en lo mismo.

--Ave María Purísima.

--Ave María Purísima hija. Dime, ¿Tienes muchos pecados?

--Padre, pecados no sé, pero dudas sí tengo bastantes.

--Que tipo de dudas, hija

--Dudas sobre el sexo. Por el sexo perdí mi dignidad hace treinta años en este Pueblo, pero por el sexo, he podido llegar a ser hija predilecta del mismo --¿No es esto una incongruencia?

--Hija mía, los caminos del señor son incognoscibles. Seguro que Dios te ha asignado esta misión en la vida.

--¡Pero padre! Que no soy monja, ¡qué he sido meretriz hasta ayer!

El cura, me miró fijamente a los ojos a través de la rejilla de la ventana del confesionario. Ojos que a pesar de la penumbra del sitio, vi la luz del deseo.

--La Magdalena también fue una mujer pública como tú, y sin embargo fue un ejemplo de humildad ante el Señor.

--Padre...

--Dime hija.

--¿Es pecado desear sexo sin estar casada?

--Para la Santa Madre Iglesia si lo es. La mujer sólo debe fornicar con su esposo.

--¿Entonces las solteras?

--Que busquen un marido y que hagan vida marital como Dios manda.

--¿Y si no las quieren ningún hombre? ¿Qué se queden para vestir santos?

--Hija: nunca falta un pañuelo para secar una lágrima. La mujer que se queda soltera, es porque el Señor así lo ha dispuesto.

--¿Para casarse con ellas? Dije en plan de coña.

--¡Por favor Manolita! Seriedad

De haber seguido con mis dudas, seguro que le hubiera puesto en un compromiso. Pero tenia que entrar en el terreno de la metafísica, o que es lo mismo, en el de la teología, y ahí seguro que me perdería por sus misterios. Por lo tanto callé.

--¿Algún pecado más hija?

--Nada más padre.

Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. 

--Ve con Dios hija.

Intenté olvidarme de toda mi vida anterior, y dedicarme a la vida contemplativa; pero aquel metro noventa de tío... perdón, de sacerdote, no se me iba de la cabeza; tanto, que sustituyó la imagen de Margarita en mis tocamientos íntimos.

Una tarde me vino a visitar a la mansión para proponerme que a través de la fundación que lleva mi nombre, realizara una serie de actividades dirigidas a solucionar los problemas de los más necesitados de la comarca.

Estaba muy bien informado de mi vida, de cuando vivía en el Pueblo, porque lo tuve que abandonar, y mi gran triunfo en el mundo de las "relaciones humanas".

No le esperaba, por lo que andaba en bragas y sin sujetador, cosa muy normal en aquellas calurosas tardes de verano.

La mansión era un palacete del siglo XIX de dos plantas de unos 250 metros cuadrados cada una, pero sólo tenía habilitada una zona de poco más de cien metros cuadrados en la planta baja.

El susto que me dio fue grande; salía del saloncito para dirigirme a la cocina, por lo que tenía que pasar por el zaguán. Y allí estaba el metro noventa de cura en la puerta de entrada. Y una servidora en bragas.

--Disculpe Manolita, pero llevo varios minutos llamando a la aldaba, y nadie me responde, por eso me he atrevido a atravesar el patio.

Tenía muy claro que un hombre no me iba a sacar los colores al verme de esta manera por muy sacerdote que fuera, y me planté asimismo, con toda la naturalidad del mundo a su lado, a la vez que le decía.

--Usted me dirá, padre Sergio.

--Hija, ¿pero cómo me recibe en paños menores?

--No se confunda padre, estoy en mi casa y ando por ella como quiero. Es usted el que ha invadido mi intimidad sin avisar.

Se llevó el puño derecho cerrado a la boca, como queriendo reprimir una tosecilla forzada.

--Lo siento Manolita, lo siento de veras, pero nunca pensé que podría verla así.

--Y después de confesarme ayer con usted, y saber de mis pecados... ¿no lo pudo intuir?

--Mejor que me vaya, Manolita, ya le pediré cita otro día.

--No se preocupe Sergio, ¿no le importa que le llame por su nombre a secas, verdad? Es que eso de llamarle padre... no me sale.

--No me importa, me puede llamar así.

--Gracias. Bueno, ya que está aquí, me pongo ropa más adecuada,  y le recibo en unos minutos. Pase a la sala por favor, le atiendo enseguida.

--Me puse una bata abotonada y me quité las bragas. Los últimos botones no los abroché, de modo que cuando me sentara, o me cruzara de piernas se me viera toda la zona púbica, que por cierto estaba sin depilar.

Salió en mi la puta más puta. Me había acostado con generales, ministros y todo tipo de hombres, pero con un cura nunca, y quise comprobar de forma maligna ser una especie de diablesa para tentar al pecado al hombre que dicen se el representante de Dios en la Tierra.

Me senté en el sillón, justamente enfrente, nos separan escasos dos metros. Le miré a los ojos con  impudicia a la vez que sacaba la punta de la lengua; señal inequívoca de que le estaba provocando de una forma disoluta. Pensé:

 Me importa un comino que sea cura, porque como hombre, está que "cruje". Si me lo follo, nadie se va a enterar, y si no, tampoco nadie lo sabrá, por lo tanto, mi prestigio en el pueblo quedará incólume pase lo que pase. Creo que a eso le llaman secreto de confesión. Por lo que urdí un plan maquiavélico.

--Padre Sergio. Dije disimulando una seriedad que no sentía.

--¿Cómo es que me llamas ahora Padre?

--Porque estoy hablando al sacerdote, no al hombre.

--Pues dime hija, tú dirás.

--Necesito confesión urgente, ya mismo.

-- Pero hija... ¿Aquí quieres que te confiese?  Si te has confesado ayer en la Iglesia.

--Es muy urgente padre. ¿Es que un cura no puede confesar en cualquier parte?

--En caso de peligrar la vida, sí. Un sacerdote puede confesar en el sitio donde se produce los acontecimientos

--No peligra mi vida, padre, pero si sé que estoy en pecado mortal, y necesito confesión ahora mismo.

--Bien hija, como siempre llevo la estola en previsión de estos casos, prepárate para recibir la redención de tus pecados a través de la confesión.

Me situé de rodillas casi rozando sus piernas, y me sobrevino esa fragancia natural que procede de la bragueta de los hombres cuando están excitados; aroma que me cautivó. Olía a "macho limpio".

--¡Ave María Purísima!

--Sin pecado concebida. Dime hija, cual son tus pecados de hoy, porque los de ayer te fueron absueltos por el Señor.

--Es un pecado que no sé si tendrá perdón, Padre.

--Hija mía: no hay pecado imperdonable si el acto de contrición es de corazón.

--¿Y si el pecado persiste y persiste en mi alma, que debo hacer?

--Dime hija cual es ese pecado, y determinaremos su gravedad.

--Mi pecado es.... es... es...

--Dime, o es que no lo quieres confesar.

Puse una cara pena y casi llorando le dije:

--¡Padre! es que estoy locamente enamorada de un cura, él no lo sabe, pero daría mi mundo por sus besos y sus caricias. Le dije a la vez que situaba mis manos en sus rodillas.

Se hizo un silencio que cortaba la respiración, tomé las manos de Sergio, y las tenía sudosas y frías. Le dije:

--Padre, este es mi pecado, y los pecados no se deben ocultar. Deseo hacer el amor él, sé que es un pecado mortal, y por eso me confieso.

Se me quedó mirando con una cara de estupefacción que no le cabía en el rostro. ¡Cuántas mujeres habrían pensado lo mismo que yo! pero seguro que era la primera que se lo decía. Al rato me dijo.

--Manolita: sin duda eres el Demonio en forma de mujer.  Bienaventurado el varón que soporta la tentación porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman.

Ya estaba totalmente lanzada, y ya nada me importaba, por lo que sin que pudiera recelarlo, llevé mi mano a su bragueta, y observé con regocijo, como "aquello"  estaba más duro que "el cerrojo de un penal". Le dije.

--¡Caray Sergio! Pues parece que me amas más a mi que al Señor. O... ¿cuándo hablas con Él, también se te pone así "de gorda"?

Y sin esperar a que me respondiera, empecé a descorrer la cremallera de la bragueta de su pantalón con sumo cuidado, (para no pillarle un pelo). Sergio estiró las piernas precisamente para evitar ese contratiempo, por lo que la descorrí por completo sin dificultades.

Seguía sentado pero las abrió, señal evidente que aceptaba mi invitación a una "mamada". Me situé entre ellas, metí la mano por la bocana de la abertura, y lo que palpé debajo de los calzoncillos, parecía de concurso.          Alzó el culete para facilitarme la labor y saqué con mi mano derecha una de los miembros viriles más hermosos que había visto en mi vida.

¡Qué maravilloso es follar con la persona que te incita! Mira que había follado con tíos de categoría en mi etapa de puta de lujo en casa de doña Patrocinio. (Capítulo 3). Pero hacer el amor, sólo lo había hecho con Raúl, con Adela y con Margarita.

Con Sergio no iba a hacer el amor, porque en el amor ya no creía. Pero esperaba conseguir las mayores cotas de placer que concede la lujuria.

Se la tenía bien aferrada en mi mano derecha;  la hermosura de su falo radicaba en su grosor. Nunca en mi vida había visto "cosa tan gorda", basta decir, que mi mano no la abarcaba del todo.

Aquel capullo encarnado como clavel encendido, empezaba a derramarse como botella de champagne descorchada; y me lo metí en la boca sin más dilación.

Mamaba de ese pedúnculo con tanta ansia, que levantaba el culo de Sergio de la silla. Le miré a los ojos, pero los tenía cerrado y murmuraba unas palabras creo que en latín.

Dimitte Deus, Deus condonare

Noté como la catarata de semen le sobrevenía, y no lo dudé, pensaba tragarme hasta la última gota, por lo que succioné con tal fuerza del glande, que el chorro de esperma caliente inundó mi boca.

Fueron tres chorreones de espanto: el primero me llegó hasta la garganta, el segundo hasta el paladar, y el tercero se desbordó por las comisuras de mis labios; en mi boca ya no cabía tanto esperma. Me lo tragué todo, y con la punta de la lengua recogía aquellas gotas que aún surtían por su meato.

Sergio abrió los ojos y me miró con una expresión extraña. Conocía la reacción de los hombres después de hacerles una felación, pero la de un cura, no; por lo que temía que fuera de reproche. Pero no, calló.

--Manolita, me dijo medio sonriendo. Has condenado al cura al fuego eterno; pero al hombre le has dado tanta felicidad que no sé como te lo voy a pagar.

--No me tienes que pagar nada, sólo te pido que hagamos el amor de vez en cuando; necesito sentirte dentro de mi, y más después de ver como la tienes.

--Por cierto, yo creía que los curas no descapullaban.  

--¿Y por qué no? Fue operado de fimosis antes de entrar en el seminario.

--¡Ah! comprendo.

Este breve diálogo se desarrolló sin soltar de mi mano su miembro; me daba pena soltar aquella prenda tan hermosa; que por arte de magia empezaba a recuperar su máximo esplendor.

Mas de Galan Maduro

Historia de dos amores (en prosa rimada y verso)

Historia de dos amores

Raquelita y su despertar al sexo

El bien o el mal follar

Carta a una ex novia, hoy cibernovia

Reflexiones de un viejo sobre el sexo y el amor

Mi primer beso de amor

Recuerdos imborrables de mi primer amor

Mi noche loca con Adolfo

De cómo me hice maricón

Me gustan las pollas como me gustaban los coños

Relatos de un abuelete cahondo

El primer casquete que regalé a María

Mis epigramas sexuales

Clases de amores

Aventuras y desventuras de una ... Capt. 3º y 4º

Aventuras y desventuras de una meretriz de lujo

¡Qué asco que se depilen las mujeres!

Trío con Celia y Josefa

Lo que no escribió Cervantes, lo escribo yo

Vírgenes pero putas.

Historia de un maricón. Capítulo 10

Carta a mi ex novia después de 44 años

La historia de un maricón. Capítulo 8

Historia de un maricón. Capítulos 6º y 7º

Historia de un maricón. Capítulo 5º

La historia de un maricón. Capítulo segundo

La historia de un maricón. Capítulo 3º

La hostoria de un maricón. Capítulo 4º

La historia de un maricón. Capítulo 1º

Me vuelve loca este cura

La primera vez que fui sodomizado

Alfonsina y el verdadero amor

Diario íntimo de mi prima Marucha

La noche mágica y el virgo de Estibaliz

Noche de amor en el Puerto de Santa María. Cádiz.

El Demonio de los Celos

¡Qué bien se folla en la siesta!

¿Me estaré volviendo gay?

Cuento de fachas y rojos

Las dos hermanas aquellas

La noche mágica, y el virgo de Estíbaliz

Mi colección de pelos de coños

Mi vida: una vida llena de satisfacciones

Hoy me siento más realizado de hombre que nunca

El Café de Levante de Madrid. Donde conocí a Petri

Diarío íntimo de mi prima Marucha

Las locuras de la Marquesa de “Tócame Roque”

Mi último cliente

Ayudé a mamá a que recuperara su sexualidad

Lo que contaba mi padre

Los líos amorosos de un niño guapo

Mujer presa en cuerpo de hombre

Como fui purificado por una dama

Noche de bodas gay

¡Si yo fuera mujer..!

Novias anhelantes. Esposas y amantes. Madres ...

Mi hija es lesbiana

Cómo me dio por el culo Sonia

Las dos lavativas que me han puesto en mi vida

Historia de un transexual

Versos escatológicos

HIstoria de un transexual

El Obispo y yo

Daría mi vida de macho, por nacer mujer

Mi primera experiencia lésbica

Me vuelve loca este cura

Mi primera noche de amor

Mi segunda experiencia lésbica

Un polvo subliminal

Mis cuentos inmorales. Capítulo 8

Mis cuentos inmorales Cap. 7

Mis cuentos inmorales, Capítulo 6

Mis cuentos inmorales. Capítulo 5

Mi decameron. Capítulo 4

Los líos amorosos de un niño guapo

Los lios amoroso de un niño guapo. Capítulo 3

Recordando mi pasado sexual. Capítulo 2

Recordando mi pasado sexual. Capítulo uno.

Manolita. Capítulo 67 y epílogo

Manolita. Cap. 64-65-66

Manolita: Cap. 61-62-63

Manolita. Cap. 58-59-60

Manolita. Cap. 55-56-57

Manolita. Cap: 52-53-54

Subliminal escena lésbica

Manolita. Capitulos: 49-50-51

Manolita. Capítulos: 46-47-48

Manolita. Capitulos:43-44-45

Manolita. Capítulos: 34-35-36

Manolita. Capítulos: 37-38-39

Manolita. Capítulos: 31-32-33

Manolita. Capítulos: 22-23-24

Manolita. Capítulos: 28-29-30

Manolita. Capítulos: 16-17-18

Manolita. Capítulos 4-5-6

Manolita. Capítulos: 19-20-21

Manolita. Capítulos: 13-14-15

Manolita. Capítulos: 10-11-12

Manolita. Capítulos: 7-8-9

Manolita. Capítulos 1-2-3

Confesiones sicalípticas de un abuelo. Cap. 5 y 6

Confesiones sicalípticas de un abuelo. Cap. 3 y 4

Confesiones sicalípticas de un abuelo. Cap. 1 y 2

Memorias de una prostituta. Capítulo 65

Memorias de una prostituta. Capitulo 63

Memorias de una prostituta. Capítulo 62

Memorias de una prostituta. Capítulo 57

Memorias de una prostituta. Capítulo 54

Memorias de una prostituta. Capítulo 48

Memorias de una prostituta. Cap. 47

Memorias de una prostituta. Capítulo 45

Memorias de una prostituta. 39.40,41 y 42

Como comerse un coño

Manolita y Sonia. Cap. 37 y 38

Memorias de una prostituta. Cap. 35 y 36

El cura pretende casarse con Manolita

Memorias de una prostitua. Cap. 22 al 26

Manolita y el cura de su pueblo

Manolita y el cura de su pueblo

La escena lésbica mejor contada

Memorias de una prostituta. Cap. 19.20.21

Memorias de una prostituta. Cap. 16-17-18

Memorias de una prostituta. Cap. 13,14 y 15

Memorias de una prostituta. Capítulos: 10, 11 y 12

Memorias de una prostituta. Capítulos: 7, 8 y 9

Memorias de una prostituta. Capitulos 4, 5 y 6

Oda a Zaira. La Reina de Lesbos

Memorias de una prostituta. Capitulos 1, 2 y 3

Mi primer ciberpolvo

Manolita y Adela

La primera vez que hizo el amor

Escena lésbica

Dichas y desdichas de una prostituta

Restregando la cebolleta

Me gusta como huele y sabe el coño de Sandra

La mujer y el matrimonio

Soy el mejor lamerón del mundo

¡Qué hermosas son las pollas!

Me lo tengo merecido por cabrón

Confesiones de la Marquesa de Tócame Roque

¡Juro que no me follé aquella burra!

Las cosas no son como parecen

Diálogos desde el Infierno

El coleccionista de pelitos de pubis

Diálogos de matrimonios

La isla de las delectaciones

El liguero negro

El arte de hacer una buena mamada

El arte de saber bajar unas bragas

Su Majestad: EL COÑO

De la desesperación a la felicidad en un minuto

Amar en San Seabastián antes de morir

Esperé a que fuera mayor de edad...

Asesinato en el burdel

Tres horas con Lourdes

Mis sueños de infante

Diversas formas de

El diario íntimo de mi prima Montsita

Mis ligues por Internet. Primera entrega

Anécdotas eróticas en la Dictadura

Mi primer polvo de 2011

El diario de un consentidor

Sobre el intercambio de pareja o swinging

¿Qué da más placer: la boca, la polla, el coño ..

El coño de Carmencita

Las Calientapollas

Me hago las “pajas” como las chicas; con un dedo

Por culpa de una almorrana no me la pudo meter...

La Pipa de la Venancia

Nunca creí que en mi ano cupieran 25 cm de polla

El dulce sabor salado de los coños

Chistes verdes

Aquellas enfermeras de Alicante...

Me gusta sentirme mujer y ser penetrada

Los besos de mi amor

Mi colección de vellitos de pubis

Soy un CABRON en potencia. Lo reconozco

Lluvia dorada de una nube sagrada

Como y donde tiré mi último cohete

Aventura en el expreso Madrid-Sevilla

Análisis de los diez Mandamientos.

Como fue mi primera experiencia homosexual

Proceso inevitable de los matrimonios

Como fui sodomizado por Sergio

¿Me estaré volviendo gay?

Una esposa puritana y un marido obseso