Capítulo 34
Quería saber las verdaderas intenciones de Sergio. ¿Pretendía de verdad dejar a sus cuarenta y tantos años el sacerdocio?
No me lo acababa de creer: por lo que urdí una trama un tanto perversa: confesarme ante el sacerdote; pero para obligarle en el acto de la revelación, fuera el hombre quien se confesara ante mí, ya que las preguntas que le tenía preparadas, le pondrían entre la espada y la pared. Le obligaría en el recinto sagrado del confesionario, me jurara ante Dios sus verdaderos propósitos
Pero cual sería mi sorpresa, que la Iglesia había cambiado de párroco. Eso me dijo el cura cuando fue a confesar, creyendo que era él.
--Si hija, si. El Padre Sergio ha salido esta misma madrugada para su nuevo destino.
--Sabe padre a dónde le han mandado.
--Sé que le han destinado a la Diócesis de Cataluña, pero no sé a que sitio.
--Gracias Padre.
--Pero hija ¿No venías a confesar?
--No Padre, en otro momento.
Parecía que sí, que las cosas se estaban desarrollando como me dijo ayer en la siesta, por lo tanto esperé que de un momento a otro me llamara para clarificarme la situación.
Y así fue, ya que este mismo día recibía una llamada telefónica suya.
--Sí, dígame.
--Manolita, soy Sergio.
--Hola cariño, ¿qué te pasa en la voz?
--Que he pillado un catarro de aupa.
--¿Dónde estás?
--En Madrid.
--En que sitio.
--En el hotel Emperatriz. Aquí te espero.
--Ya me he enterado de tu marcha. ¿Por qué no me dijiste que iba a ser tan pronto?
--Para no preocuparte, cielo. El plan sigue tal como te comenté. Ven a Madrid, buscamos un nidito de amor, estamos juntos el tiempo que tardan en concederme la dispensa, y luego a casarnos. ¿Qué te parece el plan?
Quedé pensativa. Mi propósito de sacarle la verdad y nada más que la verdad en el confesionario había fallado; por lo tanto no me quedaba más remedio que seguirle o dejarle. Pero decidí seguir, ya que me tenía tan atrapada "en su bragueta", que no podía vivir sin él. A mis 50 años, era mi última esperanza de encontrar ese sublime amor que no hallaba.
--Cariño. mañana mismo hago las maletas y me presento en Madrid.
--Te espero ansioso, mi vida.
--Hasta mañana amor. Y cuida ese catarro.
Una semana antes. Sergio y el obispo planeando los acontecimientos.
Obispo
--¿Ha puesto en antecedentes a su hermano gemelo?
Sergio
--Si eminencia, está al tanto de todo, pero ya sabe, hay que darle dos millones ahora para los gastos, y el resto al finalizar el plan.
Obispo
No hay problema con el dinero. Pero... ¿Está seguro que Manolita no se dará cuenta de nada?
Sergio
Seguro, somos como dos gotas de agua.
Obispo
Bien. Como hemos dispuesto, se va usted a Roma, y cuando Manolita haga la donación se su fortuna, su hermano desaparecerá; ya buscaremos la mejor excusa.
Sergio
Espero que Su Eminencia cumpla con su promesa, creo que los mil millones de pesetas que va a donar Manolita gracias a mi, son merecedores de lo que pido.
Obispo
Seguro Padre Sergio, usted será el próximo obispo que designe Su Santidad. Mañana mismo parte para El Vaticano, y queda a la espera de los acontecimientos; pero ya sabe, tiene que olvidarse para siempre de Manolita y de esta diócesis.
Sergio
¡Claro Eminencia! Además tendré la mía propia.
Obispo
Que su hermano viaje ya para Madrid, ubíquele en un buen hotel, y a esperar.
Sergio
Así se hará, Eminencia.
Obispo
Me figuro que su hermano no tendrá problemas a la hora de identificarla en el primer encuentro.
Sergio
En cuanto le vea, le reconocerá. Le dado pelos y señales de su anatomía y formas, además de varias fotos.
Obispo
Así lo espero Padre Sergio.
* * *
Preparé las maletas para reunirme con él en Madrid, estaba decidida a llegar hasta el final. Aunque una estaba casi de vuelta de todo, el deseo de finalizar mi vida a la vera de un hombre que fuera mi marido, me agarraba desesperada a la figura de Sergio.
Le había comunicado mi llega a la Estación de Chamartín a las 13:30 horas en el tren Talgo.
Allí estaba Sergio, mirando por la ventanillas de los vagones intentando localizarme.
--No busques más, aquí estoy. Le dije dándole un toque en su hombro izquierdo con mi mano derecha.
--¡Pero....! Si estás desconocida. Casi no te reconozco.
Efectivamente, me había vestido para la ocasión de una forma totalmente distinta de lo habitual en el pueblo; unido a las gafas de sol último modelo Jockey de Carrera, y una pamela de Vladimir Straticiuc, no es de extrañar que no me reconociera ni la pobrecita de la madre que me parió.
--La ocasión lo merece, Sergio. Hoy empieza para nosotros una nueva vida, por eso pretendo que veas en mí una mujer nueva. ¡Por cierto! también tienes un nuevo look, te veo distinto.
--Yo también me he vestido para la ocasión, cariño, el traje clerical le he mandado a hacer puñetas.
--Nos dimos el beso de rigor, y del bracete salimos de la estación rumbo al hotel.
Capítulo 35
--Cariño. Me dijo Sergio, vamos a empezar nuestra nueva vida, a lo grande. Tengo reservada mesa en el restaurante Jockey; creo que es uno de los mejores de Madrid.
--Donde tu me lleves amor, seré dichosa.
Comimos opíparamente, pero observé un detalle que no dejó de sorprenderme: la forma tan genuina que tiene Sergio de limpiarse los labios a golpecitos con la servilleta antes y después de beber el vino que acompaña a la comida, por lo que nunca manchaba la copa; esta vez fue distinta, no se limpiaba la boca, por lo que iba dejando una gran huella de los restos de comida en los bordes la misma. Hecho que jamás observé cuando comía en casa.
Las costumbres no se cambian de la noche a la mañana, por lo que empecé a sospechar que aquí había gato encerrado. Pero lo que no me cabía ninguna duda, que si este no es Sergio, es un clon perfecto.
¡Es que por conseguir una donación de mil millones de pesetas, cualquiera es capaz de todo!
Llegamos al hotel sobre las cinco de la tarde. No cesaba de hacerme arrumacos en el taxi; suavemente y con mucho cuidado para que no me viera el taxista que no cesaba de mirar por el retrovisor, posé mi mamo derecha en su bragueta, y lo que no cabía duda, que aquel pene es el de Sergio. Parecía que le iba a reventar la cremallera.
--Estoy deseando llegar al hotel cariño. Me dijo con una expresión extraña en sus ojos. Ardo en deseos de "comerte la almejita".
Los ojos sin duda eran los de Sergio, pero la luz que se desprendía de ellos, no tenían ese fulgor que tan bien conocía, y que tanto me cautivaban; eran más bien resplandores, por lo me sentí confundida, aunque también pudiera ser, que el cambio del pueblo a la ciudad, haya influido en sus hábitos. Yo misma había cambiado de apariencia en cierto modo.
Pero lo que me confundió totalmente fue en la cama. El Sergio sacerdote con el que me acostaba en el pueblo, era más bien retraído en las técnicas del amor. Tenía que ser yo la que me lanzara hacia él. Pero este es un volcán.
Me dijo: hoy vas a saber como folla el hombre, no el cura.
Pensé: Es que Sergio se hartaba a follar siendo sacerdote
Efectivamente, salía de la ducha envuelto en la toalla de baño; me tomo en sus brazos y me llevó a la cama como si fuera una mariposa.
Y como una sisella me sentía en sus brazos; o como una novia en su noche de bodas. Estaba deslumbrada, anonadada de la fuerza de un Sergio completamente desconocido; como si fuera la primera vez que hacíamos el amor.
Nunca me había lamido el sexo, pero esta vez se bajó a mi vulva con una avidez que me dejó atónita; parecía que tenía un motor en la boca; sus lamidas eran electrizantes, de alto voltaje. Me retorcía de gusto.
Me dio la vuelta como se da a la página de un libro, abrió la rajita de mi culete con los dedos índices de ambas manos, y me lamía el ano con una potencia arrolladora.
¡Qué lengua, madre mía! aquello no era lengua, era un martillo pilón; repicaba la punta en mi "agujerito marrón" como un colibrí en la flor de la que liba.
El orgasmo fue de antología; sin embargo, más bien mecánico que espirituoso. Como si en vez de haber estado con el hombre que pretendía ser inmensamente feliz el resto de mis días, hubiera estado con un consolador a pilas incansable en sus vibraciones.
Este Sergio es una máquina de lamer; no era aquel de mirada lánguida pero penetrante que se debatía en mi cama entre el placer y el pecado.
¡Uffff! ¿Dónde has aprendido estas cosas? En el pueblo no me las hacías. Le dije extrañada
--Ya te he dicho, que, ibas a conocer al hombre, no al cura con el que ya intimabas, por eso no es de extrañar que te sorprendas.
--¡Por cierto! como vas del constipado, te noto la voz algo tomada.
--Si cariño, mis constipados suelen afectarme a la garganta, pero seguro que "los jugos" que he degustado, serán como ese jarabe que todo lo cura.
Estaba su falo tan encendido, que me dispuse a aplacar aquel "palo ardiendo", y aquí fue cuando se dispararon todas mis alarmas: al aproximar mis fosas nasales a la zona, me sobrevino un aroma totalmente distinto a aquel que tanto me conquistaba. Este olor no es aquel que penetrando por mis conductos sensoriales, me llegaba hasta lo más recóndito de mi alma y enervaba mis sentidos, no.
El aroma de "la potrera" de este Sergio, me llegaba al estómago, no al alma, y me resultó hasta desagradable. Y cuando eché su prepucio para atrás con ánimo de llevarme a la boca su glande, y ver aquella especie de requesón que se les forma a los hombres que no cuidan su higiene en la zona que bordea al frenillo, tuve que evitar unas arcadas para no llamar su atención.
--¿Qué te pasa cariño? ¿Por qué te paras?
--Nada mi amor, creo que me han sentado mal las angulas, tenían mucho picante. ¿No te importa qué paremos y seguimos después?
--Pero mi amor, ¿me vas a dejar así..? Dijo llevando su mirada a "sus bajos".
--Lo siento cielo, comprende. ¡Anda! ve a darte una ducha y a la noche te haré inmensamente feliz.
--Vale corazón, y no te preocupes, tenemos toda la vida para estar juntos.
Estaba completamente segura, que éste no era el Sergio sacerdote párroco de mi pueblo. Entonces ¿Quién era?
Capítulo 36
Le dije, que iría a ver pisos para nuestro nidito de amor, pero pensaba hacer otra cosa; y para no levantar sospechas, le pedí que me acompañara (con la esperanza que me dijera que no), que prefería quedarse en el hotel tomando una copa. Y así fue.
--Cariño. ¿Me acompañas a ver pisos?
--No tengas tanta prisa mujer, que tenemos tiempo de sobra para eso. Te espero en el bar del hotel tomando una copa.
Ninguna vez me había llamado Manolita ¡Raro, raro, raro..! Cada momento que pasaba, estaba más convencida de que me estaban preparando una trampa para hacerse con mis millones.
Mis contactos eran de alto nivel; ya saben, por mi casa de citas pasó la crema de Madrid . Llamé a Fernando Lopetegui, aquel comisario que se cepillaba a mis niñas por la cara, por hacer la vista gorda.
--Comisaría Central. Diga.
--Pregunto por el comisario Lopetegui, si está dígale que le llama Manolita.
--¿Así, si más?
--Así es suficiente, si está lo comprobará.
--Un momento, por favor.
Esperé como unos treinta segundos, no más.
--¡Manolita...! ¡Pero qué sorpresa! ¿Desde dónde me llamas?
--Hola Lope... ¡Cuánto me agrada escucharte! Te quiero pedir un favor. Te llamo desde Madrid.
--Manolita... Sabes que lo que quieras. Estoy a tu órdenes.
--Siempre tan servicial, Lope. ¿Me puedes recibir ahora? Por teléfono no es prudente que te cuente lo que necesito saber.
--Ven cuando quieras, que te espero
--En diez minutos me presento en comisaría.
Nada más llegar, me estaba esperando, me abrazó y me dio dos besos en ambas mejillas.
--¡Manolita, mi querida amiga Manolita! Los años no pasan para ti.
--Ni para ti Lope, ni para ti. Pensaba que te habrías jubilado.
--A punto estoy, para el año que viene. Dime, que es lo que necesitas. Ya sabes que me tienes a tu disposición. ¿Qué es de tu vida?
--Ya te contaré viejo amigo. Desde que dejé "la Casa" han pasado muchas cosas.
--¡Qué pena que la cerraras!
--Ya lo sé... ¡La de niñas que "te cepillaste"! ¿Eh Lope?
--No me lo recuerdes, no me lo recuerdes, que se me caen dos lagrimones. Pero contigo "joia" no hubo forma.
--Ya sabias, que yo era "materia reservada". Pero no me digas que no te acostaste con bomboncitos mucho más jóvenes que yo.
--Ya sé que eras el capricho del Régimen , sólo faltó "El Tío Paco para llevarte al catre".
--Olvidemos el pasado, Manolita
--¡Cómo pasa el tiempo, Lope!
--¡Qué tiempos aquellos Manolita... ¡Qué tiempos! Pero dime, en que puedo servirte.
--Verás...
Le conté a grandes rasgos mis dudas y temores con el Clero de mi pueblo. La fundación que llevaba mi nombre, y desde donde se pretendía hacer la transacción. Lopetegui me escuchaba con mucha atención.
--De modo, que "ese curita" te quiere llevar al huerto.
--Eso me temo, Lope, eso me temo.
--Lo que me asombra Manolita, es tu patrimonio. ¿Tanto has ganado? ¡Joder! que mil millones de pesetas no los gano yo ni en cien vidas.
--Bueno, la mayor parte son herencias, y de la venta de "la Casa", saqué un buen pellizco.
--¡Bien! ven conmigo a la base de datos.
--¿Cómo dices que se llama ese curita?
--Sergio de la Flor Campillo.
--¡Joder! con esos apellidos no debería ser un cabroncete.
Conectó un ordenador, y empezó a introducir órdenes a través de un teclado.
--Vamos a ver... De la Flor Campillo.. Veamos cuantas fichas nos da.
Empezó a moverse aquel aparato; conectó otro, que era una impresora, y en unos segundos, a emitir datos.
Acabó el artificio de escrutar la información solicitada, y Lope, empezó la búsqueda en los mismos.
--Aquí hay un tal de la Flor Campillo, pero de nombre Ernesto, no Sergio. Toma y mira la foto que lleva impresa.
--¡La pu..... madre que lo parió! ¡Pero si es él!
--Mira a ver si por Sergio de la Flor Campillo viene algo.
Escribió Lopetegui el nombre completo, el aparato al cabo de unos segundos de búsqueda se leyó en la pantalla:
Información restringida. Introduzca clave de acceso
--¡Vaya! "El pájaro" existe, pero debe volar muy alto.
--¿Quién tiene la clave? Pregunté a Lope...
--El Director General de la Policía, o el Ministro. Pero lo que no cabe duda que existe, y que está protegido de los formulismos ordinarios.
--¿Quién tiene ese privilegio? Volví a preguntar.
--Es difícil de determinar, generalmente son instituciones que actúan en la sombra o secretas. Pero lo que está claro, que ese que se hace pasar por Sergio, se llama Ernesto, y que deben ser hermano gemelo del otro; y que te han preparado "un buen marrón".
--Gracias Lopetegui, me has hecho un favor inmenso.
--¿Qué vas a hacer Manolita? Ten cuidado, que con el Clero no se juega.
--Eso era antes, con la Dictadura.
--No obstante, anda con pies de plomo con este asunto.
--Gracias otra vez Lope... Ya te tendré al tanto.
--Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.