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Raquelita y su despertar al sexo

en Hetero: General

 

Madrid. Año 1954

R

aquelita es la única mujer de la familia, ya que su mamá falleció al nacer ella. Tiene 18 años, preciosa. Mide casi 1.70 , rubia, de tez anacarada, y de rostro angelical; bien podría servir de modelo para dar forma a una muñeca. Ya empiezan a despuntar sus formas de mujer en ciernes; unos pechitos incipientes que le han obligado a comprar su primer sujetador, y unas piernas bastante torneadas que parten de unas caderas algo prominentes, que auguran unas formas impresionantes; seguro en dos o tres años, se convierte en mujer diez. 

Tuvo su primera menstruación hace tres proximadamente, y gracias a “la seño” Remedios, su profesora de instituto, sabedora de la circunstancia familiar de Raquelita, la preparó sicológicamente para ese su primer evento, y lo sobrellevó de la forma que lo debe sobrellevar un niña informada: con la alegría natural de saber que ya fue mujer.

Pero se le han presentado una serie de inquietudes que la tienen muy inquieta y lo producen mucha zozobra, ya que no sabe como paliarlas: la llamada del sexo.

Ella se acaricia de una forma espontánea, en la cama, en el baño... siente la necesidad de tocar sus partes más íntimas, pero echa en falta los besos de un chico para la culminación de sus fantasías. Pero no sabe como, nunca ha tenido otros contactos con los chicos que los juegos inocentes propios de la edad.

Hablando un día con Silví, compañera de instituto y su mejor amiga, de la misma edad, le dijo.

-Silví, ¿Tú te tocas?

-¡Uy , que cosas me dices?

-Es que no sé lo que me pasa, pero me entra como mucha calentura y mojo mucho las braguitas. Dijo Raquelita como muy preocupada.

-Eso es normal a nuestra edad, porque empezamos a ser mujeres. Dijo Silvi muy resuelta. –Mi mamá me lo ha dicho.

-¿Y que haces para que se te pase?

-Me hago pajitas.

-¡Y eso que es!

-¿No has visto a tus hermanos tocarse la colita? Dijo Silvi con ojitos de pillina.

-Les he visto la colita de refilón alguna vez. ¿Por qué dices eso?

-Porque los niños llaman a tocarse, hacerse pajitas. Yo un día vi a mi hermano como se la tocaba, y por la cara que ponía, parecía que le gustaba  mucho.

-¿Y que consigues con hacerte eso... pajitas?

-Me da mucho gustito por todo el chichi, y se me pasa la calentura?

Quedó Silvi entre perpleja e interesada, la Naturaleza le llamaba, pero le falta técnica y experiencia para desarrollar de una forma placentera esa llamada.

-¿Por qué no me enseñas a hacerme pajitas? Dijo Raquelita con una decisión inusitada que la sorprendió a ella misma.

-Esta tarde ven a casa, y nos haremos una pajita en mi habitación, estaremos solas hasta las siete.

-Vale. Dijo Raquelita muy dispuesta.

II

La emoción la embarga, y las braguitas de algodón blancas, estaban más mojadas que de costumbre. Las fantasías que le provocaba Silví y sus pajitas la habían situado en un estado mental desconocido. Era la primera vez que imaginaba esas cosas, ¡y se asustó de súbito! Lo que iba a hacer con su amiguita no sería eso que el padre Jenaro le decía cuando se confesaba, y que no comprendía muy bien que es lo que quería decir con aquella pregunta: ¿No harás guarrerías, verdad Raquelita?

Le entró una especie de temor, pensaba que lo que iba a realizar era un pecado mortal.¡Pero es que era tan grande el tirón que le provocaban aquellos pensamientos...!

-Hola Silvi, ya estoy aquí.

-Pasa, pasa. Vamos a mi habitación. Mi mamá no viene hasta las siete y mi hermano más tarde.

-Vale.

Raquelita quedó a la espera de que Silvi llevara la iniciativa, pero lo que más la animó, es que se le había quitado el complejo de culpa al recordar al padre Jenaro. Como vio que no decía nada su amiga, le preguntó:

-¿Qué hago?

A Silvi le animó la pregunta, fue como el escopetazo de salida.

-¡Bájate las braguitas! Le dijo a la vez que se las bajaba ella. Y la falda también. Las dos mocitas quedaron frente a frente, mirándose una a la otra con curiosidad.

-¡Jolín Raquelita! Si tienes más pelitos que yo.

Efectivamente, su pubis estaba bastante poblado de pelo castaño tirando a rubio. Apenas se apreciaba su vulva en esa posición, ya que la espesuras de sus vellos, la ocultaban.

Se puso a su lado en un lateral de la cama donde se hallaba sentada, a la vez que le decía:

-Abre las piernas que te voy a enseñar como yo me hago las pajitas.

-¿Me lo vas a hacer tú? Exclamó Raquelita algo indecisa.

-¡Sí tonta! Hasta que aprendas a hacerlo tu solita.

 Raquelita sin saber como, guiada seguramente por un instinto natural, se tumbo, a la vez que abriendo las piernas y situando los pies en los bordes de la cama, quedo en aquella posición apta para el sacrificio.

Silví empezó a manipular aquel chichi virgen y rosado, con una delicadeza y maestría de una veterana en esas lides. No habían trascurrido un minuto, cuando Raquelita, empezó a sentir los efectos de aquella maniobra; los jadeos y suspiros que de su alma salían, indicaban lo excelso de aquella operación. Se desprendió del sujetador para invitar a su amiguita que succionara de aquel panal que se le derramaba la miel.

Quedó exhausta y rendida, pero en su hermosa faz quedó grabada aquella pajita, como el remedio para los males que le aquejan a las niñas, cuando sienten la llamada de la Naturaleza.

Se prometió hacerse muchas pajitas compartidas con su amiga del alma que tanto la había ayudado a sentir como mujer. 

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