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Manolita. Capitulos: 49-50-51

en Grandes Relatos

Capítulo 49

 

Año 1993.  Ya soy alcaldesa

 

¡Qué genio es José Antonio! Todo sucedió como lo predijo. Arrollé en las elecciones municipales; había conseguido el setenta y cinco por ciento de los votos, por lo que me convertí en la circunscripción electoral más votada del País, y de la noche a la mañana me vi envuelta en una espiral de popularidad.

El gran acierto y la clave para lograr la alcaldía, fue la campaña de publicidad que organizó "mi genio".          Me dijo ante de las elecciones.

--Manolita: el poder en Democracia se consigue convenciendo a la gente para que te vote; y se les induce generalmente diciendo lo que quieren oír.

Y como lo que quieren escuchar son cosas muy difíciles de realizar, necesariamente hay que prometerlas aunque después no se puedan llevar a cabo.

--Pues vaya atajo de mentirosos son lo políticos ¿no?

--Así es la Democracia, hija. Así es.

--Tú, tienes un pasado lleno de luces y sombras, Manolita. La sombras no las vamos a ocultar porque los rivales políticos te destrozarían en cuanto las omitieras en la campaña. Hay muchas personas jóvenes que no las conocen; por lo que vamos a utilizaras como el revulsivo de las nuevas generaciones. ¿Lo vas pillando?

--Pues la verdad que no, José Antonio.

--Verás. Tu fuiste una luchadora de la Dictadura, porque hiciste lo que millones de mujeres no fueron capaz de hacer. La mujer de hoy desprecia a la sumisa, a la que se sometía a los caprichos del varón. Se ha liberado social y sexualmente. ¿Te acuerdas de aquel ministro tan odiado que se le imputaron decenas de crímenes durante su mandato? Y que hoy miles de familiares de aquellos que mandó masacrar le siguen odiando

--Ya lo creo que me acuerdo. ¡Menudo hijo de puta! Espero que se esté quemando en el Infierno.

--¿Y del gobernador de esta provincia que dicen que murió de un infarto?

--¡Cómo no me voy a acordar de otro hijo de Satanás, si fue el que me echó del pueblo en el año 1958 cuando era el alcalde de aquí! Pero bien que me vengué dándole por el culo con aquel consolador de veinticinco centímetros. Lo que sentí es que se me muriera antes de desollarle la piel a latigazos.

--Bien Manolita, pues tu pasado, el que la oposición se frota las manos para sacarlo a relucir en tu contra en cuanto empiecen los comicios, es el que nos va a dar la victoria.

--¿Y mis acciones y donaciones a esta villa no van a servir de nada?

--Eso es agua pasada Manolita.

--¿Y la fundación Doña Manolita, que le doné cincuenta millones de entonces?

--Más agua pasada. El affaire con el cura y el obispo acabó con tu fundación. Olvídate de eso, que los tiempos son otros en España.

--Pero les será fácil averiguar que he estado con mujeres, que he sido prostituta, y qué...

--No les hará falta que lo averigüen, por lo dirás tú.

--¡Cómooooooooo! Exclamé sorprendida.

--Sí, dirás que el amor homosexual es tan o más sublime que el heterosexual. El colectivo gay, que es muy amplio, te apoyará. Ya sabes que hoy en España, ser gay es un orgullo, no un estigma.

--Pues tú dirás como lo vas a hacer.

--Mañana he quedado con un antiguo amigo tuyo, que le ha arruinado su mujer, y por unos milloncejos de nada que le he ofrecido, nos va a servir de mucho, y que va ser clave en la campaña.

--¡Quién es!

--¡Ah! mañana lo verás.

Quedé con una duda terrible, y "el cabrito" de José Antonio que no me decía de quien se trataba. Menos mal que sólo estaría un día en la duda, más tiempo no lo hubiera soportado.

Al día siguiente

--¡No me lo puedo creer... No me lo puedo creer!   Mi gran amigo Servando, el Marqués de Flores del Campo. ¡Mi primer cliente! El que tuvo el honor de estrenarme.

--Más que honor, fue un placer Manolita, un verdadero placer. Dijo el Marqués en un arrebato de sinceridad.

--¿Qué es de Esther, me dijo que se casaba contigo?

--¡No me la nombres, no me la nombres! Me ha dejado en la puta calle y arruinado.

--Pero... ¡Cómo ha sido eso, Marqués!

--Me hizo firmar unos documentos salvo el pretexto de abandonarme si no los firmara, y la cagué, le di todos los poderes para hacer y deshacer en mi nombre.

--Y más que hizo te deshizo, por lo que veo. ¡Ay Marqués, Marqués...! ¡Cómo se te ocurrió casarte con Esther!

--Ya ves Manolita, dejé a mi mujer por ella, y mira.

--¿Pero tu mujer vive todavía?

--¡Qué si vive...! Y bien viva que está, y además descojonándose de mí. Y menos mal que le dejé bien apañada, ya que el divorcio me costó la mitad de mi patrimonio, al estar como bienes gananciales.

--Menos mal. Al menos hiciste bien las cosas con respecto a ella.

--Bueno, vamos a lo nuestro. Interrumpió José Antonio. Que hay que preparar muchas cosas, y bien preparadas.

--Atender los dos, por favor, que esto es importantísimo. Don Servando, va a ser tu memoria, ya que fue testigo de primera línea de todos tus avatares, y va a dar testimonio de todo lo que digamos en la campaña.

Desplegó una especie de cilindro muy grande de papel cartulina y lo que vi me alucinó. Era ni más ni menos el cartel base para la misma.

Figuraba en una de las caras a una Manolita en todo su esplendor con un látigo en la mano diestra en actitud amenazante, y debajo en letras grandes para que se pudieran muy bien leer.

 Manolita: el azote de los dictadores

 Y en la otra, se veía a una Manolita complaciente, con una balanza equilibrada en la mano, con la siguiente leyenda en el mismo tipo de letras.

Manolita: la esperanza de Los Alcores

 Y ahora viene la parte más complicada, en la que tú y el Marqués tenéis que estar muy compenetrados

--No me asustes, José Antonio!

--Vamos Manolita, que a ti no te van a asustar los micrófonos y las cámaras de la tele.

Había preparado una serie de entrevistas en la radio y televisión, en la que todos conocieran a la Manolita que tuvo que ser puta a la fuerza, y a la Manolita que triunfó en un sistema donde el machismo imperaba.

Llevaría consigo al Marqués, como testigo de todos mis circunstancias. José Antonio le había "comprado"  por quince millones de pesetas y una pensión vitalicia de cincuenta mil pesetas mensuales, como colaborador de Construcciones Manolita.  Dijo en broma.

--¡Con estas condiciones, cuento hasta como te cagaste encima de mí, y encima pagando!

--No hace falta llegar a eso, Marqués, usted ratifique y de fe de lo que declare Manolita. Le dijo José Antonio.

La primera entrevista televisada se realizo en la Cadena Desencadenada, la que emitía el programa más visto y popular de la tele: Caldo Amarillo.

Lo presentaba Agapito del Pino, locutor muy avezado en ese tipo de programas mal llamados del corazón, puesto que eran más propios del hígado.

Después de las presentaciones de rigor, en las que no faltaron referencias a mi vida anterior y con el plató a rebosar de público, así empezó la entrevista.

Presentador

¿Cuál es el principal motivo de presentase a alcaldesa de Los Alcores?

Manolita

Son varios los motivos, le diré uno de ellos: que ninguna mujer tenga que salir de su pueblo por un mal de amores, ni por ningún motivo causado o propio de una sociedad obsoleta.

(Grandes aplausos)

Presentador

¿Es cierto que usted regentó un prostíbulo durante la Dictadura.

Manolita

¡Cierto, muy cierto! y aquí les presento a mi primer cliente, una personalidad de aquella época.

Presentador

¿No le parece una deshonra ese pasado, para optar a alcaldesa?

Manolita

Habría que preguntar a las mujeres y hombres de esta nueva sociedad, si ser prostituta es una deshonra. Pero le puedo afirmar, que para aquella sociedad hipócrita si lo era. Señores con el Marqués de Flores del Campo, aquí presente, que condenaban a las putas y alababan a las decentes; bien que se aliviaban con nosotras, y hasta perdían su dignidad a nuestros pies.

(Más aplausos)

Presentador

¿Es cierto eso que dice doña Manolita, señor Marqués?

Marqués

Muy cierto señor del Pino. Reconozco y lo digo sin pudor, que yo fui un cumplidor de los preceptos políticos y religiosos de la Dictadura, que gracias a mi situación, cómo tantos otros, teníamos como una especie de bula que nos permitía burlar nuestras propias normas. Hoy esto, es impensable gracias a la Democracia. De ahí la grandeza de doña Manolita

(Mas aplausos)

Presentador

También se dice que es usted lesbiana, Manolita. ¿No le parece un mal ejemplo?

Manolita

Le digo lo de antes. ¿Ser lesbiana es una deshonra? Yo creo que es un orgullo. Pero no, no soy lesbiana, soy bisexual. Es cierto que me he enamorado de una mujer, y que todavía sigo enamorada de ella; por eso creo firmemente que el amor no tiene sexo.

(Enormes aplausos)

Presentador

¿Cuál es el bagaje profesional que aporta a la Democracia?

Manolita

Aporto uno que muy pocas personas poseen, conocer muy bien la cara oculta de los hipócritas, sus miserias humanas, y la "porquería de sus cerebros". Y lo más importante: no necesito el cargo para hacerme millonaria; ya lo soy.

 El plató irrumpió en una salva de aplausos de la inmensa mayoría de jóvenes que llenaban el escenario.

Sin duda habían triunfado las nuevas generaciones, entendían mejor a un ex puta sincera, que a un político cínico y embustero.

  Presentador

¿Cuál es el principal motivo de presentase a alcaldesa de Los Alcores?

Manolita

Son varios los motivos, le diré uno de ellos: que ninguna mujer tenga que salir de su pueblo por un mal de amores, ni por ningún motivo causado o propio de una sociedad obsoleta.

(Grandes aplausos)

Presentador

¿Es cierto que usted regentó un prostíbulo durante la Dictadura.

Manolita

¡Cierto, muy cierto! y aquí les presento a mi primer cliente, una personalidad de aquella época.

Presentador

¿No le parece una deshonra ese pasado, para optar a alcaldesa?

Manolita

Habría que preguntar a las mujeres y hombres de esta nueva sociedad, si ser prostituta es una deshonra. Pero le puedo afirmar, que para aquella sociedad hipócrita si lo era. Señores con el Marqués de Flores del Campo, aquí presente, que condenaban a las putas y alababan a las decentes; bien que se aliviaban con nosotras, y hasta perdían su dignidad a nuestros pies.

(Más aplausos)

Presentador

¿Es cierto eso que dice doña Manolita, señor Marqués?

Marqués

Muy cierto señor del Pino. Reconozco y lo digo sin pudor, que yo fui un cumplidor de los preceptos políticos y religiosos de la Dictadura, que gracias a mi situación, cómo tantos otros, teníamos como una especie de bula que nos permitía burlar nuestras propias normas. Hoy esto, es impensable gracias a la Democracia. De ahí la grandeza de doña Manolita

(Mas aplausos)

Presentador

También se dice que es usted lesbiana, Manolita. ¿No le parece un mal ejemplo?

Manolita

Le digo lo de antes. ¿Ser lesbiana es una deshonra? Yo creo que es un orgullo. Pero no, no soy lesbiana, soy bisexual. Es cierto que me he enamorado de una mujer, y que todavía sigo enamorada de ella; por eso creo firmemente que el amor no tiene sexo.

(Enormes aplausos)

Presentador

¿Cuál es el bagaje profesional que aporta a la Democracia?

Manolita

Aporto uno que muy pocas personas poseen, conocer muy bien la cara oculta de los hipócritas, sus miserias humanas, y la "porquería de sus cerebros". Y lo más importante: no necesito el cargo para hacerme millonaria; ya lo soy.

 El plató irrumpió en una salva de aplausos de la inmensa mayoría de jóvenes que llenaban el escenario.

Sin duda habían triunfado las nuevas generaciones, entendían mejor a un ex puta sincera, que a un político cínico y embustero.

15 de Julio de este mismo año

 

Llegó el gran día: la inauguración.

Había superado todas las expectativas que imaginamos al comienzo; pues el genial José Antonio, sobre la marcha iba adaptando al hotel las tendencias actuales en construcción bien asesorado por arquitectos. Para acabar siendo el Complejo Turístico Doña Manolita, uno de los más modernos de España.

Ni que decir tiene, que, asistieron al acontecimiento las fuerzas vivas de la Región e incluso de la nación;  y por supuesto, el Presidente del Gobierno y Secretario General de mi partido, el PPP. José María Arránz López, que fue el que descubrió la placa que solemnizaba el evento.

Veinte señoritas a cual más bellas fueron contratadas para satisfacer en todo lo que les fuera solicitado. Las 140 habitaciones dobles y las cinco suites nupciales fueron ocupadas por las más de 200 personas que concurrieron al acontecimiento.

A última hora, José Antonio había creado una zona nudista en el ala norte de más de mil metros cuadrados con sauna, bar, pista de tenis, solarium, y club social. Se accedía por uno de los pasillos del hotel, y la entrada era permitida exclusivamente desnudo, a quien quisiera disfrutarla.

Tres señoritas con cuerpos deslumbrantes se encargaron de servir a los invitados que pretendieran conocer esa área nudista; sólo llevaban una especie de cofia y un lazo adherido al ombligo, para distinguirlas como azafatas.

Me tuve que multiplicar para poder ejercer como anfitriona. José Antonio y el Marqués me ayudaban en la complicada tarea de comprobar que todo el mundo estuviera satisfecho y que no les faltara de nada; era agobiante, y la boca no me daba más para repartir sonrisas a diestro y siniestro.

Estaba tomando una copa charlando animadamente con José Antonio y el Delegado del Gobierno, cuando sentí una voz a mi espalda; una voz que conocía muy bien.

--Me permite un momento su atención, doña Manolita.

Quedé estupefacta, allí estaba Sergio, con su alzacuellos y su traje clerical.

Habían transcurrido cinco años, y aunque la putada que me quiso hacer hubiera sido muy gorda, no la había olvidado, (y nunca jamás la podré olvidar) ¡Cómo me rompió el alma por mi parte trasera!

Me vino a la mente aquella tarde en mi casa, cuando ensartada con su enorme falo, me decía:

¡meretrix meretricis más que meretrix meretricis!

 

¡Sólo con recordarlo, me entraron unos picores..! pero no podía rascarme. ¡Joder! que situación más ridícula.

¡Pero que guapo estaba! Sin duda estos cinco años transcurridos le habían dado un aspecto de galán otoñal que sometería a cualquier mujer a su voluntad.

José Antonio se percató de mi sorpresa, me miró pero no dijo nada. Repuesta de esos segundos de estupor, me limite a decir.

--Dígame señor... en que puedo servirle.

--Permita que me presente: soy el obispo coadjutor de la Diócesis de Cataluña. El Obispo titular de la misma, me ha pedido que le acompañe, ya que nos une una gran amistad, y como conocedor de esta localidad, para que le asesore. No sé si se acordará usted de mí, ejercí durante un tiempo de párroco en esta iglesia.

¡Qué pedazo de morro! No obstante agradecí la pantomima; no era cuestión ni momento para dilucidar viejas rencillas.

--Creo señor Coadjutor, recordarle muy levemente, además yo pasaba largas temporadas en Madrid.

--Me gustaría tratar con usted unos asuntos de tipo... digamos eclesiásticos, sin mayor importancia; por ejemplo el de no haber dotado a este maravilloso complejo turístico de una capilla.

Miré a José Antonio que no perdía ripio de la conversación. Terció diciendo.

--Tenemos preparado un local de unos sesenta metros cuadrados anexo al edificio principal, para instalar la capilla. ¡Cómo vamos a negar a nuestros clientes católicos ese derecho! Pero los trámites pertinentes todavía no nos han llegado del Obispado.

Vaya trola que se había marcado José Antonio; el local que se refiere es para instalar un gimnasio, pero de momento había salvado la situación.

--Si me permite, haré las gestiones pertinentes en el Obispado, no es recomendable que un gran complejo hotelero como éste, no disponga de un oratorio.

--Se lo agradeceremos. Y su recomendación será muy tenida en cuenta.

Ya me habían dado el día. La vuelta de Sergio a mis meollos me producía una terrible confusión. Por una parte no quería volver a vivir aquella situación que por su culpa me hubiera quedado sin una peseta. Y por otra, el recordar aquellos momentos de placer, me sobrevinieron unas ganas irresistibles.

 José Antonio estaba con su mujer, y ligarme a uno de los solteros que asistían a la inauguración era una lotería. Por lo que le dije:

--Señor Obispo, si le parece tratamos este asunto en privado, le espero en quince minutos en mi despacho.

José Antonio mi miró con un gesto en la cara, que se podía leer: Pero que puta eres Manolita.

 

Capítulo 50

 

Año 1996

 

Llevaba algo más de tres años de alcaldesa, y las promesas de mejora de todos los servicios públicos las había cumplido.

No cobraba ni una peseta; los diez millones anuales del sueldo del alcalde, cantidad que fijó el anterior y no quise modificar, la doné íntegramente a la Fundación Doña Manolita, que había reflotado después de affaire con el Clero local, y que cayó en el abandono.

Puse al cargo de la misma a mi buen amigo Servando, ya saben, el Marqués de Flores del Campo. El hombre se reconcilió con su mujer de toda la vida, y se la trajo a vivir con él a Los Alcores.

Tenía cincuenta y seis años ya cumplidos, y me sentía pletórica, y lo peor (o lo mejor) que se me había acentuado la libido, y el día que no hacía el amor con José Antonio, me tenía que masturbar.

José Antonio, ya he dicho que estaba casado; por razones del papeleo, y porque su mujer no quería de ninguna de las maneras vivir aquí, residía en Madrid.

En tren del Alta Velocidad llegaba en poco más de una hora y media, Pero venía dos, o a lo sumo tres días por semana, y en días laborables, por lo que los fines de semana me los pasaba sola.

Y aunque ganas no me faltaban, no debía tener un amante. Se habían superado muchas barreras sociales, pero un cargo público no debería ser la comidilla del pueblo. Así que no me quedaba más remedio que "servirme sola".

 

15 de Julio de este mismo año

 

Llegó el gran día: la inauguración.

Había superado todas las expectativas que imaginamos al comienzo; pues el genial José Antonio, sobre la marcha iba adaptando al hotel las tendencias actuales en construcción bien asesorado por arquitectos. Para acabar siendo el Complejo Turístico Doña Manolita, uno de los más modernos de España.

Ni que decir tiene, que, asistieron al acontecimiento las fuerzas vivas de la Región e incluso de la nación;  y por supuesto, el Presidente del Gobierno y Secretario General de mi partido, el PPP. José María Arránz López, que fue el que descubrió la placa que solemnizaba el evento.

Veinte señoritas a cual más bellas fueron contratadas para satisfacer en todo lo que les fuera solicitado. Las 140 habitaciones dobles y las cinco suites nupciales fueron ocupadas por las más de 200 personas que concurrieron al acontecimiento.

A última hora, José Antonio había creado una zona nudista en el ala norte de más de mil metros cuadrados con sauna, bar, pista de tenis, solarium, y club social. Se accedía por uno de los pasillos del hotel, y la entrada era permitida exclusivamente desnudo, a quien quisiera disfrutarla.

Tres señoritas con cuerpos deslumbrantes se encargaron de servir a los invitados que pretendieran conocer esa área nudista; sólo llevaban una especie de cofia y un lazo adherido al ombligo, para distinguirlas como azafatas.

Me tuve que multiplicar para poder ejercer como anfitriona. José Antonio y el Marqués me ayudaban en la complicada tarea de comprobar que todo el mundo estuviera satisfecho y que no les faltara de nada; era agobiante, y la boca no me daba más para repartir sonrisas a diestro y siniestro.

Estaba tomando una copa charlando animadamente con José Antonio y el Delegado del Gobierno, cuando sentí una voz a mi espalda; una voz que conocía muy bien.

--Me permite un momento su atención, doña Manolita.

Quedé estupefacta, allí estaba Sergio, con su alzacuellos y su traje clerical.

Habían transcurrido cinco años, y aunque la putada que me quiso hacer hubiera sido muy gorda, no la había olvidado, (y nunca jamás la podré olvidar) ¡Cómo me rompió el alma por mi parte trasera!

Me vino a la mente aquella tarde en mi casa, cuando ensartada con su enorme falo, me decía:

¡meretrix meretricis más que meretrix meretricis!

 

¡Sólo con recordarlo, me entraron unos picores..! pero no podía rascarme. ¡Joder! que situación más ridícula.

¡Pero que guapo estaba! Sin duda estos cinco años transcurridos le habían dado un aspecto de galán otoñal que sometería a cualquier mujer a su voluntad.

José Antonio se percató de mi sorpresa, me miró pero no dijo nada. Repuesta de esos segundos de estupor, me limite a decir.

--Dígame señor... en que puedo servirle.

--Permita que me presente: soy el obispo coadjutor de la Diócesis de Cataluña. El Obispo titular de la misma, me ha pedido que le acompañe, ya que nos une una gran amistad, y como conocedor de esta localidad, para que le asesore. No sé si se acordará usted de mí, ejercí durante un tiempo de párroco en esta iglesia.

¡Qué pedazo de morro! No obstante agradecí la pantomima; no era cuestión ni momento para dilucidar viejas rencillas.

--Creo señor Coadjutor, recordarle muy levemente, además yo pasaba largas temporadas en Madrid.

--Me gustaría tratar con usted unos asuntos de tipo... digamos eclesiásticos, sin mayor importancia; por ejemplo el de no haber dotado a este maravilloso complejo turístico de una capilla.

Miré a José Antonio que no perdía ripio de la conversación. Terció diciendo.

--Tenemos preparado un local de unos sesenta metros cuadrados anexo al edificio principal, para instalar la capilla. ¡Cómo vamos a negar a nuestros clientes católicos ese derecho! Pero los trámites pertinentes todavía no nos han llegado del Obispado.

Vaya trola que se había marcado José Antonio; el local que se refiere es para instalar un gimnasio, pero de momento había salvado la situación.

--Si me permite, haré las gestiones pertinentes en el Obispado, no es recomendable que un gran complejo hotelero como éste, no disponga de un oratorio.

--Se lo agradeceremos. Y su recomendación será muy tenida en cuenta.

Ya me habían dado el día. La vuelta de Sergio a mis meollos me producía una terrible confusión. Por una parte no quería volver a vivir aquella situación que por su culpa me hubiera quedado sin una peseta. Y por otra, el recordar aquellos momentos de placer, me sobrevinieron unas ganas irresistibles.

 José Antonio estaba con su mujer, y ligarme a uno de los solteros que asistían a la inauguración era una lotería. Por lo que le dije:

--Señor Obispo, si le parece tratamos este asunto en privado, le espero en quince minutos en mi despacho.

José Antonio mi miró con un gesto en la cara, que se podía leer: Pero que puta eres Manolita.

Capítulo 51

 

--¡Vaya, vaya, vaya! Con Sergio de la Flor Campillo. Fue lo primero que le dije al acceder a mi despacho. Nada menos que Obispo Coadjutor.

--Manolita: creo que te debo una explicación.

Le corté.

--No hace falta señor Coadjutor, el tiempo todo "lo cura". Dije con sorna.

--Manolita, sé que contigo ya no sirven subterfugios, y no voy a tratar de negar que tanto monseñor y yo...

¡Por cierto! Le volví a  cortar. ¿Qué es de aquel obispo?

--Falleció hace dos años

--Que en paz descanse.

--Te decía, que, planteamos muy mal la forma de que donaras tu patrimonio a la diócesis; Monseñor (q.e.p.d) creyó que a través de nuestra relación íntima podríamos conseguirlo, y la jugada con mi hermano Ernesto fue idea de él, y que yo nunca debí aceptar.

--¡Pero sabía Monseñor que tú y yo..!

--¡Claro que lo sabía!

--¡Joder con el Clero! Ahora entiendo esa frase de que los designios del Señor son inescrutables.

--Pues sí Manolita sí, aunque no lo creas, son así.

--Dime una cosa Sergio, y no me mientas. Cuándo "me partiste el ..." ya sabes el qué, ¿también fue un designio del Señor?

--Mira Manolita, hay cosas que sólo se pueden entender desde la fe más absoluta. Mejor no toquemos ese tema.

--¿Te importa que te llame por tu nombre en la intimidad?

--No Manolita, no me importa. Para ti soy un hombre, no un obispo.

--Me hiciste mucho daño Sergio: yo creí en lo de la Dispensa Papal, y que te ibas a casar conmigo. Me costó mucho olvidarte.

--No sabes lo arrepentido que estoy, y le he pedido al Señor que me perdone; pero me conformaría con que tú lo hicieras.

--Hace tiempo que te perdoné, por mí no sufras. ¡Y qué es de Ernesto! Mira que fue burdo tu hermanito gemelo, más que un clérigo, parece un chulo.

--Lo presagié tarde, sabía que al final ibas a descubrir el pastel. Pero... no quería desairar a Monseñor.

--Cuéntame. ¿Qué has hecho en estos años?

--Pertenezco a la Curia Romana, y si Dios lo quiere, seré el próximo obispo titular de la Diócesis de Cataluña.

He estado residiendo en el Vaticano unos años, y un tiempo por Sudamérica preparándome para el obispado. A ti no te pregunto, porque lo que has hecho salta a la vista y es extraordinario: alcaldesa y propietaria de este fabuloso complejo turístico. Mi más sincera enhorabuena, Manolita.

--Gracias Sergio, veo en los ojos la verdad de tus palabras. Pero dime: ¿volverías a acostarte conmigo?

--El hombre sí, el obispo ¡desde luego que no!

--Como me acabas de decir que para mí eres el hombre, no el obispo, esta noche te espero en la suite principal. Las llaves están puestas en la puerta.

Volví a la recepción muy contenta. ¡Qué verdad es  que el tiempo todo lo clarifica! ¿Qué hubiera sido de mí, si de verdad Sergio hubiera renunciado a su sacerdocio y nos hubiéramos casado?

Los dos seríamos pobres, y lo más probable es que no hubiéramos soportado esa vida. Mejor así: él Obispo, y yo alcaldesa. Los sueños de ser feliz aunque pobre al lado de un amor, se me habían disipado como nube de verano.

José Antonio, mi fiel José Antonio no me quitaba ojo, y me buscaba por todos los lados.

--¡Tú crees que es normal qué desaparezcas con todo el lío que tenemos montado aquí! Me regañó.

--Mi querido amigo José: Te bastas y te sobras para atender a todos estos conocidos.

--Sí, pero el Presidente del Gobierno, el Delegado y otras autoridades, requieren tu presencia.

--Tranquilo... tranquilo... Tonio (a veces le llamaba así) ya estoy aquí.

--¿Quién ese cura al que has prestado tanta atención?

--Una historia muy larga de contar; ahora no es momento. Vamos a seguir atendiendo a los invitados.

Buscaba con la mirada a "mi obispo" y no le veía por ninguna parte; eran casi las tres de la madruga y sólo quedábamos el Marqués y yo. La mujer de José Antonio se  le había llevado a la habitación.

--Bueno Marqués, toca hora de dormir.

--Te felicito Manolita, todo ha salido redondo, una fiesta para recordar de por vida.

--Vamos a descansar, que ya está bien.

--Sí, vamos.

El día había sido duro, pero clarificador, el éxito del complejo estaba asegurado, las reservas eran del noventa por ciento de ocupación hasta Septiembre.

¡Qué gran idea tuvo José Antonio hace cuatro años!

¡Qué visión de futuro más privilegiada! Gracias a él, mi vida había dado un rumbo de ciento ochenta grados: ser la alcaldesa del pueblo que hace más de treinta años me denigró, y ser propietaria de unos de los hoteles más modernos del País.

Me sentía muy satisfecha, apenas quedaban rescoldos en mi alma de la pureza del amor. Ese amor que con tanta ansia he estado buscando durante años.

De pronto me acorde de Sergio ¿Dónde se habría metido que no le veía por ningún sitio?

Estaba alojada en la suite nupcial principal, no podía ser otra forma, la propietaria soy yo, por lo tanto la primera en ocuparla, pero ¡dónde narices estaba "el novio"!

¡Joder que paradoja! Ocupar una suite nupcial sin novio. Me entró una risa estúpida. Cien metros cuadrados con piscina de hidromasaje y dos salones para mi solita. No sabía que hacer, si reír o llorar.

Estaba a punto de que me entrara otra vez la neura, cuando escuché el ruido como cuando se descorcha una botella de champagne, y un burbujeo que provenía del baño ¡Coño! qué me asusté.

Estaba en ese momento desnuda, precisamente a punto de darme un baño relajante, el día había sido agotador. Entré con cierta precaución (y algo de miedo) para ver de donde procedían esos sonidos; y la sorpresa fue mayúscula, dentro de la piscina de hidromasaje, con los dos brazos alzados por encima de los hombros; en la mano derecha la botella de champagne, y en la izquierda dos copas, estaba "el novio".

En segundos pasaron por mi mente toda la película de los sucesos vividos con él: los dulces y los amargos. Pero prevaleció en mis meollos aquel día en que me "dio la comunión por vía rectal".

Bien visto, en las circunstancias de mis últimos cinco años de vida, Sergio había sido uno de sus forjadores, aunque de forma indirecta, porque sus intenciones no eran precisamente las que llegara a donde he llegado. ¡Pero bueno! Puesto que está bien lo que bien acaba, olvidé todos mis prejuicios y me dispuse a gozar a tope con ese pedazo de Obispo Coadjutor de más de uno noventa de estatura, y con un "pedazo de cosa" que conmueve, y pone la carne de gallina.

Cuento al principio de este relato, que tuve esa hora tonta que dicen que tenemos todas las mujeres, y por ella, aquel viajante de alpargatas que me hizo una tripa tuve que salir del pueblo. Ahora también tuve otra, luego contaré lo aclararé.

 --Pero...¡Cómo has entrado aquí! Exclamé fingiendo estupor.

--Las lleves estaban puestas, ¿No te acuerdas que me lo dijiste?

--¡Ah sí! Esta noche todas las llaves de las habitaciones están puestas por fuera, he dado esa orden para evitar aglomeraciones a la hora de recogerlas en conserjería; todos somos de confianza.

Según hablaba, me iba metiendo en la mini piscina hasta que me ubiqué en sus brazos, que ya habían dejado la botella y las copas en la repisa de mármol blanco traído expresamente de Macael (Almería).

--Manolita, mi dulce y grata Manolita: sigues conservando ese maravilloso cuerpo de diosa. Estoy seguro que El Señor me comprenderá, pues seguro, que si Èl bajara a la tierra reencarnado en hombre, también te haría el amor.

--No, si palabritas no te faltan. Le dije con un mohín de agrado.

Introduje mi mano derecha por debajo de la espuma y las burbujas: quería comprobar como se mantenía "ese bordón"  que tanto me había hecho gozar y padecer. ¡Cómo se mantenía! Exactamente igual que cuando hace años le tuve entre mis dos manos y no conseguía cubrirlo con ellas.

Al sentirlas allí ubicadas, me abrazó con tal pasión, que buscando mis labios y mi lengua con ansias inusitadas, me besó de tal forma que parecía que era su primer beso.

Sin soltar mis manos de su "hermosa virilidad", como si tuviera miedo de que se licuara entre la espuma y las burbujas, le ofrecí toda mi boca para que me la dejara seca.

--Manolita.

--Dime "obispo mío".

--Si yo te jurara por el Dios que represento en la Tierra, que eres la única mujer con la que he hecho el amor ¿me creerías?

--Pues sí, pero por pura lógica. No creo que los obispos vayan por ahí follando a diestro y siniestro. ¿Qué me quieres decir, qué en estos años no has echado ningún "polvete"?

--No Manolita, no. Lo nuestro es tan sublime, tan extraordinario que estoy seguro que es un mandato del Señor para que el hombre pruebe las mieles del sexo, y después sepa hallar donde se ubica el verdadero amor, el sublime, el eterno, el imperecedero. Y has sido tú, la elegida por Él, al igual que eligió a la Virgen María para alumbrar a Jesucristo; que seas la que de luz a mi conciencia.

--¡Joder! Pensé. Y hasta igual es cierto. Yo Manolita puesta por Dios a la altura de la Virgen.

No podía aguantar más las ganas de "comerme su miembro viril", sumergí la cabeza entre las pompas, y con ansia voraz introduje en mis fauces aquel "pedazo de capullo" que apenas me cabía en la boca.

El primer chorro de semen que expelió fue asombroso, me salía por la comisura de los labios, a pesar de que me tragué una buena dosis. El resto de los chorros, ya menos intensos, los tragué con tanto placer o más como si se trataran del más espirituoso licor.

--¿Cuánto hace que no te corres, Sergio?

--Ya te he dicho que con una mujer desde la última vez que estuve contigo.

--¿Cómo puedes mantener eso ahí dentro sin expulsarlo?

--Con emisiones seminales. Durante el sueño lo deponemos.

--¿Y eso no es pecado?

--No Manolita, son cosas del cuerpo, no del espíritu.

--Lo cual deduzco, que, echar un polvo es también cosa del cuerpo, no del espíritu, ¿Verdad?

--Manolita, dejemos la metafísica para otro momento.

--Vale, Sergio, lo único que pretendo comprender, es algo que la Naturaleza ha creado para disfrute del ser humano, el porqué la Iglesia le pone trabas. Pero sí, no volvamos a entrar en disquisiciones filosóficas.

Salimos del hidromasaje. Secó mi cuerpo con tanta delicadeza que parecía que me acariciaba con la toalla.          Hizo parada en mis senos, y me los agasajaba de tal forma, que mis pezones adquirieron unas dimensiones insólitas.

Me los mamó con tanta suavidad y dulzura que me parecía estar en una nirvana rodeada de ángeles inmaculados. Veía el cielo más azul, y las estrellas más resplandecientes que nunca. Nos acostamos.

--¿Te acuerda Sergio, de la primera fellatio que te hice?

--¡Cómo no me voy a acordar! Si fue también la primera vez que vi el cielo.

--¡No me digas que los obispos no veis el cielo de otra manera que no sea esta!

--Se puede ver el cielo desde la Tierra, Manolita; sólo tienes que tener los ojos con los que se ve.

--Sergio.

--Dime Manolita.

--Sabes... cuando "en nombre del Señor" (dije con ironía) me partiste el tafanario, tomé adicción.

--¿Te gustaría repetir?

--¡Ummmm! claro, lo estoy deseando.

--Espera que me recupere.

Tomamos unas copas del champagne, y fumamos un cigarrillo a medias.

A la media hora más o menos que duró la fumada, el pene de Sergio estaba otra vez duro como el badajo de una campana.

--Ponte es situación cariño.

--Como una perrita en celo, coloqué mis hermosas posaderas a merced de sus caprichos. Tomé una de las almohadas, y me la coloqué bien apretada al vientre, como pretendiendo amortiguar la embestida de aquel "Sagrado Báculo".  

Previamente me lamió el esfínter con tal suavidad, que me producía un placer tan exquisito que mis intestinos aplaudían. (La verdad era, que las tripas me sonaban).

Lo abrí todo lo que pude, pero con cuidado de no expeler ninguna ventosidad como la otra vez.

--Cuando sentí en la puerta su glande, esperé con el "ojo bien abierto" a que entrara, y una vez dentro, dejé de hacer fuerza, de modo que se creó un efecto succión, que con un leve y delicado empuje, se introdujo hasta el fondo de mis entrañas.

Me sentía tan llena, que las nervosidades de la zona, transmitían a mi cerebro tal cúmulo de sensaciones que me electrizaban toda.

Acompasaba mis glúteos a sus embestidas, de modo que, en el encuentro de entrada del émbolo, sentía sus testículos repicaban en mis nalgas como campanas tocando a gloria. ¡Qué placer, Dios mío!

Otro chorro de semen inundó mis entrañas, caliente y viscoso; sentía como circulaba por mis intestinos.

Quedamos los dos tumbados en la cama, rendidos y exhaustos.

Me entró otra vez la hora tonta. Era tal el placer que me daba "mi coadjutor", que fui yo ahora la que perdiendo todas mis nociones,  le dije muy seria:

--Sergio.

--Dime Manolita.

Esta vez no te voy a pedir que te cases conmigo, pero pongo toda mi fortuna a tus pies, si renuncias al sacerdocio, y te conviertes en mi protector.

--Muchas gracias Manolita, muchas gracias. Pero Dios me ha llamado para ser Papa. Te aseguro, que me verás con la mitra y el báculo

--¿Esto quiere decir, que lo nuestro se acabó?

--Sexualmente sí, Manolita. Pero espiritualmente no. Y siempre te llevaré en mi corazón.

Y así fue. Años después Sergio fue elegido Papa con el nombre de Sixto II por designación del Espíritu Santo. Pero no adelantemos acontecimientos.

 

 

 


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