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Memorias de una prostitua. Cap. 22 al 26

en Grandes Relatos

Capítulo XXII

        --Os deseo los mayores placeres. Nos dijo Darío, que yo me voy a acostar, estoy cansado, y la entrepierna se me resiente.

        Quedamos solas en el salón de la cafetería del Hotel.

        --¿Seguro Marga. que estás decidida?

        --Manolita. Cómo estoy segura que pase lo que pase, lo vas a entender, voy tan convencida, que no tengo ningún temor.

        --Vamos a hacer una cosa Marga. Yo llevo la iniciativa, iré muy lentamente, poquito a poco. Tú sólo tienes que decir: sigue o para.

        --Me parece estupenda esa idea.

        Apuramos las copas que estábamos tomando, y nos dirigimos a su habitación, en la mía descansaría placidamente Darío.

        Salimos del ascensor que nos elevó a la sexta planta. Como no había nadie por el pasillo, tomé a Marga por el talle, y apoyé mi cara en su hombro.

        --¿Te molesta?

        --Para nada. Me agrada, puedes seguir. Por cierto; ¿Qué perfumes llevas? Huele que excita.

        --Esencia de Loewe

        --Huele de maravilla.

        --Mañana te regalaré un pulverizador, para que siempre me recuerdes.

        Entramos en la habitación, solté mi mano de su talle, y tomé la suya; y así entramos en el “Pórtico de Lesbos”

        Margarita se sentó en la cama de matrimonio esperando acontecimientos. Miré su semblante y al parecerme que sus ojos emitían el brillo del deseo, coloqué mi brazo derecho por sus hombros.

        --Eres preciosa. A la vez que le daba un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios, para que fuera notando el emboque de los míos.

        Margarita se volvió. Los tenía a escasos diez centímetros. Me acorde de mi primera experiencia lésbica que tuve con otrora su madre Adela, (hoy Darío) gracias a la cirugía; era la misma situación. Y como yo hice, ella hizo lo mismo: probar la miel de mi boca.

        Fue un beso fugaz, apenas se rozaron nuestros labios, pero fue lo suficiente para que la niña sintiera lo mismo que yo sentí cuando me besé con su madre: un escalofrío desde la nuca a los pies.

        --Sigue, sigue; y no pares hasta que veas que reviento de placer. Me dijo Marga con los ojos entornados.

        Estábamos las dos todavía vestidas, suavemente le eché sobre la cama, boca arriba. Desabroché los dos botones superiores de la blusa, y asomó entre ellos el principio de sus pechos. Estaban tan unidos y prietos que formaban una quebradura en el centro.

        Desabroché los tres botones restantes y se descubrieron ante mi dos senos que me pedían a gritos que les liberara de aquel wonderbra azul celeste que los retenía.

        Eliminé por su espalda el guardián en forma de corchete que les paralizaba, y ¡Voila! Emergieron dos volcanes a punto de erupcionar.

        Mi mano derecha, sigilosamente bajaba en busca de la cueva del placer. Descorrí la cremallera que la custodiaba y se posó en un salva slip. No llevaba bragas.

        --¿No usas bragas?

        --Con pantalones casi nunca. Sólo el salva slip. Pero sigue por favor, no pares. Y cerró los ojos esperando nuevas y sensaciones.

        --Aparté el salva slip y no pude reprimir el deseo de olerlo, cosa que hice, y olfatee los exudados de su alma y corazón que emanaban a través de su concha. 

        --Tu aroma natural, es más excitante que mi perfume artificial. Me figuro que debe ser la esencia de tu paraíso, ¿verdad? Porque parece fragancia de diosas.

        --Tonta...

        Mis dedos índice y corazón recorrían su hendidura, que cual manantial subterráneo, manaba agua en abundancia. Los movimientos de su pelvis y caderas se agitaban al compás de mis extremos, anunciando que estaba totalmente absorta en la melodía que mis dedos tocaban. Sus suspiros empezaron a convertirse en convulsiones...

        --Para, para, para que me matas.

        --¿Manolita?

        --Dime cielo.

        --Si esto es el preludio, me aterra pensar como será el intermedio y el final.

        --Ya lo comprobarás, mi amor. Voy a llevarte a una nirvana totalmente desconocida para ti.

        Era mi segunda experiencia lésbica, y estaba asombrada. ¿Es que era lesbiana? No lo sé, sólo puedo decir, que, en este momento no cambiaría a Margarita por todos los hombres del mundo. Y me asusté. Me asusté porque al recordar la figura de otrora su madre, me entró un sentimiento muy especial, sentimiento que sobrepasaba al de su nuevo estado. Entre Darío y Adela, que eran el mismo ser y la misma esencia, me quedaba con la de Adela.

        Pero por otras parte sabía que entre Margarita y yo no podía haber otra circunstancia aparte del placer; podría perfectamente ser mi hija.

        --¿Qué piensas?

        --Nada cariño. Que soy tan feliz a tu lado, que me duele que la diferencia de edad, nos lleve por sendas diferentes.

        --No pienses ahora en eso, y vamos a gozar las dos como si mañana fuera el fin del mundo. Pero antes voy a hacer un pipi.

        --Te acompaño. Vamos a hacer ese pipi juntas.

        Ella lo hizo en la taza y yo en el bidé. El cuadro podía haberlo pintado un genio de la pintura, y sin duda hubiera sido expuesto en los mejores pinacotecas del  mundo.

        No sé. Pero instintivamente tomé un paño higiénico que pendía de una percha adhesiva al lado del bidé, y fui a secar los restos del pipi de Marga. Me agradeció con la mirada el gesto, y pasé el paño con suavidad exquisita por toda la superficie de su conchita.

        Me dio un beso en los labios, caricia que retomé con ansias inusitadas, y allí las dos; yo con las bragas por los tobillos, y Marga con los pantalones debajo de las rodillas, nos besamos como dos hespérides al borde del deseo de un abismo infinito.

        Y Allí mismo nos desprendimos de las prendas que todavía llevábamos en la piel.

        --¿Me dejas que te baje las bragas? Me excita la idea.

        --Cómo no cielo.

        Marga bajó mis bragas con suma delicadeza y ante mi asombro, las frunció y se las llevó a sus fosas nasales.

        Aspiró profundamente como queriendo desprender las incrustaciones de mis flujos vaginales. Sus ojos reflejaban el placer que concede el sentido del olfato.

        Amarraditas del talle salimos del cuarto de baño, y como Dios nos trajo al mundo, nos dirigimos al receptáculo del amor. Donde consumimos todas las ambrosías y malvasías que conceden los dioses del Olimpo a los que se aman con pasión.

        Narrar una escena lésbica es peliagudo, cuando las dos hembras se han dejado el aliento y la esencia en la alcoba.

        Para Margarita fue algo tan sublime que no podía creer que mis labios y mi lengua, lamiendo su cálida y húmeda rosa, pudiera causar en ella tanto placer y sentimientos tan profundos. Es más grandioso que un simple orgasmo material... Pensaba... Se sentía como transportada a un mundo desconocido... Un mundo que ningún varón de la Isla había podido llevarle ...

        --¡Por Dios Manolita... Por Dios...! Para que me matas.

Tenía tan bien aferrada a Marga por las caderas, que su vulva con mis belfos, parecían estar sellados. 

        -Entró en un estado de excitación que me asustó. Gritaba de una forma tan exasperada, que tuve que abandonar "su jardín sagrado"  y subir a acallar su boca con un beso. Pero al igual que me pasó a mi otrora con su madre; al sentir las emulsiones de su propio sexo en mi boca, fue como una explosión en sus meollos, que le hizo estremecer.

Me acordé de "la tijera" que me enseño Adela, e hice lo mismo con ella. Cuando pegué su vulva a la mía, noté algo extraordinario y que no había reparado a ese momento; quedé obnubilada. Del capuchón de Marga, sobresalía un clítoris extraordinario, como de unos cinco centímetros de largo.

        Al ver que cesaba en mis fricciones alrededor de su zona vaginal, se percató de la situación. Me dijo:

        --¿Te molesta que tenga ese colgajo ahí?

        La miré con infinito amor, y sin mediar palabras, volví a bajar a "su jardín", pero no para volver a lamer "su rosa". Bajé "para comerme ese nardo". Nardo que degusté con tal glotonería, que Marga me tuvo que apartar la cabeza, porque no podía resistir más de placer.

        Quedamos las dos exhaustas, rendidas, abatidas, mirando a la lámpara del techo como si de un cielo se tratara. Me dijo al rato.

        ¿Manolita? Es la primera vez que hago el amor con una mujer, y te juro, que ha sido maravilloso...Pero...

        --¿Pero qué...?

        --Es que me da corte... decírtelo.

        --¡Por favor Marga! ¿A estas alturas?

        --Que me gustaría lamértelo a ti, pero tengo mis dudas.

        --¿Asco quizás? Le pregunté mirándole a los ojos.

        --No, no... No sé que es, pero te aseguro que no es asco.

        --Mira, vamos a hacer lo siguiente: ponte boca arriba. Yo me montaré en tu cintura, e iré subiendo lentamente mi vientre hasta tu boca; los ojos tenlos como quieras, cerrados o abiertos. Iras notando el perfume de mis exudados cuando esté mi vulva cerca de tu boca, y en ese momento, cuando huelas mi coño, sabrás si te lo quieres comer o rechazar.

        --Eres un cielo Manolita. Siempre intentado darme las mayores satisfacciones. --¡Venga! Vamos a intentarlo.

        Me pasé un paño por mi vulva, estaba demasiado mojada, y aunque no pretendía restarle sus efluvios naturales, si procuraba que no fuera demasiado húmeda, para que la boca de Marga, en caso de decidirse a lamerme, sus labios notaran las carnosidades de mi sexo. y que su lengua no se deslizara por "mi rajita"  por exceso de lubricación.

        Me monté en su cintura, mis manos apoyadas levemente en su pechos, ella cerró los ojos. Situé poco a poco mi Monte de Venus a escasos diez centímetros de su boca.

        Sólo recuerdo, que sentí como sus manos se aferraban a mis glúteos, y de un leve empujón situó mi coño expectante en su boca. Me lo comió como un niño hambriento devora una galleta.

       

Capítulo XXIII

Darío nos estaba esperando en el hall del hotel; se le notaba en su rostro los efectos del descanso. Nosotras por más afeites que nos dimos, las secuelas de la noche de pasión en el “Reino de Lesbos”, se reflejaban en nuestras ojeras.

--Vaya... vaya... Que poco habéis dormido.

        --Calla, calla, mal pensado.

        Margarita estaba algo cohibida, por mucha confianza que tenía con su antes madre, ahora al verle como padre, no podía evitar cierta timidez.

        --Pero hija. ¿Es que te vas a arrepentir ahora?

        --No papá. Manolita es un volcán, te vas a casar con la mujer más maravillosa del mundo.

       Lo sé hija lo sé. --Y tú Manolita ¿Qué tal con mi niña?

        Por muy puta que fuera, y acostumbrada a realizar la mayores cochinadas con los clientes del burdel, aquella situación me producía cierta vergüenza. ¡Coño! Que no es normal esto. Aquel escenario parecía un esperpento propio de don Pedro Muñoz Seca, maestro del género.

 El padre que fue madre, al final no era ni padre ni madre. La hija que no era hija, intentó follar con la madre que resultó que no era su madre. Y ahora la hija del padre que antes fue madre, follaba con la prometida del padre que antes fue madre. Y lo que si estaba claro, que también había follado con el verdadero padre, que fue esposo del que era supuesta madre y ahora es el supuesto padre, y también con el hijo del auténtico padre  ¡Joder que lío!

 Bueno, tampoco yo podía esperar tener una familia tocada por la mano del Espíritu Santo. Pero si al menos lograr una armonía que estuviera basada en los principios de la sinceridad y los nobles sentimientos.

 ¡Bueno! Sobre la sinceridad no me podría quejar. ¡Más sinceridad que había entre los tres, no se podría negar!

        --¡Manolita! Que te he preguntado que tal con mi niña.   

        --Disculpa cariño. Estaba ausente, pensando en mis cosas. ¿Marga...? Una bendición del cielo. Una maravilla.

        --Bueno niñas, mañana me hacen la última revisión, por lo que si todo marcha bien, en unos días nos vamos para Madrid.

        --¡Cuánto me gustaría acompañaros! Dijo Marga entornando los ojos.

        --Pronto vendrás cariño. A nuestra boda.

        --Por cierto. Dije a Darío  --No dejes ningún cabo suelto, para que en Madrid no tengamos ninguna dificultad en el papeleo.

        --Todo está previsto, No te preocupes.

        Marga fue al servicio. Darío me miró a los ojos y me dijo:

        --No sé Manolita, pero me da la sensación que la noche que has pasado con mi hija te ha impresionado. ¿Has cambiado tu decisión de casarte conmigo?

        --Te voy a ser sincera. He quedo terriblemente prendada de Margarita. No quiero emplear la palabra enamorada, porque sé que es una relación imposible. Pero he sido tan feliz en sus brazos que ha superado la emoción que sentí contigo y con Raúl.

--Me parece normal, cariño. Marga es un primor, y su juventud es aquel bálsamo que nosotros ya perdimos.

--Ella seguirá el curso de su vida en la Isla, se casará con un apuesto joven, tendrá hijos y será feliz. Y nosotros, irremediablemente seguiremos el que nos hemos forjado a través de nuestras adversas circunstancias. Sólo te pido que no le hagas daño con falsas ilusiones.

--Sabias palabras Darío. Sabias palabras. Puedes estar tranquilo que para nada interferiré en la vida de tu hija.

        --Gracias Manolita. Estoy seguro de ello.

        --Seguro que habláis de mi. ¿A que sí? Dijo Marga que regresaba del baño.

        --Sí cielo. Comentaba lo feliz que vas a ser cuando te cases y fundes un hogar. Le respondió Darío.

        --¡Uy! Un hogar. Todavía queda eso muy lejos.

        --¡Cómo ha cambiado la juventud de ahora! ¿Ver Las chicas de mi época, a tu edad Marga, ya nos llamaban solteronas. Le dije.

        --Bueno, no es mi caso. Dije indiferente.

        --¡Caray Marga! ¿Pero es que no piensas casarte y fundar una familia? Volví a decirle

        --Mira Manolita. Me dijo adoptando una actitud acorde con lo que iba a decir. Vosotras, ¡Bueno! ahora papá y tú, habéis nacido en una época equivocada...

        --¡Cómo dices... ¡ Saltó Darío.

        --Deja.. deja que la niña se explique. Dije yo interesada ante lo que intuía venir.

        --Decía, que papá y tú habéis nacido en una época equivocada, porque lo que añoráis ambas, la juventud actual lo ha superado. A mi y a la mayoría de mis amigos, nos suena a rollo tártaro eso de la familia, la entrega total, la abnegación y todo lo subliminal.

 Vosotras habéis tenido que rendiros ante los convencionalismos sociales de vuestro entorno, renunciando a ser vosotras mismas. Yo mando a la mierda esos convencionalismos.

        --¡Caray con la niña! Dijo Darío asombrado. Y continuó con su disertación mirándome a los ojos.

        --Por ejemplo tú Manolita: Buscas lo que perdiste hace veinte años. ¿Y que es lo que perdiste...? Piensa un poco... No perdiste nada, porque de no haberlo perdido entonces, seguramente lo hubieras perdido hoy. Así que no busques más, porque no lo vas a encontrar ya.

        --Y tu mamá ... o papá... ¿Qué buscas ahora? ¿Lo que no fuiste capaz de hallar hace treinta años? Truncaste tu verdadera identidad por una familia y un marido que no fueron capaces de comprenderte y hacerte feliz en lo más íntimo de tu alma. Y encima tuviste que soportar a dos hijos que no eran de tu sangre.

        A Darío se le saltaron dos lágrimas, y yo estaba alucinada ante los razonamientos de Marga.

        --Vamos a ver parejita. Nos dijo a ambas a la vez que nos abrazaba y cambiaba el tono de la voz, porque sabía que sus palabras habían calado profundamente en nuestros corazones.

        --Las dos, sois víctimas de vuestro pasado, y la gran paradoja es que, son dos pasados totalmente opuestos; pero al fin y al cabo, víctimas. Por eso, yo aunque me equivoque, haré exactamente ahora lo que me de la real gana, y al que no le guste, que se aguante. Y si algún día me arrepiento de mis actos pasados, no será por frustración como vosotras, que aunque o duela, sois dos seres malogrados.

        Estaba alucinada con sus argumentos, y Darío no concedía crédito a lo que Margarita exponía con tanta fuerza. Nos quedamos callados los tres un buen rato. El silencio parecía que podía cortarse. Al rato, rompió el hielo, añadiendo.

        --Pero no penséis que he perdido los valores que me has ensañado; mamá... o papá... Ya no sé como verte para decirte la verdad que brota de mi corazón. No, no. Mis valores humanos son sagrados, pero digo muy alto y claro, que no renunciaré a mis anhelos por mucho que lo digan unas normas que están obsoletas, al menos en la Isla.

        --¿Y cual son esos anhelos? Me atrevía a preguntar.

        --Muy simples Manolita. Ser yo misma. Poder realizar todo aquello esté al alcance de mis deseos.  Si quiero se puta, seré puta. Si me enamoro de una mujer y deseo casarme con ella, iré al país o al fin del mundo donde pueda realizarlo. Y si deseo cambiar de sexo, lo haré cuando me de la gana, no como mamá, que ha tenido que esperar 57 años para realizar su gran sueño, ser hombre, debido a las imposiciones legales de su entorno.

        A Darío se le saltaron dos lágrimas. Posiblemente recordaba su etapa de Adela, y todo lo que tuvo que llevar a sus espaldas. Se las enjugué con mi pañuelo, gesto que me agradeció con un beso.

Capítulo XXIV

Marga se fue para La Isla, y Darío y yo salimos para Madrid, nos prometimos estar los tres en contacto permanente.

        Antes de partir para nuestros destinos, Marga me reclamó otra noche de amor como despedida, pretendía dejar profunda huella en mis sentimientos. Le pedimos a Darío que estuviera presente, aunque fuera en plan pasivo.

        --Mamá, digo papá: no te cortes como aquella vez que intenté satisfacer tus ansias lésbicas; y que no pudiste. Podemos estar a la vez los dos con ella, o una vez cada uno. --¿Cómo lo ves Manolita?

        --Por mi como os plazca.

        --Papá, espero que si no te dio vergüenza verme desnuda cuando eras mujer, no te la de ahora que eres hombre.

        --No te preocupes hija, pero si ves que no puedo, os dejaré solas.

        --Cómo quieras, papá.

      La verdad, yo me encontraba algo cohibida, ¡lo que son las cosas! Una puta como yo, harta de representar las escenas sexuales más escabrosas, ahora andaba con remilgos. Pero tenía una explicación: estaba ante dos seres que me primaba más hacer el amor, que follar. Sin duda esa era la explicación de mis dudas. Pero aparqué mis melindres y me dispuse a disfrutar con los dos, sobre todo con Marga hasta reventar de placer.

        Darío nos esperaba en la cama, totalmente desnudo. Ella y yo, en el baño, frente al espejo.

        ¡Pero que bonita eres chiquilla! Si tuviera veinte años menos te juro que me enamoraba de ti hasta lo más profundo de mis entrañas.  Le dije a Marga que ese momento se estaba lavando los dientes. Arrimé mi pubis a sus glúteos, que debido a la posición que adoptaba por la higiene dental sobresalían de la espalda, y prácticamente se lo inserté entre ellos, justamente en el medio.

        --Jolín Manolita, que Monte de Venus más prominente tienes, como lo siento en mi rajita del culo.

        --¿Te gusta, cariño?

        --De ti todo me gusta, amor, me gustas desde el día que te vi en mi casa, cuando mi hermano Raúl nos presento. Y sobre todo cuando te espiaba.

        --¡Cómo que me espiabas! Salté hecha una furia, pero en broma.     

        --Mi habitación es lindante a la de los invitados, y ambas se comunican interiormente a través de una puerta de llave antigua cuyo ojo suele estar sellado con masilla. Le liberé de la misma y os vi a las dos.

        --¡A tu madre y a mi!

        --Si a las dos. Y bien que me hubiera gustado estar con vosotras. Pero no era lo adecuado, y redimí mis ansias masturbándome con tu imagen en mi fantasía.

        Mientras hablaba, no despegaba sus glúteos de mi pubis, al contrario, hacia movimientos circulares que mi clítoris ya hinchado los agradecía de que manera. Por lo que le dije.

        --Como sigas meneando el culo, me corro. Pero sigue... ¡hablando! no meneando el culo.

        --Y desde entonces, mis fantasías lésbicas se acentuaron de tal forma, que mis tocamientos íntimos,  soñaba que los realizabas tú.

        --No sabes cuanto lo celebro Marga, porque yo también me he hecho mas de una paja a tu salud.

        --¿Qué es eso de una paja?

        --¡Ah ya! Aquí no sabéis que en España, masturbarse se dice: hacerse una paja.

        --¡Qué gracia! Pues te aseguro Manolita que me voy a hacer muchas pajas pensando en ti.

        --Yo también me haré pajitas pensando en ti, cariño.

        --¡Niñas..... ¡ Pero que hacéis, venís o no. Exclamó Darío impaciente

        --Ya vamos papá, no te inquietes. Parece mentira que hayas sido mujer, y no sepas que el baño es el Sancta Sanctorum de nosotras.

        Habíamos preparado dos saltos de cama transparentes, el mío azul celeste y el de Marga, rosa. Salimos del baño de la mano, sin nada debajo.

        A Darío se le desorbitaron los ojos, no sabia donde mirar, parecía que estaba presenciando un partido de tenis desde el centro de la cancha. Y el muy pícaro nos espera con “aquello” más tieso que una vela.

        Como yo sabía el truco, me acerqué al remedo del testículo derecho donde estaba ubicado el artilugio de inflar y desinflar. Y de un toque, aquello se fue abajo como se deshincha un globo, a la vez que le decía.

        --Lo siento cariño, pero ahora no toca polla.

        Margarita se partía de risa, que casi le da un ataque. Ignoraba el mecanismo de aquella prótesis. Se acercó bien para verlo más de cerca, y exclamó.

        ¡Anda..... ¡ Pero si es como una polla de verdad. Y se estuvo riendo un buen rato.

        Darío se dio cuenta que allí como hombre sobraba, pero si hubiera sido la Adela de antes, el trío lésbico hubiera sido mortal de necesidad. Por lo que dijo:

        --Os dejo solas niñas, que lo gocéis a tope.

        Callamos. Marga y yo rompimos todas las barreras lésbicas. Nos devoramos de tal forma, que comprendí que ya no podría hacer el amor nada más que con mujeres.

        No sé porque me vino a la mente aquellos años que m inicié en la prostitución: la imagen del Marqués, del  Ministro, del Gobernador, y de mil hombres más que pasaron por mi cama, y me entró un asco profundo. Miraba a Margarita, y mi alma se arrobaba de tal manera, que maldije no tener veinte años menos

 

Capítulo XXV

Otra vez en casa. Ese año sabático en el cual esperaba encontrar mi verdadera identidad como mujer, se convirtió en un año intrigante. Por lo que llegué a una conclusión: que en definitiva, casi nadie sabe lo que quiere o lo que le espera en la vida.

Le dije a Darío que deberíamos aplazar la boda, ya que los acontecimientos en Rio de Janeiro, me habían confundido, y que debía reconsiderar más a fondo su oferta de matrimonio.

El recuerdo de Margarita estaba perennemente en mi mente; y yo, que nunca me había masturbado, ahora lo hacia casi a diario pensando en ella.

Darío, mientras “deshojaba la margarita” sobre nuestro futuro en común, se dedicaba a visitar los barrios del ambiente gay de Madrid.

 Se hizo asiduo de la zona, y se instaló en un apartamento de la calle Augusto Figueroa, a dos pasos de la plaza de Chueca, corazón del barrio y de su ambiente.

Había delegado en Esther la dirección de la Casa; no me sentía con fuerzas ni moral para seguir aguantando a la “legión de salidos” que la frecuentaban.

Llevaba casi tres meses en mi incertidumbre, sin tomar una resolución respecto a Darío. Un día comiendo juntos en Lardhi su famoso cocido madrileño, me dijo:

--Manolita, creo que lo nuestro no tiene futuro. Me encanta la vida de Madrid, y la verdad, que no me seduce atarme a nadie; pero te puedo asegurar, que, deseo ser tu mejor amigo y confidente. Además ha surgido en mi algo que no me esperaba; quise ser hombre para estar con mujeres, y ahora que lo soy me seducen más los... como aquí decís “los tíos”.

--No me extraña, si al fin y al cabo tus genes son de mujer.

--Toda mi vida queriendo ser hombre, porque me gustaban las mujeres, y ahora lo soy, me gustan los hombres.

--Haz conocido a alguien, ¿verdad?

--Si cielo. He conocido en uno de los club de Chueca a un “tío” , que me gusta mucho, y me lo he llevado a vivir conmigo al apartamento. Se llama Jorge.

--¡Joder Darío! Que pronto te has ambientado en Madrid.

--La verdad Manolita, pero Madrid es una ciudad para vivirla de soltero, no de casado.

--¿Y como os lo montáis?

--¿Te refieres sexualmente?

--Además de eso, ¿Cómo os organizáis? Te lo digo, porque no vayas a mantener vagos, que por muy grande que sea tu patrimonio se te vaya en un plis-plas.

--Ni quemándola se me puede ir la fortuna. Además he invertido bastante millones en unos bonos del Estado, que aunque no me rinden grandes beneficios, si me dan la absoluta garantía de que no se devalúan.

Tengo asegurada la vejez, que dicho sea de paso, está a la vuelta de la esquina. Quiero vivir a tope estos años que me quedan, Manolita, y casado, me debería a ti. Y si durante tantos años es sido una esposa sacrificada y madre abnegada, lo que me quede de vida, voy a ser un golfo y hacer lo que me salga de ... de... ¿Cómo decís aquí?

--¿De los cojones?

--¡Eso, eso! Hacer lo que me salga de los cojones.

--Vale, vale. Tú sabrás lo que haces.

--Por cierto Manolita. ¿Sabes algo de Marga? Le di mi teléfono, y sólo me ha llamado una vez.

--De ella quería hablarte. --Mantenemos contacto por teléfono con bastante frecuencia.

--¡Manolita, Manolita..! Que eres veinte años mayor que ella.

--No pienses mal, que la quiero como si fuera mí hija, y nunca haré nada que le pueda perjudicar.

--Si. Si... pero estás deseando acostarte con ella.

--Le he propuesto que se venga a vivir conmigo, y que lleve la dirección de una boutique de alta costura que pienso montar exclusivamente para ella en el barrio de Salamanca, como sabrás la zona más noble de la Ciudad. Será un éxito, porque conozco a la flor y nata de la alta sociedad de Madrid.

--¿Y que te ha contestado?

--Está ilusionadísima. Además como es licenciada en economía, no le resultará ningún inconveniente en regirla.

--¿Y sabes algo de Raúl?  Le pregunté sólo por curiosidad sana.

--Se ha casado hace poco. Me dijo Marga que fue la boda del año en la Isla.

--Me alegro. Raúl se merecía conocer una mujer de su clase; lo nuestro hubiera sido imposible. Pero... ¿te imaginas que algún día sepa su mujer, que su antigua novia de Madrid, (yo), se había acostado con su marido, (Raúl); con su suegro (Héctor); con su suegra, (Adela); y con su cuñada Margarita ¡Qué fuerte! ¿Verdad?

--Tienes razón Manolita. Sin duda Raúl es el alma pura de mi familia, y le deseo toda la felicidad del mundo. ¡Qué jamás llegue a saberse la verdadera condición de su familia!

Por eso Darío, mejor que ni aparezcas por la Isla, que jamás la mujer de Raúl sepa nada de ti ni de mi. Porque de trascender, se derrumbaría la fama de la familia Pozo.

--Descuida Manolita. Además, cómo me voy a presentar en casa de mi hijo y mis consuegros así. Pero lo que si te pido, es que cuando venga a Madrid Marga, me avises.

--Hombre Darío, no creo que Margarita venga a Madrid sin avisarte a ti. Pero sino lo hace, en cuanto venga, será lo primero que haga, avisarte. ¡Ah! Y cuidado con tu amante. Por cierto ¿que edad tiene ese tal Jorge?

--Cuarenta y dos años.

--Me parece una edad apropiada para ti. Si la relación se consolida ya me le presentarás.

--Descuida, que te le presentaré cuando sea oportuno.

--Te puedo hacer una pregunta íntima, Darío.

--¡Por favor Manolita! que cosas me dices, si entre nosotros no hay secretos. Pregunta, pregunta.

--¿Le das, o te da?

Se carcajeó Darío con una risa picaresca, y me respondió escuetamente:

--Nos damos y recibimos mutuamente. ¡Qué pasa! ¿Qué te da morbillo?

--La verdad que si me da morbo. Y que contento debe estar Jorge cuando se la metas como a mi me la metías en el hotel de Rio, y se la sacas cuando el quiera. ¡Por cierto! ¿Sabe de tu transformación?

--¡Claro que lo sabe! y precisamente eso es lo que le pone más cachondo.

--No me extraña, porque aunque te han dejado aspecto de tío... el culete... sigue siendo el de Adela.

--¡Calla, calla! no me lo recuerdes, que bien que sufro con mi culo.

--Pero a Jorge, seguro que le encanta tu tafanario.

--¡Mi qué!

--Tus glúteos, tu culete redondito y respingón.

--¡Ah si! le encanta.

--Bueno Manolita que me espera Jorge, déjame que te invite.

--De eso nada Darío. Estás en mi terreno, pago yo.

--Por cierto Manolita, este cocido es una manjar exquisito.

--Es uno de los mejores de la capital.

Pagué la cuenta, y nos despedimos con un beso.

Capítulo XXVI

Margarita me llamó al día siguiente para comunicarme una noticia que me hizo muy desgraciada, pero que asumí como la cosa más natural del mundo.

--¿Eres Manolita? Se oye muy mal. Soy Marga.

--Hola cariño. Si soy yo, tu Manolita. Yo te oigo muy bien, dime cielo, dime.

--¿Has recibido mi carta?

--¿Qué carta?

--La que te he mandado hace unos días.

--No, no, no me ha llegado nada; pero suelen tardar más de una semana las cartas de más allá del Atlántico.

Me temía lo peor, y quedé muda por unos momentos, que no aceptaba mi propuesta.

--¿Estás ahí, Manolita?

--Si, si... dime Margarita.

--Mira, te lo cuento en la carta, con todos los detalles. Cuando te llegue y la leas, te llamo y comentamos.

--Pero Marga ¡por favor! Que me tienes en vilo, al menos adelántame algo.

--Que tengo novio. Precisamente el hermano de Piluca, la mujer de Raúl, o sea, su cuñado. Nos conocimos en la boda de ellos... Y mira: surgió el flechazo.

Fue un duro golpe, pero normal. ¡Pero cómo se me ocurre enamorarme de una niña! Me estaba bien empleado. Pero lo malo es que, como me indicó mi inolvidable segunda madre, doña Patrocinio: que si me enamoraba empezaría mi decadencia; ésta ya había empezado pero no como yo creía: decadencia como puta. Como mujer también. 

        Al día siguiente llegaba la carta de Marga.

        Mi querida Manolita: ha acaecido un acontecimiento en mi vida inesperado; ya sabes que los designios de la vida nos vienen dados por no sé que tipo de cosas; pero son irremediables.

        En la boda de Raúl conocí al hermano de Piluca, ya sabes, la novia. Bueno, ya nos conocíamos, pero sólo de hola y adiós.

        Estuvimos juntos durante toda la ceremonia, y no sé si fue por casualidad o fue el destino, el caso es, que cuando Piluca lanzó su ramo de flores hacia el grupo de solteras invitadas, vino directamente a mis manos. Te juro Manolita que no hice nada por alcanzarlo: llegó a mi como por arte de magia. ¿o fue una premonición? No lo sé Manolita, no lo sé. El caso es que a mi lado estaba Adalberto (así se llama mi novio) sonriéndome. Me tomó por el talle, y me dijo sin perder su sonrisa encantadora.

        --Tú serás la próxima novia.

        Le miré fijamente a los ojos, y me enamoré en ese mismo instante. No sé como fue, pero una misteriosa se apoderó de mi, Manolita, pero el caso es que quedé prendada del galán. Hasta tal punto, que ya estamos haciendo planes de boda.

        Nunca podré agradecer todo lo que has hecho por mi, y te prometo Manolita, que el proyecto de la boutique en Madrid, me da mucha pena rechazarlo, pero comprende, que no puedo aceptarlo conforma a mi nueva situación.

        Adalberto quiere que Madrid sea uno de los destinos de nuestro viaje de novios, pero no sé si tú querrás recibirnos; me imagino que después destruir los planes que teníamos juntas, y que tanta ilusión te hacían, no me querrás ni ver.

        Lo siento mucho Manolita, lo siento; y jamás podré olvidar aquellos momentos... y los otros. 

        Te quiero.

        Margarita.

 

        No se equivocaba Marga: pero ella no me había hecho ningún daño, el daño me lo había hecho y misma por ilusa.  

Tomé pluma y papel, y contesté la carta de Margarita.

        Mi querida Margarita:

        Hoy mismo he recibido tu carta, y hoy mismo paso a responderte.

        Te mentiría si no reconociera que tu carta me supuso una terrible decepción, ya que derribaba de un soplido mis ilusiones. Pero pronto comprendí que no eran ilusiones; eran castillos en el aire. Por eso, aunque dolida, reconozco lo nuestro hubiera pasado como una nube de verano.

        Te deseo toda la felicidad del mundo, como también se la deseo a tu hermano.

        Mi casa de Madrid, es también tuya. Y la pongo a la entera disposición vuestra. Pero lo más probable es acabe buscando un lugar donde pueda llevar con resignación esta soledad, y me retire de la vida lúdica para abrazar la contemplativa. Pero a ti, nunca te olvidaré.

        Un abrazo.

        Manolita.

 

        Pasaron tres años y nunca más supe de Margarita ni de Raúl. Darío había pillado el virus VIH y me informaron que se fue a morir a la Isla, ya que no quiso despedirse personalmente de mi; me dijeron que no hubiera soportado la vergüenza ante mi presencia.

Al poco tiempo me llamaron de una notaría, para notificarme, que los bonos del Estado españoles que poseía, me los había dejado en herencia.

Otra vez fracasaba como mujer, y triunfaba como profesional.

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