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Memorias de una prostituta. Cap. 47

en Grandes Relatos

Capítulo XLVII

 Mismo día. 14:00 horas

 Me extrañaba que Sonia no estuviera en el apartamento; quedó muy claro que a las dos llegaría para comer juntas; y que dejaría todo si fuera preciso.

Ni por la cabeza se me pasó que pudiera haberse prendado de Ernesto, ¡Pero sí, sí!

Dejemos que siga siendo ella la que nos relate que hizo después de despedir a su amiga que se hizo pasar por Manolita. Que por cierto, ahí estuvo sembrada con la idea de suplantar por mi, y despejó las dudas de Ernesto, de su casi metedura de pata.

 Mismo día: 17:00 horas

 Estábamos en los postres; habíamos estado comiendo en el restaurante "La Paella de la Reina" , una de las arrocerías más famosas de Madrid.

Aromas del Mediterráneo, en pleno corazón de la capital, según reza en su publicidad. Y es cierto; el arroz de Calasparra, y el aceite puro de oliva, son los ingredientes básicos para las paellas tan exquisitas que preparan con inmenso amor su equipo de cocina.

--Qué tal Sonia. ¡Te ha gustado el arroz con bogavante?

--Exquisito Ernesto, simplemente exquisito. Y que bogavante más hermoso.

--Pues tengo yo otro "bogavante", que seguro que te iba a gustar más; y bastante más sabroso.

--¡No me digas! pues habrá que probarlo cuanto antes.

Me seguía "escurriendo"  por las boquilla de la braga  cada vez con más intensidad; le miraba que me lo comía.

Tomamos un taxi y nos dirigimos para el hotel. El sobeo que me estaba "infringiendo" durante el trayecto "me calaba", cosa que debió percatarse, porque me dijo al oído.

--Hueles a hembra en celo, a hembra caliente. Pronto voy a aplacar tus ardores. ¡paloma mía!

Debo confesar para ser sincera, que aunque soy bisexual, en este momento me sentía la mujer más mujer que vivía en mi. Estaba sentada al borde de la cama y pensaba. Ernesto en el servicio haciendo alguna necesidad.

--¡Joder! es que Ernesto está más bueno que un queso... Ver su pelo negro plateado en sienes... sus ojos...sus labios... su mentón... su...  ¡Y su enorme pene!

Salía del servicio en pelota picada; aquello era descomunal, nunca en mi vida había visto una cosa tan hermosa... ¿Pero cabrá eso...?

--Bueno cariño, aquí me tienes a tu servicio completo, tal como te prometí. Pero mañana abandono Madrid; así que vamos a aprovechar a tope lo que nos queda de esta tarde y noche febril.

Me repuse de la impresión; Ernesto no que es sea un superdotado, es que además tiene un cuerpo que conmueve. Por lo que pasé del susto al morbo en segundos. Sentir ese pedazo de tranca metido hasta el fondo de mi, me estremecía.

Se tumbó en la cama, boca arriba, con su enorme falo apuntando al techo; por lo que estaba muy claro que no hacía falta ponerle cachondo.

Me tumbé a su lado, a su diestra... Daba impresión ver aquello. El glande casi pegado a la altura de su estómago, por lo que evidentemente sobrepasaba el ombligo unos diez centímetros; daba golpes sobre la piel, y parecía que quería salirse del cuerpo.     

Enormes venas recorrían la superficie serpenteando cual enramada que trepa por las paredes hasta los balcones y ventanas.

La piel muy morena, lo que contrastaba con la otra piel. Este detalle me dio que pensar el por qué muchos hombres tienen la piel del pene más obscura que la del resto del cuerpo.

El capullo, de un rosa casi encarnado parecía que iba a eclosionar de un momento a otro, y se iba a convertir en un clavel reventón.

 Ernesto se daba cuenta de mi ensimismamiento ante la contemplación de su falo, por lo que me dijo.

--Bueno niña, cuando termines "de adorar al santo"  échale una limosnita.

Mi hizo gracia la salida, además de ser oportuna, porque dijo la verdad: su miembro viril, desde luego que era para adorarle.

Mi mano derecha bajaba cual barquichuela por aguas turbulentas hacia "ese tronco"  para asirse allí como tabla de salvación.

"El Nardo"  al sentir el húmedo pero cálido calor de mi mano, dio un respingo que se transmitió hasta el culo de su dueño.

Mi mano derecha se perdía por aquella vereda, por lo que la izquierda tuvo que ir en su auxilio. Las dos manos abrazadas en aquel "nardo", no lo cubrían en la totalidad; por lo que mi boca también tuvo que ir en socorro de aquellas manos que no conseguían dominar las ansias "del monstruo".

Mi lengua, mis labios y toda la boca, lamían y sorbían de aquel tallo,  como el choto mama del pezón de la teta de la vaca.

No podía entender como Manolita despreciaba tan suculenta exquisitez. Mamar de la polla de Ernesto es un privilegio que millones de mujeres se irán de este mundo sin tener la dicha de saborear tal delicado manjar.

--¡Qué bien Sonia... que bien...! Tu lengua insidiosa, que parece de una diosa.., me da un inmenso placer... ¡Sigue... sigue... mi amor...! que mi goce no mengua.

--¡Goza, goza... Ernesto...! que te llevará al extremo del placer mi inspiración y mi estro.

--!Y Paloma... mi Paloma..! de altos vuelos... mi sisella... mete en tu boca toda ella... ¡Trasládame al cielo!

--Este polvo en verso me traslada a una nirvana maravillosa.. ¡Ay Ernesto mío...! ¡Me muero por "tu cosa"!

--No desfallezcas, Sonia de mis placeres... ¡Sigue mamando...sigue...! dame más placer... liba.. liba de mis mieles. ¡Espera... espera...! que todavía no me quiero correr.

Cesé aquella felación en verso, ya no podía aguantar más. El clítoris quería salirse de su capuchón; esperaba ansioso su ración.

--Ernesto... ¡Mi corazón, mi vida...! Mi vulva suspira por una gran lamida... Que de tu jugosa boca, será bien recibida...

--Sonia de mi alma...Tu ansia me conmueve. Mejor hacemos el sesenta y nueve... Pero ten calma.

--¡Sí... sí... mi hermoso efebo... Ahora te voy a chupar un huevo...

--Planté mi hermoso culo en su boca, no se le veía la cabeza, pues mi tafanario se la envolvía.

--¡Ummmm! Sonia... que olor más refinado... aroma de violetas, aloe vera, jazmines y meados... Mixtura de aromas divinos... ¡Otra vez al cielo me traslado..!

--Pues el sabor y el olor de tu clavel, es un placer saborear y oler... Dulce como el requesón con miel. Yo también voy a ese eden.

Mi clítoris se apaciguó... Al sentir los besos de los labios de Ernesto. ¡Qué alivio...qué consuelo...! Mi vulva se recuperó presto.

Chorreaba como el surtidor de La Cibeles. Cesé de libar aquella miel, y me dispuse a meter aquel tallo hasta lo mas profundo de mis pliegues.

¡Qué emoción más sublime! ¡Qué hermosas sensaciones...! sentir dentro de tus entrañas aquella cosa hasta sus mismísimos cojo...

Allí quedamos los dos... Rendidos, sublimados ante este polvo poético...

... Su pene quedó famélico... mi rosa, sintética... fue un polvo patético... Me sentía como una angélica.

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