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El Obispo y yo

en Parodias

El Obispo y Yo

--¡Vaya, vaya, vaya! Con Sergio de la Flor Campillo. Fue lo primero que le dije al acceder a mi despacho. Nada menos que Obispo Coadjutor.

--Manolita: creo que te debo una explicación.

Le corté.

--No hace falta señor Coadjutor, el tiempo todo "lo cura". Dije con sorna.

--Manolita, sé que contigo ya no sirven subterfugios, y no voy a tratar de negar que tanto monseñor y yo...

¡Por cierto! Le volví a  cortar. ¿Qué es de aquel obispo?

--Falleció hace dos años

--Que en paz descanse.

--Te decía, que, planteamos muy mal la forma de que donaras tu patrimonio a la diócesis; Monseñor (q.e.p.d) creyó que a través de nuestra relación íntima podríamos conseguirlo, y la jugada con mi hermano Ernesto fue idea de él, y que yo nunca debí aceptar.

--¡Pero sabía Monseñor que tú y yo..!

--¡Claro que lo sabía!

--¡Joder con el Clero! Ahora entiendo esa frase de que los designios del Señor son inescrutables.

--Pues sí Manolita sí, aunque no lo creas, son así.

--Dime una cosa Sergio, y no me mientas. Cuándo "me partiste el ..." ya sabes el qué, ¿también fue un designio del Señor?

--Mira Manolita, hay cosas que sólo se pueden entender desde la fe más absoluta. Mejor no toquemos ese tema.

--¿Te importa que te llame por tu nombre en la intimidad?

--No Manolita, no me importa. Para ti soy un hombre, no un obispo.

--Me hiciste mucho daño Sergio: yo creí en lo de la dispensa papal, y que te ibas a casar conmigo. Me costó mucho olvidarte.

--No sabes lo arrepentido que estoy, y le he pedido al Señor que me perdone; pero me conformaría con que tú lo hicieras.

--Hace tiempo que te perdoné, por mí no sufras. ¡Y qué es de Ernesto! Mira que fue burdo tu hermanito gemelo, más que un clérigo, parece un chulo.

--Lo presagié tarde, sabía que al final ibas a descubrir el pastel. Pero... no quería desairar a Monseñor.

--Cuéntame. ¿Qué has hecho en estos años?

--Pertenezco a la Curia Romana, y si Dios lo quiere, seré el próximo obispo titular de la Diócesis de Cataluña.

He estado residiendo en el Vaticano unos años, y un tiempo por Sudamérica preparándome para el obispado. A ti no te pregunto, porque lo que has hecho salta a la vista y es extraordinario: alcaldesa y propietaria de este fabuloso complejo turístico. Mi más sincera enhorabuena, Manolita.

--Gracias Sergio, veo en los ojos la verdad de tus palabras. Pero dime: ¿volverías a acostarte conmigo?

--El hombre sí, el obispo ¡desde luego que no!

--Como me acabas de decir que para mí eres el hombre, no el obispo, esta noche te espero en la suite principal. Las llaves están puestas en la puerta.

Volví a la recepción muy contenta. ¡Qué verdad es  que el tiempo todo lo clarifica! ¿Qué hubiera sido de mí, si de verdad Sergio hubiera renunciado a su sacerdocio y nos hubiéramos casado?

Los dos seríamos pobres, y lo más probable es que no hubiéramos soportado esa vida. Mejor así: él Obispo, y yo alcaldesa. Los sueños de ser feliz aunque pobre al lado de un amor, se me habían disipado como nube de verano.

José Antonio, mi fiel José Antonio no me quitaba ojo, y me buscaba por todos los lados.

--¡Tú crees que es normal qué desaparezcas con todo el lío que tenemos montado aquí! Me increpó.

--Mi querido amigo José: Te bastas y te sobras para atender a todos estos conocidos.

--Sí, pero el Presidente del Gobierno, el Delegado y otras autoridades, requieren tu presencia.

--Tranquilo... tranquilo... Tonio (a veces le llamaba así) ya estoy aquí.

--¿Quién ese cura al que has prestado tanta atención?

--Una historia muy larga de contar; ahora no es momento. Vamos a seguir atendiendo a los invitados.

Buscaba con la mirada a "mi obispo" y no le veía por ninguna parte; eran casi las tres de la madruga y sólo quedábamos el Marqués y yo. La mujer de José Antonio se  le había llevado a la habitación.

--Bueno Marqués, toca hora de dormir.

--Te felicito Manolita, todo ha salido redondo, una fiesta para recordar de por vida.

--Vamos a descansar, que ya está bien.

--Sí, vamos.

El día había sido duro, pero clarificador, el éxito del complejo estaba asegurado, las reservas eran del noventa por ciento de ocupación hasta Septiembre.

¡Qué gran idea tuvo José Antonio hace cuatro años!

¡Qué visión de futuro más privilegiada! Gracias a él, mi vida había dado un rumbo de ciento ochenta grados: ser la alcaldesa del pueblo que hace más de treinta años me denigró, y ser propietaria de unos de los hoteles más modernos del País.

Me sentía muy satisfecha, apenas quedaban rescoldos en mi alma de la pureza del amor. Ese amor que con tanta ansia he estado buscando durante años.

De pronto me acorde de Sergio ¿Dónde se habría metido que no le veía por ningún sitio?

Estaba alojada en la suite nupcial principal, no podía ser otra forma, la propietaria soy yo, por lo tanto la primera en ocuparla, pero ¡dónde narices estaba "el novio"!

¡Joder que paradoja! Ocupar una suite nupcial sin novio. Me entró una risa estúpida. Cien metros cuadrados con piscina de hidromasaje y dos salones para mi solita. No sabía que hacer, si reír o llorar.

Estaba a punto de que me entrara otra vez la neura, cuando escuché el ruido cómo cuando se descorcha una botella de champagne, y un burbujeo que provenía del baño ¡Coño! qué me asusté.

Estaba en ese momento desnuda, precisamente a punto de darme un baño relajante, el día había sido agotador. Entré con cierta precaución (y algo de miedo) para ver de donde procedían esos sonidos; y la sorpresa fue mayúscula, dentro de la piscina de hidromasaje, con los dos brazos alzados por encima de los hombros; en la mano derecha la botella de champagne, y en la izquierda dos copas, estaba "el novio".

En segundos pasaron por mi mente toda la película de los sucesos vividos con él: los dulces y los amargos. Pero prevaleció en mis meollos aquel día en que me "dio la comunión por vía rectal".

Bien visto, en las circunstancias de mis últimos cinco años de vida, Sergio había sido uno de sus forjadores, aunque de forma indirecta, porque sus intenciones no eran precisamente las que llegara a donde he llegado. ¡Pero bueno! Como está bien lo que bien acaba, olvidé todos mis prejuicios y me dispuse a gozar a tope con ese pedazo de Obispo Coadjutor de más de uno noventa de estatura, y con un "pedazo de cosa" que conmueve, y pone la carne de gallina.

Cuento al principio de este relato, que tuve esa hora tonta que dicen que tenemos todas las mujeres, y por ella, aquel viajante de alpargatas que me hizo una tripa tuve que salir del pueblo. Ahora también tuve otra, luego lo contaré.

 --Pero...¡Cómo has entrado aquí! Exclamé fingiendo estupor.

--Las llaves estaban puestas, ¿No te acuerdas que me lo dijiste?

--¡Ah sí! Esta noche todas las llaves de las habitaciones están puestas por fuera, he dado esa orden para evitar aglomeraciones a la hora de recogerlas en conserjería; todos somos de confianza.

Según hablaba, me iba metiendo en la mini piscina hasta que me ubiqué en sus brazos, que ya habían dejado la botella y las copas en la repisa de mármol blanco traído expresamente de Macael (Almería).

--Manolita, mi dulce y grata Manolita: sigues conservando ese maravilloso cuerpo de diosa. Estoy seguro que El Señor me comprenderá, pues seguro, que si Èl bajara a la tierra reencarnado en hombre, también te haría el amor.

--No, si palabritas no te faltan. Le dije con un mohín de agrado.

Introduje mi mano derecha por debajo de la espuma y las burbujas: quería comprobar como se mantenía "ese bordón"  que tanto me había hecho gozar y padecer. ¡Cómo se mantenía! Exactamente igual que cuando hace años le tuve entre mis dos manos y no conseguía cubrirlo con ellas.

Al sentirlas allí ubicadas, me abrazó con tal pasión, que buscando mis labios y mi lengua con ansias inusitadas, me besó de tal forma que parecía que era su primer beso.

Sin soltar mis manos de su "hermosa virilidad", como si tuviera miedo de que se licuara entre la espuma y las burbujas, le ofrecí toda mi boca para que me la dejara seca.

--Manolita.

--Dime "obispo mío".

--Si yo te jurara por el Dios que represento en la Tierra, que eres la única mujer con la que he hecho el amor ¿me creerías?

--Pues sí, pero por pura lógica. No creo que los obispos vayan por ahí follando a diestro y siniestro. Igual quieres que me crea, que en estos años no has echado ningún "polvete".

--No Manolita, no. Lo nuestro es tan sublime, tan extraordinario que estoy seguro que es un mandato del Señor para que el hombre pruebe las mieles del sexo, y después sepa hallar donde se ubica el verdadero amor, el sublime, el eterno, el imperecedero. Y has sido tú la elegida por Él, al igual que la Virgen María para alumbrar a Jesucristo; que seas la que de luz a mi conciencia.

--¡Joder! Pensé. Y hasta igual es cierto. Yo Manolita puesta por Dios a la altura de la Virgen.

No podía aguantar más las ganas de "comerme su miembro viril", sumergí la cabeza entre las pompas, y con ansia voraz introduje en mis fauces aquel "pedazo de capullo" que apenas me cabía en la boca.

El primer chorro de semen que expelió fue asombroso, me salía por la comisura de los labios, a pesar de que me tragué una buena dosis. El resto de los chorros, ya menos intensos, los tragué con tanto placer o más como si se trataran del más espirituoso licor.

--¿Cuánto hace que no te corres, Sergio?

--Ya te he dicho que con una mujer desde la última vez que estuve contigo.

--¿Cómo puedes mantener eso ahí dentro sin expulsarlo?

--Con emisiones seminales. Durante el sueño lo deponemos.

--¿Y eso no es pecado?

--No Manolita, son cosas del cuerpo, no del espíritu.

Salimos del hidromasaje. Secó mi cuerpo con tanta delicadeza que parecía que me acariciaba con la toalla.          Hizo parada en mis senos, y me los agasajaba de tal forma, que mis pezones adquirieron unas dimensiones insólitas.

Me los mamó con tanta suavidad y dulzura que me parecía estar en una nirvana rodeada de ángeles inmaculados. Veía el cielo más azul, y las estrellas más resplandecientes que nunca. Nos acostamos.

--¿Te acuerda Sergio, de la primera fellatio que te hice?

--¡Cómo no me voy a acordar! Si fue también la primera vez que vi el cielo.

--¡No me digas que los obispos no veis el cielo de otra manera que no sea esta!

--Se puede ver el cielo desde la Tierra, Manolita; sólo tienes que tener los ojos con los que se ve.

--Sergio.

--Dime Manolita.

--Sabes... cuando "en nombre del Señor" (dije con ironía) me partiste el tafanario, tomé adicción.

--¿Te gustaría repetir?

--¡Ummmm! claro, lo estoy deseando.

--Espera que me recupere.

Tomamos unas copas del champagne, y fumamos un cigarrillo a medias.

A la media hora más o menos que duró la fumada, el pene de Sergio estaba otra vez duro como el badajo de una campana.

--Ponte es situación cariño.

--Como una perrita en celo, coloqué mis hermosas posaderas a merced de sus caprichos. Tomé una de las almohadas, y me la coloqué bien apretada al vientre, como pretendiendo amortiguar la embestida de aquel "Sagrado Báculo".  

Previamente me lamió el esfínter con tal suavidad, que me producía un placer tan exquisito que mis intestinos aplaudían. (La verdad era, que las tripas me sonaban).

Lo abrí todo lo que pude, pero con cuidado de no expeler ninguna ventosidad como la otra vez.

--Cuando sentí en la puerta su glande, esperé con el "ojo bien abierto" a que entrara, y una vez dentro, dejé de hacer fuerza, de modo que se creó un efecto succión, que con un leve y delicado empuje, se introdujo hasta el fondo de mis entrañas.

Me sentía tan llena, que las nervosidades de la zona, transmitían a mi cerebro tal cúmulo de sensaciones que me electrizaban toda.

Acompasaba mis glúteos a sus embestidas, de modo que, en el encuentro de entrada del "émbolo", sentía sus testículos repicaban en mis nalgas como campanas tocando a gloria. ¡Qué placer, Dios mío!

Otro chorro de semen inundó mis entrañas, caliente y viscoso. y sentía como circulaba por mis intestinos.

Quedamos los dos tumbados en la cama como dos sacos de patatas, rendidos, exhaustos.

Me entró otra vez la hora tonta. Era tal el placer que me daba "mi coadjutor", que fui yo ahora la que perdiendo todas mis nociones,  le dije muy seria:

--Sergio.

--Dime Manolita.

Esta vez no te voy a pedir que te cases conmigo, pero pongo toda mi fortuna a tus pies, si renuncias al sacerdocio, y te conviertes en mi protector.

--Muchas gracias Manolita, muchas gracias. Pero Dios me ha llamado para ser Papa, Te aseguro, que me verás con la mitra y el báculo

--¿Esto quiere decir, que lo nuestro se acabó?

--Sexualmente sí, Manolita. Pero espiritualmente no. Y siempre te llevaré en mi corazón.

Y así fue. Años después Sergio fue elegido Papa con el nombre de Sixto II por designación del Espíritu Santo. Pero no adelantemos acontecimientos.

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