Capítulo 10
Volviendo a la realidad del momento.
--Encantado. ¿Cómo has dicho que se llama, hijo?
--Manolita, papá, Manolita.
Héctor disimuló que no me conocía de una forma magistral, su mundología se manifestaba hasta en estos detalles; pero sus ojos brillaban con el mismo fulgor de aquella tarde.
--Encantado Manolita, es un placer conocer a tan distinguida y bella... ¿Señorita, verdad?
--Papá, no seas tan sardónico. No me digas que no se nota.
--No tiene importancia. Además es normal, podría muy bien estar divorciada. Le dije a Raúl
--Si don Héctor, todavía soy señorita.
--Héctor a secas, por favor Manolita. No me hagas más viejo de lo que soy.
Doña Adela y Margarita, esposa e hija de Héctor contemplaban la escena con una leve sonrisa en sus labios.
--Manolita, aquí mi mamá, doña Adela, y mi hermana Margarita.
--Un placer señora. A la vez que nos besamos en las mejillas.
--Hola Margarita. Otro placer también conocerte.
--Que planes tenéis, me figuro que esta noche cenaréis en casa. Dijo don Héctor.
--No sé papá. Voy a enseñar a Manolita la ciudad.
--Bien, pero os esperamos para la cena. Por cierto Manolita, ¿Dónde se instala?
--En un buen hotel, me dijeron que es el mejor de la ciudad.
--El hotel Intercontinental será ¿verdad?
--Sí, sí. El mismo.
Salí bastante preocupada; en los ojos de Héctor vi el deseo de volver a estar conmigo; aquel destello lo delataba; por lo que me vi en una encrucijada, y no sabía que camino tomar. Mis sueños de amor con Raúl se desvanecían, su padre siempre se interpondría entre nosotros. Sus palabras me sacaron de mi ensimismamiento.
--¿Qué te pasa? ¿Te preocupa algo? ¿Acaso mi familia te ha decepcionado? Papá es un poco mordaz, igual te ha molestado
--No, no, de veras. Quizás es que estoy un poca cansada. Han sido demasiadas emociones en tan poco tiempo.
--Te comprendo cariño. ¿Qué te parece la idea de cenar con mi familia?
Si le decía que no, igual corroboraría la idea de que me había desilusionado; y si le decía que si, me tenía que enfrentar a una situación muy delicada. Y aunque estaba acostumbrada a solventar escenarios bastantes complicados propios de mi oficio, este me superaba.
Para una puta, hacer de mujer decente en una familia que el cabeza de la misma sabe que no lo es, había que echarle mucha imaginación y desvergüenza. Pero me decidí por esta última opción.
--Si Cariño. Me apetece mucho pasar una velada con los tuyos, son encantadores; estoy segura que será atrayente, rebosáis delicadeza y cultura, y me podré informar muy bien de muchos aspectos socio culturales del país.
--No sabes cuanto me alegro oír eso, lo malo es que...
--¿Hay algo anormal? No me asustes.
--No tonta. Lo malo es que no podremos hacer el amor en casa. Aquí no está bien visto que los amigos del otro sexo, ni incluso los novios, duerman juntos.
--No te preocupes por eso cielo, tenemos mil noches más para amarnos.
Recorrimos los lugares más pintorescos de la ciudad. Llamó a su casa anunciando que sobre las diez iríamos a cenar.
Cenamos hablando de cosas baladíes, más que nada para ir preparando la que se avecinada; seguro que su padre me iba a someter a un "terrible interrogatorio".
Pasamos al salón contiguo al comedor; una pieza muy acogedora siguiendo el estilo colonial del conjunto.
Héctor me invitó a sentarme en uno de los seis cómodos sillones de cuero situados uno enfrente de otro, y en el centro una mesa de hierro forjado con una gran placa de mármol veteado.
Se sentó justamente en el sillón enfrente del mío. Raúl a mi derecha, y doña Adela y Margarita a la derecha e izquierda de Héctor.
Una sirvienta traía una mesita móvil repleta de copas y licores casi todos para mi desconocidos, que situó junto a Héctor, dando el visto bueno a la servidora.
--¿Qué le apetece beber Manolita? Le aconsejo este Bourbon de 1927. es exquisito y el más apropiado para digerir una buena cena.
--Me parece muy adecuada su elección. ¡Venga esa copa!
--Yo tomaré un cuba libre de este ron especial, made in house . Dijo Raúl.
Doña Adela y Margarita tomaron una crema de no sé que licor.
Reparé en algo que hasta ese momento no había observado; las miradas de doña Adela. Habían transcurrido unos quince minutos hablando de cosas banales, y no me quitaba la vista de encima. Al principio se me antojaban miradas de curiosidad, pero llegó un momento que se convirtieron en provocadoras.
Adela es una señora de belleza tranquila y serena; todavía conservaba rasgos de beldad autóctona. Morena, de labios muy abultados y ojos negros. Luego supe que era descendiente de los aborígenes del lugar.
Llegó a turbarme, sobre todo cuando mirándome a los ojos muy directamente, se paso la lengua muy lentamente de izquierda a derecha por sus sensuales labios.
Lo que me faltaba. Héctor con sus ojos fijos en mis piernas, y los de Adela en mi rostro. Y como Raúl no me quitaba los suyos de encima, no se enteraba de la situación. Marga no cesaba de hablar por teléfono con alguien que deduje sería su novio o un amigo, a juzgar por las risitas y los ademanes que hacía.
--Cuéntenos algo suyo, de sus actividades en su tierra, a que se dedica, y cual el motivo de su viaje por aquí. Dijo Héctor con un tono que me parecía mordaz.
El muy "cabronazo" (Héctor) me estaba provocando aposta. Sabe perfectamente a lo que me dedico, pero le voy a seguir el juego.
--Bueno la verdad, es que vivo de las rentas de la herencia que me dejaron mis difuntos padres, que en paz descansen.
--Papá. No atosigues a Manolita. Dijo Raúl un tanto disgustado.
--No, no; algo tenemos que comentar, me place hablar de mis actividades. Le dije a Raúl con la intención que notara su padre que estaba preparada y dispuesta a seguirle el juego.
--Pues como le iba diciendo, vivo de las rentas, y he fundado una asociación que lleva mi nombre, cuyo objetivo primordial es dar acogida a "esas chicas" que por avatares de la vida se ven desamparadas. Les enseñamos un oficio, y les damos una formación espiritual, para que superen sus desdichas.
--¡Qué labor más encomiable! dijo Raúl que me escuchaba embelesadito.
Héctor y Adela, esbozaron unas muecas que claramente indicaba que no se creían nada de nada.
Lo que me extrañó es la actitud de doña Adela. ¿Le habría contado Héctor "aquello" que sucedió en "mi Casa"? Me pregunté
--Labor muy encomiable, añadió Héctor cambiando aquella mueca por un gesto de aprobación, pero claramente para mi fingido.
--¿Esas niñas..? disculpe, ¿esas señorita se portan bien con usted? Añadió Adela con un retintín en sus palabras que me mosquearon bastante.
--Las pobres ya tienen bastante con sus desgracias, la mayoría son muy agradecidas; no tenemos motivo de quejas con ninguna.
Un reloj de pared, daba las tres de la madrugada, por lo que pedí permiso para retirarme, ya que el hotel estaba algo lejos, y no quería robar tiempo ni sueño a Raúl.
--De ninguna de las maneras; esta noche la pasas aquí, te he preparado el cuarto de los invitados. Me dijo Adela muy convincente.
--¡Por favor, doña Adela! Qué no quiero ser una molestia.
--Me parece muy bien mamá. Que Manolita pase aquí la noche.
El cuarto de los invitados era una verdadera joya en cuanto al mobiliario y el gusto como estaba dispuesto.
--¿Te gusta? Me dijo doña Adela, a la vez que me pasaba su brazo derecho por mi hombro.
--Una maravilla doña Adela...
--Adela Manolita, Adela. Apéame ese doña. Me dijo mirándome a los ojos, y con sus labios sensuales a menos de diez centímetros de los míos.
¡Qué confusión Dios mío! En mi vida me había planteado una escena lésbica; ¡y no sería por falta de mujeres! Pero aquellos labios me atraían de una forma que no podía explicar, pero me atraían. No lo podía remediar. Me dio un beso muy leve en la comisura de los míos, y me dijo.
--Hasta luego. ¡Ah! No eches el pasador, en esta casa no corres ningún peligro.
Lo sabía, seguro que lo sabía. Héctor le había contado todo sobre mi, tenía que saber por fuerza que era una prostituta. De lo contrario, ¿cómo una señora como ella, se ha atrevido a insinuarse de esa forma tan descarada, arriesgándose a una escena escabrosa delante de sus hijos? Sólo me quedaba esperar acontecimientos, no podía hacer otra cosa.
Raúl, el pobre, ausente de mis inquietudes con sus padres, fue a desearme las buenas noches.
--Que descanses amor mío. Me dio un beso que yo no pude responder con el mismo calor por razones obvias.
Capitulo 11
No podía dormir, demasiadas emociones para olvidarlas en un momento y conciliar el sueño. Los labios de Adela no se me iban de la cabeza, y lo que me asustaba es que me atraían.
Nunca me había planteado estar con una mujer, pero ahora una especie de morbo o curiosidad me anunciaba que como viniera ¡y seguro qué vendría! Por lo que "el bollo" iba a ser irremediable.
Y así fue. No había pasado una hora, cuando se abría la puerta de la habitación sigilosamente. Tenía encendida la luz de la mesilla; luz tenue y rosada que daba a la estancia una luminaria muy romántica.
--Soy yo Adela, no te asustes.
Vestía un camisón transparente color azul celeste, sin nada debajo. Quedé impresionada al contemplar su cuerpo a través de las gasas. Algo más alta que yo, (sobre 1.75 metros). Con unas curvas que mareaban al contemplarlas. Me quejaba de que mis formas eran muy pronunciadas, ¡pero las de ella...! Parecían que querían "salirse del cuadro".
Lo que más me impresionó fue su cintura, la estrechez de la misma magnificaban de tal forma su pecho y caderas, que parecía su cuerpo una pista de slalom. (Deslizarse por allí, debería ser peligroso). Recordaba las respuestas de Héctor cuando le preguntaba por su esposa en aquella noche.
--¿No amas a tu mujer?
--Es un amor místico, no pasional. Mi mujer es como una capillita que llevo en el corazón. ¡Son tantos años juntos...!
--¿Hacéis el amor?
--No, la verdad que no. No nos surge ese deseo ya.
Adela se sentó al borde de la cama, con su mano izquierda acariciaba mi pelo, a la vez que me decía:
--No te alarmes. Héctor me ha contado la aventurilla que tuvisteis en tu Casa. Sé muchas cosas de ti, pero no tienes porque preocuparte, pues nada saldrá de mis labios ni de los de Héctor que pueda perjudicarte.
--Pero tú.. tú... (balbucee un poco), eres lesbiana.
--Es una historia muy larga. Desde niña no me gustaban los niños, sentía deseos irrefrenables de estar con las niñas. Me pasó algo parecido que a ti.
Cuando mis padres supieron de mis inclinaciones sexuales, me exiliaron a la ciudad. Mi padre era una de las autoridades locales y no podía llevar esa mancha en la familia, ya que la homosexualidad aquí no está reconocida como una identidad sexual normal; lo consideran una aberración.
Me desterraron a los 18 años con la esperanza que al llegar a la mayoría de edad pudiera cambiar mis tendencias, pero al contrario, se acentuaron más; y aquí empezó mi calvario.
Como te he dicho, la homosexualidad está proscrita, y es casi imposible promover un círculo en donde podamos dar rienda suelta a nuestras pasiones.
--Entonces... ¿Tu matrimonio fue una pantomima? Pregunté bastante interesada en la historia que me estaba contando.
--Bueno, la verdad es que me engañé yo misma; pues al ver que no podía, que tenía que ser lo que esta sociedad exige a la mujer; y no queriendo abandonar mi país ni a mi familia para vivir mi vida en cuanto a mis tendencias sexuales, por otra parte imposible aquí, decidí casarme, fundar un hogar, y esperar vientos más favorables.
--¿Cómo conociste a Héctor?
--En una fiesta de cumpleaños de un amigo común, recién llegada a la ciudad. Se enamoró de mí nada más verme, eso es lo que me dijo, y como no cesaba de agasajarme y pedirme en matrimonio, entendí que iba en serio. Unido a que procedía de una de las familias más nobles del país, le acepté.
--¿Pero me figuro que no te casarías enamorada e ilusionada, verdad? Pregunté con verdadera curiosidad, ya que estaba inmersa en las profundidades de su historia.
--No, la verdad que no me casé enamorada; pero con un gran afecto y admiración hacia Héctor. Y me juré hacerle feliz. Ya ves lo que son las cosas; Héctor, a la sazón el soltero de oro de La Isla, se enamoró de lo peor.
--No seas injusta contigo Adela. Habría que ver tus dieciocho años; si los de ahora son espléndidos, los de antes debieron ser de apoteosis.
--Es cierto, era una mujer muy atractiva.
--Eras y lo sigues siendo, y lo que no me cuadra, como una mujer de aspecto tan femenino, pueda ser lesbiana
--El lesbianismo no está en el cuerpo, está en el cerebro. Aunque bien es verdad, que como las actitudes también las dicta el sentido común, lo lógico es que las lesbianas adoptemos formas masculinas. Pero como las sociedades mandan, en la nuestra hay que guardar las apariencias. Por cierto ¿Cómo está el tema de la homosexualidad en tu país?
--En mi país hasta hace muy poco, ser homosexual las consecuencias eran las mismas que aquí: vergüenza, rechazo y homofobia por la mayoría de la sociedad.
--Pues por aquí se comenta, que, se ha liberalizado, y que existen numerosos movimientos; creo que los llaman Gay...
--Sí...sí.. Antes les llamaban maricones y tortilleras, ahora gays.
--También se comenta por acá, que existen barrios y locales donde se reúnen libremente.
--¡Cierto! No te han mentido. Hoy en día, ser homo no es "ninguna enfermedad" en España, es un orgullo.
--¡Qué suerte Dios mío, qué suerte! ¡Si yo viviera en tu país.....! Pero ya es tarde... A mis 55 años, donde voy a ir.
--Nunca es tarde, además a una mujer como tú, las lesbianas te iban a rifar.
--Tonta...
--No, no de verdad, hasta a mí, que no soy lesbiana me dan ganas de darme un revolcón contigo.
La verdad, es que me daba pena. Vi en sus ojos tanta verdad y tanta resignación que unido a aquellos labios tan sensuales, decidí hacer el amor con ella, pero no por compasión, no, no. Me apetecía probar.
Nos miramos a los ojos, y volví a ver el deseo de estar conmigo, pero también me di cuenta que no lo estaría si viera en mí rechazo, por lo que le dije con toda la dulzura que puse en mi voz.
--Ven, acuéstate a mi lado.
Los ojos se le iluminaron, y en un instante la tenía junto a mí. Ambas nos desprendimos de nuestros saltos de cama y quedamos fundidas en un abrazo
Capítulo 12
Pensaba que tomaría la iniciativa y se lanzaría hacia mí cómo un loba a devorarme, pero no; quedó quieta, mirándome con cara suplicante.
Me di cuenta en el acto, que nunca haría nada que pudiera molestarme. Tanta sensibilidad me abrumada, y entendí que estaba ante un ser sumamente tierno e incapaz de herir mis sentimientos.
Esa actitud enervó mis sentidos. Jamás había observado en la cama tanta devoción por ser humano. Por eso fui yo la que al tener su boca a escasos 20 centímetros de la mía, la besé poniendo toda la pasión de que fui capaz.
Eran los primeros labios de mujer que besaba. Al principio noté la falta de pelo en los aledaños; esas cosquillas que nos produce a las mujeres la barba o bigote de los varones. Lo que sentía, era una suavidad alrededor de mi boca que me excitaba cada vez más.
Se dejaba hacer. Parecía que la lesbiana era yo. Al ver que no se atrevía a ofrecerme la lengua, fui la que se la brindé.
Ahora sí. Ahora salió la lesbiana que llevaba dentro. Cuando se convenció de que estaba entregada tomó la iniciativa. Me la succionaba de tal forma que parecía que tenía un motor en al boca.
--Mi vida, mi amor... ¡Cuántas veces he soñado realizar con una mujer como tú, esta pasión que llevo dentro! Susurró a mi oído.
Callé y cerré los ojos, dispuesta a acertar todo lo que quiera hacer. Sabía que en sus brazos nada malo me pasaría y me abandoné a ellos.
Retiró sus labios de mi boca, y se dirigieron a mis pezones, que ya estaban turgentes como dos fresas.
Nunca me han lamido los pechos de esa forma. Por otra parte normal; las mujeres sabemos perfectamente mejor que los hombres, chupar y lamer donde más nos gusta. Por eso me retorcía de placer a cada lametón en mis puntas. Y pensé:
¡Será posible que mi segundo orgasmo, lo obtendré precisamente con la madre del que me proporcionó el primero!
Inhibí la imagen de Raúl de mi mente, pues temía enfriarme; pero cuando bajó a mis "honduras", fue la locura. Parecía que levitaba. A cada lametón por mi clítoris me levantaba medio metro de la cama. Llegó un momento que tanto quise unir mi sexo con su boca, que le hice daño, seguramente del empujón había incrustado sus labios con los dientes. Pero siguiendo en mi locura, "me corrí" de tal forma, que perdí la noción del tiempo y del espacio. Quedé exhausta, rendida, abatida... totalmente vencida por una de mi mismo sexo.
--Gracias mi amor. Ha sido maravilloso. Me dijo a la vez que juntaba otra vez sus labios a los míos.
El sabor de mis propios genitales me produjo una sensación indescriptible. Sensación que me llevaba otra vez al paroxismo. Se dio cuenta, y restregó más los suyos sobre los míos, y me ofreció la lengua para que saboreara mejor mis mixturas.
Al verme otra vez receptiva a sus caricias, me abrió de piernas, y puso las suyas de tal forma que nuestros sexos quedaron unidos. Más tarde supe que a esta posición le llaman "la tijera".
¡Inenarrables las sensaciones recibidas! Su clítoris, que estaba en su máximo apogeo, y el mío en la cima del capuchón que lo cubre, "se besaban" de forma tan insólita, que ningún pene, ni el de Raúl, me habían conferido tantas emociones.
De forma magistral pegó su sexo pegado al mío; me abrazó por las caderas de forma que le servían de soporte para realizar aquellos movimientos que me volvían loca.
Bastaron media docena de empujones para que tuviera otro orgasmo rayando en la locura. Le abracé con inusitada fogosidad, y metí mi lengua en su boca con la intención de llegar hasta lo más profundo de ella.
--Ahora soy yo la que te da las gracias. Jamás en mi vida he dado con una persona tan delicada y sensible como tú. Le dije extasiada ante tanto placer recibido.
--Sólo he procurado que mis pasiones no rebasaran mis sentimientos, y siempre intentaré que aquellas no hagan daño a nadie. Me dijo ella, con los ojos iluminados por la ternura.
--Adela.
--Dime Manolita.
--¿Dejarías todo por realizarte como eres, con total libertad, y sin trabas de nadie?
--Mi marido y mis hijos ya no me necesitan para el desarrollo de sus vidas. La tienen de sobra enfocada. Sólo queda el amor de familia.
--¿No saben nada de esto, verdad?
--Mis hijos no, Héctor sí. Se lo confesé a los años de casado, cuando se le apagó la llama de mi amor, y andaba con otras.
--¡Cómo se lo tomó!
--Con cierta indiferencia, para mí que ya lo sospechaba.
--Durante estos años ¿cómo lo has llevado?
--Con santa resignación. Dijo esbozando una sonrisa amarga.
--Puesto ya sabes todo de mí, sabrás que tutelo una casa de citas.
--¿Un prostíbulo? Dijo al no saber exactamente que es una casa de citas.
--Si eso, un prostíbulo. Te decía, que tutelo uno de las mejores, o la mejor casa de citas de Madrid. Llevo más de 25 años y estoy algo cansada. Vine aquí buscando el amor, pero veo que en todas las partes donde mora el ser humano, sucede lo mismo: dominan las pasiones. "El amor es el sueño de una noche de estío".
--¡Mujer! no creo que sea siempre así.
--Si Adela si. El amor dura lo que le dura, "dura" al hombre con la misma mujer. Después... humo... Sólo queda, si es que se tienen, los sentimientos nobles para poder convivir en paz y en armonía.
--Te ofrezco la realización de tus sueño: que te vengas conmigo y seas tú misma, no la que han hecho de ti.
--¿Tienes problemas económicos?
--No ninguno. Mi patrimonio personal heredado de mis padres es suficiente para vivir el resto de mi vida sin pasar penurias.
No quería sacar el tema de su hijo, era demasiado delicado para tratarlo en este momento; además, su situación actual con respecto a mi no le otorgaba moral para suscitarlo. Pero yo tenía que dejarlo muy claro. Y muy claro tenía, porque a pesar de mis inmoralidades como mujer, me quedaba algo de ética como persona; que no iba a tener una relación sentimental con el hijo de la mujer que había descubierto en mi unas inquietes nuevas, y que jamás había pensado que se produjeran. Por eso le dije mirándole a los ojos.
--Pues ya sabes. No habré descubierto el amor aquí, pero si he descubierto las bondades de una mujer que si me puede dar amor. Y aunque el amor de una mujer hacia otra mujer, no sea entendido por muchos, es tan hermoso como el heterosexual.
--Gracias cariño. ¡Pero que buena eres! Las dos hemos rebasado con creces la edad donde todo se ve de color de rosa, y podemos afrontar un futuro con cierta garantía de éxito.
--¿Se puede....?
Héctor asomaba la cara por la puerta que había entreabierto unos centímetros.
--¡Vaya! Con éste no contábamos. Le dije a Adela.
--¿Le dejamos pasar?
--Mujer.... ¡Qué estáis en vuestra casa!
--Pero esta habitación es privada. Tú decides.
--Pasa Héctor. Dije resuelta. Al fin y al cabo estaba en su casa.
Envuelto en una bata de seda, color granate, un pañuelo beige anudado al cuello, y zapatillas de piel marrón abierta por los talones, se presentaba ante nosotras.
--¿Qué tal, distinguidas damas? ¿Han disfrutado de la velada?
Quedé algo confusa... ¿Es qué sabía lo ocurrido entre nosotras?
Adela adivinando mis deducciones, antes de que manifestara mi opinión, dijo Adela:
--Si Manolita. Si lo sabe. No me hubiera atrevido sin el consentimiento de Héctor a invadir tu intimidad.
--¡Por favor Manolita! Dijo Héctor muy circunspecto. Debes entender que si hemos programado esta situación no ha sido para engañarte, es para todo lo contrario: para que tuvieras claro, que entre Adela y yo no habrá sexo, pero existe una sinceridad por encima del bien y del mal. Y si ahora te sientes ofendida, lo entenderemos, y admitiremos tus reproches.
Miré a Adela, y al volver a ver aquello ojos de mirada tan sincera y suplicando perdón, les dije a los dos.
--Gracias por vuestra sinceridad y hospitalidad. Sería una desagradecida si no entendiera vuestras motivaciones. Pero... ¿Y si hubiera sido una desconocida que vuestro hijo me había presentado?
--Nada de esto habría pasado. Dijo muy serio Héctor. No somos unos degenerados.
--Me consta Héctor, me consta.
--Hablando de Raúl. ¿Eres conscientes del problema que te hemos creado? Porque después de esto, no sé yo que vas a hacer. Me dijo Héctor con un rictus de preocupación.
--Lo tengo muy claro: renunciar a su amor; él se merece algo mejor que yo. Además a nosotros a partir de ahora sólo nos puede unir las pasiones, no un vínculo familiar. A Raúl le será muy fácil olvidarme. Un joven de su categoría y preparación no tendrá mayores problemas.
--¿Qué le vas a decir? Dijo Adela algo preocupada.
--La verdad, y nada más que la verdad.
--¡La verdad no por Dios! Dijo Adela llevando las manos a la cabeza alarmada.
--¡Tonta! Me refiero a mi verdad, no a la vuestra. Le diré lo que soy, a que me dedico, y que pasado mañana me voy para mi país.
--¡Qué susto me habías dado! Dijo soplando el aire que se le había quedado estancado en los pulmones.
Una vez dejadas las cosas muy claras entre los tres, le dije a Héctor.
--Si vienes con ganas de juerga, lo lamento, pero tu mujer me ha "dejado aliviada" para un tiempo.
--Adela y Héctor se rieron de mi salida.
--Nada que objetar. Pero sabes que me debes una.
--Lo recuerdo, lo recuerdo... Ya te la pagaré.
Eran más de las cinco de la madrugada. Se despidieron de mi con sendos besos y me quedé dormida profundamente.