Asesinato en el burdel
El inspector jefe de la comisaría de Tomelloso, Pablo Rebollo examinaba el
cuerpo sin vida de Petra, alias La Perica. Eran exactamente las 01:05 horas de
la madrugada de un miércoles. Yacía en lo alto del catre de una de las
habitaciones de la casa de citas que la Olga regía en esta localidad. Totalmente
desnuda y en una posición un tanto extraña: los muslos totalmente apretados
entre sí y con ambas mano cubriéndose los pechos, como si queriéndose defender
de una violación, pero sin signos aparentes de violencia. Los ojos desorbitados,
mirando hacia el techo de donde colgaba una lámpara en forma de un gran brazo
que contenía la bombilla que iluminaba la estancia. Una expresión mezcla de
estupor y horror todavía conservaban los ojos inertes pero abiertos de La
Perica.
Había dado orden a sus subalternos, que nadie abandonara la casa, por lo que es ese momento se encontraban en el local la Olga y las cinco chicas que ejercían la prostitución: la Tragasables, la Morcillona, la Tetuda, la Culorroto y La Pezones. También se hallaban tres clientes, al parecer forasteros o viajantes, y, el mozo del local; Melecio. el Tontaina.
Después de un primer examen del cuerpo mandó que nadie tocara nada, en espera de
la llegada de Lopetegui, medico forense del distrito. Reunió a todos los
presentes en el salón de la casa para interrogarles.
-Dígame: cuantas personas han accedido a este local desde la hora de su apertura.
La Olga bastante nerviosa y preocupada.
-Pues... pues... hemos abierto sobre las once de la noche, ¿verdad
niñas? Dijo a las chicas, como queriendo reforzar sus palabras, a lo que dijeron
éstas:
-Si... si...si...si...si...
-O sea, hace poco más de una hora. ¿Y cuántas personas han abandonado el
local en ese espacio de tiempo? Prosiguió con el interrogatorio el inspector.
-Nadie señor inspector, nadie. Los presentes que "habemos" ahora, ni más
ni menos.
Los tres forasteros o viajantes que se hallaban sentados en aquel sofá de
color cobre bastante mugriento, se revolvieron entre sí ante la mirada de
Rebollo.
En ese momento se personaba Lopetegui, que a una orden del inspector se
dirigió a la habitación de los hechos para determinar la hora del óbito y
realizar el análisis ocular pertinente.
Rebollo prosiguió con el interrogatorio dirigiendo su mirada a los tres
clientes a la vez que les conminaba:
-¡Quién de ustedes ha usado los servicios de la Perica!
Los tres forasteros se levantaron del sofá tan cutre como tres resortes, y al
unísono dijeron:
-Yo no.
-Yo no.
-Yo tampoco.
Las comprobaciones oportunas fueron confirmadas por las chicas y la Olga. Uno
de ellos había estado con la Tragasables , otro con la Tetuda, y el tercero con
ninguna, ya que prácticamente acababa de llegar al burdel.
En ese momento bajaba Lopetegui de la estancia superior en donde se
encontraba el lugar de los hechos. Hizo una seña al inspector para que se
acercara. Durante unos momentos le habló en voz baja por lo que nadie pudo
percibir lo que le dijo.
Volvió Rebollo al salón del interrogatorio con una expresión triunfalista en su rostro; por lo que le había contado el forense y por que había captado y deducido durante su inspección ocular del lugar del crimen, tenía las pruebas necesarias para detener al culpable, sólo le faltaba comprobar un dato.
II
Dirigiéndose a los tres forastero con voz grave y autoritario les dijo:
-Inmediatamente los tres se me bajan los pantalones y los calzoncillos.
Aquellos pobres hombres si comprender nada, dudaron, pero un tremendo grito
les conminó a que cumplieran su orden. Y en santiamén los tres se quedaron con
la guisa que se pueden imaginar: los pantalones en los tobillos y los
calzoncillos en las rodillas.
Miró Rebollo a Lopetegui, que se encontraba a su derecha con cara de
decepción. Este a su vez mira al inspector con cara de resignación.
En ese preciso instante, muy sigilosamente, Melecio el Tontaina se deslizaba
hacia la puerta de salida, el ruido que hizo al pisar una cáscara de avellana
hizo que Rebollo se apercibiera de las intenciones y le intimara.
-¡Alto! No se mueva ni de un paso más.
El Tontaina quedó petrificado.
-Bájese inmediatamente los pantalones. Con voz de trueno le ordenó.
Al pobre Tontaina del susto que tenía encima se le bajaron los pantalones y
gayumbos a la vez.
Rebollo y Lopetegui quedaron alucinados ante aquello que el Tontaina portaba
entre sus piernas. Aquel sobrepuesto de la impresión dijo a la vez que sacaba el
arma reglamentaria y las esposas.
-Queda usted detenido por el asesinato de La Perica.
DESENLACE.
El forense Lopetegui había confirmado las sospechas del inspector. La muerte
de La Perica se había producido por una terrible impresión que le había
sobrevenido ante la contemplación de algo tremendamente monstruoso.
Esta, antes de morir y como pudo comprobar Lopetegui, había clavado sus ojos
en aquel brazo de la lámpara que parecía un símbolo fálico, y había apretado sus
muslos con tal fuerza que hubo que llamar a un cirujano para que pudiera abrir
aquello que el rigor mortis había sellado. Señales inequívocas que la tremenda
impresión que le causó el sincope tenía relación con aquel objeto.
El pene de el Tontaina comprobadas sus medidas en comisaría eran de 45
cm. de larga por 25 cm. de perímetro. Medidas capaces de matar de la
impresión a la tía más puta del mundo.
En un descuido de La Olga, se introdujo en la habitación de La Perica con
intención de violarla, ésta al ver aquello no pudo resistir la enorme impresión
que le causó la insuficiencia respiratoria y parada cardiaca.
el Tontaina se declaró culpable y relató los hechos tal como los recreó Rebollo.