Capítulo XXXIII
Quedé exhausta, rendida. Sergio me hizo el amor de una forma tan feroz, que no podía dar crédito que un cura pudiera follar de una forma tan sublime.
Me acordaba de la primera vez que me sodomizó, y la verdad, sentía una especie de morbo por tenerla otra vez en mis intestinos, por lo que le dije.
--Sergio, Me gustaría que dieras "absolución a mis pecados" como el otro día.
--Luego Manolita, luego; deja que me recupere, que para satisfacer un chochito como el tuyo, cuesta lo suyo. Ahora voy a darte las buenas noticias que traigo del Obispado.
--Dime, dime, mi amor, que estoy intrigadísima.
--Verás. Le he contado a Su Eminencia lo nuestro.
--¡No...! exclamé todo sorprendida, ¡Pero como has sido tan estólido! ¡Y ahora que va a ser de nuestras relaciones tan secretas!
--Ahí voy, ahí voy, que van a dejar de ser secretas.
--No lo pillo. Dije sorprendida
--Si cariño. Su Eminencia el Obispo, a través de Su Santidad, me van a conceder la dispensa papal.
--¿Y eso que es?
--Es un privilegio que concede la Iglesia de hacer algo prohibido a sus preceptos cuando lo exige las circunstancias. He convencido a Su Eminencia, que me exima de mis obligaciones como sacerdote, para seguir la nueva senda que me ha marcado el Señor.
--¿Y cual es esa nueva senda?
--La tuya Manolita, la tuya; estoy profundamente enamorado de ti, y no quiero vivir en pecado mortal el resto de mis días. Por eso el Señor ha entendido mis razones y me concede la dispensa.
Mire fijamente a los ojos de Sergio, y en ellos vi el brillo de la sinceridad, o mentía muy bien. El caso es, que, analizando la situación desde la lógica, entendí que un sacerdote no podía caer en tamaña farsa, por lo que opté creerle.
--Entonces Sergio, te vas a casar conmigo. Dije llena de emoción.
--Si cariño, si. Pero no podrá ser mañana, habrá que esperar por lo menos un año. Estas cosas van despacio y hay que tener paciencia.
--Y entonces... ¿Cómo nos vamos a apañar en este tiempo? Yo ya no puedo vivir sin tus caricias.
--Hay algo más...
--No me asustes, por favor. ¿Qué es ese algo más?
--Que tenemos que vivir en la pobreza; el colgar mis hábitos que sólo conceden sacrificio y penuria para casarme con una multimillonaria, sería más pecado mortal sino renunciara a los bienes del mundo exterior.
--A mi no me importa cariño. Necesito más el amor que a mis riquezas, que sólo me han dado fatigas y lasitudes. Pero... ¿tú podrías vivir a base de sopas de ajo?
--Si corazón mío, con dos huevos fritos, un poco de ese jamón tan bueno que tienes, y un vasito de ese vinillo que me de fuerzas para mantener "tu conejito" siempre satisfecho, tengo suficiente.
Le abracé con una pasión inusitada. Pensar que iba a ser para mi, y nada más que para mi, ese pedazo de hombre, me trasladaba a unas emociones jamás concebidas.
Me puse a "cuatro patas" ofreciéndole mi hermoso culo, que suspiraba por su polla.
--Cariño, quiero que me las metas entera, pero poco a poco, quiero sentir como entra milímetro a milímetro.
Esta vez fue más delicado, ya que con su lengua lubrificó mi ano, que a cada lengüetazo me hacía estremecer.
Noté como sus manos se aferraban a mis caderas, a la vez que me decía.
--Guíala tu corazón, llévala a tu agujerito.
Tomé con mi mano derecha aquel "mástil" y lo llevé a la embocadura, y allí lo dejé apuntando directamente hacia mis cogollos. A la vez que le decía.
--Cariño, empuja muy poquito a poco, quiero sentir cada milímetro como discurre por mi profunda cueva.
Pero pasó algo que nunca me había pasado en la vida. Quise abrir bien el ano haciendo fuerza como cuando se defeca, con el fin de que una vez introducido el glande, hace una especie de absorción al retraerse, lo atrapa, y lo dirige mejor hacia dentro. Pero no calculé bien la fuerza debido a la terrible excitación que estaba sometida, y me salieron dos sonoras ventosidades que dejaron a Sergio confundido.
--¡Coño Manolita! Vaya recibimiento. Sólo pudo decir Sergio.
Juro por mis difuntos, que quería que me tragara la tierra. ¿Se imaginan la situación? Allí, todavía a "cuatro patas" quedé como petrificada; pasé el apuro más grande que había pasado en mi vida.
Abandoné aquella posición que se me antojaba de lo más ridícula, y maldije ese momento. Yo, Manolita, la prostituta más famosa de Madrid, amante de las más altas magistraturas del Régimen, se había convertido en una vulgar pedorra.
Al verme tan compungida y avergonzada, Sergio me abrazó, y dándome un dulce beso en los labios, me dijo.
--No te apures cariño, el que no hayas podido controlar tu esfínteres en esa situación, no es de extrañar.
Y para restar importancia al asunto añadió.
--Además, tus tripitas ante lo que se les avecinaba, no han podido evitar "esos dos suspiros".
Me tuvo abrazada durante un buen rato, acariciándome el pelo y besándome en los ojos; hasta que vio que se me pasó el bochorno.
Capítulo XXXIV
Ya repuesta del terrible sofoco pasado por culpa de esas dos flatulencias, Sergio que no cesaba de jugar con mis pezones, se dispuso a contarme el futuro que nos esperaba juntos.
--Verás cariño. Como te he comentado, la dispensa papal tardará como un año en llegar; los trámites son lentos, porque entre muchos papeleos han de estar seguros que mi decisión de abandonar el sacerdocio ha de ser irrevocable; y el tiempo es el que al final tiene la última palabra...
--O sea, Le corté, ¿que te puedes volver atrás en tu decisión?
--Teóricamente es así; pero cariño, no temas, mi decisión es, y será irrevocable en tanto en cuanto tu me aceptes como esposo.
--Es lo que más deseo en este mundo. Después de llevar una vida disoluta, lo que más me emociona es poder ser una esposa enamorada y entregada a su marido... Pero...
--¿Pero qué?
--Temo que no estés tan seguro de tu decisión; que mi vida pasada te haga cambiar de opinión.
--Manolita. Me dijo muy serio. --Sé de tu vida pasada tanto o más que tú; pero que no te preocupe eso; es tu pasado, y en el pasado se quedará, y para nada a nuestro futuro afectará.
--Y sobre la fundación que lleva mi nombre...¿qué va a pasar?
--La Fundación doña Manolita, seguirá vigente y potenciada por la Iglesia con el patrimonio que le vas a donar. Y hasta es muy posible que te hagan beata, y para la posteridad pase a llamarse: Fundación de la Beata Manolita. ¿Qué te parece?
Callé, pero pensé que era el acto más hipócrita que había visto en mi vida. Pero le dije.
--Mira cariño, después de muerta, que le llamen como quieran; pero lo que me queda de vida, lo quiero pasar a tu lado. Necesito amar y ser amada Sergio, lo necesito como el respirar.
--Pobrecita mía. Me dijo mirándome a los ojos con dulzura. Eres como esa oveja descarriada que se le perdió al pastor, y anduvo perdida por el monte. Pero otro pastor te ha encontrado, y te conducirá al rebaño de las almas nobles.
--Pero me preocupa mucho. es ese año de espera para que a ti te den...
--La dispensa.
-- Eso... ¿Como vamos a vernos? Porque yo quiero dormir contigo todos los días.
--Todo está previsto mi amor. Como en el pueblo no podrá ser por razones obvias ¡Qué pensarán los vecinos viendo entrar a su párroco todas las noches en casa de Manolita! vamos a hacer lo siguiente: seré destinado a otra parroquia lejos de aquí, donde nadie me conozca. Pero...
--Me asustas con tus "peros", Sergio.
-- Lo que tienes que hacer es comprar o alquilar un piso en Madrid; en el que viviremos los dos durante ese año. Y una vez con la dispensa concedida, nos casamos como Dios manda, aquí o en tu pueblo, donde quieras, y a vivir felices el resto de nuestros días.
--¿Y el Obispo... sabe ese plan?
--¡Pues claro que lo sabe! Si ha sido precisamente él que lo ha diseñado para nuestra felicidad.
No estaba segura de que todo eso fuera cierto, pero al tomarme mi mano y llevármela a su polla, se me desvanecieron todas las dudas. El muy "cabrón" como sabía que me derretía por sus huesos.
--Y ahora cariño, ponte como antes, a cuatro patitas, que vamos a recuperar lo que "el viento se llevó".
Quería "sorber" de su hermosa virilidad, llenar mi boca de tan suculento manjar me seducía tanto, que hacer una buena "mamada", para mi es el prolegómeno imprescindible al amor.
Me atragantaba... mi boca no podía engullirla entera, ¡imposible! ya el glande de por si me llenaba tanto la boca, que no me dejaba respirar.
Los aromas que destilan el cuerpo de mi hombre, son tan genuinos que me alimentan tanto como sus besos y sus caricias.
Dicen que el olor a hembra erotiza mucho más al hombre que viceversa, no lo sé. Sólo puedo decir, que los emanaciones procedentes de la bragueta de Sergio, me excitan la libido sobremanera, y me entran unas ganas de follar irreprimibles.
--Cariño.. ¡Uffff! la chupas como "los ángeles".
--¡Claro! le dije con sorna. Los curas sólo debéis hacer el amor con los ángeles. ¿Y los obispos con las vírgenes, verdad?
En que mala hora se me ocurrió hacer tal comentario; se le transformó la cara, y el gesto que puso fue de terror. Fue sólo un segundo, pero me dio miedo.
Se percató de mi temor, y acto seguido volvió a poner esa carita que me vuelve loca. Me dijo.
--Disculpa Manolita si has visto en mi un gesto improcedente, no ha sido por tu comentario; ha sido porque al mentar las vírgenes, todavía no he consultado mi decisión con la de mi devoción, "mi virgencita del Rebollar" .
--¿Y qué tiene que ver ella? A ver si ahora va a resultar que la vas a querer más que a mi.
--No Manolita, son amores disímiles. Pero me daría mucha pena que "mi virgencita" se apenara por que colgara los hábitos.
--Bueno, bueno, deja a "tu virgencita" ahora, porque me figuro que no querrás hacer un trío.
Quería comprobar hasta que punto era cierta su decisión de abandonar el compromiso con la Iglesia para casarse con ella. ¿O no sería una añagaza para conseguir mis millones?
Por mi mente pasaron todos mis fracasos, pues a pesar de toda mi fortuna, que se calculaba en más de mil millones de pesetas, no me aparecía ningún triunfo. Toda ella fue productos de mis desventura: la casa de citas doña Patrocinio donde empecé a labrarla. Raúl, Héctor, Adela y su cambio de sexo al convertirse en Darío.
¡Y mi Margarita! ¡Mi adorada Margarita!¡Cuánto le echaba de menos...!
Me sacó Sergio de mi ensimismamiento.
--¿Qué piensas Manolita? Te veo como si de repente hubieras entrado en un estado catatónico.
--Sergio.
--Dime, cariño.
--¿Tienes todavía la potestad de la confesión?
--Si claro. ¿Por qué lo preguntas?
--Porque quiero confesión.
--¡Aquí en la cama..! ¡Imposible!
--Mañana por la mañana, sobre las once, iré a confesar. Y ahora vistámonos antes que regrese la chica.