PARTE PRIMERA
Llevaba casado unos ochos años cuando me asaltó una idea que no podía quitarla de la cabeza. Y lo peor: que a una mujer tan puritana como la mía, madre y esposa ejemplar, ¡Cómo podría yo exponerle algo tan imposible de aceptar por ella debido a su educación!
Pero esa puñetera idea, no se me iba de la cabeza; imposible apartarla de mi mente; y cuanto más tiempo pasaba, más cabrón me sentía. Hasta que un día, no pude aguantar más, y le expuse de la manera más delicada que supe o pude.
--Cariño. Llevo tiempo que me corroe la mente una idea.
--¿Y qué idea es esa, que te trae a mal traer? Me dijo preocupada a juzgar por la expresión de su rostro.
--Es algo, que te va a ser muy difícil de aceptar, y a mi casi imposible de exponerte; pero sino te lo digo, llegaré a reventar, porque se ha convertido en una obsesión.
--Me preocupas cariño. La cara se le volvió a transformar. Ahora si que se la veía inquieta de verdad.
--No te preocupes que no es nada que nos afecte a la salud ni al trabajo. Le dije para tranquilizarla un poco.
--Entonces no consigo adivinar que es lo que te intranquiliza tanto.
--¡Bueno, verás! Es un tema morboso, de tipo sexual...
--¡Cómo no te expliques mejor!
De forma deliberada corté el tema. Pero ya había sembrado la duda en ella.
--Mira cariño, mejor lo dejamos. Además es algo que sólo me afecta a mi. Ya se me pasará. Le dije con intención de ahondar en su curiosidad.
--Soy tu esposa, para lo bueno y para lo malo, y si te afecta tanto eso que no quieres contarme, quieras o no, también llegará a afectará a mi. Así que ya me estás contando lo que te pasa.
--Antes he de hacerte una pregunta, y te ruego que me respondas con absoluta sinceridad.
--Pregunta. Me dijo, poniéndose a la defensiva, ya que esperaba algo raro.
--¿A ti te gustaría hacer el amor con otro hombre?
Se quedó callada y pensativa... Y añadió a continuación:
--¡Vaya! Con que no te fías de mí. ¿Es que acaso crees que te soy infiel? Mira cariño, para mi no hay más hombre que tú.
--Pero dime la verdad. ¡por favor! ¿Ni en sueños o en fantasías te has acostado con otro?
Quedó en actitud dubitativa, su expresión cambió; de súbito el rostro se le puso rojo como una rosa. Había tocado una de sus fibras más sensibles. Debo aclarar, que mi mujer es una fiel guardián de su intimidad, y hay rincones en su alma que nadie es capaz de llegar, ni tan siquiera yo. Enmudeció, le puse en un apuro, y para sacarle del mismo, le dije.
--¡Mira cielo! El pensamiento es libre, nadie, absolutamente nadie, ni nosotros mismos lo pedemos coartar. Por lo tanto, todo el que quede sólo en la mente, no tiene porque ser motivo de preocupación, ni de traición a nadie.
--Pues para mí, pecar con el pensamiento, es tanto como pecar con los hechos. Me dijo muy convencida.
--No cielo, no. ¡Cuán equivocada estás! Te repito; el pensamiento es la causa de mil circunstancias; y nadie puede evitar el tenerlos malos en un momento dado, y dependiendo de las acontecimientos que la vida nos depara. Lo que si podemos evitar, es caer en la tentación de hacer aquello que si sabemos que puede hacer daño a nuestros seres queridos.
--Entiendo por lo que me has contado hasta ahora dos cosas: una, que crees que te engaño con otro hombre, y la otra, es que sufres por ello. ¿No?
Reí para mis adentros. ¡Pero qué equivocada mi esposa! Era precisamente todo lo contrario lo que me atormentaba. Y llegué a la conclusión de que no había sabido llegar a la verdad. Le había equivocado. Quedó con la sensación de que mi problema era de celos. Por lo que creí oportuno no insistir más en el tema y dejarlo zanjado. Le di un beso, y nos dispusimos a dormir, ya que no habían las dos de la madrugada en la cama tratando mi dichoso tema
PARTE SEGUNDA
Pasaron bastantes días, y no me atrevía a sacar otra vez el tema con la idea de que fuera ella la que lo expusiera en cualquier momento; y así fue. Una noche mientras se quitaba los potingues que se dan la mujeres frente al espejo de la cómoda de la habitación, y yo leía las noticias del día en un periódico local metido en la cama, me dijo:
--Todavía le sigo dando vueltas a eso que me comentaste el otro día... Si, sobre eso que tanto te preocupaba. Pero si te soy sincera, no llegué a entender bien lo que me dijiste; y creo que hay algo más que de esos celos; ya que no hay motivos para que los tengas..
Había llegado el momento de decir claramente la verdad, por lo que una vez que se había acabado de hacer la limpieza cutánea, la dije:
--Ven cariño, que te voy a contar mis incertidumbres de esposo, y sino me comprendes, lo entenderé, porque no es fácil de asumir, y menos en esta sociedad tan machista como esta.
Se acurrucó a mi lado, me beso dulcemente en los labios, a la vez que me decía...
--¿Sabes que me estimula el saber que tienes celos? Que mi maridito esté celoso me excita.
--¡Pero coño! ¿También tu tienes morbo? Me extraña.
--¡Pues si cariño, si! No te extrañe. Lo que pasa que nunca me he atrevido a comentar contigo esto; esta sociedad tan machista, impide que las mujeres nos liberemos de todas las represiones sexuales que nos tiene atadas desde hace décadas.
--Pero si la reciente democracia ha derribado muchos tabúes.
--Por eso... por eso... ya es hora que las mujeres de mi edad, rompamos con todos los convencionalismos, y seamos amigas y compañeras de nuestros maridos, no esposas sumisas.
--¡Hostias...! Ahora era yo el que estaba totalmente desconcertado.
--¡Niña! Que me dejas de una pieza. Tú hablando de liberación sexual. ¿Pero no dices que eres fiel seguidora de los conceptos de lo que define la pureza de la mujer en el matrimonio?
--Tienes toda la razón cuando me dijiste que el pensamiento es libre, e incontrolable, y debo confesarte que desde hace tiempo, tengo fantasías sexuales.
--¿Y qué tipo de fantasías son esas? Dije un tanto mosqueado.
--Pues... pues... ¿No vas a enfadarte, verdad cariño?
--No, no... mujer, ya te dije que las fantasías no se pueden atar. ¿Qué tipo de fantasías son esas, si pueden saberse?
--Sueño que me rapta Richard Gere, me lleva a una isla, y me hace el amor apasionadamente.
--Mientras sueñes con Richard Gere no hay problema. El problema sería que soñaras lo mismo con el vecino del tercero. ¿O es que crees que no me he dado cuenta como te mira?
--Eso es lo malo, que está de bueno que cruje, y he tenido más de un sueño onírico con él.
--O sea. ¡Qué te has follado al vecino! Dije con aparente enfado. Mis sueños de cabrón empezaban a hacerse realidad; ya que en ese momento tuve una erección tremenda.
--Pero mira que eres bestia... ¡Cómo me voy a hacer el amor con vecino! ¿No estamos hablando de pensamientos libres e incontrolables?
--Sí mujer, claro, disculpa. -¿Pero te lo follarías en la realidad? Le dije poniendo cara de imbécil.
--Bueno... Si se dieran tres condiciones... posiblemente si.
--¿Qué condiciones son esas?
--La primera, que a ti no te importara. Jamás lo haría a tus espaldas.
--¿La segunda?
-¡Claro! que el vecino quisiera.
--¿Y la tercera?
--Qué su mujer lo aceptara. Así no podría surgir ningún problema, ya que los cuatro estaríamos implicados.
¡La madre que me parió! Dicen que los designios del Señor son inescrutables, pero yo creo que los pensamientos de la mujer son insondables. Jamás hubiera creído que mi mujer a la que tenía por una mojigata de mucho cuidado, fuera una liviana en potencia.
Sentía una especie de sensaciones agridulces. Habíamos derribado en un momento las barreras de un matrimonio convencional esclavo de unas normas sociales obsoletas. En nuestras vidas había entrado una forma nueva de entender la relación de pareja.
Sin embargo, debo confesar, que salió en mi ese machista dormido que lleva cada español de los de antes. Descubrir en mi mujer... ¡Perdón! Descubrir en la mujer que durante ocho años había sido mía en cuerpo y alma, que sentía las mismas necesidades y el mismo morbo que yo, me dejaba anonadado... Y la idea que me producía tanta desazón, se tornó en preocupación. Quería ver a mi mujer follar con otro.¡SI! ¡Pero coño! eso de que a ella le gustara.... me jodía... Me costaba asimilarlo; por lo que dejé pasar un tiempo para ver si me aclaraba la idea de que me gustaba de verdad verla follar con un extraño.
--Querido... parece ser que aquel morbo se te ha pasado. Me dijo a la semana más o menos de tener la última conversación sobre el tema.
--No creas. Lo que me preocupa ahora eres tú. ¿De veras qué estas preparada para abrirte de piernas ante otro tío?
--¡Bueno! Si el tío, como tú dices, me camela ¿porqué no?
¡Joder! Otro ataque de celos, y otra erección brutal. Pero si quería acabar de una puñetera vez con la idea que me atormentaba, no me quedaba más remedio que llevarla a cabo; y si una vez realizada era para mal, pues a joderse y aguantarse.
PARTE TERCERA
En una revista de contactos escribí a un anuncio sin que mi mujer lo supiera, y que me pareció ideal, decía:
"Caballero inglés de alto standig, muy atractivo y con clase; haciendo frecuentes viajes a España, busca amistad con matrimonio. Sólo para ella".
A los pocos días recibí respuesta: Nos citaba en un hotel cinco estrellas, y me enviaba una foto en la que se veía a un caballero de unos cuarenta años, de un porte exquisito, rubio, ojos azules y guapísimo. Decía llamarse Steve.
Le enseñé la foto a mi mujer, a la vez que le dije:
--Cariño, ¿Te acostarías con este hombre?
Los ojillos de mi mujer nunca mienten; al ver la foto le hicieron chiribitas.
--¿Quién es este hombre tan guapo? Me dijo con carita de malicia.
--Es el hombre con quien te vas a acostar si tu quieres.
--¡Venga! Para mi va estar este hombre tan guapo.
Le conté lo del anuncio, que era el señor que había respondido a la carta que le envié. Puso cara de enfado por no haberle dicho nada del anuncio, pero "la muy puta", no dejaba de mirar la foto del inglés.
--¿Y en que habéis quedado?
--De momento en nada, No puedo quedar sin contar contigo. ¿Qué opinas?
--¡Bueno! por quedar nada perdemos, a lo sumo el tiempo.
Esa respuesta era un si rotundo. Por lo que me puse en contacto con el inglés en el teléfono del hotel donde se alojaba.
Quedamos un viernes por la noche. Mi mujer se había puesto tan guapa, que no me lo podía creer. Ella es guapísima con cualquier cosa y hasta sin arreglar; pero ese día se había puesto más bella que el día de nuestra boda. Señal inequívoca de que estaba dispuesta a gustar al gentleman.
Cuando observé las caras de ambos al hacer las presentaciones, me di por cabrón irremisiblemente. Mi mujer y el inglés habían conectado de pleno; el feeling se observaba en los ojos de los dos.
Habíamos quedado que en caso de un si, se llevaría la mano derecha a una oreja, y en caso de un no, la mano izquierda. No tardó ni un minuto en llevarse la mano derecha a la oreja. Por lo que ya no había vuelta atrás, y me dispuse a comprobar las consecuencias de aquello que desde hacía tiempo me martirizaba.
Estuvimos tomando tapas por el centro de la ciudad, y a eso de las dos de la madrugada, nos dirigimos al hotel. No habían dejado de mirarse y tontear entre ellos. Estaba alucinado, mi mujer, esa fiel esposa y madre de dos hijos, enamorada como una adolescente. En un momento que fue al servicio el mister, me dijo.
--Cariño, he quedado con Steve, que lo haremos los dos solos. ¿No te importa, verdad?
Aquello fue peor que una patada en los testículos. Esa eventualidad no la había previsto,
¡Mi mujer follando con otro a mis espaldas! por lo que mi morbo se tornó en una terrible angustia. Deseaba cortar de inmediato con aquella situación que me había desbordado, pero vi a mi mujer tan ilusionada con "su novio" , que no me quedó más remedio que aceptar aquello que yo mismo había creado. Miré a los ojos a mi mujer, y con casi el llanto en los míos le dije:
--Mi vida, ¿de verdad te apetece acostarte con el inglés?
--Cariño, la verdad es que sí, pero si no lo aceptas, ahora mismo cortamos el rollo. Y si quieres estar con nosotros, le digo a Steve, que los tres o ninguno.
--¿Tú que prefieres?
--La verdad, la verdad, sola. Pero repito, basta que tú no quieras, cortamos.
Quedé triste, muy triste. Ya no me apetecía ver a mi mujer follar con otro; y sentía como me crecían los cuernos de una manera alarmante. Había caído en mi propia trampa, pero no me atreví a quitarle a mi mujer ese deseo que le rezumaba por todos los poros de su piel.
Les dejé solos. Quedé con mi mujer pasar a recogerla a las ocho de la mañana. Me despedí de ellos con un triste ¡Hasta luego!
Cuando llegué, a las 8:45, (no quise ser puntual), en este caso procedía dar más margen "a los novios", que estaban desayunando y departiendo alegremente. Mi mujer tenía el labio inferior hinchado por la parte derecha; señal de que el inglés se la había comido a besos; y su pelo olía a una mezcla de tabaco y Loewe. En sus ojos se leía que había pasado una noche inolvidable.
EPILOGO
Mi morbo se había tornado en una pena inconsolable, no quise saber absolutamente nada de lo que pasó en aquella habitación de hotel. Y cuando a los dos meses, me dijo que le concediera el divorcio, porque se marchaba a Londres a vivir con Steve, ya que estaba también divorciado, y le había pedido matrimonio; no tuve fuerzas para negarme...¿Para qué?
Ella renunció a todos los bienes gananciales que teníamos: piso, apartamento en la playa y coche. A cambio se llevó a los niños; lo creí lo más conveniente, mis hijos iban a ahondar más en mi pena, pero cuando quisiera podría verlos.
Steve es el Presidente de una multinacional farmacéutica, y como yo hablo y escribo el idioma inglés con bastante soltura, me ofreció la dirección comercial para España, puesto que acepté con agrado, ya que me suponía unos ingresos que doblaban los que tenía. Además de bagatelas y otras minucias.
Pero lo más gracioso y grandioso y que tampoco pude prever, es que Steve en uno de los múltiples viajes que hacía a España, me dijo algo que me dejó con la boca abierta.
--Amigo: no tengo ningún inconveniente que te folles a mi mujer cuando venga con ella, como yo me follé a la tuya hace tiempo. Sé, que a ella le place, y me lo ha pedido más de una vez. ¡Bueno! si a ti te apetece.
¡Joder...! que maravilla. En otro de los viajes, lo hizo acompañado de su mujer, y me pidió por favor que la atendiera los días que tenía que ir a Marbella para negociar la implantación de una fábrica de antibióticos en el país de un jeque árabe; y que veraneaba en esa preciosa localidad malagueña.
Hice el amor con la mujer de Steve con la pasión tan loca que jamás tuve en los ocho años que fue mi esposa, y que limpió toda mi alma de penas y angustias. El saber que ella y mis hijos eran muy felices en Inglaterra me llenó de tranquilidad. Me dijo que era un gran hombre, y que era un verdadero padre para mis hijos.
Steve, me pidió por favor ¡Cosa que me alucinó! Repito: por favor me lo pidió, que por sus múltiples viajes por el mundo, y que por motivos de agenda no podía acompañarle su mujer, que fuera a Londres y que cuidara de ella como lo había hecho durante aquellos años. Que la quería inmensamente, y que conmigo tenía la absoluta seguridad de que no iba a suceder nada que pudiera afectar a su vida laboral y afectiva.
Me hice amante de mi ex mujer, y cada dos o tres meses me desplazaba a Londres o ella venía a Madrid. Vivimos tal idilio, que tocábamos el cielo con la punta de los dedos. Y Steve tan contento de tener a su mujercita tan bien atendida.
Tenía cierta aversión a los ingleses, pero desde que conocí a Steve, bendigo a "las madres que los parieron".
FIN DEL RELATO