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Kimberly

en Amor filial

Como todos los hombres casados pues siempre he sido muy afecto a visitar algunos lugares prohibidos y en los cuales bellas chicas se entregan por alguna cantidad. Pero lo que les voy a relatar es algo que en verdad no me esperaba.

Entré en uno de tantos antros, era ya de madrugada. Venía acompañado por un par de amigos de la oficina y nos sentamos en una de las mesas del fondo, pedimos una botella y comenzamos a echar ojo para ver que era lo que encontrábamos. Mis amigos se sentaron casi enseguida un par de nenas muy hermosas, pero que para mi gusto nada tenían de llamativo. Morenas, altas, de cuerpos muy curveados.

Fue justamente después de unos veinte minutos que una chica llamó mi atención, rubia de estatura media, cabello un tanto rizado. Vestía con una blusa negra que dejaba apreciar debajo un par de hermosas tetas, traía también una minifalda bajo la cual un par de esculturales piernas de piel blanca y bien torneadas se movían. Pero justo cuando se giró para atender a alguien que la llamaba mi sangre se heló.

Era Kimberly, y se preguntaran ¿Quién demonios es Kimberly?... Pues nada más y nada menos que mi hija. Me quedé pasmado, no sabía que hacer, ni que decir. Miré a mis amigos discretamente para ver si ellos lo habían notado pero se encontraban muy ocupados con sus amigas. Me levanté y seguía a mi hija.

Verla vestida así, con ese maquillaje, con esa ropa. No, no lo pude evitar. Miré mis pantalones y ya traía una potente erección debajo del pantalón. Por fin casi alcanzo a Kimberly pero me detuve. Fui hasta una de las mesas más oscuras del lugar y entonces llamé a uno de los meseros.

¿Cómo se llama esa chica? – pregunté.

¡Ella es Donna!.. ¿Quiere que le llame, señor?

¡Sí!... ¿Sabes cuanto cobra?

¡Pues es una de las chicas más caras! ¿Pero no cree que lo vale?

¡Definitivamente!

El mesero fue hasta donde estaba mi hija y señalo hacia el lugar en donde me encontraba, ella se levantó y camino sensualmente hasta aquí.

¡Hola guapo!... ¿Te puedo acompañar?

¡Adelante! – dije señalando el lugar vació y fingiendo lo mejor que podía la voz.

¿Me invitas algo?

Moví la cabeza afirmativamente. Ella llamó al camarero y pidió un anís, se acercó hasta mi silla y entonces para que no se acostumbrara a la oscuridad y me pudiera ver el rostro la abracé y pegué su espalda a mi pecho.

¡Así es más cómodo! ¡Eres muy linda!

¡Gracias!

La comencé a tratar como trataba a las demás putas con las que había estado. Pasé mi mano por su cintura y ella entonces se rió un poco. Llegó el mesero con su anís y yo le pedí una cerveza.

¿Cuánto cobras por el resto de la noche?

¿Por toda la noche?

¡Sí!

¡Pues te va a salir un poco caro!... ¿Lo pagarías?

No creo que sea una cantidad que me pueda sorprender… ¿Dime cuanto?

Me dijo la cantidad que aunque era algo elevada, no era algo que no pudiese pagar por una puta.

– ¡Bien, acepto el trato!... Voy a salir de aquí y te veo en el hotel de la esquina, preguntas por el señor Méndez, voy a dejar instrucciones para que te dejen pasar.

Salí del local después de pagar la cuenta y de pagarle a mi hija la mitad de lo convenido. Vi que Kimberly se dirigía a la barra del local, seguramente a pedir su salida. Yo me fui directo al hotel que se encontraba en la esquina de esa cuadra y pagué un cuarto para dos persona, dejé las instrucciones al recepcionista de que dejara pasar a la dama que buscara al señor Méndez.

Ya en la habitación encendí las lámparas y les puse unas toallas encima para que no dieran mucha luz, me metí al baño y me di un duchazo, aun después de eso tuve que esperar unos veinte minutos para que tocaran a la puerta de habitación. Entre abrí viendo a mi hija parada en la entrada, ya no traía puesta la ropa de antes, ahora solamente lucia una blusa de color negro y unos jeans de color azul claro que se amoldaban perfectamente a su cuerpo. Le cedí el paso sin dejar de contemplar sus hermosas nalgas ahora moldeadas por los jeans.

Iba a procurar no hablar más de la cuenta, pues con el silencio del cuarto seguramente se daría cuenta del tono de mi voz, en el antro solo tuve que fingir un poco y debido a la música no tuve más problemas.

No quiero hablar mucho, sobre el tocador esta el resto de la paga.

¡El que paga manda! – dijo mi hija.

Me coloqué detrás de ella y haciendo a un lado su cabellera levemente ondulada y rubia comencé a besar su cuello. Ella se retorció un poco, complaciente como todas las putas. Puse mis manos sobre su estómago y comencé a acariciarla lentamente con movimientos circulares. Mi verga estaba completamente erecta y no había duda de que la situación era de lo más enloquecedora. Kimberly no hacía nada, simplemente se dejaba llevar por lo que le hacía, sabedora de que si me gustaba su faena le dejaría una buena propina extra.

Metí las manos bajó la playera tocando directamente su suave piel, ella en voz baja dijo: "¡Que suaves manos tienes!" y dejó que avanzara a mi libre antojo. Lentamente subí la mano hasta atrapar uno de sus senos, no traía brasier, su pezón aún no se ponía duro, pellizqué con dos dedos sus botoncitos que poco a poco se comenzaron a poner duros. Desde atrás la hice girar la cara y por primera vez la besé en los labios, ella inmediatamente dejó que su lengua penetrara en mi boca, titubee unas décimas de segundo, pero enseguida respondí a su beso; mi lengua salió y se comenzó a enredar con la de Kimberly. Ya tenía las dos manos debajo de su playera y masajeaba sus senos delicadamente.

"¿Te gustan mis tetas, papi?"

Al oír esto me quedé quieto, ¿Me abría descubierto? No, definitivamente no, simplemente era una de sus formas de llamar al cliente, aunque como en realidad yo era su padre esto me exaltaba más. Estaba sumamente caliente y tan solo de rozar mi cuerpo con el suyo sentía que me iba a venir. Respiraba profundamente tratando de no acelerarme más o no iba a durar absolutamente nada. Claro, como había pagado toda la noche eso era posiblemente lo de menos ya que si me venía ahora lo podría hacer también después, pero eso no era lo que deseaba, deseaba prolongar cada segundo al máximo en cada una de las relaciones que pudiésemos tener.

Le quité la playera por fin y sus senos se bambolearon en el aire, seguí a su espalda pero esta vez le comencé a desabrochar los jeans. Los pantalones lentamente fueron bajando y pude ver la tanga que mi hija traía puesta, era negra y en la parte de atrás solo era un hilo dental. Sus nalgas paraditas, suaves y firmes quedaron a la mano y no tardé en acariciárselas. Tenía los pantalones en las rodillas, me hinqué y le quité las zapatillas, no traía medias, por fin le logré sacar los pantalones y poco después siguió la tanga. Su vagina estaba completamente depilada, pasé mi mano por los labios lampiños y la bajé hasta llegar a sus nalgas y ano.

¡Que linda cosita tienes! – me atreví a decir.

¿Te gusta?

Mucho… ¿Me dejas que te la coma?

¡Ya te dije que puedes hacerme lo que gustes, tu pagaste!... Lo único que no permito es el sado.

Pegué mis labios a su vagina y saqué mi lengua para degustar la rajada de mi nena, no, no me preocupaba que ya un montón de penes la hubieran penetrado, lo importante era que ella no se diera cuenta de quien era yo. Seguí jugando con los labios vaginales, los tenía suaves, dulces y ya húmedos; mi lengua penetró lo más profundamente que pudo mientras que me sujetaba de sus nalgas, las acariciaba, las abría, las sobaba y las estrujaba delicadamente. Mi hija comenzaba a gemir levemente.

No paré de mamar su conchita hasta que ella consiguió llegar a su primer orgasmo, me bebí cada gota que salía de su panocha lampiña. Luego de esto la recosté sobre la cama y seguí chupándole la cuca sin descanso hasta que se vino por segunda ocasión. En esta ocasión la estaba deseando con mi dedo medio, se lo metía profundamente en la vagina y la bombeaba, así le lograba sacar todo el jugo que se quedaba en el interior.

Después de su segundo orgasmo la dejé descansar unos cuantos minutos mismo tiempo que yo aprovechaba para relajarme un poco. Me desnudé completamente y la sujeté entonces suavemente por los cabellos, la hice quedar sentada en la cama y entonces le acerqué mi miembro completamente duro. Sabía de lo que se trataba e inmediatamente me comenzó a mamar la verga, su boca engulló lentamente mi tronco hasta la raíz. Comenzó a salir y a entrar a un ritmo más o menos regular, pero la tuve que detener en varias ocasiones ya que de lo contrario me vendría muy rápido.

¿Si quieres me los puedo tragar?

No contesté y seguí dejándola que me mamara a mi ritmo, se sacaba la verga y la chupaba por fuera, desde la base hasta la cabeza y luego de regreso, me lamió las bolas y siguió así hasta que le pedí que se pusiera de pie. La coloqué frente a la cama y la empiné, sus hermosas y bien formadas nalgas quedaron completamente expuestas. Me acomodé justamente detrás de ella y me coloqué el condón, abrí los labios vaginales con dos dedos de una mano y apunté la herramienta. Lentamente la comencé a penetrar, mi verga se iba perdiendo en su apretado y caliente interior. Me sujeté de sus caderas y comencé a bombear lentamente, girando las caderas, subiendo, bajando y empujando para u lado y para el otro.

Sus jadeos eran sumamente excitantes para mí, el solo hecho de saber que se trataba de mi hija hacía que las sensaciones se multiplicaran muchas veces. No podía aguantar más. Comencé a bombearla más rápidamente y estaba esperando a que ella comenzara a venirse para así hacer la venida simultánea, apenas y me adelanté unos segundos, me comencé a venir, la leche me salía a cantaros. El orgasmo fue completamente diferente a todos los anteriores de mi vida, largo, agudo, tan intenso que hasta las bolas me dolieron por la potencia y la cantidad de la leche que aventé. No me salí de su interior sino hasta que sentí que la erección se perdía enteramente. Tiré el condón en el bote después de anudarlo y me volví a reunir con Kimberly que estaba recostada en la cama boca abajo.

¿Sabes?... Nunca me habían tratado de esa manera.

¿cómo? – dije secamente.

No sé… nunca habían sido tan tiernos conmigo… Tus caricias y tus movimientos son muy suaves… Me gusta como me tratas.

No dije nada simplemente se dibujó en mis labios una amplia sonrisa que por supuesto mi hija no podía apreciar. Puse las manos en sus nalgas y se las comencé a acariciar, justamente así como a ella le gustaba, despacio, suave, lentamente.

¡Ho, sí!... Así, que rico siento.

Me levanté un poco para besar sus glúteos, le pasé la lengua y comencé a buscar su ano. Ella no se resistió. Llegue al pequeño y arrugado agujero, mi lengua se enterró profundamente dentro de él. Ella solamente ronroneó levemente y se dejó hacer. Añadí poco después un dedo en su entrada trasera y lo metí profundamente, eso sí, bien ensalivadito.

Le estuve deseando el culo varios minutos y añadí un dedo más al primero, luego otro. Su ano ya se sentía lo suficientemente dilatado como para intentar penetrarla con la verga. La hice volverse boca arriba y ella me exigió el condón. Me lo puse, la abrí de piernas y entonces le apunté la verga a su ano. La fui penetrando lentamente, ella apretaba el esfínter cuando ya la verga estaba bien dentro de su agujero. La penetración fue completa, ella se quejaba muy levemente al principio. Cuando la comencé a bombear ella ayudó meneando sus caderas, se había levantado apoyándose con sus brazos extendidos.

Ella se estiró como para quitar una de las toallas de la lámpara pero se lo impedí a tiempo, la dejé recostada en la cama y elevé sus piernas sobre mis hombros. Solamente se escuchaban los chasquidos de mi cuerpo chocando contra el suyo. Estaba a punto de venirme cuando me quedé quieto en lo más profundo de su ano. Esperé un par de minutos y después le saqué la verga del culo por completo.

Me saqué el condón que traía y me puse uno nuevo. Sin cambiar de posición la penetré ahora por la vagina, sus suaves piernas subían y bajaban en mis hombros al ritmo de las embestidas que le daba. Kimberly se comenzó a venir otra vez. Yo bajé el ritmo de las embestidas para no venirme pero para dejar que ella terminara con su orgasmo.

¡Amor!... nunca me habían hecho llegar tantas veces.

Me sentí orgulloso pero no dije nada, dejé que ella reposara solo unos segundos y continué bombeando, solo que esta vez bajé sus piernas y me monté sobre su cuerpo. Sentí sus tetas pegadas a mi pecho y sus piernas se abrazaron a mis piernas. Ahora solamente se movían mis caderas para meter y sacar de su vagina mi erecto miembro.

Ella me comenzó a besar apasionadamente, estaba seguro de que si se iba a ganar una propina extra, seguí bombeando a un ritmo que cada vez aumentaba un poco de velocidad, nuestros cuerpos sudaban copiosamente y nuestras bocas no se separaban por mucho espacio mientras respirábamos, tragándonos el aliento del otro. Bajé mis manos para acariciar sus nalgas y aclarar de este modo los movimientos de entrada y salida de mi pene.

Ella comenzó a gritar esta vez que se venía y aceleré el movimiento de mis caderas a su máxima velocidad, sentí como su concha se inundaba completamente con sus jugos y entonces yo solté mi carga dentro del condón, mi verga se tensaba en cada disparó que soltaba, salió casi tanta leche como en el primer palo que nos echamos. Terminamos jadeando y completamente sudorosos. Nos quedamos dormidos profundamente y desperté por la mañana, ella seguía profundamente dormida, me levanté y me metí al baño, me comencé a duchar y al poco escuché que ella entraba. Abrió la puerta de la regadera y al verme se quedó completamente inmóvil, mirándome como tratando de recordar de donde me conocía. Sin decir nada se metió en la regadera y juntos nos bañamos, sin hablar. La enjabone y enjuague toda. Ella se dejaba hacer. Salí de la regadera, me sequé y me vestí. Ella salió cuando yo ya estaba vestido.

Tu propina está sobre el tocador… ¡Te la ganaste! – le sonreí y después añadí. – Después platicamos en la casa.

FIN

Mas de Cazzique

Amanda

Belisa

Magnolia

Odette

Las primas

Kimy

Alejandra

Ximena

Maite

Verónica

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Flavio, mi cuñado

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