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Odette

en Amor filial

Odette

Preparada estaba para la travesía, un largo viaje hasta América, las maletas estaban ya en el camarote del vapor y solo aguardaba la llegada de mi padre. El tiempo corría apremiante y no lo veía por ningún lado. Nerviosa me paseaba por las cubiertas del vapor, de su gran chimenea se desprendía una humareda grisácea que avisaba que las calderas se encontraban ya en su punto. El silbato de la chimenea dejó escapar un agudo silbido que anunciaba el pronto ascenso de los pasajeros que aun se encontraban sobre el muelle despidiéndose de sus familiares. Me recargue en la barandilla para mirar hacia los puentes que servían de acceso al gran buque. Nada, no se veía la figura de papá por ningún lado. Segundo silbatazo y nada. Los minutos pasaban como el agua entre las manos. Por fin el tercer llamado y asustada vi como retiraban los puentes que nos unían a tierra.

Muy lentamente la embarcación se comenzó a separar del viejo muelle de madera y la humareda gris se volvió negra y espesa. La gente feliz se despedía de los parientes que se quedaban en el viejo mundo, yo por mi parte estaba completamente asustada, pues nunca había visto a mi padre abordar; el pasaje ya estaba pagado por lo que no había problema por ese lado, lo que me preocupaba eran las comidas y lo que haría durante esos veinte días sino más en el mar. Mi madre y mis hermanos ya habían partido anteriormente así que tampoco me preocupaba la llegada a esas desconocidas tierras. Triste y pensativa me abrí paso entre la gente y dirigí mi humanidad hasta los camarotes de segunda clase del navío. Abrí la puerta del pequeño camarote de madera con solamente una claraboya y me llevé la sorpresa de mi vida.

¡Padre!... ¿Qué hace usted aquí?... Nunca lo vi abordar.

¡Pues aquí me encuentro, señorita! ¿Y no veo por que tanto alboroto?

¡Perdón es que...!

No pude terminar esa frase pues comencé a llorar, desahogando todo el miedo que minutos antes había experimentado creyendo a mi padre ausente en el vapor. Poco a poco me comencé a tranquilizar, caminé hasta la cama y me senté junto a la claraboya para apreciar el paisaje que muy lentamente fue desvaneciéndose de mi vista. Sólo mar era lo que quedaba después de un par de horas.

Aburrida ya del monótono panorama comencé a inspeccionar el pequeño camarote de madera en el cual íbamos a habitar por los siguientes veinte días, mi padre se levantó y me pidió que lo acompañara a dar un paseo por la cubierta, me levanté y caminé a su lado. Él es un hombre recio, de cuerpo fornido, alto, cabellera cana, ojos azules y debo decir que jamás lo he visto sonreír. Tiene 52 años y se llama Abdón. Toda su vida se ha dedicado a la minería y pues no puedo quejarme de mala vida a su lado, es estricto, eso sí, pero nos trata con justicia. Con mamá él es muy bueno y es por eso que ahora estamos en este barco. Mamá alguna vez escuchó platicas entre nuestros vecinos que aseguraban que en América se podía contar con mejores posibilidades de encontrar riqueza, América se estaba ahora poblando con gran cantidad de Europeos que buscaban fortuna y poder. Bien el caso es que ella sugirió que nos fuéramos a esas lejanas tierras en busca de una mejor forma de vida. Mi padre le comentó que había oído a sus compañeros comentar que en el Oeste de América se estaban abriendo nuevas minas que dejaban mucho dinero y que algunos de sus compañeros ya estaban planeando ir hasta allá.

Bien pues los primeros tres días nos la pasamos muy bien en la travesía hacia el nuevo continente, pero los días después se comenzaron a hacer largos y tediosos por la rutina. En la mañana llamaban para el desayuno, después un paseo por la cubierta o una platica en las bancas de popa; seguía la comida y otro largo paseo por cubierta hasta la tarde que llamaban a la cena. Yo me comencé a aburrir como ostia pero no había nada que hacer, todavía nos faltaban unos quince días más de travesía.

Mi padre llegó completamente ebrio al quinto día, yo ya me encontraba acostada cuando asustada escuché que se abría la puerta del camarote. Mi padre entró completamente ebrio y comenzó a hablar hasta ya muy tarde, así al siguiente día se repitió la misma historia.

Una mañana tras el desayuno nos encontramos en cubierta con un hombre alto y robusto de unos cincuenta años, desde el primer instante me asustó su apariencia. Mi padre me lo presentó como su amigo, en realidad lo había conocido en el barco y era junto con él y otros más que se ponía a beber por las tardes para pasar el tiempo. El individuo me miró con ojos lascivos y no pude evitar sentir un temor que recorrió todo mi cuerpo, su sonrisa era burlona y no dejó de mirarme sino hasta que me perdí de vista junto con mi padre.

¡Señor! Debería de escoger mejor a sus amistades. – le dije enojada a mi padre.

No se preocupe señorita, el señor Jeorge es solo un amigo de viaje.

Pues su apariencia no es de un hombre honesto.

¡Tonterías niña! Usted además no debe de juzgar a mis amistades.

¡Está bien padre!... Le pido una disculpa.

Continuamos nuestro paseo por cubierta ya sin palabras y hasta que se llamó para la comida. Esa tarde me sorprendió ver llegar a nuestro camarote a mi padre con el molesto hombre al que me había presentado. Traían un par de botellas de brandy de baja calidad y ya venían un poco tomados. Se sentaron en la única cama del camarote y entre algazara comenzaron a brindar. Yo molesta me levanté y salí del camarote, apenas marcaban las cinco de la tarde en el reloj del puente cuando pasé a un lado de este. Anduve rondando por la cubierta y escuché cundo llamaron para la cena, pero en realidad yo no tenía hambre, lo que deseaba era que ya se hubiera retirado del camarote el tal Jeorge. Todavía esperé hasta que todos salieron del comedor y pasee un rato más por la cubierta, solo cuando noté que la gente comenzaba a hacerse menos fue que decidí regresar. Caminé por la cubierta hasta la puerta de acceso a los camarotes y luego por el largo pasillo escasamente iluminado, las multiples puertas, algunas abiertas, se perdían de vista por la escasa visión; solo la luz de los camarotes abiertos iluminaba un poco más. Llegué por fin a las escaleras que descendían otro nivel más y más camarotes allá abajo. Lentamente bajé sujetándome del pasamanos y vi el otro largo pasillo, caminé despacio hasta la puerta de nuestro camarote y afortunadamente no escuché ruido dentro. Giré la perilla y la oscuridad en el interior me dio más animo, ya se habían retirado. Entré con cuidado para no tropezar y busqué la lámpara de aceite que se encontraba en una de las paredes. Pero justamente antes de poder llegar a la otra pared alguien me sujetó por la cintura y tapó mi boca.

¡Quieta...! te voy a soltar la boca, pero si gritas te la vuelvo a tapar.

El sujeto retiró lentamente su manaza de mi cara y pude respirar libremente, pues junto con la boca me había tapado la nariz. Mi corazón latía precipitadamente y quería echar a correr, pero el sujeto me tenía firmemente asida. La voz no era otra sino la del tal Jeorge.

¿Dónde se encuentra mi padre? – pregunté indignada.

¡Se ha quedado dormido!... Espera, voy a encender la lámpara.

Escuché como buscaba entre sus ropas una cajita de cerillos y luego cuando frotó la cabeza de este y el chispazo seguido de una tenue luz. Acercó la llama hasta la mecha de la lámpara y pronto la luz se hizo. Vi al sujeto, ebrio y desaliñado que me miraba groseramente. Mi padre estaba semisentado en el suelo y medio recargado en una de las paredes.

¿Qué tiene? – pregunté asustada.

¡No temas, sólo bebió demasiado!

Creo que es hora de que se retire.

¡Eso no puede ser, muñeca!

¿Cómo se atreve?

Justamente cuando le decía esto el se colocó frente a mi sujetándome por la muñecas con fuerza.

¡Suélteme o voy a gritar!

Puedes hacerlo, nadie te va a escuchar... estamos justamente sobre las calderas y separados por los otros camarotes por varios metros... nadie te escuchara...

Mi padre se levantara.

Tú padre esta tan ebrio que no creo sea capaz de hacerlo, pero como ya te dije si quieres puedes intentarlo.

Efectivamente, grité con todas mis fuerzas y el sujeto no impidió que lo hiciera; es más se esperó pacientemente algunos minutos, pero efectivamente nada ocurrió.

¡Lo vez!... nadie te va a escuchar aquí.

¡Suélteme! – insistí.

Pero el sujeto lejos de intimidarse sonrió divertido. Yo asustada comencé a llorar, el tipo me arrojó sobre la cama y se quedó mirándome. Traía yo puesto un vestido de falda amplia en color rosa, con el corpiño apretado contra mi pecho y un sombrero pequeño como adorno. El tal Jeorge levantó mi falda mirando mis piernas enfundadas en medias de lino. Traía una botitas blancas. Su mano se paseó desde mis tobillos hasta casi mi muslo, yo me traté de levantar, pero de un empujón me volvió a aventar contra el colchón. Nuevamente levantó mis enaguas para mirarme las piernas y tocó con más lujuria, esta vez mis muslos y llegó hasta mi entrepierna tocándome bruscamente. El hombre tiró bruscamente de mis ropas interiores y dejando al descubierto mis más intimas partes. Asombrado por lo que veía comenzó a quitarme los botines y los arrojó a una de las esquinas del camarote. Jaló las medias y una hasta la rasgó. Yo no paraba de llorar pus me sentía impotente de luchar contra ese robusto bruto que me estaba tratando de esa manera.

¡Que lindo coñito tienes pequeña! – dijo rudamente. – ¡No imaginas como vas a gozar lo que te voy a dar!

Asustada y sacando fuerza de mi miedo me levanté en la cama y corrí hasta la puerta del camarote, pero antes de que pudiera girar la perilla el sujeto me agarró por los hombros y nuevamente me volvió a aventar sobre la cama. Esta vez fue mucho más rudo, se montó sobre mí cuerpo en cuclillas y me despojó del sombrero, mi cabellera estaba arreglada en un pequeño congo que él deshizo.

¡Eres toda una belleza... tienes carita de ángel!

Trató de bajar el apretado corpiño del vestido pero le fue imposible así que se levantó y me hizo recostarme boca abajo. Comenzó a desanudar las correas de las espalda para aflojarme el vestido. Por fin después de luchar algunos minutos con la vestimenta, esta se aflojó y el hombre pudo conseguir su propósito. Me volvió a girar y jaló la parte alta del vestido hacia abajo, descubriendo mi torso que aun se encontraba cubierto por mi fondo de satín. El sujeto mirando ruinmente mi pecho notó que mis senos se marcaban en la delicada tela y bruscamente puso su mano en uno. Apretó haciéndome daño y luego siguió con el otro pecho. Desgarró al fin la delgada tela y pudo ver mis senos libremente.

¡Vaya que eres hermosa, pequeñita!

Se agachó y succionó con su boca el pezón de mi seno derecho, su mano entonces comenzó a hurgar debajo de mi falda, me acarició los muslos con rudeza y buscó mi virginal hendidura. Sus dedos me dañaban con los bruscos movimientos que hacía y a pesar de mis suplicas el continuaba con su jugueteo. Luego de unos minutos completamente fuera de sus cabales el sujeto se levantó y sacó de entre sus pantalones un instrumento de gran tamaño. Era largo y grueso, me lo mostró impúdicamente moviéndolo sobre mi pecho. Tenía en la punta una cabeza rojiza como si se tratara de un gran hongo, el tronco del instrumento era largo y se veían muchas venas recorriéndolo desde adelante y hasta perderse en una densa maraña de vellos oscuros. El sujeto se apretaba con la mano derecha la gruesa barra y movía su piel de adelante para atrás, cubriendo y descubriendo la gran punta brillante.

¡Ahora vas a gozar chiquilla! – dijo el sujeto con voz lujuriosa.

El brillo en sus ojos me asustaba y entonces con movimientos torpes el sujeto me posó sobre la boca la gorda cabeza de su cosa. Sentí el calor de ese instrumento tratando de entrar, pero yo cerré fuertemente los labios y hacía la cara a un lado y al otro. Aparentemente después de unos segundos eternos el sujeto desistió de ese asqueroso jugueteo; me dejó impregnado un olor horrible sobre los cachetes y la boca. Luego de esto el hombre se puso de pie a la orilla de la cama y entonces me jaló por los tobillos. Abrió mis piernas de una manera completamente repugnante y sentí como la gruesa barra de entre sus piernas tocaba mis lampiños labios vaginales. Voy a hacer una pausa para decirles que yo acababa de cumplir los dieciocho años, pero desde que me comenzó a salir vello en esa parte lo depilé, pues no me gustaba como se veía. Bien pues el sujeto empujó su gran badajo contra mis partes y casi enseguida sentí como mi virgen gruta se fue abriendo ante su acometida. Un doloroso calor me recorrió esa parte del cuerpo y segundos después una punzada increíblemente dolorosa. Grité justamente cuando algo dentro de mi ser se comenzaba a desgarrar.

¡Ayyyyy!... ¡Noooo, por favor, noooo! ¡Duele, me duele mucho, sáquelo!

El hombre lejos de hacerme caso empujó aun más fuertemente y sentí como esa barra de carne avanzaba todavía más en mi interior. Luego de unos minutos de extenuante dolor su pantalón chocaba contra mis nalgas y el sujeto comenzó un impúdico movimiento de saca-mete en mi vulva. Las sensaciones eran completamente desagradables, dolorosas. El sujeto me tenía sujeta por las piernas y se movía una y otra vez, el tiempo a pesar de ser corto se me hizo completamente eterno. El tal Jeorge no se detenía y bufaba como una bestia en celo, de pronto sentí como sus cuerpo se tensaba y un sonido antinatural salía de su garganta; segundos después algo caliente me quemaba las entrañas.

¡Sí!... ¡Que goce me estas dando pequeña!... ¡Eres increíble!... ¡Que funda más estrecha la tuya! ¡Ho, sí... mi leche está en tu interior!

El hombre no dejó de moverse, yo sentía como su "leche" como el la llamó comenzaba a inundar mi vientre, al poco las gotas de su impía emanación comenzaba a escurrir por mis nalgas y se escurría hasta caer en la cama. Pero el sujeto continuaba arrojando su caliente jugo en mi interior. Algunos segundos después soltaba mis piernas y sacaba su cosa ya no tan dura ni tan grande, como pude ver. La lánguida cosa escurría una especie de jugo blanco y espumoso que olía raro. Yo ya no me moví, me quedé quieta y con las piernas abiertas, sintiendo como su leche seguía saliendo de entre mis partes, ahora adoloridas. El hombre tomó mi ropa interior y limpió con ella su barra de carne, luego arrojó a mi cara el calzón sucio y se rió.

¡Eres toda una delicia muchacha!... ¡Creo que nos la vamos a seguir pasando bien durante este viaje!... ¡No llores, ya te acostumbraré a gozar!

Diciendo esto el sujeto guardó su cosa entre sus pantalones y abotonó, luego se dirigió hasta la puerta y cerró con un fuerte golpe. Yo me quedé allí sin moverme, me sentía sucia, adolorida. Al levantar la cabeza vi a mi progenitor aun perdido entre los brazos de Morfeo y babeando un poco. No sé cuanto tiempo pasé en esas condiciones, luego me medio levanté, en la colcha se apreciaba un charco de ese líquido blanco y mezclado con él un poco de sangre. Miré mi entrepierna, los labios de mi vulva estaban rojos por la fricción y sentía todo mi cuerpo adolorido. Como pude me levanté y me quité esa ropa completamente. Quedé desnuda allí frente a mi padre, pero eso no me importaba en esos instantes. Me envolví en una manta y salí al oscuro pasillo. No se veía ni alma por allí, caminé hasta los baños de mujeres y allí me di un baño que duró mucho tiempo, quería quitarme ese olor tan horrible que ese hombre me había impregnado. Todavía después de regresar al camarote ese aroma me seguía molestando la nariz. Limpié lo mejor que pude la cama y me recosté sin poder dormir. El sueño me venció ya en la madrugada y no desperté sino hasta que mi padre comenzó a llamarme.

Odette... hija... me siento muy mal.

No es para menos señor... se puso usted muy mal. – dije reprochándole.

Si, la verdad es que no recuerdo nada... Vamos a desayunar.

No tengo hambre.

¡Esta bien, voy solo!

Mi padre me dejó sola en el camarote sin siquiera sospechar nada de lo que había sucedido allí frente a sus narices. Lo podía culpar pero no solucionaba nada con eso, de todos modos me sentía muy mal y sin nada que esperar de la vida. Todo ese día me la pasé recostada en la cama y saltaba de miedo cada que un ruido se escuchaba por el pasillo.

Al llegar la noche, mi padre llegó, esta vez no venía tan tomado. Se sentó en la cama sin decir palabra y se recostó después a los pies, como lo veníamos haciendo desde que abordamos la embarcación. Poco a poco mi miedo se fue disipando, pero mi coraje crecía más ya salía del camarote y en dos oportunidades me encontré con el tal Jeorge, pero inmediatamente me iba a un lugar en donde veía más gente. Estaba taciturna, mi padre lo notó pero creyó que era causa del tedio producido por los ya diez días en el mar. A la décimo primera noche justo cuando ya me iba a acostar llegó mi padre completamente ebrio y fúrico me preguntó.

¿Es cierto lo que me contó Jeorge?

¿Qué te comentó ese desgraciado? – dije envalentonada al escuchar el nombre de ese infeliz.

¡Él dijo que tú!... ¡Que tú te le entregaste! – dijo tartamudeando mi progenitor.

¿Eso te dijo el infeliz?... ¡maldito¡... ¿Y no te dijo que abusó de mi esa noche en que se embriagaron juntos? – dije gritando y completamente llena de odio.

Mi padre nada comentó, se quedó libido y completamente congelado por unos instantes. Poco a poco un color carmín se fue apoderando de su rostro. Sin decir nada salió azotando la puerta. Me tapé los labios como no queriendo haber dicho eso que tanto me quemaba, asustada corrí tras los pasos de mi padre son alcanzarlo.

Vagué por las cubiertas del barco sin saber hacia donde dirigir los pasos y fue entonces que a popa escuché un bullicio. Efectivamente allí estaba mi padre y frente a él el tal Jeorge, mi padre lo empujaba reclamándole y por primera vez en la cara del infeliz sujeto vi miedo. Las copas habían conseguido que este se fuera de boca y comentara a uno de los ebrios con los que se juntaba su desliz, pero obviamente no había contado que me había ultrajado, sino que me había seducido. El otro ebrio también suelto de la boca le comentó a mi padre de la hazaña de Jeorge para con la "buenita seriecita", así me habían apodado los hombres, supe después, por mi belleza y seriedad. Pues bien el ebrio nunca supo que el padre de la dichosa "buenita seriecita" era el sujeto al que le contó la famosa hazaña de que se vanagloriaba el tal Jeorge. Mi padre ahora le reclamaba acaloradamente su comportamiento y el cobarde pedía perdón. Pero mi padre estaba completamente enloquecido y no paraba de empujar al sujeto, este perdiendo el equilibrio cayó al suelo. Mi padre lo pateó fuertemente mientras el cobarde sujeto suplicaba perdón. Luego de dejarlo completamente molido a golpes mi padre se encaminó hasta donde yo estaba, ya otros pasajeros habían salido atraídos por el ruido y los gritos.

Voy por el oficial de abordo para que te pongan bajo arresto. – le dijo mi padre desde donde yo me encontraba. - ¡Vamos!

Mientras caminábamos con rumbo al puente escuchamos que la gente gritaba y nos volvimos, el sujeto se estaba aventando por la borda. Algunos corrieron para tratar de evitarlo, pero era demasiado tarde. El grito de "hombre al agua" se dejo entonces escuchar y a los pocos segundos un silbato avisaba del suceso. Las paletas del vapor se comenzaron a detener y algunos oficiales corrieron hasta uno de los botes. Con linternas en la mano bajaron al oscuro mar. Una hora tardaron, desde la cubierta solamente se veía la pobre luz de las linternas escrutando el oscuro océano. Pero regresaron sin haber encontrado al desdichado y vil sujeto. Las calderas nuevamente dieron poder a las paletas y lentamente la embarcación comenzó a ganar velocidad.

Me quedé mirando al mar junto con mi padre, ambos en silencio, atrás con la muerte de ese desdichado dejaba mi dolor. Y no es que estuviera contenta con el resultado de los acontecimientos sino que el castigo que él recibiera por su propia voluntad se había llevado parte de esa dolorosa sensación. Y aunque todavía llevaba conmigo esa punzante sensación, esta se veía un poco atenuada. Ahora lo único que me preocupaba era que tal vez ya nunca volvería a amar a alguien.

Desde esa noche mi padre no se volvió a separar más de mi lado, esto me hizo sentir más segura y comencé a olvidar lo sucedido, ya solamente nos quedaban un par de días de viaje cuando un vigía del vapor gritó en por la mañana "¡Hielo, hielo!" casi enseguida las paletas del vapor dieron marcha atrás y el gran buque se fue deteniendo lentamente. Frente a nosotros se divisaban gran cantidad de témpanos que flotaban a la deriva, toda la gente se arremolinaba en la proa tratando de ver lo que sucedía. El aviso fue que la nave avanzaría a paso lento hasta que se perdieran de vista los témpanos y haisbergs que se divisaban por todo el horizonte.

La nave avanzó entonces muy lentamente por el océano plagado de esas moles de hielo que pasaban por un lado o por otro, esto provocaría un considerable retraso según los oficiales, todavía no calculaban bien el tiempo que tardaríamos en llegar.

Los días se fueron haciendo más tediosos y fastidiosos, el frío obligaba a que no pudiéramos salir de nuestros camarotes, papá se encontraba muy abrumado por los acontecimientos recientes.

¿Por qué no sale usted con sus amigos? – le comenté para ver si así se distraía un poco.

No tengo ganas, me siento mal y además hace mucho frío haya afuera.

Sé que sus amigos se juntan en la parte que esta en las calderas... Ahí no creo que se pase mucho frío.

¿No se sentirá usted mal si la dejo sola.

¡Ya dejé atrás todo lo que me molestaba, padre!... Puede usted ir tranquilo.

Aun con un poco de temor mi padre salió de la habitación dirigiendo sus pasos hasta donde yo le había comentado. Por mi lado me quedé mirando la congelada mar por la claraboya del camarote. Me perdí en mis pensamientos y fui a cenar cuando llamaron. Cené sola, dándome ánimos para continuar con mi vida normal. Bajé después de la cena directamente al camarote, me desnudé, en mi cuerpo ya no había marcas de aquella ocasión, no eran grandes marcas, pequeños moretones únicamente de las manazas del bruto. Afortunadamente mi cuerpo se apreciaba tan fresco y bello como antes. Me enfundé en un largo camisón y me recosté. Desperté al escuchar que se abría la puerta, el cuarto estaba a oscuras y un ligero miedo me invadió.

¡Soy yo, hija!

Me sentí aliviada al escuchar la voz de mi padre, se le escuchaba algo tomado pues arrastraba las palabras. En la oscuridad pude ver la silueta de mi padre mientras se comenzaba a desnudar, quedó únicamente con su largo calzón puesto. Se encaminó hasta la cama y sentí como se metía entre las cobijas.

¿Hace fío allá afuera? – pregunté.

¡Demasiado!

No dijimos nada más, pronto mi padre comenzó a respirar profundamente y yo me fui quedando dormida. Medio me desperté en la madrugada al sentir algo en mi mano, al darme cuenta de qué era lo solté inmediatamente. Sí, estaba agarrando el duro miembro de mi progenitor que roncaba a pierna suelta. Temerosa retiré mi mano y volví a dormitar. Luego de un rato sentí una mano que me acariciaba la pierna sobre la tela del camisón. Me asusté. Mi corazón brincó entonces acelerándose. Pero esta vez, no fue miedo lo que sentí. Era una punzada profunda que aceleró mi respiración y mis latidos. La mano recorrió mi muslo y pasó luego por una de mis nalgas, mi padre la sobó lentamente estrujándola un poco. Un calor intenso subió por mi pecho asfixiándome. Un involuntario movimiento de mi pierna hizo que mi padre retirara su mano rápidamente. Me quedé esperando un nuevo ataque, pero este nunca llegó y al poco me quedé profundamente dormida. Al día siguiente recordé todo como si de un sueño se tratara y me olvide de lo sucedido durante el resto del día.

Esperé la noche con una ansia inusitada, no sabía por qué, pero esa caricia de mi padre me había hecho sentir algo nunca imaginado, pero a la vez me repugnaba la idea, pues estaba hablando de mi propio padre. Siempre lo había visto como a una figura de autoridad, como a alguien que te reprime y que es casi intocable. Nunca antes me lo hubiera imaginado con sentimientos de esa índole y ahora me costaba trabajo aceptar el hecho de que lo que había experimentado con el roce de sus manos me agradara.

Pues con esto y mil cosas en la mente por fin llegó la noche, ansiada y repelida al mismo tiempo. Yo era un completo mar de dudas, tan inmenso como el mar por el que navegábamos. Mi padre que ya había vuelto a beber con sus amigos no tardaría en llegar. Me desvestí y nuevamente me envolví en mi camisón, pero esta vez no pude dormir, una opresión me estrujaba el pecho. Escuché atenta como se abría la puerta del camarote y la silueta de mi padre se dibujó, entró y siguiendo la rutina se comenzó a desvestir. Preguntó si estaba despierta pero yo fingí que dormía. Se metió a las cobijas. No hizo movimiento extraño alguno y a los pocos minutos su respiración era pausada y profunda. Esta vez la atrevida fui yo. Pasé mi mano por su velludo muslo y seguí subiendo hasta llegar a su entrepierna. Sentí debajo de la tela su bulto. Estaba aguado, no se sentía con esa dureza de la noche anterior. Jugué con mi mano sobre su cosa por algunos minutos y comencé a notar como el aparato comenzaba a crecer un poco. Mi respiración estaba completamente agitada lo mismo que los latidos de mi corazón y sudaba copiosamente a pesar del frío exterior. La barra que tenía ahora entre ambas manos comenzaba a tomar dimensiones descomunales y me asusté cuando mi padre se movió un poco. Solté el instrumento de mi juego y me fingí dormida. Pasaron unos minutos sin que nada sucediera y con muchos nervios y miedo fui acercando mi mano al animal que estaba entre las piernas de papá. Lo sentí nuevamente, duro, caliente, grueso y muy largo. Lo atrapé entre mis dedos que no lo alcanzaron a abarcar. La tela de sus calzones me estorbaba y no me dejaba manipular bien la herramienta. Papá gimió y yo rápidamente me volví a hacer la dormida. Estaba de lado frente a el. Sentí como levantó la cabeza y miró un rato, como comprobando si dormía. No moví ninguno de mis músculos y traté de retener los más posible la respiración.

La mano de mi padre se movió lentamente y pronto sentí como me rozaba con la parte superior de su mano una de las piernas. Un calor increíble subió por mi vientre y sentí como se me humedecía la entrepierna tan solo por el leve roce. La mano se movió recorriendo mi muslo muy lentamente por encima de la tela del camisón. Mi padre se movió para quedar de frente a mi ya que estaba recostado boca arriba, giró su mano y la palma me tocó la pantorilla y subió despacio, acariciando mi suave pierna, llegó por fin al muslo y siguió moviéndose hasta tocar la base de mi nalga. Mi entrepierna escurría y sentí como se mojaba la tela del calzón. La mano de mi padre regresó por el mismo camino pero ahora hasta mi tobillo y allí acarició directamente mi piel. No sé si mi padre lo notó, pero todo mi cuerpo se erizó al sentir sus dedos directamente sobre mi cuerpo; la mano comenzó a avanzar, esta vez debajo de la tela que nos separaba. Llegó a mis muslos y siguió avanzando, esta vez en lugar de seguir el camino trasero la mano de papá comenzó a rozar mis partes intimas, claro, sobre la tela del calzón.

Necesitaba decirle a mi padre que estaba despierta, que a pesar de la repulsión que debería de sentir al experimentar un acto tan horrendo como ese, lo deseaba, sí, lo estaba deseando con todo mi ser. Pero tenía miedo, un miedo a no sé qué pues la cuestión ahora parecía muy sencilla. En fin, dejé que mi padre siguiera hurgando en mi entrepierna pero sin moverme.

Sentí como atrapó la tela del calzón y lentamente comenzó a jalar hacia abajo, se fueron descubriendo lentamente mis partes y casi enseguida sentí los dedos recorrer mi monte de Venus, avanzó hacia abajo y uno de sus dedos recorrió mi rajadita. Al notar la humedad que me escurría papá se detuvo y sacó inmediatamente la mano de entre mis piernas, no se movió por algunos segundos, pero luego sentí como se levantaba de la cama y volvía a recostarse, pero esta vez normalmente y no a los pies.

Sin decir palabra me destapó, sentí el aire frió en mis brazos, papá levantó entonces mi camisón hasta dejarlo en mi cintura, yo seguía completamente quieta; lentamente me recostó hasta dejarme boca arriba, su mano completa palpo mi depilado monte de Venus y lo sobó lentamente, sus dedos se movían a la vez que su mano de arriba para abajo y se movían por los contornos de mis labios vaginales. El roce de su mano me estaba haciendo respirar más agitadamente, mi corazón no dejaba de golpear mi pecho y de pronto... Papá tocó mi botón, no pude contenerlo.

¡Ahhhh!

Solté el gemido muy levemente mientras que una cascada de jugos salí expelida de mi interior. Papá no detuvo los movimientos de su mano, al contrario, aceleró las caricias sobre mi botón y ya no fue posible que yo me quedara quieta.

¡No, papá! – dije débilmente. - ¡Más.... más...!

Puse mi mano sobre su palma mientras que mis caderas se movieron en un tímido movimiento y ya no fue posible el seguir fingiendo. Obviamente mi padre se había dado cuenta de mi excitación desde el momento de sentir mis jugos escurriendo.

¡No temas chiquita!... ¿Te está gustando, verdad?

No contesté solamente apreté mis dedos contra la mano que se movía en mi entrepierna y rápidamente busqué con la otra mano entre sus piernas y sentí la dura y gruesa barra. Lo palpé sobre el guango calzón, pero no era suficiente. Metí la mano como pude por entre la tela y por primera vez lo sentí piel a piel. Grueso, palpitante, caliente; con la yema de los dedos recorrí el fantástico y largo instrumento y cuando llegue a la punta mi padre gimió levemente. Cerré mis dedos en torno a la ardiente ballesta y torpemente la apreté.

¡Espera! – dijo mi padre.

Levantó su cuerpo y se sacó los calzones, vi entonces el grueso instrumento saltar y recostarse en su estómago. La débil luz azul que entraba por la claraboya nos iluminaba romántica y tenuemente. Atrapé enseguida la barra ardiente manipulándola muy torpemente, papá entonces me sujetó con su mano la mía que estaba sobre su pene y la comenzó a mover, sentí la piel bajo mi palma moverse y la gruesa cabezota que coronaba la barra se cubrió con esta. Luego la piel bajó y la cabeza volvió a asomar, un brillo intenso me avisó que de esa gruesa punta manaba una gota de liquido brillante que se esparció por la superficie de la carne cuando la piel lo cubrió. Papá movió su mano junto con la mía un par de veces y luego dejó que yo sola siguiera manipulando su ardiente vara.

Sentí un nuevo torrente de mis jugos bañando los dedos de papá qué ahora se introducían levemente en mis entrañas. Y segundos después papá comenzaba a gemir, su tronco se hinchó y se tensó todavía más y sentí una punzada intensa que venía desde la misma base llena de un enmarañado vello. Mire la barra y alcancé a ver como gruesos chorros de una sustancia blanquecina comenzaban a salir disparados y volaban a gran altura, el jugo caliente de mi padre mojó su estómago y alcanzó a caer sobre mis muslos y yo seguía moviendo mi mano sobre la barra que parecía no dejar de expulsar esa ardiente lava blanquecina. La sustancia que con el malogrado Jeorge me repugnaba ahora se me hacía algo verdaderamente extraordinario, su penetrante olor inundó mis sentidos y los encendió todavía más. Por fin papá dejó de regar con su gran aparato, retiré la mano de su gran tronco y curiosa la llevé hasta mi nariz. La sustancia era viscosa y caliente, su olor potente y penetrante, llevé a mis labios uno de mis dedos y sacando la lengua probé. El sabor era fuerte pero no desagradable, volví a probar un poco más, el viscoso jugo se fundió en mi lengua y pasó por mi garganta; entonces lengüetee mi mano para tragar más de ese pegajoso jugo de papá.

Mi padre se levantó de la cama, camino hasta la pared del frente y escuché como tomaba la caja de fósforos, encendió uno y lo acercó hasta la mecha de la lámpara de aceite que estaba en una de las paredes. La luz se hizo y pude ver perfectamente el instrumento que no había perdido nada de su dureza, se balanceaba amenazante de arriba para abajo a cada paso de mi padre.

¡Es más grato para ambos si nos vemos bien! – dijo papá.

Yo sentí un poco de vergüenza pues al mirar hacia abajo vi enrollado en mi cintura el camisón, mis calzones en los tobillos y mis entrepierna completamente bañada en jugos, mis labios estaban ligeramente separados.

Mi padre se quedó de pie frente a la cama, su barra estaba completamente enhiesta y ahora que la tenía más cerca pude apreciarla con todos sus detalles. La cabeza era casi de color púrpura, brillante y aun exudaba un par de gotas de esa sustancia blanca que ahora pude ver claramente. El tronco que estaba detrás de la gran cabeza en forma de hongo era largo, grueso y lleno de venas azules que los surcaban por todos lados, claramente se veía palpitar. Más abajo en la base colgaban un par de bolas enormes que se balanceaban rítmicamente, Sobre ellas sobre salía el largo instrumento y era coronado por una tupida mata de vello oscuro. Su pecho se marcaba perfectamente, duro y poderoso y lleno también con mucho vello; sus tetillas resaltaban en la loma de su pecho, su vientre de un hombre trabajador apenas y se abultaba un poco. Sus piernas gruesas, poderosas y bien marcadas, llenas de vello.

Acércate.

Me quité entonces los calzones que me estorbaban pues los tenia en los tobillos y fui levantandome hasta quedar de pie frente a mi padre y él se me quedó mirando.

¡Eres muy hermosa Odette!... Una mujercita que nadie puede resistir.

Enseguida sentí como el rubor se mostraba en mi rostro, papá con un dedo me hizo levantar la cara y entonces posó sus labios sobre los míos. Fue en primer lugar un beso tierno y poco a poco se fue haciendo más ardiente, la lengua de mi padre penetró profundamente en mi boca y sentí su aliento y su saliva, respondí a su jugueteó con mi lengua casi inmediatamente mientras sorbía su saliva. Sus grandes manos se pasearon por mi espalda, subiendo desde mi cintura y llegando hasta mi nuca, me comenzó a deshacer el chongo que sujetaba mi cabellera y la dejó caer libre, la acarició metiendo sus grandes dedos entre las matas de cabello lacio que ahora caía hasta la parte alta de mi espalda por debajo de las axilas. Después sus manos recorrieron mis brazos y siguieron hasta mis codos para de allí pasar a la breve cintura de mi cuerpo, bajó hasta mis caderas y fue ahí donde sujetó la tela del camisón por los lados, la fue levantando lentamente, mis piernas quedaron desnudas, mi vulva, mis caderas y levanté los brazos para permitir que la prenda saliera, mi estómago, mis senos, y por fin quedé completamente desnuda. Papá admiró mi cuerpo separándose un poco, se agachó para inspeccionar y mamar mi senos, pequeños pero firmes y bien paraditos, mis pezones estaban ya completamente duros, su lengua los acarició una u otra vez mientras que con sus grandes manos me palpaba la masa completa. Luego bajo con su boca por mi plano vientre y sus manos se apoderaron de mis nalgas, las estrujó entre sus dedos tiernamente y sentí como la lengua se introducía en mi ombligo, me estremecí. Mi padre se volvió a poner en pie y sujetándome de las manos me fue tendiendo en la cama, me acomodó justamente en el centro y luego se montó junto conmigo, me pidió que abriera las piernas y se acomodó entre ellas, agachó su rostro y comenzó a lamer mis pétalos. Su caliente lengua se paseó de uno a otro y buscó penetrar lo más hondamente posible, sorbió todos los jugos que ya había allí y sacó todavía muchos más, con las manos sobre la parte interna de mis muslos me separaba para poder maniobrar más profundamente, luego separó los labios de mi vulva con los dedos y se dedicó a lamer el botoncito qué estaba escondido en su capuchón, gemí cuando sentí la primera estocada de su lengua sobre mi clítoris y en cuestión de segundos comencé a derramarme entre gemidos y estertores de mi cuerpo.

Al terminar mi fabuloso orgasmo papá se paró en la cama y me hizo hincarme, quedé de frente a él que me mostraba su gran barra completamente enhiesta.

¡Métela en tu boca, hija!

Obediente abrí los labios y dejé que la gruesa cabeza se posara sobre mis labios, abrí más para dejarla penetrar y lentamente fue ingresando. Papá la empujaba en mí, lentamente, con mi lengua comencé a palpar su base y apreté los labios sobre el tronco que siguió avanzando, abrí los ojos y solo ví la densa mata de vello frente a mi, miré para arriba y vi el rostro sonriente de papá mirando como le devoraba la tranca. Logré en esa primera ocasión meter la mitad de ese enorme miembro y comencé un lubrico movimiento de mi cabeza para así mamar suavemente por espacio un cuarto de hora aproximadamente, tragué las ligueras emanaciones de jugo que papá me prodigaba desde la cabezota de su pene.

Cuando saqué de mi boca ese grueso instrumento lo vi completamente brilloso por mi saliva y escurriendo alguna gota de blanco semen en la punta, me recosté en la cama y papá se montó sobre mí; me besó con ardiente pasión y me acarició por donde pudo, sentí su poderosa barra balanceándose entre mis piernas y abrí más para alojarla. La gruesa punta del palo se anidó entre mis labios y papá presiono levemente. Sentí como mis labios se abrían poco a poco a medida que la lanza se iba introduciendo. La cabezona se introdujo completamente pero de ahí en adelante costó más trabajo la penetración. Me dolía un poco pues aun no estaba acostumbrada a recibir un ariete de esas dimensiones; mi padre fue muy cuidadoso y todo lo hizo muy lentamente, dándome tiempo a amoldar mi cuerpo a su tamaño. Cerca de diez minutos duro el proceso de penetración, pero por fin pude sentir como el gigantesco miembro se enterraba hasta el fondo, las grandes bolas de papá chocaron contra mis nalgas. Él se quedo quieto en espera de que yo me acondicionara a su poderoso instrumento, el dolor que no era muy intenso fue cediendo y al cabo de unos minutos yo sola comencé a mover mis caderas lentamente. Abrí las piernas lo más que pude y empujándome con los pies mis caderas subieron y bajaron. Los movimientos eran pausados y profundos. Entonces las caderas de papá se pusieron en acción, la gran barra comenzó a abandonar las más recónditas profundidades de mi ser, sentí como la cabeza se abría paso de regreso y luego como volvía a penetrar hasta tocar mi matriz, poco a poco los movimientos fueron en aumento y ya mi padre lograba sacar la mitad de su poderoso instrumento y volver a hundirse hasta que las bolas chocaban en mi culo.

¡Qué delicioso me aprieta tu conchita, linda!

Sí, papá... Métalo completo... lo siento hasta el fondo... Asiiii.

Entre jadeos y besos profundos y húmedos comencé a bañar la tranca que me partía en dos, el jugo salía por entre los pliegues de mi vagina y la gruesa barra que entraba y salía, mojaba mis nalgas y las bolas de papá y finalmente humedecía la cama.

El peso de mi padre sobre mí cuerpo no existía, estaba tan embriagada con las sensaciones que experimentaba que ni cuenta me daba de eso, solamente sentía su garrote completamente enterrado y moviéndose rítmicamente, la humedad era extraordinaria en mi interior y no paraba mi coñó de mojarse más y más.

¡Estoy a punto de explotar, Odette!... ¡Vente conmigo!

Las nalgas de papá que subían y bajaban aceleraron los movimientos y su gran falo me entraba hasta lo más hondo, las sensaciones se me comenzaban a acumular nuevamente nublando mis sentidos, sentí entonces lo más fabuloso y aunque con la violación lo había sentido, nunca tendrá la misma comparación. La crema de papá estallo en lo más profundo de mi matriz, me comenzó a inundar con poderosas descargas que lograron que yo mezclara mis jugos con los suyos, los dos gemíamos y suspirábamos a cada nueva explosión de su chorreante pene. La leche se escurrió pronto por nuestros cuerpo y no dejaba de manar, el éxtasis fue abrumadoramente poderoso y nos hizo perder la noción de tiempo y espacio. Lo único que verdaderamente importaba en esos momentos era nuestra plena satisfacción.

Estábamos ahora completamente inmóviles, nuestros cuerpos sudaban copiosamente y los olores y sabores de nuestra piel se entremezclaban, la verga aun dura y excitada de mi padre seguía profundamente enterrada en mi. Él se levantó segundos después, sujetó mi mano y me obligó tiernamente a levantarme, me llevó a la orilla de la cama e hizo que me girara para quedar frente a la cama con él detrás. Me hizo arrodillarme sobre el colchón y luego empinó mi cuerpo, mis nalgas se dibujaron perfectamente y mi vulva se mostró abierta y babeante debajo de mi arrugado agujero trasero. Sentí una mano de papá acariciando mi espalda y como con la otra sujetaba su tranca, la apuntó contra mi abierta vagina y lentamente se fue abriendo paso. La poderosa herramienta dura como el acero entró hasta lo más profundo y pronto sentí las embestidas comenzar, las grandes manos de mi padre se sujetaron de mis caderas y escuche los sonidos que esta copulación comenzaba a producir. La barra se enterraba profundamente, sentí sus grandes pelotas rebotar contra mis muslos. Comencé a gemir pues no paraba de gozar cada una de las estocadas que papá me prodigaba. Sus movimientos eran variables, no solamente de adelante para atrás, sino que inclinaba la verga para arriba o para abajo o ya sea de un lado para el otro, tocando con cada nueva posición un punto diferente dentro de mi.

¡No puedo más, padre!... ¡No puedo más!

Sus caderas se aceleraron y entonces derrame en su falo las secretas emanaciones de mi cuerpo, sentí casi al mismo tiempo su calor bañándome las entrañas y nos volvimos a entregar en los brazos de Venus, la crema que aventó en mi interior era interminable y me escurría por la vulva, mojaba la cama y mis muslos sin cesar. Fue después de esta venida que él me soltó y zafó su tranca de mi apretado nido de placer.

Papá rendido se dejó caer pesadamente contra la cama y yo seguí su ejemplo, nos miramos y sin palabras nos dijimos todo. Nos acomodamos y abrazados nos quedamos profundamente dormidos hasta muy avanzada la mañana del día siguiente.

Ese siguiente día fue crucial en nuestra nueva relación, pues ambos nos sentimos culpables del incestuoso encuentro que habíamos tenido, estuvimos encerrados en el camarote, recostados y pensando en lo que había sucedido. Fue papá el que preguntó ya en la tarde si me gustaría continuar con la relación. Lo pensé durante un par de horas, todos los problemas que esto nos podía acarrear y se lo plantee.

¡Por mi, encantado de seguir gozando de tus encantos! – dijo – Lo único que ahora me interesa es que tú estés conciente de que vamos a tener que hacerlo siempre a escondidas de tu madre y tus hermanos... y obviamente de los demás.

Estoy consciente de eso padre.

¿Y estás dispuesta a seguir?

¡Padre! – dije cabizbaja – Comprendo que la relación que hemos tenido debe de ser detestable, y prohibida por nuestras propias creencias y leyes. Sé que es incesto y que la gente aborrece a los que lo comenten. Sé que engañaríamos a todos y que no siempre podríamos estar juntos. Sé todo esto... pero creo que ya no podría vivir sin ello.

Ya no hubo más que aclarar, papá se acercó hasta mí y acarició mi cabello, tomó mi cara entre sus manos y me besó profundamente en los labios, yo tendí mis brazos alrededor de su cuello y me apreté contra su cuerpo. Rápidamente nos desnudamos después del beso, su barra estaba ya dura y me hinque sobre el suelo para mamarsela, en esta ocasión él derramó su esencia en mi boca y yo procuré tragar lo más posible del néctar que me regalaba.

Papá me recostó en la cama y me mamó la vagina justamente como la noche anterior, me hizo llegar al delirio dos veces y luego se sentó en la cama, su barra apuntaba al techo. Me monté frente a él y guiando con su mano la gruesa vara me comenzó a penetrar. Yo sujeta de sus hombros comencé a mover mis caderas, dándome el placer yo sola mientras que sus manazas acariciaban mis nalgas y los costados de mi cuerpo. Bañé su prominente garrote con los cálidos fluidos de mi interior, mismos que se escurrieron por su palo y bolas hasta quedar en la cama.

¿Me dejas que te lo meta por el culo?

No contesté, pero me levanté y me hinqué sobre el asiento de una silla, me sujeté del respaldo y me volví para ver a papá. El se acercó con esa gruesa cosa mostrándose impúdicamente ante los ojos de su hija. La preparación para mi pequeño agujero tardó cerca de quince minutos, me mamó, chupó, lamió y metió sus dedos dentro de mi apretado y arrugado ano. Luego ya que lo sintió bien dilatado embadurno con mucha saliva su ancha y gruesa cabeza, apuntó contra mi agujero y muy lentamente comenzó a partirme el culo.

El dolor fue intenso y grité y gemí a cada momento, pero no dejé que él cesara en su intento por desvirgar mi ano. La barra apenas había avanzado una cuarta parte y yo sentía esa barra latiendo, abriéndome de par en par, pero soporté. Sentí por fin como el grandioso aparato estaba completamente dentro de mí. Los obscenos movimientos dentro de mi apretada gruta comenzaron y una mano de papá se posó sobre mi vagina, a la vez que me penetraba una y otra vez el ano. Me comenzaba a venir gracias a las caricias de su mano y a la sensación nueva de sentirme penetrada por partes prohibidas cuando el abundante calor de una poderosa descarga hizo a mi padre gemir. La descarga dentro de mis entrañas fue en exceso abundante y pronto se regó por mis muslos. Al mismo tiempo mi vagina escurría su néctar con prolífica abundancia. El incestuoso encuentro terminó allí. Cansados y agotados por el desgaste de nuestros cuerpos nos recostamos. Dormimos profundamente y no salimos de ese camarote sino hasta la tarde del día siguiente.

No debo explicar que los restantes diez días que todavía estuvimos en la mar se pasaron rápidamente y llegamos por fin a tierra. Mi señora madre y ahora mi rival, claro en el buen sentido, ya nos estaba esperando, mis hermanos estaban también allí. América nos recibió con los brazos abiertos y después de un prolongado viaje por tierra por fin nos asentamos en, claro que el viaje estuvo lleno de peligros y aventura, pero eso no entra dentro de esta historia. Lo importante es que nunca dejé de acostarme con mi padre, lo disfruté hasta que nos dejó. Murió en un accidente. Pero ya para ese entonces nuestra familia era una de las más ricas y poderosas de un pequeño poblado al oeste de los recién formados Estados de la Unión.

FIN

Mas de Cazzique

Amanda

Belisa

Las primas

Magnolia

Kimberly

Kimy

Alejandra

Ximena

Maite

Verónica

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