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Una vida de otoños

en Grandes Relatos

Está madurando el otoño, el tiempo de adentra entre sus letras convirtiendo el ocre paisaje en esqueléticos perfiles arbóreos, y cubriendo el suelo de mantas abundantes en sonidos y sentimientos...

Siempre me inspiró tristeza está estación, y desde la ventana de mi abuhardillado estudio, entre mis papeles, bolígrafos y mi portátil dejo que broten nostálgicos suspiros de mi corazón.

Naranjas, amarillos, verdes perennes... colores entremezclados que colorean mi memoria y me devuelven a años de juventud, esa denominada "divino tesoro", y que no está nada más que llena de ilusión, energía, inocencia... y gran desconocimiento de la vida...

Llevo semanas falta de inspiración, sin saber hacia donde enfocar la continuación de mi novela. Quizá estoy en ese punto en que ya no puedo avanzar, después de la gloria, del cielo, después de saborear la mayor delicatessen, después de subir altas montañas las caídas resultan muy peligrosas... y a mi edad prácticamente mortales...

Tras la ventana veo la vida pasar, como soñaba hacerlo cuando era joven, entre la naturaleza viva, rodeada de fresco oxígeno que da empujones a mi sangre para que corra más rápido, ignorando las estrecheces de mis arterias desde hace tiempo atrás...

Una escritora conservadora... dónde se habrá visto tal cosa...

Tuve millones de oportunidades de enfrascarme en vidas bohemias, plagadas de libertinaje, de alcohol, de drogas. Vidas nocturnas alentadas por espíritus rebeldes que pretendían sacar de una manzana un zumo de melocotón.

Y durante periodos de mi vida sucumbí, hasta que maduré como ahora, frente a mi perdida mirada, lo hace el bello otoño...

Siempre soñé con escribir, ser leída y criticada por diferentes personas. Llenar de mis sentimientos, de mi pasión, de mi egoísmo, de mi sonrisa, de mi llanto a desconocidos...

Siendo chica veía como leían libros y yo nunca podía dejar de pensar de que mano podrían salir historias tan grandes, llenas de detalles que sumergen a un tercero que nada conocen de ella a viajes largos, a cuadros mentales perfectos...

Con 15 años, cuando llegaba de trabajar en la fruteria de Teresa me encerraba en mi habitación, y entre los gritos de mis hermanos pequeños escribía poesías, de esas que hablaban del amor adolescente. El que a mi, en esos momentos, me llenaba de ardor, y me hacía temblar cada vez que veía a Jesús.

Jesús fue un hombre listo, muy listo. Ahora me tenía que haber conocido... si... otro gallo habría cantado. Cliente habitual de la tienda conquistaba con la mirada, y me hacía soñar en silencio con lo prohibido.

Yo, por aquellas fechas empezaba a convertirme en lo que en mi familia denominaban, mujerzuela. Nunca he sido muy alta, ni muy grande. Una mujer más bien bajita, de formas discretas que siempre resaltó por una cabellera que era el icono de mi personalidad... fuerte, ardiente, vistosa, y que contrastaba con la palidez de mi cara y rasgos juveniles; nariz chata, labios gruesos sonrosados, facciones de dulzor e inocencia...

Siempre se acercaba a ultima hora de la tarde, y saludaba amablemente a Teresa mientras dejaba escapar por el rabillo de su audaz mirada un halo de interés más que amistoso por mi.

Jesús era un hombre con buena planta, con el que jamás hubiera soñado a nivel idílico por todo lo que nos distanciaba. En esas fechas no creo que tuviera menos de 34 años. Era contable en una compañía textil y mantenía un aspecto muy conservador si no fuera por el escenario del fondo de sus pupilas...

Hay quien dice que las pelirrojas somos un poco brujitas... puede ser! Yo solo recuerdo que dentro de mi inocencia, en el comportamiento más que "normal" de ese, para mi, entonces señor, se ocultaba algo más.

No había tarde que no dedicara palabras bonitas a mi cara, a mi pelo, a mis ojos. Siempre halagándome y engordándome de aduladores sonidos que me sonrojaban y dibujaban infantiles sonrisas sobre mi rostro.

Era tremendamente atractivo, alto, con unas manos tan gruesas que sus dedos parecían pilares dóricos. Su sonrisa envolvente, protectora y sutil despertaba un cosquilleo por todo mi cuerpo cada vez que me dirigía una palabra.

Su voz era grave, profunda, tremendamente varonil y siempre me hablaba a mi como si por fín, para alguien, mi aspecto hubiera cambiado de "niñata" a mujer.

Durante meses fue un cliente habitual de Teresa. Al cabo de varias semanas de conocerle apareció un sábado prendido de la mano de una morena y elegante señora que vestía formal. Llevaba un vestido entallado, dibujando sus formas femeninas, mucho más exuberantes que las mías, resaltaban dos altivos pechos, redondos y suntuosos que se intuían a la perfección y unas caderas moldeadas por el más sensual de los artesanos profesionales en la arcilla...

Jesús besaba su mejilla mientras por ese escondite de su ojo me lanzaba una mirada provocadora en busca de mi reacción. Creo que en ese momento fue cuando por primera vez note uno de mis comportamientos femeninos... los celos, la ira. El egoísmo de lo que solo una quiere para si.

Desde ese fin de semana casi todos los sábados Jesus se acercaba con Martina, y jugueteaba a marido enamorado delante de mi vista. Provocándome que al llegar a casa mis poesías se convirtieran del romanticismo más primaveral, al más duro desengaño en un gélido invierno...

Pasaron los meses y la tripa de Martina se volvía creciente. Las manos grandes de Jesús la acariciaban y siempre bromeaban con Teresa acerca del futuro retoño que vendría a su hogar.

En las oscuras noches montaba en mi nube particular, esa que me lleva a los viajes de mis novelas con destino a "Fantasía" y soñaba que cada día era un año mío, y ese lejano y adulto hombre era el padre de mis hijos.

Frente al espejo me observaba desnuda en silencio, en la oscuridad de la noche secreta mientras Laura, mi hermana menor dormía, observaba como el crecimiento de mis incipientes pechos se detenía, y no de forma temporal. Se quedaban convertidos en dos senos blancos de piel delicada y un tamaño algo más grande que la palma de mi mano.

Mis caderas, sutiles, sin grandes subidas ni bajadas dibujaban una estrecha cintura y daban paso a la imagen de mi pubis presidido por un rizado vello pelirrojo que parecía querer dejar la lectura de que mi carácter también estaba allí.

Durante meses a escondidas rellenaba mis sostenes con papel higiénico para imaginar con deseo como sería mi imagen si me pareciera más a Martina. Llegue hasta a aborrecer mi sello personal y quise cortar y teñir mi larga y ondulada melena pelirroja.

Que tiempos juveniles! que lejanos a lo que me vida ha sido. Quizá me abrieron las puertas de una nueva revolución.

En esos años el otoño era igual que ahora, abría paso a la desnudez, para favorecer el crecimiento de nuevas vidas... como la del hijo de Martina y Jesús que vivía placidamente en el vientre de ésta y que fue depositado por ese atractivo hombre de pelo azabache y abundante que brillaba favorecido por el gel fijador que lo envolvía.

Esa tarde otoñal llovía persistentemente. El asfalto estaba inundado de agua nostálgica, de llantos del cielo por recuerdos bonitos y feos, de llantos del mar por lo que las olas se llevaron y no devolveran. Lagrimas que cubrían mis zapatos y provocaban que la humedad se apoderara de mí.

Los coches pasaban por el asfalto salpicando agua con sus neumáticos a las aceras, llenando mi delgadas y pálidas piernas de una especie de agua negruzca que se quedaba ensuciando mis medias de lanas rojas que me cubrían hasta debajo de las rodillas...

El viento soplaba fuerte y el paraguas parecía quererme llevar a hacer un vuelo rápido. Sus varillas algo endebles flaqueaban ante la fuerza e insistencia del enemigo y mientras que yo procuraba controlar tan incomoda situación, mi tableada falda hacía amagos de querer levantarse y mostrar lo que tantas veces me dijeron que nunca nadie jamas de los jamases debería mirar...

Solo quince minutos hasta la parada del autobús y por lo menos ya estaría salvada. Yo vivía en un pueblecito cercano, a 20 minutos en autobús. El problema es que la parada me pillaba algo lejos...

En esa época caminábamos a todas horas... hoy las cosas han cambiado.

Una bocina repitió insistentemente su sonido a mi lado. Yo a pesar de haberme percatado, me hice la muda, la ciega y la sorda como me habían enseñado. Últimamente había mucha gente mala que intentaba aprovecharse de chicas como yo... ya me lo decía mi padre...

Dada la persistencia de aquel conductor acabe girando la mirada, detrás de él se había formado una enorme fila de autos que le pitaban sin cesar y me pareció simpática la situación...

Detrás de un cristal lleno de gotitas pude distinguir la cara de Jesús que me invitaba a acercarme a casa en su coche oscuro...

Cómo somos de jóvenes... la ilusión con ese pequeño gesto se apoderó de mi, lo primero que hice fue comprobar que en el asiento del copiloto no se encontraba Martina y posteriormente corretear salpicando agua por todos los lados hasta la puerta del coche y sentarme apresuradamente sobre la tapicería.

Estaba empapada, el paraguas no goteaba, no, chorreaba. Mis ondulaciones capilares se habían convertido en rizos más definidos que dejaban caer hillilos de agua sobre mis hombros, que se cubrían por un jersey de cuello vuelto de lana rojo, entallado a mi figura juvenil...

Puedo recordar como si fuera ayer todo lo que ocurrió desde ese momento, aunque hayan pasado más de 50 años...

Mi tiritona no permitía vocalizar adecuadamente a la hora de agradecer y saludar a Jesús, él sonreía divertido. Paró en un aparcamiento para sacar del maletero una especie de trapo que pudiera servirme de toalla y me preguntó la dirección de mi casa.

Mientras conducía pude observar como miraba de esa manera en la que él era experto, de reojo, cada gesto que hacía. Puedo recordar como puso su mano, caliente como si dentro tuviera su chimenea particular, sobre mi fría rodilla para decirme que debía secarme las piernas que también estaban empapadas y podría enfermar...

Su sonrisa tenía un toque maquiavélico que lo hacía totalmente encantador...

Sus manos se acercaban alternativamente a mi para apartar mi mojado pelo del rostro y decirme que estaba muy guapa...

Todo esto llenaba mi ego de alegría y me hacía sentir especialmente femenina.

La conversación fue distendida, el tráfico era algo denso a la salida. Cuando nos adentramos en la carretera comarcal, la oscuridad se disfrazo de inquietud e incertidumbre. Con dificultad se veían sus rasgos faciales, solo alentados por el resplandor del piloto naranja de la radio que parpadeaba intermitentemente.

Sus palabras se envolvían en suavidad, su tono sonaba armonioso y sus palabras se dirigían a elogiar mis características físicas.

Entre mi trabajo y mi pueblo no había más de 12 km por una carretera algo ensortijada que se retorcía como una esquiva culebrilla. A los lados se dejaban unos cerros poblados de arenosas montañas y escasos árboles que parecían saludarnos con risas malignas con sus ramas vestidas de otoño...

Paró el coche a un lado del arcén, cercano a la dehesa que todos los fines de semana se llenaba de familias con sandwiches, tortillas, pimientos... etc...

Me acuerdo como una perrita asustada y empapada me alerté. Encendió la luz de mapas del coche y me agarro mi helada manita.

Era la primera vez que alguien del sexo opuesto se dirigía a mi en estas intenciones. El corazón parecía que se me iba a disparar, rápido y acelerado sacudía todo mi frágil cuerpo y mi mirada se escondía bajo las alfombrillas esquiva y tímida.

Su mano alzó mi cara y se acercó a darme un beso, en la mejilla, teóricamente casto pero implícitamente plagado de ocultos deseos de su mente calenturienta tras, probablemente, un largo periodo de abstinencia sexual debido al embarazo de Martina.

Comenzó a besar mi cara, un carrillo, otro carrillo, los labios...

El viento soplaba fuerte, con los faros apagados a un lado de la cuneta mi piel se encontraba por primera vez al contacto sexual con el sexo opuesto. Ilusionada por sentirme tan especial, rodeada mi piel con la suya, y mis oídos con sus palabras, me veía la madre de sus hijos. Y a la vez mi conciencia, mis principios y la moral me decían que eso no era bueno, que no me comportaba bien...

Que gran lección para la vida mía...! ese día cuando murió mi virginidad nació un nuevo principio por el que regiría mi vida.

Mientras sus manos escurridizas descendían por mi húmedo cuello, su lengua comenzaba a asomar entre sus labios envolviendo mi fina cara e investigándose en un viaje tras mis orejitas...

Yo, permanecía inmóvil, como si me hubiera quedado congelada, con las manos sobre mi falda mientras que el disponía de mi infantil sentido del sexo a su voluntad...

Desde este estudio puedo recordarlo con perfecta nitidez, mientras caen unas gotas sobre la ventana que parecen hacer los mismos dibujitos que hacían sobre la luna del vehículo de Jesús...

Que joven e inexperta era... mientras sus manos se colaban entre mi jersey, desabrochaban hábilmente mi sujetador rosa de algodón y envolvía con sus grandes manos mis pechos, mientras me parecía que entre sus labios asomaban gotas de lo que durante meses soñó y ahora poseía...

No mostré resistencia, fue una primera vez... rara...

Dentro de ese coche las gotas de agua aporreaban mis oídos, como queriéndome despertar de ese letargo en el que me encontraba sumida.

Sus manos se colaban entre mis muslos, blancos, delgados, muy suaves y fríos abriéndose paso entre el algodón de mis braguitas. Sentía el calor de su lengua, un tanto áspera y que anteriormente me había parecido saborear con amargor de alcohol bebido en exceso.

Mientras su lengua se hundía en el fondo de mis carnosos labios y parecía tocar mi paladar la otra mano reclinaba mi asiento hacia atrás hasta dejarme en una posición casi horizontal. A nuestro lado pasaban coches a gran velocidad para las condiciones climáticas de la noche, que con sus faros iluminaban el interior y me dejaban observar mi desnudez ante su boca y la mirada de un gran depredador entre sombras.

La dulzura de sus palabras parecía tocar a fin, solo movimientos rápidos y bruscos se iban apoderando de él...

Se deshizo de mi ropa hasta dejarme totalmente desnuda, con bastante frío de todas las gotas que dejaba mi larga melena caer sobre mis pechos desnudos, que no hacían otra cosa, que endurecer los adolescentes pezones de los que el maduro hombre soñaba beber...

Él no se quitaba la ropa, solo me tocaba, me mordía. Froto mi sexo y enredo sus dedos en mi vello púbico, no muy abundante pero si naranja como un fuego rebelde. Pareció hipnotizarle. Entre mis piernas abiertas podía ver como él metía sus dedos en su boca y luego frotaba con fuerza e insistencia mi vulva...

Me sorprendió y me dio tremendas ganas de llorar cuando ví como dejaba caer sobre mi sexo la saliva de su boca, que resbalaba desde el comienzo de mi inocente rajita hasta el comienzo de mi trasero... Escupió varias veces y, como un hilo, su humedad aterrizaba sobre mi tierna carne, prieta, y sin estrenar...

Se escuchaba el silbido del viento, que parecía querer balancear el coche y se entremezclaba con los gritos desesperado de excitación de Jesús. Hubo en un momento que me sentí culpable, llena de incomodidad y hasta algo dolorida con tan bruscas caricias mostré mi rechazo y ganas de parar...

Sus manos, entonces, envolvieron mis tetas y susurraron palabras de amor, de dulzura y de cariño... palabras apropiadas para la más tonta y soñadora adolescente que se dejaba emborrachar con cuentos de príncipes y princesas...

Agachó su cabeza entre mis piernas y con su lengua los circulitos se hicieron rápidos y persistentes. Creí que me iba a hacer pis encima, me puse muy nerviosa e intenté apartarme pero su cabeza se incrustó y la sensación me hizo acelerar la respiración, volviéndola profunda, jadeante y totalmente erotizante para él.

Sus palabras se orientaron hacia la temática del dolor, pretendían ser tranquilizadoras, sus manos se dirigían a sus pantalones y tras esa amarillenta cremallera asomaba la cabeza brillante y amoratada de su sexo, sediento de inocente juventud que corromper...

Yo era muy manejable, con ansias de amor y cariño y un físico ligero no fue complicado para Jesús situarse sobre mi y abrirse paso en mi más guardada virginidad...

Mientras de nuevo escupía, con la luz de uno de los faros de un coche que pasaba vi su cara, su mano sujetaba su inhiesto pene que apuntaba a mi cerrada vagina...

Lentamente fue abriéndose paso dentro de mi, su cara miraba al techo del coche, con los ojos cerrados... y yo soltaba gritos de dolor porque a pesar de mi anterior excitación no estaba suficientemente lubricada...

Agacho su cuerpo sobre el mío y con su lengua pegada al lóbulo de la oreja volvió a hablarme, palabras obscenas, sucias y que se remataban con un te quiero...

Como pude caer... jamás pensé que con 15 años pudiera ser tan tonta... ahora... eran otros tiempos...

Sus manos me pellizcaban, me amorataban, su lengua sedienta de más no paraba de recorrer cada parte de mi cuerpo que quedaba a su alcance. La imposibilidad de penetrarme le impacientaba y podía observar en esa media penumbra, en la cual no paraba de sonar la lluvia, como su mano se movía acelerada alrededor de su grueso pene, masturbándose rápidamente mientras introducía dos de sus dedos en mi.

Se apartó y giró mi cuerpo, me pidió que me pusiera bocabajo, vendiéndome la idea que así me dolería menos. En esta posición metió uno de sus brazos bajo mi cintura y me la alzó. Con dificultad y un fuerte empujón coló toda su polla dentro de mi, con mi mirada fija en los cristales, que mostraban lágrimas de la infancia que abandone, sentí que me partía en dos.Desde aquí y ya casi en lo que llaman tercera edad veo las mismas gotas caer...

El dolor fue agudo e intenso, sus palabras con cada embestida fueron crecientes, como me "encantas"," me gusta follarte"... etc... "eres la mejor"... palabras entremezcladas de sexo, pasión, desenfreno... agarrado a mis nalgas como si me fuera a escapar las abría en cada embestida y cuando gire mi cabeza los faros apuntaban a su climax, el que yo no pude alcanzar... Sentí mucho calor entre mis piernas, un calor que se convertía en una sustancia pegajosa y su pesado cuerpo sobre el mío...

Después de correrse y aullar sobre mis inocentes oídos poco interés mostró por mi, me devolvió la ropa y me despidió con un azote en el trasero recordándome lo feo que está que una niña de esa edad monte en coche con desconocidos, y así dejándome claro que no dijera nada...

Qué de otoños puede tener una vida... intensos, pero siempre nostálgicos otoños. Que estación tan importante en mi vida, siempre marcando el ritmo de las notas que suenan en cada uno de mis despertares...

Pero siempre, esta estación la mejor para escribir. La que resulta fruto de mi inspiración y me encomienda a fantasías, historias vividas, sueños soñados, que no pueden llegar porque sufro de insomnio... Otoño de inspiración.

El mejor otoño, quizá, el de mi primera novela, con 32 años. Tres años casada con Francis, un chico italiano que conocí en la Universidad. Bastante guapo y de un elevado nivel intelectual... pero quizá, poco apasionado. Y no lo digo por el sexo, que resultaba eficiente y agradable, sino por su talante ante la vida.

Mi novela se había publicado hacía un mes y medio. Estaba resultando todo un éxito, evidentemente ni mucho menos iba a ser un "best seller", no, ni siquiera estaba escrita para serlo... siempre preferí pocos pero de calidad...

Ya... lo sé lo sé... ya me dijeron que con esta forma de pensar nunca me haría millonaria, pero una tiene sus limitaciones, me siento incapaz de escribir algo que llegue a la mayoría y a mi me produzca gran satisfacción. Investigo, investigo... pero... no doy con ello.

El caso es que las críticas, salvo alguna excepción, eran mas o menos favorables. Estaba intentando hacerme promoción y en mi editorial me dijeron algunos pasos a seguir.

Francis parecía encantado, mi novela era de intriga, con toques policíacos. Había creado un personaje fascinante y muy atractivo, así que para levantar su ego dije que me inspiré en él. Quedo tan encantado que la mentira piadosa mereció la pena...

Este otoño, me trajo la puerta a la infidelidad. En la editorial trabajaba Antonio, era un hombre no especialmente agraciado físicamente, algo bajito y con una incipiente curva de la felicidad. Muchos cafés tomamos hasta que quedo terminada la novela, y en ellos me contó un poco de su vida y yo de la mía.

Antonio tenía 37 años, estaba casado con 2 niños, parecía un hombre feliz, satisfecho con su vida laboral y personal, y con unas preferencias bien establecidas. Su conversación amena siempre me resultaba agradable y el brillo de sus pupilas por algún extraño motivo me hacía imaginármelo haciendo el amor con su mujer. Tenía aspecto de ser delicado, de imaginación desbordante y muy activo en todos los aspectos de su vida.

Cuando mantenía contactos con Francis cerraba los ojos y me imaginaba que era Antonio quien a escondidas se adueñaba de mi cuerpo...

Con 32 años me consta que resultaba una mujer atractiva, mi delgadez no era excesiva y la picardía de mi mirada si que era el complemento perfecto a mis inocentes rasgos. La experiencia me dotó de las cantidades perfectas para ser un cóctel algo morboso...

Esa tarde iba casi decidida, cada vez que imaginaba a Antonio, cuando me estaba follando a Francis, tenía los mas deliciosos orgasmos que nuca pude alcanzar. El morbo de lo prohibido me erizaba la piel.

Esa tarde nos dirigimos por la avenida a Fred’s, una cafetería de corte italiano, que tenía estupendos capuchinos. No dudé en enfundarme mi entallado traje de falda y chaqueta, y de ensalzarme sobre mis bonitos zapatos de tacón negros.

Ese otoño la inocencia quedaba atrás, mi posición agresiva y activa darían paso a lo que durante meses había soñado y deseando por prohibido.

Antonio, como siempre, de buen humor se acercó a mi, para darme los dos besos de cortesía que en la cultura occidental son un formalismo más de recibimiento y despedida, pero de lejos, yo ya venía repitiéndome lo que iba a hacer... lo que habrían hecho cualquiera de mis personajes de éxito, de esos que tanto estaba gustando a la gente...

 

Cuando Antonio se acercó a mi en la calle, de fondo, por detrás de su simpática mirada se veían los colores apasionados del otoño, los naranjas como mi pelo, ocres colmados... los colores que se reflejan en las chimeneas en esas fechas, una gamas de cálidas tonalidades que en pleno ardor se tornan rojas como la sangre que fluía en esos momentos entre mis piernas...

Cuando sus labios estaban a punto de rozar mi piel, gire la cabeza y puse los míos casi rozando los suyos. Su reacción fue rápida, se alejó casi espantado recriminándome mi actitud.

Solo desperté una pícara sonrisa, levantando el lado izquierdo de mi femenina boca, intente con mi gas prender la chispa de sus pupilas. El silencio en medio de la calle, repleta de barullos y personas ajenas al momento, era el dueño de la confusión...

Despacio, lentamente me acerque a su cara, rasgos de un excelente amante, implicado y abandonado a los placeres femeninos... Mi mano caía al lado de mi cuerpo con la palma abierta insinuando cual era mi próximo movimiento...

Se quedó quieto y callado cuando mis dedos se posaron sobre la suave tela de su pantalón de vestir, envolví el conjunto de su sexo y sus testículos mientras la punta de mi lengua asomaba por la blanca dentadura y acariciaba su labio superior...

Nunca actué así, jamás en mi vida... siempre guiada por los hombres, solo soñaba en mis novelas con jugar con ellos, subirlos a la cuerda floja, al mundo de los equilibrios como durante años ellos hicieron conmigo...

Frotaba suavemente su entrepierna, se iba inflando lentamente como si de un globo se tratara, y llego a su máximo esplendor cuando apresé con mis labios el lóbulo de su oreja y susurre lo que deseaba follar con él.

Ahora lo recuerdo y me despierta cierto nerviosismo, hasta una risita al pensar lo locuela que llegue a estar... Recuerdo como escuchaba las hojas caídas de un otoño urbano arañando con sus puntas secas el duro y seco asfalto, mientras, envolvía con mi mano el grueso y largo pene que jamás hubiera pensado que Antonio escondía...

Su cara estaba encendida, sus pupilas habían prendido, a pesar de que sus palabras pronunciaban el nombre de su mujer e insinuaban el nombre de mi marido, entre mis manos tenía algo que sabía que ya era imparable...

Sus aceleradas palabras fueron frenadas con mi dedo índice sobre sus labios, y con picardía y decisión no dude en besarle, y esmerarme en una agradable caricia genital que le enmudeció.

Al lado de Fred’s había un hotelucho, de una estrella creo, ahora han hecho un restaurante vasco-gallego, al que fui a comer hace poco tiempo solo por recordar...

Cogí la mano de Antonio, no hablaba, parecía no querer sucumbir al pecado de la infidelidad pero yo estaba irrefrenable. Agarrar tan enorme sexo en medio de la vía pública había acelerado mi imaginación...

En la primera planta, en una habitación bastante cutre había una única cama de 1.35. Tenía una colcha de colores corroídos, con pinta de llevar muchos años ahí puesta y haber sobrevivido a revolcones de todo tipo.

Aquel día nada me importaba... cuanto más sórdido era todo, más parecía excitarme...

Cubrí de besos su cuello, y enredé mi lengua a la suya dando vueltas rápidas e insistentes como si fuera inagotable.

Antonio no resultó ser tan apasionado como mi mente lo había imaginado, pero si fue ideal para disfrutar...

Mis manos fueron desabrochando su camisa azul, con delicadeza la deje reposando sobre una silla muy clásica que había en la esquina. Mis manos descendían por su pecho, algo velludo y lo llenaba de mordisquitos pasionales...

En seguida la moral de mi amante se fue a unas largas vacaciones. Cuando él estaba de pie, yo me puse de cuclillas y comencé a desabrochar su cinturón con mis dientes. En mis manos sentía el calor de sus genitales ponerme la cara del mismo color de las hojas de la calle...

No dude, al bajar la cremallera y bajo unos blancos slips, me encontré una polla bastante más oscura que la de Francis, me ví ahí arrodillada mamandosela a Antonio desesperadamente, mientras, mi sexo no paraba de sentir un hormigueo infernal...

Por la ventana no entraba casi luminosidad, era un día apagado, triste... nostálgico, si, de todas esperanzas que puse en mi marido el día que decidí casarme, de todo lo que en mi infancia soñé acerca de lo idílico del matrimonio, y que en ese día de otoño tiraba por la borda dándome cuenta que no era más que otra mentira...

Mi boca se llenaba de ese ansioso, cálido y palpitante pedazo de carne ante la atenta mirada de su propietario que jadeaba totalmente liberado de inhibiciones y me alentaba diciendo que nunca jamás nadie se lo hizo asi...

No dejé que se fuera... si algo había soñado en silencio y entre gritos con Francis era en cabalgar sobre el pene de ese hombre. Le empuje sobre la cama y bajo su atenta mirada me desmelene. Desabrochaba mi chaqueta blasier ante su vista, quedándome directamente con un sujetador negro que resaltaba con mi piel y pelo...

Enrolle la falda a mi cintura y me posé sobre su cuerpo, restregando mi ropa interior, un tanga negro de satén, sobre su torso, mientras que él hábilmente desabrochaba los botones de mi sujetador.

Cada vez ponía mi sexo, cuidadosamente arreglado para provocar lujuria en él más cerca de su cara. Hasta que posee esos labios, que ya no estaban ni cerrados ni prietos sobre su boca.

Comió, chupo, relamió y succionó arrancándome dos orgasmos casi simultáneos. Ese otoño fue la primera vez que aquello me pasó...

Su lengua relamía todos mis cálidos jugos, los engullía como si fuera agua de un fresco manantial...

En esa misma posición aproveché para sustituir su húmeda y dulce lengua por su desafiante sexo, que parecía que nada más que rozara mi coñito desconocido iba a estallar como volcán en erupción...

Aprovechando mis últimas contracciones, me puse en pie. El tanga estaba a un lado de mi pubis, él lo había apartado para hacerme tan delicioso y pecaminoso sexo oral extramatrimonial... y me lo quité. Fui a quitarme la falda pero me suplicó que la dejará enrollada a mi cintura...

La cabeza de su sexo estaba empapada de él mismo, Lentamente fui sentándome sobre ella, notando como me llenaba de él. Su mirada era atractiva y cómplice, esbozaba una sonrisa de placer...

Me quedé quieta, dejando que mis paredes vaginales palpitaran masajeando sus terminaciones nerviosas, muy quieta. Fue su cadera la que comenzó a buscar lo que ya no podía esperar más...

Cabalgué, dejando que mis pequeños pero bien puestos, pechos botarán para él, y que mis labios se abrieran y rozaran con los laterales de su sexo...

Tuvimos un profundo orgasmo, Antonio derramó muchísima de su leche y yo sentí un placer mental y psicológico casi superior al físico. Ni un solo remordimiento de conciencia...

Aquel resultó ser un otoño que de nuevo pasaba página. Me divorcié meses después de Francis...

Una vida repleta de otoños, de páginas escritas, de historias vividas, soñadas, contadas... Mi vida en otoños, de colores apasionados y fogosos, similar al de mi pelo...

Ahora, en esta buhardilla me falta la inspiración, una vida plagada de otoños apasionados que se apaga tras los cristales mojados...

Tantos otoños que recordar, tantas pasiones desenfrenadas...

Hoy, ni siquiera tengo ganas de tumbarme y mirar esas hojas, como se las lleva el viento, como durante años hice en mi despacho, entre capítulo y capítulo, desnuda sobre la silla... mientras el cielo llora lo que deja atrás y el viento trae nuevos ardores... mi mano se entretenía sola y juguetona en busca de nueva inspiración...

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Viaje en el Metro

Aprendiendo en clase... (2)

La lengua tan preciado musculo!

Un verano inesperado!

Sorpresas te da la vida!