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El Viaje de Natalia: Una obsesión

en Control Mental

El Viaje de Natalia: Una obsesión

Sonó el teléfono...

Desde el otro lado de la habitación parecía que estuviera a muchos kilómetros de distancia. Era la desgana la que me alejaba de él.

Llevaba semanas, tantas como para hacer nacer un mes, o casi dos, sumida en la más absoluta apatía, ya casi ni encendía el ordenador para motivar mis instintos más primarios con aquel que pretendía dominar mi lívido.

Realmente no soy de esas que se deja engatusar tan fácilmente. Muy loca e impulsiva, eso si, pero mis cimientos están hechos de un material mucho más fuerte como para doblegar mi voluntad al primer desconocido que me intenté seducir y excitar a través de un simple monitor.

La tercera señal que emitió el teléfono me obligó a ponerme en pie, casi con la esperanza de que aquel esfuerzo fuera inútil. Descalza, tan solo con una amplia camiseta cubriéndome el cuerpo arrastré el pie izquierdo por la fría baldosa, para luego imitar el gesto con el derecho, y así sucesivamente. Los hombros algo corvados y la cabeza agachada complementaban esa coreografía falta de vitalidad. Justo antes de poder descolgar el sonido paró.

Me alegré, no me apetecía mucho hablar, probablemente era Carlos que intentaba tantear si salía de casa o dejaba de salir.

Como una auténtica ocupa, durante este tiempo me había asentado en casa de mi amigo y ex compañero de trabajo. Mis vacaciones y lo que había comenzado siendo un viaje de escape, se habían transformado en una dejadez y abandono total, tanto fue así, que ni me molesté en volver a llamar a la boutique en la que trabajaba, y caducado mi periodo de excedencia sin dar señales de vida, ya daba por hecho que estaba literalmente, y "con todas las de la ley", en paro.

No me paré a pensar en ningún momento en mis ingresos. Cierto que mi economía nunca fue la propia de una niña "bien", pero los resultados de mis esfuerzos y trabajo durante todos estos años, me habían permitido ahorrar algo. Me imagino que hace falta que os diga, que mi cuenta, no era solo mía, también lo era de él, de mi Ex.-novio...

En todos esos días no quise consultar el saldo, simplemente cada "x" tiempo acudía al cajero a hacer pequeños reintegros, y cuando la máquina me daba la opción de consulta de saldo, yo la rechazaba... Por otro lado, tiraba de tarjeta, sin ser excesivamente derrochadora, pero tampoco la más austera de las turistas.

Qué decir tiene que la vida de Carlos había cambiado. Un apartamento no da lugar a compartir pareja y amigos. Su novio, algo esquivo ya no me sonreía con la misma fraternidad que al principio, y a veces me lo imaginaba, como si se tratase de un pequeño cortometraje, dando palmadas al aire al escucharme zumbar en su oído como si fuera yo " una mosca cojonera".

No le culpo, estaba de día y de noche. Al poco de conocer a " soytusojos" y entablar esas relaciones por el messenger quedé atrapada en el mundo virtual, repartía mis horas libres, que eran todas, entre la lectura de relatos eróticos y conversaciones a través del chat. Todo con el objetivo de incrementar mi excitación hasta que el pensamiento se me nublaba, y ya solo quería más, cosas más atrevidas, más arriesgadas... La humillación me proporcionaba placer, sentirme chiquita y sin voluntad me borraba la memoria, y eso, me hacía disfrutar.

Hasta que no conseguí eso, mientras comía pensaba en mi vida, mientras dormía soñaba con Roberto, y en las horas muertas, en las que no se come, ni se duerme, me abandonaba al vacío de los recuerdos, o de la desorientación. Así que mientras tecleaba, sentía como nada importaba a mi alrededor, y si aun me dirigían sin darme opción, mejor, me limitaba a ser el objeto de placer, la fuente de éxtasis para mi misma...

Quise materializar aquello en un encuentro real, encontrarle y encontrarnos. Pero él era esquivo, reticente a ello, y siempre a través de la webcam se camuflaba tras esa máscara entre tétrica, terrorífica y tremendamente sensual. Yo por el contrario no solo había abierto mi entrepierna, sino que le había brindado cada uno de mis gestos, mis ojos, mis labios, y esas facciones que se descomponían cuando las corrientes eléctricas que provoca un orgasmo recorrían mi cuerpo.

Pero me obligué a romper, de una forma desgarrada, casi imposible, o al menos lo intenté. Era él quién a veces desaparecía y yo me desesperaba sin saber cómo localizarle, solo a través de esa cuenta ficticia de chat. Mientras yo me desnudaba física y personalmente, el mantenía esa coraza impenetrable. Esto me generó una dependencia que me hacía golpear el teclado con ira y desesperación.

 

Le obedecía de forma autómata. Como programada por un ser superior, a pesar de saber que podía, o no, cumplir con sus deseos, yo me entregaba como si él estuviera a mi lado observando que cada una de mis promesas se convertían en realidad. Así cumplí con varias de sus peticiones.

En su momento ya os adelanté, la "impuesta sugerencia" de dormir desnuda y rasurada cada día al lado de mi compañero. Luego, vino la primea aparición mía, así como un descuido, delante de él y su novio... Posteriormente, a la hora acordada, delante de ambos unas sutiles caricias...

Exponerme era la satisfacción de aquel desconocido, y la mía, la mía era hacer cosas que nunca haría sin sentirme responsable de mis actos, en el fondo no era más que esa "nena buena", que ejecutaba ciertas perversiones porque alguien le obligaba, porque a otra mente se le ocurrían, era la excusa para poder llevar a cabo todo aquello que en mi subconsciente de siempre me había erotizado.

Nunca nada vendó mis ojos. Ni siquiera una ligera cuerda ató mis manos, pero sin saber bien porqué, ni cómo, unos minutos antes de conectarme con él, deslizaba mis dedos entre mis piernas para dejarlos moldear mi feminidad, últimamente menos oculta que nunca, hasta sentir que rezumaba humedad.

Luego todo eran juegos de palabras entremezclados con algunas imágenes. Cada vez que su mano dominaban sus genitales quería romper el cristal del monitor, y con mi boca envolver cada una de las terminaciones nerviosas que empalmaban su sexo. Quería acariciar, saborear, y poner aroma a aquello que me enloquecía. Me sentía totalmente poseída por cada imagen, y a ratos, mientras él mismo ascendía y descendía por el tronco de su sexo, desconectaba la cámara para no dejarme ver como acababa, llevándome a los límites del deseo, para cortar de raíz.

Así pasaron los días...

Durante algunas noches me enviaba fotos, me escribía. Me sugería lo que haría de mi si un día formara parte real de su vida. Le propuse invertir un fin de semana en algún lugar lejano, le propuse viajar como quisiera, vestida, desnuda, le dije que si lo deseaba me follaría hasta el conductor... Fue una forma de hablar, por supuesto, pero que de haberme dicho que sí, creo que habría aceptado. Pero sus negativas a todo eran constantes. Solo albergaba la pequeña posibilidad de ganármelo un día, de momento él decía que "no merecía la pena"....

Mientras tanto Carlos, a pesar de mi comportamiento grotesco, intentando inmiscuirme entre ellos, dando espectáculos eróticos como si fuera una auténtica desequilibrada caliente dispuesta a cualquier cosa, no me decía nada, sólo que debía salir, o volver, o quedarme, lo que fuera, pero tomar las riendas de mi vida de una vez por todas.

Y últimamente ya no me decía ni eso...

Sobretodo desde el día que marcó un "antes" y un "después" en esta locura...

Estaba leyendo, y le oí que llegaba a casa. La hora era más o menos la planeada, debía acabar de salir de trabajar. Me saludó desde el salón. Yo descansaba en la cama, tres cojines a mi espalda, y obedeciendo a quien controlaba mis impulsos, ese ser virtual, desnuda, la colcha me cubría de cintura para abajo, y mis pechos quedaban descubiertos, medio adormecidos los pezones perezosos, mientras leía una novela que había encontrado entre los libros de Carlos.

Abrió la puerta del dormitorio, ya no se escandalizaba de encontrarme así, aunque a pesar de su condición sexual, sentía como sus ojos se paraban en mi piel unos segundos... Se quitó la ropa, no toda, él mucho más respetuoso conmigo, que yo con él, mantenía sus slips y se cubría con una camiseta.

" Vengo muerto", me dijo mientras se acercaba al lavabo. A través del espejo podía ver como comenzaba a cepillarse los dientes...

Había hecho verdaderos esfuerzos para mantenerme despierta hasta esa hora, de hecho hubo algún instante en el que me planteé antes de que llegara, apagar la luz y dormir, pero un ligero cosquilleo comenzó entre mis muslos, y en mi cerebro, así que de nuevo, como hechizada, supe que tenía que hacerlo.

Carlos seguía cepillandose lo dientes, lo hacía con energía, se oía el ruido de la cerdas desde la misma cama chocar con el esmalte dental. Con cierto pudor, e imaginando que aquel desconocido, de máscara negra, estaba a mi lado, abrí la colcha y las sábanas. Sentí el contraste de temperatura sobre mi total desnudez, y entonces sí que mis pechos parecieron despertar...

Las piernas ligeramente flexionadas, abiertas.. apuntando directamente a la puerta del baño, donde Carlos ahora, tras aclararse me daba la espalda mientras orinaba antes de acostarse...

Escuché el ruido, ese chorrito casi tímido, y comencé con mis dedos unas ligeras caricias por mis pechos, suaves, casi superficiales... Moría en esos momentos por un susurro en el lóbulo de mi oreja, una simple respiración masculina que me invadiera de calidez. Pero quizá era la propia frialdad la que me hacía sentir más sexual, y añorar ese contacto...

Escuché la cisterna, y casi simultáneamente me choqué con la mirada de Carlos, que desde la puerta, sin decir nada, se había quedado quieto.

Pensé que gritaría , que se enfadaría, o en el mejor de los casos que renunciaría a su condición homosexual y se sentiría atraído por un fugaz encuentro "hetero" con una vieja amiga. Pero no hay nada más evidente; nunca se puede pensar como reaccionará alguien por mucho que creas conocerle.

Su silencio hizo denso el ambiente, tanto que hubo instantes en los que me costaba encontrar algo de oxígeno. Las mejillas de mi cara ardían, en cambio, las manos estaban tan frías que cuando mi dedo corazón presionaba la parte más sensible de mi sexo, me parecía que fuera la mano de otra persona.

Miré a los ojos a Carlos. Él seguía allí, en el rincón del dormitorio, mudo, paralizado. Intenté dibujar bajo su ropa interior volumen, algo que me indicara que de una manera, u otra, estaba disfrutando del espectáculo. Pero no encontré nada, su mirada era más científica que humana. Eso me hizo sentir aun más excitada...

Mi espalda se arqueaba, subía las caderas, y mis dedos resbalaban con la misma facilidad que si hubiera vertido un pequeño vaso de aceite. A ratos entornaba los ojos, a ratos los abría; calor, frío, frío, calor, los pezones erectos, sus ojos, los míos, los que no estaban. Solo placer, muchas contracciones entre las piernas, mis dedos rápidos, ansiosos, primero frotes, círculos, unas pequeñas palmaditas sobre el clítoris... más, más... Cada vez separaba mas los muslos, era como gritarle que me mirara, que mirara mi sexo, que se acercara, que estrellara su boca contra él... Mis dedos dentro de mi, movimientos rápidos, ansiosos, corrientes, jadeos mudos que se fueron convirtiendo en sonoros, los músculos tensos, cada vez más, un placer que parecía crecer pero no querer explotar, jadeos que pasaron a... un grito grave, desgarrado...

 

Carlos quieto, silencioso... impasible. Esperando que pasaran esos segundos en los que ya solo se escuchaba mi respiración algo acelerada. Luego apagó la luz del baño y se aproximó hasta la cama. Abrió su lado, y se sumergió entre las sábanas después de apagar su lamparita.

Estaba destemplada, tenía una especie de escalofríos que se acentuaban cuando el sudor de mi frente y nuca comenzaba a enfriarse. Me puse en pie y fui, ahora yo, al baño. El brillo de mis ojos, las mejillas sonrosadas, mis labios rosas e hinchados, mi cara era el retrato de alguien que acaba de sumergirse en un intenso placer sexual. Ya me decía Roberto siempre, después de hacer el amor ( eran otros tiempos) que estaba muy bonita...

Me lavé la cara, y volví a observarme... Luego eché un vistazo al dormitorio y me entraron ganas de abrazar a mi amigo, de pedirle perdón, de explicarle la historia...

Aquel fue el último día que conecté el ordenador. Luego pasó una semana, que deambulaba de un lado a otro como un alma en pena, luchando por no dar al botón de encendido, añorando hasta la desesperación esa máscara sin sonrisas, buscándole encerrada en el baño, entre mis fantasía y placeres solitarios.

Sonó el teléfono de nuevo...

Aún estaba al lado del aparato, podría haber respondido al segundo tono, pero de nuevo me forcé en moverme muy, muy lento, con la intención de que colgaran antes de tiempo...

Si dígame- dije bajito y casi sin vocalizar...

¿Natalia?, niña que pareces una muerta!- contestó Carlos al otro lado del teléfono- Estoy hasta los huevos de verte así, esta noche, sí o sí, nos vamos de fiesta...

No me molesté ni en contestar, una especie de gruñido fue todo lo que asomó de entre mis labios...

Ponte mona, que tienes últimamente unas pintas, y a las 22.00 paso a buscarte.

Aun eran las 12.00 del mediodía. Colgué el teléfono y me lamenté en mi interior más interno de que al descolgar, una voz profunda e inflexible no me hubiera dicho "Ven, Natalia"... Lamenté no haber sentido el miedo de ser localizada por aquel individuo que se había instalado en mi mente del que me era imposible huir. Solo hacía una semana y sentía un impulso irrefrenable de volver a conectarme a la red... pero, cuando estaba a punto de caer, el destino hizo que sonaran unas llaves, y se abriera la puerta...

...Un nuevo giro en mi nueva vida...

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