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El viaje de Natalia: La vida en el campo

en Zoofilia

EL viaje de Natalia (6): La vida en el campo

Cuando emprendes un viaje sin un rumbo definido e impulsado solo por la falta de valor de tomar las riendas de tu vida, los pensamientos se hacen indomables, no responden a tus necesidades, quizá por eso uno se empeña en centrarse en su cuerpo, que a ratos puede ser la vía de escape para la tortura a la que a veces te someten la conciencia y los recuerdos.

Cádiz había quedado atrás con Alicia y su vida bohemia. De nuevo a los mandos de mi vehículo mi desorientación era similar a la de mi corazón. Guiada por los últimos recuerdos de mi infancia decidí dirigirme hacia Castilla. Seleccionar la música para ese viaje fue complicado, ninguna parecía querer moldearse a mi estado de ánimo, pero lo cierto es que era mi estado de ánimo el que no era capaz de abstraerse en ninguna canción. Peleé con el botón de RDS de mi radio-CD una y otra vez con la intención de poder sintonizar una emisora de radio, empezaba a ser hora de conectar con las cosas que pasaban en el mundo.

Cuántas veces he tenido que escuchar que me llamaban "rojilla", prediqué por la lucha de las libertades, y siempre mis discusiones con Roberto empezaban mientras juntos escuchábamos las noticias. Él era mucho más pragmático , y quizá también más realista. Yo en cambio siempre creía que había otras soluciones... soluciones que según él solo eran propias de una "rojilla utópica" , me decía cariñosamente y con cierta admiración en el fondo. Quizá esta nueva etapa de mi vida debía ir orientada a participar activamente en colaborar en las soluciones a las injusticias de las que siempre me hacía eco. Pero tantas ideas me golpeaban la cabeza que no escuchaba con nitidez ninguna y se quedaban, finalmente, en un bombardeo de confusas ilusiones que ensordecían mi capacidad de decisión.

Quizá todo esto parezca muy dramático, al fin y al cabo no era más que una ruptura como otras tantas de ellas que se dan cada día por diferentes rincones del mundo. Pero lo que a mi me estaba ocurriendo iba más allá de una decepción sentimental, era el resultado de un balance de mi vida hasta mi treintena, un estado de shock donde la separación de Roberto no era más que el comienzo de un giro brusco a mi forma de vivir que mi interior me estaba pidiendo desde hacía más que meses y yo no quería escuchar, o lo que es más grave, me aterrorizaba entender.

El dorado de los campos castellanos puede resultar monótono, quizá desolador, y cuando llevas unos cuantos kilómetros a tu espalda un tanto aburrido. Pero yo, casi no era consciente en este trayecto de lo que me rodeaba, solo me sumergía en mi propio pensamiento que no parecía dejar de gritarme.

Ir directamente al pueblo al que no había vuelto desde "aquel último verano" me ponía algo nerviosa y agitada. Allí nadie me reconocería, la casa de mi felina abuela había sido vendida a su muerte quince años atrás, y ni mi tía ni sus hijos, ni mis padres ni yo, habíamos vuelto jamás.

Después de tantos años las cosas no habían cambiado demasiado, la iglesia me pareció mucho más pequeña de lo que la tenía en mi memoria. Las calles estaban asfaltadas, y el aroma a ganado era mucho menos intenso. No parecía muy habitado. En la parcela de la casa de mi abuela habían construido otra que no tenía que ver con esas humildes paredes blancas y el corral de piedra. Ahora ladrillos anaranjados con un par de terrazas y un tejado bastante moderno era lo que ocupaba el terreno. En los bancos de la plaza descansaban unos señores, apoyados en unos bastones dos de ellos, que me miraron con detenimiento. Había varias cabinas telefónicas que no recordaba, y que me chocó observar, porque mientras que en Madrid se hace casi imposible encontrar una desde el aumento indiscriminado teléfonos móviles entre la población, en este lugar parecía que habían traído todos los sobrantes del resto de grandes ciudades.

Las eras seguían igual, doradas, llenas de grano y el ruido de los cencerros continuaba siendo similar. Me sentí bien, sentada sobre un escalón me quedé pensativa...

No recordaba que cuando yo era pequeña por allí hubiera ningún tipo de alojamiento, pero quizá tuviera suerte pensando que lo del "turismo rural" últimamente se había puesto muy de moda, y seguro que a algún inversionista, con olfato financiero, habría adquirido una vivienda a bajo coste con el fin de alojar a todas esas personas que no han visto en su vida un animal y les parece la "mar de excitante" dormir rodeado de ellos.

Pasear por las calles en busca de ese lugar era sentirse observado, la gente te miraba como preguntándose que hacía en esas fechas una mujer sola por allí, y yo me sentía tremendamente extraña. Pregunté y me indicaron, aquella casa que durante mi infancia era la "mansión encantada" se había convertido en un coqueto alojamiento para personas que buscaban desestresarse lejos de su rutina diaria.

Parecía mentira que dormir allí fuera a costarme 110 Euros la noche, un pueblo que parecía no tener gran cosa, pero que dentro del recinto te ofrecían montar a caballo, y un sin fin de actividades más.

Cuando dejé mi maleta en la habitación me asomé a la ventana y me pareció reconocer a algún vecino, ya casi escaso de dientes y algo más corvado. Sonreí...

Me ofrecieron un guía para mostrarme los campos de cultivo de cereales, pero yo no necesitaba a nadie... Emprendí el paseo en solitario. Fue agradable, no tenía ya la edad para atreverme a colarme en una de las eras y meterme dentro de los montones de trigo, pero si para ver como un par de niños lo hacían entre carcajadas y risas.

Luego fui siguiendo el sonido de los cencerros y los montones de bolitas negras que había por el suelo, quería volver a tocar una oveja, recordaba la decepción que sentí la primera vez que lo hice. Siempre había creído que eran suaves, esponjosas, pero cuando estas a dos metros de ellas empiezas a ver que sus lanas no tienen un aspecto tan idílico, y cuando te decides a tocarlas sientes que llega a ser hasta desagradable, aun así tenía la necesidad de hacerlo.

El pastor que se encargara del rebaño que yo iba siguiendo desde luego no debía ser demasiado mayor, porque se alejaba mucho del pueblo habiendo más de un sitio para que los ovinos pudieran pastar.

Cada vez se escuchaba mucho más fuerte el sonido de los cencerros, desde atrás pude ver a un perro pastor que me miraba con cierta indiferencia. Creo que nunca había llegado tan lejos, no conocía ese terreno tan apartado. Un montón de patas y cabezas con expresión de apatía ( siempre me pareció que las ovejas así la tenían) se divisaban en el horizonte. Busqué al pastor, no escuchaba ninguno de los ruidos clásicos con los que se comunican con su ganado, y no vi a nadie. No quise acercarme hasta tener localizado a su propietario, las ovejas son asustadizas, y podría llevarme una buena regañina por parte de su tutor. Así que me senté en una piedra un poco escondida a disfrutar de esa estampa.

Nada ocurría, las tres o cuatro ovejas que se dieron cuenta de mi presencia al ver que no me movía al minuto continuaron mascando, y el perro se tumbó a su lado expectante...

Al cabo de un rato vi a aparecer al pastor, subía por una pequeña colina, vestía unos pantalones grises, botas y una camisa metida por dentro. Efectivamente era joven, probablemente más de lo que aparentaba, pero desde lejos ya se le podía ver la piel curtida. Era el momento de ponerme en pie y saludarle, ciertamente echaba en falta en los últimos días hablar con alguien, y tenía unas inmensas ganas de estar un rato entre esos animalejos.

Pero cuando fui a ponerme en pie me sorprendió uno de sus gestos, se acercó a las ovejas hablándoles algo inteligible para mi. El perro a su lado movía el rabo con devoción por su amo, él le dio un par de caricias y le mandó sentar. Luego comenzó a desabrocharse un cinturón grueso de piel, no sé porque pero antes de que nada ocurriera sentí que mi presencia allí no solo era de más, si no que podía llegar a ser muy violenta, pero algo me hizo no moverme y prestar máxima atención.

Aquel hombre dejó el cinturón a un lado, desabrochó su pantalón y metió la mano con brusquedad en su interior hasta sacar directamente su sexo. Estaba algo lejos de mi como para que pudiera percatarme de los detalles, pero si veía su color oscuro y escuchaba ruidos que salían de entre sus labios. No podía dar crédito a lo que veía...

El sol estaba alto, pero por las fechas en las estaba tampoco picaba en exceso. Su mano comenzó a moverse a lo largo del tronco de su sexo, después de unas cuantas caricias se sentó apoyado en el único árbol que había a su alrededor. Llamó al perro, un nombre extraño que casi no recuerdo, y éste se levantó moviendo el rabo de lado a lado y fue siguiendo la ordenes que su amo debía darle. Aquel hombre continuaba masturbándose, y yo debo reconocer que no podía dejar de mirar con gran curiosidad y algo de escándalo esa escena. Al lado de él estaba su bolsa, de la que lo único que pude ver es que sacaba un bote abría una tapa y empapaba sus manos con algo que no podría asegurar lo que era. El perro parecía ansioso, nervioso daba vueltas a su alrededor esperando la autorización de su dueño, con una lección que parecía bien aprendida. Segundos después la lengua de ese animal relamía rápido todo el sexo de ese individuo de arriba abajo, mientras él seguía embadurnándose de esa sustancia con sutiles caricias que se centraban en la cabeza de su sexo...

Era extraño, ver aquello no me excitaba, pero mentiría si dijera que no quería seguir mirando cada uno de sus movimientos y no me despertaba un hormigueo alarmante. No sé el tiempo que duró este ritual, pero lo que al principio desde la distancia en la que yo estaba era un punto en el espacio, se había convertido en un miembro perfectamente erecto y definido que ahora podía distinguir sin ninguna dificultad.

Tenía las piernas cansadas, estar de cuclillas sobre una piedra tan estrecha empezaba a resultar bastante incómodo, pero cualquier movimiento en falso alertaría a las ovejas que podrían salir espantadas y me situarían en una incómoda situación.

Tuve que encogerme aun más cuando el pastor se puso en pie, el perro quedó a un lado relamiéndose y el hombre caminó con naturalidad entre sus ovejas rozándose intencionadamente con ellas y sin cesar en sus caricias, salvo en el intanté que deslizó sus pantalones y ropa interior hasta las rodillas. Buscaba su favorita. Ellas iban echándose a un lado. A traición pilló a una por detrás, ella baló tres o cuatro veces mostrando su inapetencia y disgusto, pero a él se le veía diestro en la tarea y supo agarrarla con maña y embestirla sin mayor dificultad. El resto de ovejas se habían apartado a un lado, el perro tuvo que trabajar un rato impidiéndolas huir mientras aquel hombre emitía unos gruñidos graves. Se podían ver sus dos glúteos redondos moverse con gran excitación y fuerza mientras penetraba aquella oveja, agarrado con fuerza a las lanas de su lomo.

Muchas veces había escuchado este tipo de historias, y siempre me habían parecido impresionantes, pero aquella tarde cuando el azar me llevó a presenciar esa escena no pude moverme y no sé que fue lo que me impulsó, morbo, sorpresa, curiosidad, pero durante los instantes que duró este extraño encuentro me abstraí tanto en ello que se me olvidó que el resto del mundo existía.

La relación duró apenas unos minutos, después de emitir un grito de placer más elevado y desgarrado que el resto, salió del interior del animal y con total normalidad se subió los pantalones y se sentó al lado del árbol a tomar algo de comer.

No sabía como irme de allí, quería salir de ese escondite y volver al hotel, en ese momento no me preocupaba ni mi futuro, ni mi pasado, ni mi corazón, solo el ser capaz de salir de allí sin que aquel hombre me descubriera. Si eso pasara probablemente para él fuera la mitad de violento que para mi, ya que él, desde lejos y sin saber nada respecto a su persona, parecía hacer eso con total naturalidad, lo que no era tan normal era permanecer escondida espiando todo aquello de principio a fin.

Tuve que esperar que se alejará de aquel árbol un instante para dar una pequeña carrera que aunque alertara al ganado me diera la suficiente ventaja para desaparecer sin ser vista. Solo fue cuestión de tiempo y aguante, pero ese momento llegó, se puso en pie para orinar y al girarse salí disparada camino abajo, solo escuché un ladrido y un montón de balidos, pero no me atreví a mirar atrás, solo a correr como lo hacía con doce y trece años cuando me colaba en los campos de girasoles y era descubierta...

Tardé en recuperar mi ritmo cardiaco, sofocada y aun sin dar crédito a la escena que había presenciado no pude por menos que esbozar una ligera sonrisa cuando estaba llegando al hotel, una sonrisa que no era más que producto de reírme de mi misma al imaginarme como había estado escondida como una niña espiando a aquel hombre deshacerse de placer con sus animales entre balidos, y yo perversa, sin dejar de mirar...

Campos de Castilla que me abrieron un nuevo mundo y quince años después no dejaban de sorprenderme...

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