Ese día dormía a tu lado. Después de haber gozado como una autentica viciosa, perdida por el "más y más", sin saber como alcanzar lo inalcanzable, entre el aroma a frescor y la dulzura de tu piel dejaba que mis músculos cayeran en el letargo, mi cuerpo agitado de la tensión sexual se resentía en cada terminación nerviosa. Mi trasero, aun algo dilatado, palpitaba en mis sueños...
No sé cuanto tiempo habría pasado. Quizá tres o cuatro horas. El monitor del ordenador permanecía encendido, abarrotado de palabras. Esa escasa luz me permitía verte a mi lado, aun en mi inconsciencia de si era un sueño o una realidad. Después de compartir tantas noches de amantes, noches lujuriosas, no recordaba haber despertado nunca a tu lado.
Al moverme sentí una ligera molestia...
Tu cuerpo desnudo se intuía en las sombras de la noche, pintada por el color de las palabras y el negro de nuestros secretos encuentros. Las bolas plateadas, esa pareja perversa descansaba en el suelo de la habitación. La escasa ropa que había llevado yo, también caía desordenada por algún rincón. Y a mi lado, la carne de mi delirio, impúdica, resaltaba entre tus piernas. Esa imagen me brindaba tu desnudez en unos momentos de insomnio, quizá causados por el calor, por la tortura tan placentera que horas atrás tuvo mi cuerpo, o quizá porque mi inconsciente sabía que mi amante me gritaba desde su sueño que le prestara atención.
Me giré sobre mi lado izquierdo y te observé detenidamente mientras permanecías ajeno a mi calenturiento pensamiento. Pasé mis yemas por tu pecho, suave, casi en forma de leve caricia. No reaccionaste...
Entre tus piernas estaba inflamado tu sexo, algo bastante normal en la mayoría de los hombres. Estaba provocándome, quizá a diferencia de su propietario, él si andaba despierto. Me moví con suavidad, intentando no despertarte, intentando no causarte ninguna agitación.
Puse una pierna a cada lado de tus caderas... Estabas tan bello, tan tremendamente deseable. Agarré con cuidado tu sexo, aun no estaba lo suficientemente erecto, pero si jugueteaba con sus formas y se mostraba interesado. Me lo acerqué, dejé que su cabeza se rozara con mi vulva, que los pliegues de mi piel acariciaran tu glande, lo hidrataran, casi lo colorearan con la humedad que todo aquello me producía...
Tú, aun dormías...
Sentí cierto pudor al pensar que en ese momento pudieras despertar y encontrarme, viciosa, buscando el placer con tu cuerpo a expensas de ti. Al fin y al cabo, solo hacía unas horas que habíamos explotado simultáneamente como un muro de contención que se derriba de forma trágica. Habíamos gritado unidos por el placer de ver como el otro atravesaba la línea de lo prohibido una vez más.
Pero ahora tu desnudez me suplicaba más...
Con la mano acompañaba a la cabeza de tu sexo a cercar mi clítoris. Lampiños mis labios, que permitían que cada roce fuera preciso y de gran sensibilidad; la piel suave y fina de la zona parecía despertar en tu subconsciente el deseo.
Mis lentas caricias a tu glande, al tronco entero, acompañando a mi contoneo de cadera, convirtieron tu sexo en un miembro altivo, mientras algún sonido mínimo, casi imperceptible, escapaba entre tus dientes.
Me excitó verte así, tu sexo inhiesto entre sueños, y yo, húmeda de nuevo. Dejé reposar mis nalgas sobre tu vientre y probé tu cuello. Solo un segundo, lo suficiente para que abrieras los ojos algo desubicado, casi sin saber, al igual que yo, si soñabas o era realidad. Tampoco te dejé pensar mucho más, quizá por miedo a despertar y que todo fuera un espejismo. Cuando vi un cachito de tu azul pupila, alcé mi cadera, agarré tu sexo y lo introduje dentro de mi, poco a poco, mirándote con esa sonrisa que solo se dibuja cuando exprimes la fruta de mi deseo. Mientras, lentamente me dejaba caer sobre tu polla, observaba tu cara de sorpresa, aun con los ojos chiquitos que comienzan a desperezarse de un sueño profundo, invadido por la sensación tibia en la que se envolvía tu sexo en aquella noche.
Cuando estabas dentro de mi, hasta el fondo, cuando solo parecía que estaba sentada encima tuyo, pero realmente me atravesabas, me quedé unos segundos quieta. Tus manos fueron a agarrarse a mis pechos, pero yo, cariñosamente las empujé a las sábanas. Vencí mi cuerpo hacia el tuyo, y te susurré en el oído... " Te voy a follar, mi amor"
Quería hacerlo, quería verte invadido por olas de placer, en esa noche en la que todo era confuso, el sueño y el cansancio llenaba nuestros cuerpos, pero aun el deseo quería más, desafiando casi a la naturaleza. Comencé a cabalgar sobre ti, mirando tu rostro, sintiendo como mi sexo, se encargaba de masajear al tuyo, envolverlo, colaborando contrayendo alternativamente todos los músculos de mi vagina.
Jadeos, casi desesperación en mis movimientos. Tu cara se transformaba al ver mis pechos moverse, al ver como aleatoriamente enganchaba uno de mis pezones con mis dedos, como a veces daba pequeños golpecitos a mi clítoris sobre ti, simplemente con el rigor con el que mi rostro de adhería en la distancia al tuyo.
Gemidos y mi voz disparada. Tus sonidos roncos, profundos, viciosos...
Tus ojos ya estaban mucho más abiertos, solicitabas con tu mirada algo más de velocidad en mis movimientos. Pero mis piernas andaban cansadas, incorporaste un poco tu cuerpo, casi sentados sobre la cama, la misma donde horas antes habíamos enloquecido. Me pedías que siguiera...
Sentado volvieron intentar tus manos aproximarse a mi pecho, apartarme el pelo de la cara. Nuestras caderas se movían casi al compás, sentados al borde de la cama. Busqué tu mirada en el espejo del dormitorio, quise encontrarte allí, donde la consciencia me ratificara que mis placeres tenían forma humana y no eran solo producto de mi mejor y más deseado anhelo. Allí encontré mis piernas anudadas a tu cadera, y sobretodo choqué con tus ojos salvajes, del color del río que discurre sin obstáculos, fresco, libre... Unos segundos se anudaron nuestros pensamientos, hasta que sentí que agarrarabas las bolitas que decoran mi sexo... Dejé que lo hicieras en esos instantes que sentí como las paredes de mi interior se pegaban a cada una de las venas de tu polla, ese instante en el que se hace el vacío cuando me invade la locura. Momentos en los que me derrito contigo, sobre ti.
Me quedé abrazada a ti, sin separar nuestros cuerpo. Palpitaciones involuntarias de mi entrepierna sobre cada terminación nerviosa de tu sexo. Tus caderas se movían en un vaivén lento, que movía ligeramente las carnes de mis nalgas, y hacía cosquillas a las inflamadas paredes que me provocaban el éxtasis. Tan sensibilizada podía sentir la corriente eléctrica incrementada con tu sexo en mi interior.
Mi sexo palpitaba de esa forma tan provocadora que soy capaz de distinguir y que ocurre ocasionalmente. Son pálpitos sobre los que se puede conseguir un segundo orgasmo cuando aun saboreas el final del primero, solo hay que saber la manera. Tu cara no me pedía otro clímax, me pedía mil mas... Estabas a punto de acabar, no tenía mas que mirar el aspecto altivo de tu entrepierna, tu ronca voz, tu oscura y seductora mirada.
Escuché el trino de un pájaro, estaba amaneciendo...
Me tumbe frente a ti y te mostré mis caricias, las que pretendían arrancar un segundo grito a mi placer y ante todo las que pretendían emborrachar tu cordura. Tu cuerpo cayó sobre el mío, una embestida profunda y directa, bombeabas, si, tu mirada me mostraba la dulce desesperación. Mis pechos, al ritmo de la perversión, danzaban para ti y para mi... " Voy a acabar mi vida", me dijiste con ese tono tuyo que me eleva a los altares. Ronco, grave, con las venas de tu exquisito y sensible cuello inflamadas, lo que me hacía imaginar el relieve de las otras que me atravesaban en esos instantes. Un par de círculos certeros alrededor de mi inflamado sexo, mientras tus testículos rebotaban en mis nalgas me permitió acompañarte en esa exquisita sensación de debilidad que nos proporciona el deseo que nos provocamos. Te derrumbaste sobre mi, tu sexo fue disminuyendo de tamaño dentro de mi hasta que resbaló entre mis dos piernas, dulcemente alojado entre mis dos piernas.
Te giraste a mi lado y volví a observar tu adorable y atractiva desnudez. Te llené de besos, tu cara, tus labios, tu cuello, tu pecho, tu vientre... Me entretuve uno segundos entre tus piernas, mimosa, casi agradecida, para acariciar con mis labios y mi amor tu sexo. Sentí tus ojos entornarse mientras tu mano se perdía en mi pelo dulcemente.
Un beso, un beso de esos que son más que un cruce de lenguas y una caricia en los labios, dejó que mi cabeza reposara sobre tu pecho y durmiéramos tocando las estrellas.